
Weiß/Colonia, 18.10.
0:35 am : Acabo de ver La muerte de un viajante, filmada por Schlöndorff con Dustin Hoffman como Willy Loman, y no puedo sino recordar las palabras de Arthur Miller en sus memorias: «Willy tenía que ser bajito, pensé yo». Pero el primer Willy Loman fue un gigante, Lee J. Cobb, como actor y por la estatura, 1,83 m. Y sin embargo DH, 1,67 m, compone un Willy inolvidable. Pienso que tiene que ver con la tridimensionalidad del teatro y la bidimensionalidad del film. En el teatro, Willy es un gigante que se desmorona; en la peli es un enano que se crece. La piedra de toque es la primera versión de La muerte… para el cine, con Fredric March, otra vez un actor de elevada estatura. Y a pesar de que lo nominaron para el Oscar por esa actuación, la impresión que queda (la vi hace muchos años, pero fue la impresión que me quedó) es la de un gran actor enfrentado a un gran desafío: hacer mejor frente a la cámara lo mismo que hacía Lee J. Cobb sobre las tablas. Y ¡ni modo!, como dicen los cantinflos.
Ha habido un atentado a la candidata a la alcaldía de Colonia (hoy mismo son las elecciones), un xenófobo extremista la agredió y la apuñaló gravemente en un mercado público cerca de donde viven Chico & Angie con Vincent. Los ánimos se han caldeado tanto en este país, con el tema de los refugiados, que el ambiente empieza a recordar algo el de la República de Weimar tal y como lo describe Stefan Zweig en El mundo de ayer, un libro que pienso que es de lectura inexcusable en estos días. Comenzaré a releerlo mañana, mejor dicho, a leerlo por primera vez en el original, porque hasta ahora nada más lo leí en español, y fue antes de venir a Alemania. Pero todavía recuerdo la opresión y la angustia que sentí leyendo aquellas páginas, sobre todo cuando narra su encuentro con Rathenau, pasean juntos en el coche del ministro por las calles de Berlín, y poco después Rathenau es asesinado a sangre fría, ametrallado en ese mismo coche desde otro que lo adelantó cuando lo manejaba camino de su despacho en la Wilhelmstraße
Vienen a mediodía los Bada Scholz para que Vincent y Chico se despidan de nosotros. Vincent sale mañana para Londres, concretamente Harrow–in–the–Hill, y Chico el miércoles rumbo a Singapur (¿qué se le habrá perdido en esos andurriales?) A Vincent, que es alérgico al pescado, le gastamos bromas sobre la primera frase que debe decir a sus anfitriones, «I’m allergic to fish», y yo le entrego un sobre cerrado, con dinero, en el que he escrito «For you first Fish & Chips».
Después de la siesta, y hasta ahora, 11:30 pm, con la sola pausa de la cena, durísimo trabajo en el artículo sobre la exposición de Schalcken. Es un estrés tan fuerte que termino con la espalda como si fuese una tabla de madera que me hubiesen implantado, y el organismo la rechaza con dolor. La dureza del trabajo proviene del hecho de que no entiendo de pintura y cometí el error de ofrecerle a Luis un artículo sobre esta muestra, error que no volveré a repetir jamás. Porque al no entender de pintura, y tener que fabricar 12.000 espacios sobre un tema pictórico, mi técnica de abordaje tiene que ser una distinta a la de un crítico de Arte. Darle al lector la impresión de que sabes, aunque no sepas, pero envuelto el paquete de manera que no se note. Ay…
Weiß/Colonia, 19.10.
Alrededor de las 6 am, al hacer algún movimiento brusco para cambiar de postura en la cama, de repente siento el cimbronazo de un calambre avasallador en la pierna izquierda, grito de dolor, se despierta Diny, me da unas friegas en la pantorrilla, me calza la media de compresión, pero ya no puedo seguir durmiendo, y cuando me levanto veo las estrellas cada vez que el pie izquierdo se posa en el suelo. Es inhumano ser viejo en estas condiciones.
Inmovilizado frente a la pantalla para no tener que moverme, reviso el artículo sobre la muestra de Schalcken y escribo mi columna quincenal para El Espectador. Si suspendo el dolor con el truco de estar sentado escribiendo, el dolor muta en sueño, sueño y más sueño, tengo que luchar para mantener abiertos los ojos mientras escribo. Después de la siesta leo un email de mi deuda estherna donde dice de mi artículo sobre Schalcken que le parece una “filigrana”, la obra de un orfebre. ¿Será que uno escribe mejor sufriendo o estando atosigado por el dolor?
WTN, viejo compañero en la Deutsche Welle, lee en mi diario de la semana pasada lo que dije allí al enterarme de la muerte de Hanno Murena y me escribe que nunca le tuvo mucha simpatía: «A mi manera de ver era un tipo muy arrogante». Le contesto ipso fuckto: «Por Hanno, sin ser amigo suyo, sentí siempre mucha simpatía ya que descubrí casi desde el vamos que teníamos algo en común, y que íbamos en la muy buena compañía de monsieur Gustave Flaubert, y que debe ser eso que nombras como arrogancia: no soportábamos a los estúpidos. La diferencia de matiz estriba en que Hanno lo llevaba en los genes y yo soy autodidacta en ese terreno».
Weiß/Colonia, 20.10.
Le escribí hace un par de días a Britta proponiéndole que ella y Hans–Jürgen + Diny y yo fuésemos a almorzar juntos un domingo de estos a La Modicana. Me contesta hoy diciéndome que como se van de vacaciones por un mes a Sudáfrica, ir a lo de la Mancinone tenemos que dejarlo hasta diciembre. Lo registro como un dato interesante. El padre de Britta es desde hace muchos años el asesor fiscal de la signora, y entonces en su familia dicen “lo de la Mancinone”, el apellido de la signora. Nosotros, en cambio, decimos La Modicana. Donde hoy se nos añadió Claudia, que despachó a bodega una ensalada del tamaño del Mont Blanc, mientras Carlitos se deleitaba con sus espaguetis al modo de la casa, y yo con mejillones. Hhhmmmmmmmmm, 7,5 en la escala Mancinone. Por cierto que una vez más vuelvo a asombrarme con la asombrosa memoria de la buena Mehrnoosh [pron.: Meernúsch], la camarera persa. Claudia es la tercera vez que viene con nosotros acá, y la primera fue hace cinco o seis meses, pero apenas estábamos sentados a la mesa y aún no habíamos encargado nada, cuando ya llegó ella con la cerveza para Carlitos, el ¼ de vino tinto para mí ¡¡y el agua mineral sin gas para Claudia!! Chapeau!
Al regresar de casa de Montse me informa Diny de que Oskar ha sacado un 1 en Español, la 2.ª mejor nota, pero que él no está conforme, que tendría que haber sacado un 1+, la nota máxima; su único error fue escribir “tenner”, con dos enes. Y le doy la razón, una ene de más no es nada, qué miserable sacarle puntos a una redacción por ese simple descuido. Merde alors! Pero mejor es que se haya enfadado tanto por el traspiés, ya nunca volverá a escribir “tener” con dos enes.
Weiß/Colonia, 21.1.
El fisioterapeuta trató mi cuerpo como si se tratase de una masa de plastilina, pero salí de su consulta erguido como no lo he hecho desde hace meses. Me ha recomendado muy mucho que todos los días, pero si no al menos una vez a la semana, saque a pasear la masa muscular de mi jiúman body, porque lo que tengo al final de la columna vertebral es una tabla de fregadero más que un conjunto armonioso de músculos. Y que no tengo ninguna necesidad de acudir a un osteópata ni temerle a una operación. Ni el uno ni la otra son necesarios en mi caso, tan sólo un poco de mayor atención mía a mi propio cuerpo. La verdad es que me ha hecho mucho bien con sus manos (sus palas), pero no menos con sus palabras. Laus Deo!
Me manda N la grabación de un engendro flamenco donde se glorifica la grandeza de Huelva, y le digo que siempre he sostenido que la mayor virtud de Troglodia es la modestia de su gente. Pero que me parece que el maximalismo ya llegó también a las costas onubenses y desembarcó con marines y todo. Eso de que la provincia de Huelva abarca de Punta Umbría a Nueva York, yo creo que ni a un jerezano (¡ni siquiera a un sevillano!, y ya es decir) se le ocurriría decirlo en público, por respeto al sentimiento de vergüenza ajena en la gente que lo oyese.
Weiß/Colonia, 22.10.
La columna de Diego en El Colombiano es muy buena (su marca registrada), aunque me mueve a comentarle: «Tienes toda la razón del mundo, Diego, pero no creas que lo que describes es un fenómeno colombiano. Acuérdate de con qué pregunta desbancó François Mitterrand a Giscard d’Estaing en las elecciones presidenciales de 1981: «Señor Presidente, ¿puede usted decirme el precio de la baguette?» Y en Colonia tenemos una de las “más piores” compañías de transporte público de toda Europa, pero no hay esperanzas de mejora porque los ejecutivos del monopolio de ese servicio disponen todos y cada uno de automóviles oficiales, con cargo al presupuesto del monopolio, y no sufren en carne propia las sevicias que sufrimos los usarios. Etc.»
El comentario que me dejó el Dr. J. en mi diario de la semana pasada me ha movido a llamar a Heleno Saña, a la dirección (esto es, al teléfono) que conservo desde hace un cuarto de siglo, y él descuelga y se identifica como es habitual en Alemania, con su apellido: «Saña». Al principio no se acuerda de mí, pero cuando le cuento pelos y señales de nuestro encuentro, ahí recuerda y platicamos un buen rato, sabroso. Lo que me deja súper impresionado es la potencia y la casi que diríase juventud de su voz, a sus 85 años. Alabado sea el santísimo sacramento del altar.
Además de los parqueos providenciales, siempre libres para los carropatrullas de la polenta, otro de los tics de las series policiales, pero no sólo de ellas, es ese pañuelo que el protagonista suele sacarse del bolsillo interior izquierdo de la chaqueta para ofrecérselo a su interlocutora cuando suelta unas lágrimas. Es un pañuelo mágico, como de Las mil y una noches, y a veces hasta creo que es el mismo en todas las películas, una especie de talismán. Enternece pensar que nadie se ha limpiado nunca los mocos con él. En la peli que acabo de ver, con Travolta y la tal Scarlett Johansson, hay una escena en que él hace el gesto, sólo que son pañuelos desechables, de papel. Y bueno, como diría Dieter Schulmeister en estas circunstancias: «Cultura hay que tener».
Weiß/Colonia, 23.10.
Ayer descubrí en una cuenta Twitter un trino donde se recomendaba una serie de trujamanes míos publicados por el Centro Virtual Cervantes:
«Lo que el doblaje se llevó», por Ricardo Bada. – https://t.co/xnqd6MtMIS #ElTrujamán #TAV #doblaje #xl8 #t9n
— Judit de Diego (@JuditdeDiego) octubre 22, 2015
Le escribí a la tuitera para agradecerle, y esta mañana, al levantarme y abrir la compu lo primero que veo es su respuesta: «Gracias a ti por compartir con nosotros tanta sabiduría “traductoril”. ¡El placer es mío! Si te soy sincera, ya conocía tu blog y, si sigo siéndolo, te diré que, no sé por qué, un día del año pasado di con él y todos los sábados dedico un rato a leer tu “diario”. Me resulta muy interesante y divertida esa mezcla de referencias realidad–literatura que haces: a veces, se desdibujan los límites y queda todo muy bien ligado en una nebulosa». Si esto no es empezar el día con buen pie, que venga Dios y lo vea. En cuanto a Judit, fatigaré una vez más la frase final de Casablanca: «I think this is the beginning of a beautiful friendship».
Vuelvo a ver una peli formidable, la belgo–flamenca Hasta la vista [se titula así en el original]. Y la volveré a ver cuando la pasen de nuevo. Es una de esas pelis atípicas, al margen de lo que se llama mainstream, y la mejor demostración de que en el Amazonas (el mainstream) del cine, los pequeños afluentes son a veces más dignos de visitar que la gran corriente.
Weiß/Colonia, 24.10.
Hoy, en el diario, dos esquelas fúnebres en kölsch, ambas vecinas verticales, y en ambas campea el mismo epígrafe, una popular estrofa en kölsch, el idioma de la ciudad. Sólo que como no es un idioma regulado, cada cuál lo escribe como mejor le parece, y en este caso las familias Becker y Schauf tienen oídos muy distintos para captar la esencia del texto. Un caso para la literatura comparada en el interior de un mismo idioma. Interesantes también las dos esquelas dedicadas a Charly Pirot, apostrofado en ambas como “el Van Gogh de Colonia”. Es (Fue) un autodidacta de Nippes, el barrio de Carlitos, y algunos de sus cuadros tienen una ingenuidad expresionista que seduce al primer golpe de vista, en especial sus escenas de mercados callejeros. Pero eso de “el Van Gogh de Colonia” debe interpretarse más bien como santo y seña afectuoso, nada más.
Voy a Rodenkirchen a hacer unas compras y en el bus miro fascinado a una chica de unos 15, 16 años, sentada de frente a mí dos filas más adelante. Va embebida leyendo un libro que se titula Vampire Knight y pronto descubro el motivo de mi fascinación. La portada está detrás y la contraportada delante, y ella va leyendo de atrás para adelante, como si fuese árabe o hebreo. Al llegar a casa me apresuro a consultar a mi buena amiga Miss Hortensia Google y me informa de que Vampire Knight es un manga, un cómic japonés de fama internacional. ¡Mare mía, hay que ver lo que es la falta de ignorancia, como diría el filósofo mexicano Mario Moreno!
Toda la mañana y hasta ahora, 9:15 pm, traduciendo las citas de Grass que quiero incluir en mi artículo para Nexos acerca de su primer libro póstumo, De la finitud. Me encanta a la vez que me espanta este apunte apocalíptico que el viejo agorero de guardia tituló “Temporada de caza”: «El volátil picassiano de la paz ha mutado en pichón del tiro al plato. Catapultas los escupen cielo arriba. Una diana tras otra. Todos pueden hacerlas, aunque sólo sea con el dedo índice. Pobre del que le pille en un fuego cruzado. Los usuarios de Facebook llenan listas levantando la veda. Ningún desfile de moda en cuya pasarela no se festeje el más reciente atuendo: chalecos antibalas. En Estados Unidos son uniforme escolar, como dentro de poco entre nosotros».
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