
Weiß/Colonia, 1.5.
«Der Mai ist gekommen…» Es una de las canciones que más me gustan del repertorio popular alemán. Y cuando más me gusta oírla es al llegar este primer día del mes. Hace muchos años –“Juventud, divino tesoro / que te vas para no volver”–, siempre solíamos reunirnos en la casa de alguno de nuestros amigos alemanes, la noche del 30 de abril, y a la medianoche alguien sacaba una guitarra y a coro cantábamos esa canción. Tempi passati, hélas! Por cierto que he descubierto que la casa donde reside Héctor en Wassenaar se encuentra en la Alameda del Palo de Mayo, donde “mayo” figura ahí en un neerlandés antañón: Meijboomlaan.
Me escribió Ana Carmen Espinosa, ¿y cuál otra desde Asunción?, acerca de alguna confesión que ha leído en este diario: «Me gustó eso de «drogadicto, convicto y confeso». En mi caso yo también me siento asi con Orgullo y prejuicio, no de las películas que se hicieron, sino de la obra en sí. De Jane Austen. De todo lo que ella fue y sigue siendo a pesar del tiempo. Creo que ya te comenté en algún momento que les había hecho un pedido a Sebastián y Elias que cuando tenga que emprender ese viaje, pongan el libro conmigo. Ella, me espera. Aprovecho, Ricardo querido, para darte las gracias nuevamente por enseñarme a descubrir la existencia de Pride and Prejudice y a amar a Jane». Pienso en la cantidad de gente a la que he hecho felices a lo largo de los años, descubriéndoles esa novela inmortal, y me siento Superboyscout.
Weiß/Colonia, 2.5.
2:00 am : Se me ocurrió un email que le regalé a mi buen Diego por si lo quería subir a su cuenta, y así lo hizo, con una repercusión inmediata en California :
El Padrenuestro es un prodigio verbal. Justamente porque soy agnóstico puedo ver belleza donde el creyente solo reza rutina. (Ricardo Bada)
— Diego Aristizábal (@d_aristizabal) 1 de mayo de 2016
Anache me comenta desde Los Ángeles que «el del padrenuestro me fascina, lo compartí urbi [et] interneti». Le escribo para explicarle algo más: «Léelo atentamente. Cuatro adjetivos de los que sólo uno no es posesivo, y los posesivos lo son de una manera natural («pan nuestro», «nuestros pecados»). Es todo puro sustantivo y puro verbo, y es tanto lo que dice… aunque no sea cierto, estoy hablando nada más de la elocuencia del mensaje. Es como cuando, con perdón de la comparanza, José Antonio Primo de Rivera funda la Falange en el teatro de la Comedia de Madrid (lo cual de por sí es casi una declaración de principios, Falange=Comedia), y después de la ovación con que lo reciben no dice «Muy agradecido, muy agradecido», como Pedro Vargas, sino que esculpe esta frase para la historia: «Nada de un párrafo de gracias, escuetamente gracias, como corresponde al laconismo militar de nuestro estilo». Joder, Anache, yo soy casi el polo opuesto de un fascista, pero ante una frase así me saco el sombrero».
La taquillera de KölnTicket en Rodenkirchen, la boletería de teatros, conciertos y espectáculos, me conoce desde hace años. Como Diny y yo hemos convenido que el regalo mutuo que vamos a hacernos esta vez por nuestros cumpleaños serán las entradas para el concierto en la jira de despedida de Juliette Gréco, le pregunto a la taquillera si quedan algunas a la venta, y me dice que sí pero me desaconseja comprarlas, JG ha sufrido hace poco un derrame cerebral (del que la prensa, al menos acá, no ha informado) y a excepción del concierto de Colonia el resto de la jira ha sido cancelado. «Y el de Colonia terminarán cancelándolo», me asegura. Le pregunto si como alternativa vale la pena Bodyguard, que lleva meses en el teatro para el género lírico al lado de la estación central. «¿Quiere una respuesta oficial o la mía?» «La suya», le digo. «Pues si le gusta el musical, no vaya. Está gustando mucho, lo sé, pero es porque la gente no sabe ni entiende ni de teatro ni de música». Finalmente le pregunto por Porgy & Bess, y me responde: «Si la quiere volver a ver, de acuerdo, pero es la misma puesta en escena de hace unos años, a la que fue con su esposa». “Unos años” son nada menos que seis, porque la vimos en el 2010. Le doy las gracias. Cuando la gente es así de honesta, da gusto tratar con el género humano.
Terminé de releer las memorias de Arthur Miller y las últimas cien páginas lo hice como si tuviese en las manos un thriller, quería confirmar que mi memoria no me había dejado en la estacada, y efectivamente, no lo hizo. Porque yo me enteré de la existencia de Daniel, el hijo de Miller que nació con síndrome de Down, y de quien se escaqueó limpiamente porque no creyó poder convivir con él, hace muy pocos días, ya metido en la relectura de estas memorias y en búsqueda de datos para el artículo que me pidieron de Nexos. Y al descubrirlo me pregunté cómo era posible que no recordase una cosa semejante de mi primera lectura, siendo como era un paralelo con el caso de Neruda y su hija hidrocefálica, Malva Marina. Pero la memoria me ha[bía] sido fiel: no lo recordaba por la sencilla razón de que AM no nombra a su hijo para nada. Ironía inesperada es que el libro casi concluye con un paseo de Miller con Neruda por el Greenwich Village. Sangrante ironía, además, la de que ninguno de esos padres filicidas en lo moral supieran mutuamente de sus respectivos casos. Es casi el germen de un posible drama muy à lo Arthur Miller. Uno que nunca hubiera escrito, claro está, pero que también hubiera podido titularse Todos eran mis hijos.
Weiß/Colonia, 3.5.
Hoy no repartieron el diario, desayunando leo la media página que le dedicó el diario ayer a la tienda de comestibles del sardo Mario Puddu, que es donde compra Carlitos (está en su misma calle), y luego leo la revista mensual gratuita de la cadena dm–markt y resuelvo su crucigrama. ¿Resolver un crucigrama en un idioma extraño es signo de que se lo domina? Creo que no, tan sólo es signo, sobre todo, de que se dominan las leyes del crucigrama.
Ausente hoy la signora en La Modicana, ha ido a la fiesta de fin de carrera de Flavio en Baviera y regresará esta noche. Pero los espaguetis à la pobre no hay modo de cocinarlos mal, y además Carlitos, que se decidió por el menú del día (un cuenco de esas cosas verdes que crecen en los campos y las huertas, y una pasta sin gracia visual ninguna, macarrones que parecen restos de una balacera en un patio trasero del Chicago de Al Capone, filmados por Tarantino), asegura que el cocinero sustituto de la signora cumplió su misión a cabalidad. ¡Aleluya!, como dizque gritan durante sus orgasmos los miembros del Ejército de Salvación.
Mañana sin falta debo comenzar la relectura de The Catcher in the Rye y el resto de la obra de Salinger, si voy a escribir el buen texto que quiero escribir con motivo del 65 aniversario de la publicación de la novela. A mi favor cuenta el hecho de que la traducción que voy a manejar es una que fue revisada y “trabajada” por Heinrich Böll.
Bueno el octavo episodio de la serie policial australiana con Phryne Fisher, y ahora, aunque no hay ningún motivo reconocible que lo justifique, hay que esperar dos semanas hasta el noveno, y ojalá que después continúen regularmente cada semana hasta el 13.º y último de la primera temporada. Pero con los caóticos programadores que mueven los hilos de los canales alemanes cualquier sorpresa puede ser cualquier cosa menos eso, una sorpresa.
Weiß/Colonia, 4.5.
Desde Viña del Mar me habló Malena hace un par de días de «la famosa introducción de Lord Bulwer Lytton, “It was a dark and stormy night” (confieso que no entiendo el desprecio que inspira la frase. Muchas cosas fascinantes ocurren en noches oscuras y tormentosas). No sé si sepa, pero existe un concurso The Bulwer Lytton Fiction Contest. Se otorga el premio al que escriba la peor frase con la que iniciaría una novela. A mí se me ocurrió participar una vez y me la rechazaron». Le contesto que tiempo ha «me enteré del concurso para premiar la peor frase con que comenzar un libro y enjareté una que decía algo así como “Esta es una novela de mucho suspense, pero no quiero mantenerles en vilo hasta el final, el asesino es el jardinero”. Luego me pareció pueril y no la envié al concurso». Hoy se me ha ocurrido otra: «Acabo de cumplir nueve meses, llevo fuera de mamá tanto tiempo como estuve dentro de ella, creo que es hora de hacer balance».
Dabba [título indio original, traducido en América Latina como Amor a la carta, y en España, más castizamente, como The Lunchbox], ¡¡por fin una peli de la India y que me convence!! Algo así como Contra el viento del Norte, pero con fiambreras en vez de emails. Me encantó, y a Diny también, pues pese a sus reticencias la vio hasta el final. Sólo que ese final nos dejó cierto regusto no tan bueno como las comidas que cocina Ila, su protagonista. Un pellizquito más de curry le hubiera venido bien a ese final.
Un servicio de entregas postales ultrarrápidas me trae el ejemplar de El ruido del tiempo, la novela de Julian Barnes sobre las relaciones entre Shostakóvich y Stalin, que Jordi me manda desde Anagrama al saber por un email mío que «Don Dimitrio, al alimón con don Mauricio (Ravel), es mi compositor favorito, de lejos. ¿Y el tercer mosquetero? Le petite Eric (Satie). D’Artagnan, naturalmente, es Bach».
Comienzo en paralelo la lectura del estudio de Javier sobre Ulises Carrión, un personaje que me fascina, y la relectura de The Catcher in the Rye. Y es posible que añada la relectura de las memorias de Tennessee Williams –que tan pobre impresión me dejaron cuando las leí años ha– o la biografía de Eleanor Marx. Veremos, como dizque dijo Homero.
Weiß/Colonia, 5.5., Ascensión, Día del Padre en Alemania
De niño aprendí de mi abuela Remedios que «Tres jueves hay en el año / que relumbran más que el sol, / Jueves Santos, Corpus Christi / y el día de la Ascensión». Como siempre he sido muy dado a fijarme en los detalles y las congruencias, en algún momento debí darme cuenta de que aquellos versos eran inexactos, por cuanto la fiesta del Corpus Christi siempre se celebraba tres semanas después de la Ascensión. Con toda certeza fue en ese momento cuando descubrí, sin saberlo, en qué consiste la licencia poética. Porque sin ella, aquello no rimaba un carajo.
Vuelve a escribirme nuestra única Ana Carmen, desde Asunción, para añadir a lo que me decía el domingo: «Se me pasó un detalle y creo que vale la pena contarte. Adolescencia y juventud. Tiempo de fiestas, flirteos, regalos. Tantas veces me vieron leyéndolo, que cuando los «mita’i» [=niños, en guaraní] tienen que obsequiar algo, a alguna compañera por su cumple o lo que sea, últimamente se les ha ocurrido regalar Orgullo y prejuicio. Dicen que les facilita la tarea de pensar en «qué» regalar. Y así se multiplica, sin saberlo ellos, lo que hiciste durante mucho tiempo con tu recomendación». Alabado sea por siempre el santísimo sacramento del altar.
Me cuenta Ibsen, desde Bogotá: «Acabo de leerme un volumen chiquito de Turguéniev (sacado de la biblioteca pública bogotana que tanto aprecio, publicado por la editorial Zig Zag, chilena, en 1944) que se llama Senilia: un librillo «de pedacería», como los llama Afonso Reyes, que, siendo disgresivo, raro y esquivo, sin declararlo trata de la vejez, del acabamiento y la muerte». Le contesto: «En cuanto a Senilia, que desconocía (¡yo que creía haber leído todo Turguénev, y hasta me he sentado en el sillón de su despacho, en su casa-museo de las afueras de París!), resulta que he venido a descubrirla donde menos la esperaba: ¡en Fronterad!» ¡Ver para creer!
Weiß/Colonia, 6.5.
De la relectura de The Catcher in the Rye, pensando en un posible texto para proponérselo a Kathya, he empezado a tomar notas y acabo de constatar que son dos artículos, al menos, los que podría escribir. El primero acerca de la jubilación –o no– del modelo Holden Caulfield al cumplir 65 años la novela (él mismo los habría cumplido en 1999, siguiendo la cronología del relato). Y el segundo en torno a la contradictoria relación de Holden con el cine. Entretanto, y sin anticiparme, cada página más que leo, más me convenzo de que Holden es un cretino, con el solo dato positivo a su favor de que sabe que lo es, y casi no se molesta en ocultarlo.
Weiß/Colonia, 7.5.
1:00 am : Un flic, vista ya no sé cuántas veces, y esta noche una vez más. Como diría Rolando, «¡Ese Jean–Pierre Melville era otra cosa!» Por cierto que el título plantea el mismo problema que el del primer libro póstumo de Grass, De la finitud, que en realidad debería haber sido De la finitú. Y Un flic, que debiera haber sido Un poli, se convirtió en Crónica negra.
2:15 am : Podemos reputear todo lo que queramos a la burocracia, pero al menos por lo que se refiere a la alemana, y luego de ver este documental acerca de la caída del muro de Berlín, hay una cosa 100% indiscutible: si la maquinaria burocrática de la Stasi no hubiera registrado todo lo que alcanzó a registrar, no sólo no sabríamos a ciencia cierta casi nada de las metástasis del cáncer socialista, sino que además tampoco dispondríamos de una documentación tan fidedigna y detallada con la que poder acusar de sus desmanes a los responsables. Me siento de un modo irracionalmente estúpido al escribrirlo, pero lo hago: ¡¡¡Viva la burocracia de la RDA!!!
Hago una pausa en la lectura de The Catcher in the Rye, son las 6:15 pm y abro mi estafeta para ver si me llegó correo. Y sí, me llegó un email de MM: «Querido Ricardo, anoche te soñé. Estábamos en algún recinto público muy espacioso. Piso, paredes y techo eran de tierra de Siena, sin ninguna ornamentación, y emanaban una sensación muy agradable y acogedora. En una mesa exhibían varios objetos, entre ellos, unos abanicos. De pronto vos decidías obsequiarme uno, como regalo de despedida. Era un abanico muy pequeño, de seda en varios tonos de azul y flores blancas, muy al estilo japonés. Yo me emocionaba mucho y nos abrazábamos largamente, llorando, sabiendo que no volveríamos a encontrarnos nunca más (como en efecto será). Él andaba por ahí también, sorprendido de ver aquella despedida (él no se despedía, sino que se quedaba). Entre los pies de la concurrencia jugueteaban unos perritos adorables, muy cachorros. Mi emoción durante el sueño era tan honda, que no pude menos que contarte esto así tal cual. Sabiendo que no volveremos a vernos. Y queriéndote como siempre». ¿Qué se responde a unas palabras como estas? Al menos yo no sé cómo, y apuesto lo que sea a que tampoco Holden Caulfield lo sabría. Tal vez sí lo supo Violeta Parra: «Gracias a la vida».
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