De mi Diario: Semana 41 / 2014

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A las novelas policiales, Gottfried Benn las llamaba «gomas de borrar para el cerebro».

 

Weiß/Colonia, 5.10.

0:15 am : Pasaron el último episodio de la serie danesa “El Águila”, donde la hermana islandesa del protagonista se presenta a la periodista de Copenhague diciendo «Johanna Hallgrimmsson». Hay que ser bastante pelotudo para no saber que una islandesa jamás puede presentarse como “hijo de Hallgrim”, siempre lo hará como Hallgrimssdottir [=hija de Hallgrim]. ¿A qué black out múltiple, ¡casi multitudinario –guionista, traductor, redactor responsable, locutora del doblaje–!, puede deberse que se les escapara un detalle así?  Ay

 

Ayer escribí aquí “Domingo soleado y tranquilo”, pero ayer era sábado. Un irónico email de mi deuda estherna, después de haber leído mi diario, me quita todas las telarañas del sueño cuando acabo de levantarme, abro la estafeta y leo los emails mientras espero a que Diny me llame a la mesa para desayunar, en este domingo para nada soleado sino metido en grises, con amenaza de lluvia. Ay, qué buena manera de empezar el día. Y yo, anoche, hablando de black outs de otros. Se me ocurre como legítima defensa el siguiente tuit: «Nunca dejo de ver los defectos de lo que hacen los demás. Como contrapartida positiva, jamás me doy cuenta de los que cometo».

 

10:00 pm : Vemos por tropecienta vez Cantando bajo la lluvia. Es como una baguette recién salida del horno y, puesto que fue hecha en una buena panadería, con una pizca de azúcar en la masa, como aquellas que comprábamos con Fernando cuando, todavía soltero él, tenía un apto. en el Impasse des Gobelins, muy cerca de la Place d’Italie, en París.

 

Weiß/Colonia, 6.10.

Me escribió anoche Miros: «Hoy que aquí en Buenos Aires llueve desconsoladamente con truenos de Wagner y ráfagas de Mahler, en esta tarde–noche filosófica, me dispuse a leer –por primera– vez a Theodor W. Adorno, y en su Minima Moralia descubrí esta frutilla que comparto contigo: «Amable cortesía la de Proust, ahorrarle al lector la confusión de creerse más inteligente que el autor»». Le contesté ipso fuckto: «Adorno a la busca del tiempo perdido en leer a Proust. Lo admiraba demasiado. Creo que cometió con él otro más de los muchos errores que pueden atribuírsele, en especial el de que la poesía ya no sería más posible después de Auschwitz. Para mí que Adorno se moría por hacer frases que quedasen para la eternidad, y sí, no la marró, pero sólo fue para ponerse eternamente en ridículo». Esta mañana me desperté pensando que, amén dello, esa frase de Adorno dice más acerca de él que de Proust, algo así como «¡Mecachis, qué inteligente soy!», parafraseando el título de una comedia de Arniches.     

 

Desde su paraíso de Arboletes, José María deja un comentario al pie de la última entrega de este diario en Fronterad, a propósito del tema de los himnos nacionales: «Para contradecirte en parte, te aseguro que en nuestro medio esas palabras y frases altisonantes pasarán por los esmirriados cerebros del 92% de mis compatriotas, tal y como atraviesa el sol un ventanalPonlos a cantar, eso sí, los himnos de sus equipos de fútbol, y verás cómo demudan en bestias inmisericordes contra todo lo que no tenga su mismo color de camiseta». Se lo creo, se lo creo, ¡¡a la bim, a la bam, a la bim bom bam, el Recre, el Recre, y nadie más!! ¡Viva Huelva, coño

 

En el canal Arte un reportaje sobre los glaciares en peligro, y una frase muy en serio pero de una comicidad involuntaria: «La fusión de los glaciares no es nada más, por así decirlo, que la punta del iceberg». Y usté que lo diga, don Hermógenes: nada más por así decirlo.             

 

Weiß/Colonia, 7.10.

2:20 am : Creo poder certificar que hay un momento determinado, inevitable, a partir del cual todo ser humano, por muy engañado que haya vivido el resto de su vida, sabe por fin que la vida, y muy en especial la suya, es mierda. Yo lo supe hace mucho, cuando era demasiado tarde para suicidarme, no sólo porque soy un cobarde, sino, sobre todo, porque no podía castigar con el estigma de un padre suicida, de un abuelo suicida, ni mis hijos ni a mis nietos. Es decir, sólo a mis hijos, porque lo descubrí antes de ser abuelo. Ahora la responsabilidad es mayor: no podría suicidarme jamás pensando en el dolor de Paul, de Oskar, de Vincent; no en el de Henri, que no entendería hasta muchos años después por qué su Opa ya no está más en la casa de la Oma sino que nadie le dice dónde. O sí, si lo llevan de paseo al Rhin y le muestran la corriente.

 

Yendo esta mañana de safari por la selva Twitter cobré sabrosa pieza en @alercilo :

Le escribo a Alejandro: «Por si no lo sabías, el Ministerio de Cultura austríaco concede una pensión vitalicia a todos aquellos que puedan demostrar que han leído íntegro ese libro de Robert Musil. No dejes de llamar a la embajada y recabar la documentación pertinente».

 

Vacaciones escolares (llamadas “de la patata” porque su origen se remota a los tiempos en que toda la familia auxiliaba a la recolección del alimento básico). Eso significa que Diny –libre por dos semanas de compromisos nietiles– se nos une para almorzar en La Modicana, donde además nos espera Claudia. A quien animo para que no se vaya a perder mañana Shirley, ya que pasado se marcha a Miami, donde presentará una de sus instalaciones. Carlitos, que ha hecho una de las pocas excepciones que se permite y ha ido al cine a verla, arguye que su comentario se limita a un “Jein” [híbrido léxico alemán de “Ja”=sí, y “Nein”=no]. Le pregunto que si entendió de qué iba la peli y me dice honestamente que no. Y luego, cuando le cuento a Claudia quién es Shirley y a qué se dedica, y le sigo los pasos por la historia de los USA, le comenta que yo mismo me creo la historia que le estoy contando. Lo que demuestra que efectivamente no entendió la peli.

[Carlitos es más bueno que el pan. Cuando le pido permiso para subir esta entrada a mi blog de Fronterad –permiso que siempre recabo de las personas a las que menciono y cito literalmente, y más en este caso, porque me dolería molestar a mi mejor amigo–, me contesta que por qué no, que para una vez que va al cine puede permitirse el lujo de no entender la peli. Genio y figura].

 

Esta mañana llegó el paquete que me envió Alma Delia, con los dos ejemplares de SoHo/México donde apareció mi artículo sobre el clítoris, y los zarcillos con la cara de Cortázar. [Prefiero con mucho la palabra “zarcillos” a las palabras “pendientes, aretes”, tan prosaicas]. Diny se los puso cuando salimos a almorzar, pero ni Claudia ni Carlitos se dieron cuenta. Misterio.

 

El martes pasado se me olvidó anotar que después de La Modicana fuimos de compras a Aldi y que al pagar, en la cola paralela a la de mi caja, nos encontramos el espectáculo de una mujer de muy hermosas tetas e inexistentes caderas y culo, como si la hubieran escurrido. ¿En qué estaría pensando la Madre Naturaleza cuando la modeló? Diríase que no andaba muy inspirada ese día.

 

Weiß/Colonia, 8.10.

Lluvias calabobos y cielo haciendo juego. Día dedicado a la lectura. Para descansar de los tres gruesos volúmenes que ando leyendo en paralelo y donde ya veo las respectivas luces al final de los respectivos túneles, después del desayuno me puse a releer Mujeres de ojos grandes (¡ay qué requetelindo escribe Arcángeles, por todos los dioses de la teogonía azteca!) y a leer una policial sueca de una autora nueva y que desconocía, Tove Alsterdal, una novela que me interesa mucho porque comienza en Tarifa y su tema es el comercio con seres humanos, la esclavitud moderna.

 

A mí siempre me ha parecido normal que Esaú vendiese su progenitura por un plato de lentejas, porque tengo la sospecha de que Diny posee la receta de las que comió y son de chuparse los dedos. Pero también tengo en claro que Esaú vivía en unos tiempos donde no se conocían ni el ossobuco a la florentina ni el hígado de ternera a la veneciana, como este que ha cocinado Diny hoy, con cebolla caramelizada y rodajas de manzana frita. Hhmmmmmmmmm

 

Weiß/Colonia, 9.10.

Viene Diny acá y me pregunta si me dice algo el nombre Patrick Modiano. Le contesto que lo he leído en varios lugares, sé que es un escritor francés y creo que lo edita Anagrama. «Le han dado el Premio Nobel», me informa. Le contesto que el Nobel de Literatura se suele conceder un jueves. «Hoy es jueves», me responde, y se va. La noticia ni siquiera me sorprende, y no me refiero a la de que sea jueves (esa sí me sorprendió, voy mentalmente atrasado un día), sino a que de la Academia Sueca lo espero todo, cualquier cosa. Incluso que algún año se decante por Cees Nooteboom, que se muere de ganas de ser el primer Nobel neerlandés, como Saramago se moría de ganas por ser el primer Nobel portugués, y en solitario, sin compartirlo con el bueno de Jorge Amado, a diferencia de Böll, que hubiese querido compartir el suyo con Grass. Detalles como este son los que hacen la auténtica grandeza de un ser humano. En cuanto a Modiano, la verdad es que hasta hoy no he leído una sola línea suya. Será en otra reencarnación.

 

Weiß/Colonia, 10.10.

0:30 am : El canal rbb acaba de pasar el vídeo, 1961, de un ensayo de “El aprendiz de brujo”, de Paul Dukas, con la orquesta de la Radio de Berlín dirigida por Ferenc Fricsay. Creo que ya he contado algo al respecto en este diario, así es que posiblemente me repito; pero para mí son casi más interesantes las grabaciones de los ensayos que las de los conciertos. Sobre todo desde que trabajo con la compu y no escribiendo a mano ni con máquina de escribir, o sea, pudiendo hacer, gracias al ratón, todo lo que el director de orquesta consigue de los músicos, siempre sin perder de vista la partitura, en orden a afinar el sonido, el matiz, el ritmo. Muchas, muchísimas veces, cuando ya no sé cómo seguir con mi texto, busco el CD donde Pierre Monteux ensaya con la orquesta del Concertgebouw, de Ámsterdam (¿de dónde si no, pendejo?), el segundo tiempo de la Eroica, de Beethoven (¿de quién si no, pendejo?), y al ratico ya sé cuáles son los registros que debo pulsar para que el texto avance. A veces se trata simplemente de una sola letra que cambia un imperativo en un subjuntivo. Explíquele usté eso a un hispanista gringo.

 

Me escribe CNT, se hace eco de la no publicación por Planeta de El cura y los mandarines, de Gregorio Morán, y me dice: «En cuanto a la censura o lo que sea eso contra Morán: silencio sorprendente en ABC y en El País. Conspiración de silencio: no hablamos de ello, luego no existe. Qué editorial va a tener huevos para sacar eso, si hay amenazas casi mexicanas de llevarte a los tribunales. ¿Acabaremos en España leyendo a Morán en samidzat, aunque ahora en formato digital, y urbi et interneti, como tú dices? De todas maneras, ¿cómo dos medios tan importantes (y no son los únicos), que sacan tantas noticias culturales banales, silencian esto? ¿Tanto miedo tiene el stablishment que lo silencia? ¿Tanto miedo tienen otros a Planeta, que lo silencian? ¿Tanto miedo tiene Planeta a la Academia?»

 

Este año la feria del libro de Fráncfort tiene como centro de gravedad Finlandia, y en el diario le dedicaron un suplemento especial que también incluía la literatura. Por él me vine a enterar de la aparición del 12.° volumen de la saga de Maria Kallio, una heterodoxa comisaria de Helsinki. Me prometí que esta vez no me pasaría como con la de Jimmy Perez, que me cayó en las manos el quinto volumen y lo leí, y eso le quitó alguna gracia a la lectura de la saga cronológicamente, sobre todo por lo que sucede en la cuarta entrega, que tanta influencia tiene en la siguiente, la leída por mí en primer lugar. Así es que estuve rastreando en librerías de viejo online y conseguí un ejemplar del episodio con el que Leena Letholainen inauguró su saga. Se titula Alle singen im Chor [=Todos cantan a coro, si bien el título original parece ser que es Mi primer muerto, como se tituló al publicarse en España] y, si me gusta, me pondré en campaña para conseguir los once episodios restantes de estas que Gottfried Benn llamaba «gomas de borrar para el cerebro».

 

Por la mañana, con el desayuno, leo el diario. El resto de la información acerca de lo que pasa en el mundo lo recibo de forma oral. Diny se apalanca un par de horas todos los días delante de su compu portátil y revisa alrededor de una docena de revistas y diarios neerlandeses, alemanes y españoles. Y casi no hay un solo día en que no llegue a la puerta de este cuarto y me pregunte si ya sé que se ha muerto Fulano o si sé quién es Mengana. Y a renglón seguido me informa, como ahora, que acaba de decirme que le dieron el Nobel de la Paz a Malala, y quiere saber qué me parece, porque a ella le parece que la joven es demasiado joven y el Premio le va a caer grande. «No –le contesto–, no lo creo, y además, recibiéndolo ahora tan joven, eso le abre la posibilidad de ser la quinta persona que lo reciba dos veces». Vayan tomando nota en Oslo, señores.

 

Weiß/Colonia, 11.10.

Me acosté ± a las 2:00 am, desperté a las 6:20, fui al baño a vaciar la vejiga y ya no pude volver a dormir, me levanté a las 7:47, desayuné, abrí la estafeta, me afeité, me duché, y a las 9:15 llegó Chico para llevarnos a Beek, a plantar el árbol en cuyas raíces están las cenizas de Annie, de la hermana menor de Diny, que murió en mayo del año pasado. Lo que pasa es que para poderle cumplir su voluntad de que la enterraran en el bosque de su infancia hubo que recorrer muchas instancias burocráticas. Al final de las cuales se autorizó a abonar con sus cenizas un brote de tilo, en una maceta grande, y ese brote, ahora que llegó a la altura que ya se lo ve como un árbol hecho y derecho, es el que hoy hemos plantado en la linde del bosque, en el lugar designado por la autoridad forestal. Se trata de Montferland, el bosque mayor y más hermoso de los Países Bajos. A las 11:50 nos encontramos en ’t Peeske, la laguna como encantada que hay al entrar en el bosque. Vinieron todos los hermanos, menos Bernadet, que anda jugando al golf con Frans en Sudáfrica. Y vinimos todas las parejas de los hermanos, menos Harry, el marido de Miny, cuyas piernas no le permiten hacer una caminata como la que emprendimos en el bosque. Por supuesto estaban los cuatro hijos de Annie, con sus parejas, y las tres nietas, las mellizas Anne y Jasmijn [=Jazmín] y la recién nacida Julia. Pronunció unas palabras Annemarie, en nombre de los cuatro hermanos, y los tres varones se ocuparon de empotrar el macetón con el tilo en el hoyo que ya habían excavado previamente, y rellenar el hueco a conciencia con tierra fértil y con la excavada para hacer el hoyo, hasta dejar el tilo bien plantado. Y ahí vino lo más lindo de todo, que fue ver cómo Anna y Jasmijn ayudaban con sus palitas a echar tierra en el hueco donde reposa su abuela para siempre. Luego hicimos un poco de picnic, con café y con tortas de ciruelas y la que llaman “picadura de abeja”, que es exquisita.

 

Como eran casi las dos cuando nos despedimos del grupo, decidimos ir de compras en el mismo Beek, pero estaban de obras en el supermercado y no atendían al público. Así es que pusimos entonces rumbo a ’s Heerenberg, atravesando todo el bosque hasta su linde norte, también con la intención de almorzar allá; pero la ciudad nos repelió por lo sin vida, de manera que seguimos hasta Zeddam, al supermercado coop, que conocemos de veces anteriores. Es curioso que siempre que venimos acá, siempre, nos sentimos compelidos a comprar cosas que no las hay en Alemania y que en el caso de Diny, y de Chico, están profundamente ligadas a los sabores que conocieron en sus respectivas infancias. Aunque esto no es cierto por completo, porque yo (que vine acá por primera vez con 26 años) tampoco me voy sin mi anguila ahumada ni mi carne de res, también ahumada, sin ir más lejos, como dice el impertérrito locutor de Les Luthiers. Por último, nos regalamos un buen almuerzo en el chino de Zeddam, que es de lo mejorcito que hay en la región. La factura lo demuestra con creces, pero mi cazuela con langostinos, calamares y albóndigas de pescado, amén de legumbres (las que ni probé), realmente valió su precio.

 

Me cuenta Chico que Vincent estuvo pasando una parte de sus vacaciones de la patata con los  abuelos maternos, en el Sur de Alemania, y que lo llevaron a conocer Múnich. Y entre las cosas que vieron una de ellas fue el entrenamiento del Bayern, al cual, previsoramente, Vincent acudió con su camiseta de la selección española porque quería pedirle un autógrafo a Xabi Alonso. Y lo bueno del caso es que lo consiguió, pero tan sólo porque Alonso y Dante tuvieron que llevar la portería cerca de la tribuna donde estaban los curiosos, y Vincent no desaprovechó la ocasión. Bien por el chico de Chico. Aunque a Xabi Alonso tiene que haberle extrañado algo que le pida un autógrafo un niño alemán enfundado en una camiseta de “la roja”.

 

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