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Mientras tantoDe mi Diario: Semana 39 / 2012

De mi Diario: Semana 39 / 2012


 

Weiß/Colonia, 23.9. (1)

Día familiar Hansen en Beek. Diny fue sola. Mi familia vive en Colonia. Y con parte de ella me las prometía felices yendo al mercado de pescado, que hoy sí que lo hay. Planeaba ir con Chico, Angie y Vincent, pero al levantarme lo primero que pensé fue en las 1.000 a 3.000 palabras que le he prometido a Carmen as soon as possible, como decimos los puristas, y en lo muchísimo que necesito publicar y ganar dinero, y más ahora, tras esas pérdidas. Y menos mal que la factura de la clínica madrileña no me cuesta casi nada. Menos mal.

 

Weiß/Colonia, 23.9 (2)

Que este diario lo lean gente como la que lo lee, por ejemplo Andrés Sánchez Robayna, a mí me llena de orgullo, la verdad, aunque también de no poco asombro. Pero todos ellos son adultos, ellos sabrán cuánta penitencia deben infligirse para purgar sus pecados. Hoy, Andrés me escribe para que le explique exactamente la expresión alemana “Estar maduro para la isla”, que empleé hace unos días. Le contesto que «Du bist reif für die Insel» significa cuando se te acabó la cuerda, se descargó tu batería, necesitas cambiar el chip, en suma, cuando estás como para que el médico no tenga más remedio que recetarte una «Kur» [cura en un balneario]. La expresión acuñada es esa, que estás maduro para la isla. Lo que pasa, y me puse a chequearlo con Carlitos, es que en alemán se trata de una frase hecha, es como si dices en español «Estar a la luna de Valencia» o «Salga el sol por Antequera»; la frase tiene un valor en sí desconectado de su origen. En cualquier caso, me dediqué a buscar, en una rimera de libros especializados en etimologías, alguno donde encontrar el origen de la frase, pero lo que descubrí fue una colección de limericks de Erwin Rennert, gran especialista alemán en esa estrofa, y ni corto ni perezoso me puse a traducir un par de ellos: «Una persona fue bien erudita, / que siempre echaba mano de una cita, / ya fuera de Platón, / Corín o Cicerón, / y gente igual y aún más cosmopolita. // También citaba a Sade y a Cocteau / (¡y lo hacía en francés, sí, comm’il faut!), / y hasta se jugó el cuello / citando a Paolo Coelho, / volviendo luego a Píndaro y a Poe». Lógicamente la alusión a la Tellado y la mención de PC son de mi cosecha, pero el resto es Rennert. 

 

Weiß/Colonia, 24.9.

Acudo al Banco a negociar un préstamo. Es triste verse a mi edad en estos pasos, y sin culpa de ninguna especie. Menos mal que tengo crédito. Pero también tengo que ver cómo aumentar mis ingresos, y nada menos que en estos tiempos de crisis. Mi consuelo son el Diccionario de citas, el Vicente Vega, y la correspondencia de Faulkner, una continua queja por falta de dinero.

 

Weiß/Colonia, 25.9., primeras horas del día

Vuelven a pasar la 1ª temporada de la serie del comisario Lewis, el antaño ayudante y ahora sucesor de Morse, en Oxford. Yupiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. Y a continuación Piazza delle cinque lune [en alemán El día en que mataron a Aldo Moro], una peli que no importa cuántas veces la vea, siempre la veo con nuevos ojos y los viejos sentimientos: le descubro más facetas y me reafirmo en mis convicciones sesentayocheras. Vaya mundo de mierda que es éste de hoy, comparado con el de ayer. En el de ayer, al menos, la corrupción tenía clase. La de hoy es vomitivamente cutre, hortera y carminativa.

 

Weiß/Colonia, 25.9.

Me entero por la glosa del diario, que iOS-6, el nuevo rastreador de Apple, propio, ya no más el Maps de Google, ha hecho desaparecer la ciudad sueca de Gotemburgo y un pueblo austriaco llamado Fucking (eso debe ser cosa de la censura gringa, tan pudibunda), desplazó la Puerta de Brandeburgo a una aldea cerca de Berlín, y a Berlín mismo nada menos que hasta la Antártida. El aspecto positivo podría ser que el archipiélago Senkaku, manzana de la discordia entre China y Japón, aparece doble, así es que los dos enemigos tradicionales podrían repartirse uno cada uno, y aquí paz y después gloria, como diría mi abuela Remedios, la sabia. Pero lo jodido es que ese maldito rastreador también ha hecho desaparecer la catedral de Colonia, ¡rayos y truenos! Y digo yo, puestos a desaparecer ciudades y edificios, ¿por qué no también personas, querido iOS-6, ah?, ¿por qué no haces desaparecer a Al–Assad, y a los hermanitos Castro, y al Cara ‘e palo norcoreano, ah? Dale con fe, che, iOS–6, contás con nuestro apoyyyo.

 

Weiß/Colonia, 26.9.

6:52 pm, concluyo el borrador del artículo que me encargó Carmen sobre los autores metidos a traductores. Le escribo pidiéndole que me dé plazo hasta el lunes para pulirlo y entregárselo, ya que hoy, mañana y pasado difícilmente tendré tiempo ni para abrir mi estafeta, dentro de poco llegarán Yssel y Luis, y estaremos atendiéndoles full time, como decimos los castizos.

 

Weiß/Colonia, 27.9., primeras horas del día

Lo primero que le pregunto a Yssel, apenas han llegado y nos sentamos en el living, es cómo se pronuncia su nombre, si ísel o isél, y ella me dice que justamente eso quería preguntarle a Diny porque, cuando estaba por nacer, su padre abrió un atlas y buscó un nombre para la niña que iba a llegar, y lo sacó de un mapa de Holanda, era IJssel (con la letra “ij“ que es, para el neerlandés, como la “ñ” para el castellano), pero se transformó en Yssel. Y luego nos cuenta de la hermana, Herlen, cuyo nombre fue elegido igual, y logramos reconstruir que su nombre alude a Heerlen, una ciudad chiquita en Limburgo. Desde el primer momento, Diny congenia con Yssel, y eso es el elemento dirimente en estos casos. Pero en este además se explica porque Yssel es deliciosa.

 

Después de una cena opípara (Diny echó la casa por la ventana, con ensalada y pastel de carne, amén de helado de vainilla con bayas del bosque), Yssel y Luis ven Un cuento chino, una peli que no conocían y que les divierte y encanta. Luego ella se va a dormir (Diny lo hizo ya mucho antes), y Luis y yo nos quedamos hasta casi la 1:30 platicando de miles de cosas. Cultivarla y sentirla hondo, la amistad, es un regalo que los dioses me han concedido, y para mí se encuentra en un altar. Apuro cada momento como si fuese el último, quién sabe si nos volvamos a ver.

 

Weiß/Colonia, 27.9.

Llamo a Rebeca para felicitarla en su cumple, y mientras estamos desayunando, Yssel, Luis y yo, regresa Diny de la compra y le pregunto si ya también felicitó a Rebeca. Me mira desolada: «Es la primera vez en 45 años que me olvido de su cumple». Y corre a llamarla. 

 

Después del desayuno copioso, salimos camino de Colonia, Yssel y Luis conmigo, primero para arreglar su viaje de regreso a Berlín, en la Mitfahrzentrale. Yssel quiere saber qué significa en verdad esa palabra y se lo explico: “central organizadora de viajes en automóviles particulares que admiten pasajeros a cambio de un canon que les resulta rentable al propietario del auto y a quienes viajan con él”. [Llego a casa, anoto esta entrada, y compruebo que ocupa 176 espacios, mientras que Mitfahrzentrale son sólo 15. Me deprimo, qué idioma de mierda es el nuestro].

 

Quiero que entremos en la catedral, que han admirado desde fuera, pero unas multitudinarias colas delante de cada puerta nos lo impiden; parece ser que hoy se celebra una convención internacional de boy scouts y que la buena acción del día es visitar este edificio. Pienso si les revelo que Álvaro Mutis me llama Baden Powell, para que nos dejen pasar sin tener que hacer cola, pero me digo que seguramente no saben quién es Álvaro y quizás ni quién es BP, así es que continuamos hacia el Museo Romano Germánico, para que admiren desde fuera –se puede– las dos piezas estrellas de su catálogo, el mosaico de Dionisos y la tumba de Polibio.

 

A las 12:30, el Philarmonie Lunch. Hoy actúa la orquesta titular, la del Gürzenich, y nos ofrece completo el poema sinfónico “La mer”, de Debussy, con una interpretación casi embriagadora. La consecuencia obligada es ir a comer una buena sopa de pescado en el restaurante sardo de la planta subsuelo de Karstadt. Y luego Yssel y Luis deciden quedarse paseando por el centro, pero este vejestorio se arrastra de regreso bajo el techo familiar, y a dormir una siesta reparadora; a mis años, y con esta degradación física cada vez más evidente y palmaria, caminatas como la de hoy no son suicidas nada más porque no son lo bastante consecuentes.

 

Mientras llegan Yssel y Luis abro la estafeta y me encuentro una docena de mensajes poco menos que desesperados, sencillamente porque no están recibiendo emails míos. Los contesto con uno solo, con copias ocultas, preguntándoles si esto es así ahora, que suspendo los envíos por atender a unos amigos de visita, ¿qué pasará cuando me muera?, ¿será que estoy obligado a no morir, como Ashaverus, el judío errante?  Ricardus, el emailiero constante.

 

Esperando la cena, Luis lee mi texto sobre los autores doblados de traductores, que tengo que enviar el lunes a Madrid, y me hace la observación que me estaba temiendo y no me hizo aún ni uno solo de los miembros de mi consejo asesor: el párrafo final hay que ampliarlo, no se puede quedar así, es como mostrarle al niño el tarro de miel y no darle al menos un par de cucharadas. Trabajo me queda este fin de semana.

 

Diny vuelve a cocinar de luxe, tomate con mozzarella de entrada, y abadejo con champiñones en salsa curry de plato fuerte, como postre macedonia de frutas. Luis nos pregunta qué pescado es este, «Seelachs» contesta Diny, y yo me encojo de hombros al traducirlo: «Abadejo». En cualquier caso dejamos en claro que es el único pescado que puede comerse sin remordimiento de conciencia porque es (todavía) la única especie marina no amenazada.

 

En la sobremesa un largo diálogo de Diny con Yssel y Luis sobre la vida familiar en un pueblito de la Holanda profunda. Y luego pasamos el DVD de Dinner for One, que Yssel no conoce y se muere de la risa con Miss Sophi y su mayordomo James. Y terminamos el día con una velada de chistes que debiéramos de haber prendido la grabadora y registrarlos. Pero el de Cameron, Lucas y Spielberg es inolvidable. Llegan al cielo y San Pedro no los deja entrar porque los tres son directores de cine y con ellos la norma es inflexible. Sólo que Spielberg se asoma por encima de la tapia y le dice a San Pedro: «¿Y entonces qué hace ahí dentro Stanley Kubrik?» Pedro se da vuelta pa mirar y exclama (como diciendo “¡Sacrilegio!”): «¿Quiéeeeeeen?, ¡¡¿DIOS?!!»

 

Weiß/Colonia, 28.9.

Diny se despidió anoche de Yssel y Luis porque tenía que ir hoy desde muy temprano a lo de Montse. Desayunamos los tres y ellos dos se van paseando al Rhin, que quieren conocer en su salsa, no la urbana de Colonia, sino esta, idílica, de Weiß, al sur del arco de Rodenkirchen. Y es bueno que no los acompañe porque Carlitos llega casi una hora antes de lo que convinimos por teléfono esta mañana temprano. Cuando Yssel y Luis regresan ya es hora de salir para Colonia, desde donde partirán a las 13:00 rumbo a la provincia.

 

En Colonia tenemos suerte de encontrar un estacionamiento vacío exactamente enfrente de la gasolinera donde los recogerá el auto con el que viajan a Berlín; y además al lado de la iglesia de San Pedro, jesuita, ya desafectada, convertida en espacio artístico. Y puesto que tenemos casi ½ hora por delante, la visitamos porque quiero enseñarles el altar de Chillida que hay allí, cosa que casi ni se menciona en las guías turísticas de Colonia. A las 13:14, casi cumpliendo con el cuarto de hora académico, llega el Aldi R4 matrícula CA 8689, nos identificamos, y es la hora de la despedida, entrañable, como siempre con Luis, y ahora más con Yssel. Ojalá regresen pronto, pero, como les exhorté, haciendo al revés que ahora: viniendo a Colonia y yendo de excursión un par de días a la provincia. Después, Carlitos propone, ya que estamos tan cerca, almorzar la rica sopa de pescado del sardo, y aunque ya estuve ayer comiéndola allí, no me importa repetir.

 

La casa como vacía, sin Yssel y Luis. Pongo el DVD de “El mar”, de Debussy, en la versión de Celibidache, y los recupero un poco.

 

Weiß/Colonia, 29.9. 

Mi columna de ayer en El Espectador, de Bogotá, desencadenó un aluvión de comentarios en el foro, y no sé, parece como si ya hubiera un público lector parroquiano de ellas, que ha asumido mis reglas del juego. Yo bajo al foro y discuto con los foristas, una cosa que no hace casi nadie, y ellos lo agradecen y, como beneficio (no daño) colateral, aleja a los hijueputas que antes sólo asomaban a escupir su veneno. El nuevo tono se nota muy bien en este diálogo:

jose chamizo : Si le dieron el premio a Gabriela Mistral en 1945, se lo pueden dar a cualquiera. (Mis respetos a los chilenos si los ofendo)

Ricardo Bada : Sí, yo ya sé que la varonía latinoamericana jamás podrá sacarse la espina de que el primer Nobel de literatura en el continente se lo llevara una mujer. En cuanto a su opinión, es respetable como suya, pero sólo como suya y porque tiene usted el respaldo de la Declaración de los Derechos Humanos, que le permite decir sandeces protegido por el derecho a la libre expresión. Con mis respetos a usted, si lo ofendo.

jose chamiza : Gracias por el coscorrón.

Ricardo Bada : Gracias a usted por leerme y por aceptar el «coscorrón», que créame que no tenía intención personal, apuntaba a un colectivo. Y que tenga un feliz fin de semana. Vale.

 

***********FIN***********

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