Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoDe mi Diario / Semana 28 / 2015

De mi Diario / Semana 28 / 2015


 

Weiß/Colonia, 5.7.

Alrededor de las 9 am estalla una tormenta en la que interviene toda la percusión celestial y en la que se abren las compuertas del firmamento. Dura una ½ hora y deja el aire como lavado, se puede volver a respirar sin correr el riesgo de inhalar el aliento del Sáhara.

 

Nos visita Juan David Zuloaga. Él es columnista de El Espectador, y nos conocemos a través de un chorro de emails, desde hace años. Está paseando por Alemania y llegó anoche a Colonia con el objeto decidido de que nos encontrásemos. Me llama a las 10 am, mientras desayunamos, y le explico en detalle el camino a casa, con el tranvía 16 y el autobús 131, le digo a las horas en que los debe tomar y que en la parada Weiß Friedhof, a la 1:13 pm, subiremos al bus Diny y yo para seguir viaje con él hasta La Modicana. Y así es, y enseguida nos reconocemos mutuamente, y en La Modicana almorzamos en el patio, a la sombra de los árboles frutales que lo pueblan (cerezo, higuera, manzano) y también la de un quitasol providencial. Odio al sol. La conversación fluye desde el primer momento y Juan David la graba casi completa, me ha pedido permiso para hacer una entrevista que quiere publicar en EE. Prolongamos luego la charla en casa, con café y con Spekulatius, las típicas galletas holandesas, mientras Diny duerme la siesta. El modus operandi de JD, al entrevistar, es pausado, dejando explayarse al interlocutor; para editar luego siempre es mejor que sobre que no que falte material. Desde mi sillón puedo ver los árboles de los jardines al otro lado del seto delante de nuestra fachada, y no se mueve ni una hoja. Pero en la frescura del apartamento estamos a salvo de la canícula. Cuando alrededor de las 6 pm veo que las hojas de los árboles empiezan a moverse, es el momento de abrir la puerta de nuestro balcón para que circule la brisa que se ha levantado. Es, además, la hora del whisky, que en este caso no va a ser tal sino whiskey, en honor a Jack Taylor, que bebe de esa marca, Redbreast, un Single Pot Still de 12 años. Como recuerdo de su visita le regalo a JD un sobre manuscrito de Gonzalo Rojas y un chanchito de Galeano, con la proverbial margarita en el hocico. Nos ha caído rebién este cachaco tranquilo y sereno, que no hace gala de lo mucho que ha leído ni de lo mucho que sabe. Será bienvenido en cualquier momento que regrese a Colonia.

 

Weiß/Colonia, 6.7.

Carlitos no nos acompañó ayer a La Modicana porque andaba con una bronquitis que le había convertido la voz en un susurro. Lo llamo temprano en la mañana para saber si ha mejorado algo y sí, la voz se le oye mucho más, así es que le digo que ayer, en La Modicana, la signora hizo hincapié en que vayamos mañana a almorzar, porque es el último día que estará abierto hasta el 28 de este mes, la signora de va de vacaciones a Módica. Me dice Carlitos que espera que sí podrá. Y como a las 2:20 pm tengo que ir a que me hagan una tomografía, alrededor de la 1 me voy al cuarto de baño para afeitarme, ducharme, etc. Estoy desnudo y a punto de entrar en la tina bajo la ducha cuando suena el timbre de la puerta, oigo cómo Diny la abre y un diálogo que no consigo descifrar hasta que Diny llega a la puerta del cuarto de baño, golpea con los nudillos y me anuncia muerta de la risa que ha llegado Carlos, a la 1, para ir a La Modicana, como si hoy fuese martes. Me enrollo una toalla alrededor del cuerpo gentil y salgo a ver el prodigio. Y sí, Carlitos de córpore insepulto. Se le pelaron los cables. [En buen argentino “se le entreveraron los piolines”]. Pero es tan bueno que ya que está aquí se ofrece a llevarme al radiólogo en su carro. Le agradezco, pero no, tendría que estar esperándome al menos una hora, y además el bus me deja a la puerta de la consulta. Ci vediamo domani, mio caro Carlino!

 

Llego a lo del radiólogo a las 2:10 y entro enseguida en turno. Lamentablemente me toca una ATS que no parece muy ducha en el tema, sus pinchazos para inocularme el líquido de contraste me hacen daño, y cuando ya estoy entubado, la segunda vez que la voz computadorizada me ordena tomar aire y aguantar la respiración, el dolor en la parte interior del codo izquierdo se vuelve a tal punto insoportable que grito y pido que cese la tortura, pero sigue y sigue, hasta que la voz grabada me dice que puedo volver a respirar normal, y un par de segundos después todo ha terminado. Le digo a la ATS (una chica joven) que si no oyó mis gritos y me dice que donde ella estaba no podía oírme pero que no me vio hacer ningún gesto de stop. ¿Y cómo hacerlo con los brazos extendidos y unidos por encima de la cabeza, con el colgajo de los cables desde mi brazo izquierdo y para más inri metido en el tubo? Se excusa y me recomienda que si se hincha el brazo lo trate con cataplasmas heladas. Y en verdad que al llegar a casa el brazo está hinchado y debo recurrir al método que me recomendó. Menos mal que unas tres horas más tarde el brazo recupera su aspecto habitual, pero ¿tomografías?, ¡ah no, nunca más, santo Tomás!

 

Mi deuda estherna regresó anteayer de su primer viaje al país de las posibilidades finiquitas, la invitaron del departamento de Hispanística de la universidad de Colorado, a cuenta de su libro Vivir en otra lengua. Pienso que ya debe haber superado el decalaje horario y la llamo a la tarde por teléfono y me cuenta sus impresiones de los USA. Una larga charla en la que al final no nos ponemos de acuerdo en el tema de la deuda griega, al cual nos condujo nuestro diálogo y en el que no me siento muy informado para opinar, pero creo que a todo el mundo le está viniendo muy bien colgarle a Alemania el sambenito de la culpa por lo que está sucediendo. Como si los griegos fuesen inocentes párvulos. Como si toda esa dignidad de que hacen gala ahora no se la hubieran pasado por el arco del triunfo al falsificar los datos para ingresar a la zona del euro. Lo único positivo que veo es que su nuevo ministro de Hacienda se llama Euclides. Es un paso en la buena dirección. Los alemanes, por definición, son [somos] euclidianos.

 

Weiß/Colonia, 7.7.

La querida Kathya me da la buena noticia de que ha programado mi cuento “Macho dulce” para el # de agosto de Nexos. Lo releo y me admiro –tratando de ser objetivo, de no echarle mano al botafumeiro– del mucho oficio de narrador de que disponía allá por el verano de 1959, a mis 20 años. Y de la buena suerte que ha corrido entre mis amigos, los que lo conocen, la frase final de Yacin, el protagonista: «Significa, my dear, que estamos ¡¡podridos!! de literatura».

 

Llamé a Carlitos para recordarle que hoy sí es martes, y que por favor me trajese los dos tomos de Los dioses blancos, la novela de Eduard Stucken de la que tanto me ha hablado, al punto de llegar a decirme que fue con esa novela que le entró la afición a la literatura. Sé que son más de 1.200 páginas en total, vamos a ver cómo me cae. Si como lluvia mansa o como un aerolito. Lo que deberé desechar de entrada es el prejuicio negativo hacia el autor, por el hecho de no haber abandonado la Academia Prusiana de las Artes, como hicieron los Mann, Ricarda Huch, Döblin y otros más, cuando la llegada de los nazis al poder. Veremos, como decía el viejo Homero.

 

En La Modicana, con Diny entre nosotros, ella pide espaguetis à la modicana, y Carlitos y yo espaguetis–nada–de–experimentos, o sea, con mariscos. Y nos despedimos hasta el 28, con la promesa de la signora de traerme tarjetas postales de la casa natal de Salvatore Quasimodo y de la placa que adorna su fachada.

 

Weiß/Colonia, 8.7.

Prácticamente todo el día dedicado a leer de un tirón la primera novela de la saga de Jan Costin Wagner con el comisario Kimmo Joentaa, y me deja tan convencido que al terminar de leerla me meto en www.booklooker.de y encargo el resto de la saga, son entretanto cuatro entregas más.

 

Weiß/Colonia, 9.7.

Me levanto sintiendo un malestar indefinible que se traduce en el deseo de estar tendido todo el tiempo y no hacer absolutamente nada, y como estoy solo en casa, a ello me dedico. Nada más un rato al mediodía salgo para ir con el bus al supermercado de Sürth y comprar una bullabesa congelada de Costa, que es la mejor que hay a la venta y no se consigue en todas partes. Tras la bullabesa, larga siesta reparadora, incluso duermo.

 

Diny se fue temprano a Holanda, con Rebeca & Uwe, quieren ver cómo ha crecido el árbol que plantamos en el bosque de Montferland, con las cenizas de Annie bajo las raíces, y aprovechan el día para ir de compras en Doetinchem con Mini, Riet y tal vez Bernadet. Regresan alrededor de las 7 pm y cargados de productos que acá no se consiguen, como por ejemplo la bullabesa no congelada de Albert Heijn, uno de cuyos ingredientes es el chorito chileno, hmmmmmmmmm

 

Weiß/Colonia, 10.7.

GD me escribió días atrás enviándome un texto suyo destinado a una publicación en homenaje a un gran pintor amigo y compatriota. Al final del email, donde me pedía que le revisara el texto, añadía como quien no quiere la cosa que se encontraba en París, «donde me preparo para una operación de arterias, de ahí quizás las últimas líneas». En esas últimas líneas decía lo siguiente: «¿Cómo no adherir a ese homenaje de nuestro pueblo? Aunque este sea el ultimo asombro que él me causa y éstas sean las últimas palabras que yo le escribo». Revisé el texto, impecable, como todo lo que pergeña, y se lo devolví con palabras muy directas, hasta brutales: «No me parece que sea el momento adecuado para cerrarlo con las palabras que lo cierras. Si se trata de un homenaje a un anciano, casi es obsceno decirle que a lo peor tú te mueres antes que él». Me contestó altiro: «Tienes razón sobre el final, cedí al miedo ante la cirugía». No he querido llamar a B, su esposa, que debe estar bastante agotada, así que llamé a HU, buen amigo común y que debe ser uno de los pocos que poseerá información de primera mano; y en efecto, me cuenta que a G lo han operado el martes y le han implantado cuatro baipases (al principio tan sólo iban a ser tres, pero al final hubo que añadir otro), que está en observación y que deberá pasar una buena temporada de reposo en París. Ahora sí le escribo a B, en nombre de Diny y el mío propìo, y ella nos contesta enseguida, confirmando lo dicho por HU y que tan pronto como le instalen a G un teléfono en su habitación, contactará con nosotros. Respiro harto aliviado: G es uno de nuestros amigos mejores, más íntimos, más queridos. Horas y horas de plática en Berlín, en Boulogne–sur –mer, en el jardin de Monet, en el cementerio donde está enterrado Van Gogh, en Huelva, en Madrid, en Granada (esto es, en La Chucha, el cortijo de Hilde Moral en la costa), y sobre todo en París, ese París que conocemos tan bien gracias a él, cicerone incomparable, pozo sin fondo de conocimientos de todo género, enciclopedia en patas. Estoy deseandito –así diría mi abuela Remedios– que le instalen el teléfono para poder volver a platicar con él.  

 

3:05 pm : Radio Colonia transmite como Hörspiel [=pieza radiofónica, radioteatro] el guión de una peli que el departamento de TV de la propia Radio, le rechazó a su autor el 25.4.1984 con las siguientes palabras: «No vemos ninguna posibilidad de incluir en nuestra programación su trabajo “Jetzund kömpt die Nacht herbey – Ansichten vom Leben und Sterben des Immanuel Kant [Iahora yega la noshe – Puntos de vista sobre la vida y la muerte de Inmanuel Kant]”». Entretanto, el entonces desconocido autor del guión es hoy una celebridad mundial, se trata de nada menos que W.G. Sebald.

[Lo de “Jetztund kömpt die Nacht herbey” lo he traducido a mi leal saber y entender, “Iahora yega la noshe”, porque ningún amigo alemán consultado ha sabido decirme algo más de lo que todo el mundo sabe: que en sus escritos no académicos, Kant solía recurrir al dialecto prusiano de su ciudad natal, Königsberg, la Kaliningrado de los rusos].

 

Mientras como, en algún momento miro a mi izquierda, veo por la ventana la escalonada masa verde de los tres grandes árboles al otro lado del seto frente a la fachada de esta casa, y cómo de repente, ± allí por donde está el Kindergarten de Henri, asoma desplazándose desde detrás una esbelta y gigantesca grúa roja que supera en altura a los árboles y a cuyo extremo cuelga una manguera gris, posiblemente una aspiradora de polvo. La imagen que compone es la de una jirafa cubista, encandila los ojos hasta que inclina suavemente el “cuello”, gira a ritmo lento y vuelve a desaparecer tapada por los árboles. Un momento mágico.

 

Diny regresa de la casa de Montse con la novedad de que Henri la esperaba ansioso para que la abuela le cosiera en su calzón de baño el hipocampo de tela que demuestra que hizo sus tareas en la piscina pública y ha conseguido sus primeros entorchados como nadador. Las categorías para adolescentes y jóvenes son bronce, plata y oro, pero la del hipocampo se les ha añadido para regocijo de los niños principiantes que se lanzan al agua desde el borde de la alberca, nadan 25 m y recogen un cinturón salvavidas del fondo de la misma (cuya profundidad no es mayor que la de un cuerpo infantil hasta los hombros). And the winner is Henri Jonas Ritter!

 

Weiß/Colonia, 11.7.

Jesús lee en Madrid mi Carta de Alemania de hoy, en Aurora Boreal, y me escribe: «Joder tío, qué memoria; yo ya no recordaba el nombre del viejo Herr Kunze. Eres la madre de todas mis nostalgias». Tendría que decirle que no es memoria, sino archivos, pero lo dejo estar.

 

No pocos de mis amigos, cuando me escriben o, p. ej. ahora KW, me llaman por teléfono, se quedan sin saber qué decirme cuando me preguntan que cómo me va y les contesto que bien se ve que no leen mi diario. Y en realidad lo único que hago es constatar un hecho, como que el sol sale todas las mañanas (hasta cuando no lo vemos) y que la verdad reside en el vino. Ay.

 

Cuando pasó por casa Juan David, el domingo, nos contó que su novia madrileña domina el y está preparando un trabajo de maestría sobre Dostoiewski. Inmediatamente pensé en el ensayo de Karel van ‘t Reve sobre Dostoiewski visto por Freud y la casi patológica incapacidad de don Segismundo para atenerse a los datos de la realidad. Releo el ensayo hoy, en el balcón, y es una pura delicia degustar la prosa de ese maestro de la ensayística neerlandesa, el mayor, sin duda, desde Huizinga y su Otoño de la Edad Media. Traduzco a mano alzada el comienzo del ensayo, sólo por el placer de ver cómo suena en castellano: «La teoría de Sigmund Freud se apoya en gran medida en su práctica como neurólogo: a través de la curación de sus pacientes demostró lo correcto de su teoría acerca de su enfermedad. Posible fue ello gracias a una harto sorprendente circunstancia: la curación consistía en ayudar al paciente a creer en la teoría; y una vez había comprendido por qué se encontraba enfermo, mejoraba su estado y desaparecía la neurosis. En la vida real, empero, es así que puede conocerse bien la causa de un proceso y no obstante es uno impotente. Puede conocerse, p. ej., con toda exactitud, a qué concatenación de circunstancias se deben la pérdida de una pierna o de un ser querido, sin que por ello la pierna o el ser querido regresen a nuestras vidas». Chapeau, mijnheer van ‘t Reve!

 

************FIN************

Más del autor

-publicidad-spot_img