Weiß/Colonia, 4.10.
Anoche llegué tan cansando que lo único que hice fue añadir al diario la anotación acerca de la plática con el taxista, subir el post a Fronterad, servirme un whisky y quedarme dormido delante del televisor hasta las 3:30 am. Me he levantado sin restos del cansancio y después de desayunar repaso la fiesta de anoche, por la boda de Katya y Ritch. Ella es Saskia, la protagonista principal de mi cuento “El nudo Windsor”, su Deus ex machina. Ella y Babette, su hermana mayor, eran las hijas de los Nelson, nuestros vecinos del piso de arriba. Tras el suicidio del padre [1994] y la enfermedad de la madre –un cáncer irreversible–, a quien Diny cuidó hasta su muerte [1999], la relación con las dos chicas (las conocemos desde que eran niñas, desde 1975, los domingos de mañana bajaban a nuestro piso para jugar con nuestros hijos) se tornó una relación casi filial, especialmente con Diny, a quien le siguen eternamente agradecidas por haber tomado a su cargo la atención de la madre enferma, estando Babette ya casada en Suiza, y estudiando Katya en Heidelberg. En cierto modo, de Jan y Hannah, los hijos de Babette, somos algo así como sus abuelos maternos. Y eso se notó anoche, en la fiesta, de la que volví ½ groggy a causa de la música, el bombardeo con debibelios no cesó en casi toda la noche. Pero de ello no tuvieron la culpa ni los recién casados ni sus amigos, sino la sordera imperante hoy en día. Merde alors! Hasta sé de gente no sorda ni/o estúpida que cree (¡ojo al matiz!) que el ruido es música.
Almorzamos en La Modicana con Rebeca, por expreso deseo suyo, dentro del octavario de su cumpleaños, que no pudimos celebrar juntos el domingo pasado. Diny eligió como tarjeta de felicitación una donde rezaba: «Bleibe so wie Du bist! [=¡Sigue siendo como eres!]», a lo que añadí en castellano prácticamente lo mismo: «¡No cambies nunca, Rebecota!» Amén.
Después de leer la última entrega de este diario en Fronterad, Arcebelle me escribe desde Toronto: «La historia de la zapatería es para un cuento. Me llevó a mi infancia cuando los zapateros se metían los clavos en fila en la boca. No podía entender cómo no se los tragaban. Y el dictado de cartas de tu papá, sensacional. Haz un cuento hermoso con ese pasaje de tu vida». Le respondo: «Muchas veces he pensado hacer un cuento ambientado en la fábrica de mi padre, pero son tantos los cuentos escritos en ella, por la noche, cuando dormían la maquinaria y los obreros, y yo me iba allá después de cenar y me encerraba a escribir con la máquina de la oficina, que me parece como si la fábrica estuviese en todos ellos, de una manera invisible».
Al volver de Ámsterdam, creo, Diny trajo su lectura de viaje, una revista bastante gruesa, de la escudería de Brigitte y que se titula Wir [=Nosotros]. Hoy me dio por hojearla y en la portada descubrí dos cosas: a) que es un magacín trimestral dedicado a “la tercera mitad [sic] de nuestra vida”; y b) que este es el # 1, así es que tengo que decírselo a Carlitos, coleccionista de guantes abandonados en la calle y del # 1 de cuanta publicación pueda echar mano. En cuanto a Wir, después de repasar el índice creo que no es nada que me vaya a interesar mayormente.
11:40 pm : ¡Por fin la 4.ª temporada del comisario Beck! ¡¡Y están produciendo la 5.ª!! A este paso vamos a conocer hasta a los biznietos de Beck, y quién sabe si a los nietos de Gunnvald, que ni siquiera tiene hijos aún. Mejor dicho, sí, tiene uno, pero en secreto, el niño no lo sabe.
Weiß/Colonia, 5.10.
1:00 am : Helmut Karasek, muerto hace poco, nunca me cayó bien, lo sentí siempre como muy apodíctico, y a mí los críticos apodícticos me inspiran recelo y alergia. Pero esta noche estaban pasando en su homenaje un programa donde participó, acerca del chiste alemán (y de manera específica el chiste judío), y me encantó. Anoté el de los dos judíos que en el Rijksmuseum de Ámsterdam ven un cuadro del nacimiento de Jesús y uno de ellos le explica al otro que María y José eran tan pobres que al ir a empadronarse, como no tenían dinero para pagar una posada, se hospedaron en un establo. Y el otro judío se asombra: «¡Pero joder!, si eran tan pobres… ¿cómo se pudieron permitir el lujo de que los retratase Rembrandt?» Y el de los cinco dedos: «–Los pulgares son para pasar las páginas de la Tora. El índice para señalar: “Tú haces esto y tú lo otro y tú lo de más allá”. El medio te lo explico después. El anular, ese es para el anillo de boda, y el meñique para elevarlo al levantar la taza de café o la copa de champán. –Pero ¿y el de enmedio? –Ah el de enmedio te sirve para que en la noche de bodas lo humedezcas… y te pongas a contar la dote». Me encantó Karasek contando chistes: sabía hacerlo, y es un arte harto difícil cuando se trata de contar chistes inteligentes. Porque chistes estúpidos, esos puede contarlos cualquiera, tanto que casi siempre los cuentan los imbéciles de guardia, o sea, son los que más oímos.
De repente, no sé por qué, se me ha ocurrido volver a ver la foto que incluí hace días aquí…
…y me doy cuenta de que no son astericos los del estampado, sino tréboles de tres hojas, ay.
Un par de horas más tarde, después de la siesta, me llega este email de Susanita, desde mi Güeno Saire querido que yyya no volveré a ver: «¡Ay, Manolito de mi alma! ¡Mira que eres bruto, hombre! Hacer mención del traje que tenías puesto a los 26 meses y decir «el estampado de mi traje, etc. etc.» Para eso la pobre agüela Remedios, que era una santa, se debe haber pasado horas bordando. ¿No te das cuenta que eso es un bordado a mano y que hace juego con los festones del cuello y los puñitos? Para qué se habrá pasado horas la pobre. Igual eras un niño muy pechocho». Sumo esta entrada con la anterior y entiendo claramente Rashomon.
Weiß/Colonia, 6.10.
0:10 am : Madres e hijas, segunda vez que la veo. No consigo entrar en ella pese a las buenas interpretaciones, prácticamente no hay una sola mala, y las de Annette Bening y Naomi Watts son de luxe, también la de Kerry Washington. No sé, creo que el director/guionista no puso toda la carne en el asador. Pese a todo, y gracias al reparto, no es tiempo perdido el verla.
Felicitamos a un Oscar : «Joder, Oscar, te estás [y nos estás] haciendo viejo[s]. Hace ocho años teníamos 68 y ya tenemos 76. Ve despacito y trata de cumplir sólo en los años bisiestos, una vez de cada cuatro. Besos y abrazos para ti y para tus padres, taaaaan irresponsables que te trajeron a este mundo de mierda, al parecer el único posible, al menos en esta galaxia».
Vamos a comer a La Modicana, con Arzola, que vino ya comido y tan sólo nos acompañó con una cerveza y unas aceitunas. Ya en casa estuvo instalando el aparato multiuso que me regalaron mis hijos para mi cumpleaños y del que, un poco en broma, digo que puede fotocopiar, imprimir, escanear y hacer café. Y por primera vez en mi vida soy sujeto activo de un escaneo y es de la foto de Felipe para el volumen de su correspondencia que se editará pronto en Santander. Y a continuación escaneo una de Henri donde está como para comérselo. Pasión de abuelo caníbal:
Weiß/Colonia, 7.10.
Por la mañana, después del desayuno, fuimos a visitar la exposición de Godfried Schalcken en el Museo Wallraf–Richartz. Tomé todas las notas necesarias para el artículo que debo entregar el lunes a Luis, para La Jornada Semanal. Luego, y ya que estábamos en la casa, subimos al tercer piso para volver a ver los espárragos de Manet, la colada de Liebermann, la pareja de Renoir, el puente levadizo de Van Gogh, y en el segundo piso una exposición panorámica preciosa, con paisajes del Sena, desde su manantial hasta su desembocadura, en la que están representados todos los grandes maestros de la pintura francesa. Lo que se dice una mañana bien aprovechada.
Reflexión durante la soñorrera de la siesta : Si es verdad que la religión, en general, es el opio del pueblo, el Islam debe ser, en especial, el LSD. La anoto al levantarme, y pienso en la ceguera de las editoriales, no sólo en España, que no sacan nuevas ediciones de Alamut, esa novela de Vladimir Bartol que es no sólo magistral como novela, sino escalofriante como anticipación de lo que puede llegar a ser un Estado Islámico al modo como el que está destruyendo los tesoros arqueológicos de Palmira y sembrando el terror, un terror medieval, allí donde se establece. Lo pienso más a fondo y me pregunto si es que no será ceguera de las editoriales, sino cobardía.
Llegó súper puntual el Dr. Ruppert, y como en realidad de lo único que puedo hablarle es de mis insoportables dolores de espalda, que me hacen caminar casi arrastrando los pies, me receta ocho terapias manuales, dos veces en semana, diagnosticando en la receta “lumbalgia crónica recidiva”, subproducto a su vez de un mal que arrastro desde hace años. Una vez, en los 80, de vacaciones en La Chucha, en casa de Hilde y Pepe, hubo que llamar al médico y el buen doctor me diagnosticó un mal que yo hubiera jurado imposible en mi persona: la sacralización. Como oro en paño conservo una fotocopia del certificado de baja laboral que me extendió. Cuando volví a Colonia, en la redacción todo eran bromas conmigo, hasta me llamaban San Ricardo.
Weiß/Colonia, 8.10.
Esta mañana, al echar una ojeada al diario antes de prepararme el desayuno, tuve una primera impresión de alegría, al ver una gran foto de Astrid Lindgren en la portada; verla y pensar que le habían dado el Nobel con carácter póstumo fue todo uno. Cerré los ojos y me dije que no, que hoy es jueves y recién al mediodía sabremos quién lo ganó este año. Abrí los ojos y leí el pie de la foto. Se refiere a la publicación de los diarios privados que AL llevó desde el 1.9.1939, el día en que comenzó la Segunda Guerra Mundial, hasta las Navidades del 45, pasada ya la matanza. Desayunando leí el artículo correspondiente en las páginas culturales y no más levantarme de la mesa llamé a la librería de Sürth para encargar un ejemplar.
A media mañana, y sin decir ¡agua va!, aunque ya venía tosiendo y moqueando desde ayer por la noche, hizo eclosión un resfriado a la tercera potencia, gráficamente: Resfriado³. Lo que pasa es que esa tercera potencia es el resultado de las defensas bajas de mi edad, a los 76 un resfriado te pega como una peritonitis a los 13. Y sé bien de lo que hablo, porque a los 13 tuvieron que operarme a vida o muerte en la clínica del Dr. D. Félix Sanz de Frutos, en la calle Ricos, de Huelva, con el vientre anegado en pus. Nuestro médico de cabecera (que le ha dado su nombre a una calle de mi querida Troglodia) me recetó un purgante, «Son dolores de barriga», le dijo a mi tita Amelia, pero ella no tragó el sapo y llamó a otro médico, don Juan Nicolás, un pediatra que recién había inaugurado su consulta. Vino él, y después de oírme y auscultarme me metió en su auto y salimos directos rumbo al quirófano. Don Juan Nicolás también tiene una calle con su nombre en Huelva. Nunca he mirado el plano de la ciudad con esa intención oculta, ni siquiera ahora, lo juro, pero deseo fervientemente que la calle de su nombre no se cruce ni se prolongue ni sea esquina con la quien me recetó el purgante, que me hubiese enviado fulminantemente a criar malvas (en mi caso más bien cicuta) en el cementerio. Ahora, desesperado, tosiendo casi sin parar, con la caja torácica dolorida como si hubiese sido punching–ball de Muhamad Ali en sus buenos tiempos, me voy a la cama a capear la tormenta en estado semicomatoso y posición fetal.
Svetlana Alexievich era un nombre agazapado en el email de Kathyushka que me esperaba, ya entrada la tarde, al levantarme de mi huída a la cama. Seguramente he leído ese nombre alguna vez, posiblemente cuando le concedieron el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes, y hasta es posible que también haya leído los fragmentos de su discurso de recepción que los diarios suelen incluir en la crónica de la entrega del Premio. Pero eso sería todo lo que sé de ella, y con esos mimbres no se puede tejer ningún cesto. Me enoja y me sulfura fallarle a Kathyushka, pero no hay más cera de la que arde, me encuentro en la misma situación que cuando le dieron el Nobel a Herta Müller. Luego del Nobel fue que la leí y me fascinó, como la Szymborska, o sea, que algo bueno sí tienen estos Premios, a veces nos descubren ínsulas literarias desconocidas.
Dedico el resto del día a tomar tisanas, y una decisión. No acudiré el sábado a la reunión, en Bonn, de los amigos de nuestra querida Béa, tan prematuramente ida de este mundo. Incluso aunque ya mañana viernes me sientiera mejor (lo veo difícil), no me atrevería por el temor a una recaída, que en mi caso no suele ser sino una pulmonía, a veces doble. Y además de tomar tisanas y esa decisión, dedico también el resto del día a componer un soneto para que lo lleve Diny y lo lea alguna de las amistades hispanas de Béa. Cuando creo que está lo suficientemente cocido, se lo envío por email a Carlitos con el ruego de que lo traduzca, para que también lo puedan conocer los amigos alemanes de Béa que no sepan español y que serán la mayoría.
Weiß/Colonia, 9.10.
Tisanas, jarabe para la garganta, pañuelos (de tela, nunca lograré acostumbrarme a los de papel). El flujo nasal ha remitido mucho, pero cada vez que me sueno la nariz me duelen los costados. Y me aguanto la tos cuanto puedo porque cada vez que toso penetra mi tórax en un invento de la cámara de torturas de la Inquisición y estaría dispuesto a firmar declarando que fui el asesino de Lincoln. Para matar el tiempo trabajo sobre la traducción de Carlitos y recurro a la ciencia de Dagmar, dejo un trabajo creo que bien hecho, es lo menos que se merece la memoria de Béa. Mato más tiempo cuando recibo un email de Willy con el poema de Ida Gerhardt “La muerta”, que Diny va a leer en el encuentro de mañana, y debajo su impecable traducción al alemán. La siento como un desafío y agarro el original neerlandés y lo trasvaso al castellano : «Siete veces la vuelta al mundo dar / yendo a gatas si así fuera mi suerte, / siete veces por saludar poderte, / donde me vas sonrïendo a esperar. / Siete veces la vuelta al mundo dar. // Siete veces andar sobre la mar, / con las ropas ajadas, qué me importa, / si de la muerte hacerlo te desnorta. / Siete veces andar sobre la mar, / siete veces, para contigo estar». Me doy cuenta una vez más que los de la orilla del mar tenemos una manera distinta de afrontar el idioma, a mí decir “el mar” me cuesta un vencimiento. Y no creo que a un hombre del interior se le ocurriera emplear aquí el verbo “desnortar”, tan bello, y que además remite a los ríos porque ellos son las vidas «que van a dar en la mar / que es el morir», como ese río de vida que era Béa y al que aludí en mi soneto.
Weiß/Colonia, 10.10.
Como todos los sábados, Esteban Carlos me hace llegar desde Medellín su columna Rabo de Paja, que siempre suele rematar con un Rabito. En el de hoy dice así : «El inspector Kurt Wallander quedó huérfano. Su creador, Henning Mankell, descansó en paz. ¡Larga vida a sus libros!» Casi a mi pesar le envío un email comentándoselo: «Lo malo, EC querido, es que Wallander padece alzhéimer, ni siquiera le han dicho que se ha quedado huérfano porque no sabe quién es Henning Mankell… si es que alguna vez lo supo».
Weiß/Colonia, 11.10.
Medianoche : Regresa Diny de Bonn, agotada, después de casi ocho horas entre el viaje de ida y vuelta y el encuentro in memoriam Béa. Una auténtica ceremonia de la confusión, que a Béa la debe de haber divertido mucho, Allá donde se encuentre. Tiene que haberse reído de lo lindo al ver que la lista de gente que quería decir algo la encabezaba uno de los mejores políticos que ha tenido Alemania en las últimas décadas, pero que, como orador, haría que Demóstenes, Cicerón y Castelar pidieran su baja del club, por razones inversamente compatibles con las de Groucho Marx para no querer socio de un club que lo quisiera como socio a él; y que, además, como pasa en general con los políticos, cuando actúan en privado, creen que tienen derecho a la parte del león en materia de tiempo. En suma, un despelote del carajo, pero también muchas emociones y muchas lágrimas en el resto, sólo que Diny se quedó sin poder leer el poema neerlandés y las traducciones alemana y española, y María se quedó sin leer mi soneto. Lo positivo es, desde mi punto de vista, que, según Diny me cuenta, María había leído entretanto tantas veces ese soneto que, seguramente, se lo sabe de memoria. Alabado sea el santísimo sacramento del altar.
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