De mi Diario / Semana 45 / 2016

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Hay amigos que se divierten leyendo mi diario. Soy como el payaso que hace reír al público, tanto más cuanto más llora. 

 

Weiß/Colonia, 30.10.

Esperé para irme a dormir a que fuesen las 3:00 am y ver cómo los dígitos de los relojes de la casa se replegaban disciplinadamente a las 2:00 am. Y antes de la 4 desperté de un sueño que se prolongó luego en una soñarrera intermitente hasta las 11:11, cuando finalmente me levanté. En ese sueño me encontraba en Buenos Aires ¡¡en la casa de Pío Baroja!! aunque me alojaba en el hotel Gambrinus frente al cual había una iglesia construida en el estilo que llaman gótico del ladrillo berlinés, y cuando Baroja recibió la visita de un militar gringo (a quien le preguntó por West Point, donde le habían invitado a dictar una conferencia) salí a la calle y me encontré las barrancas del Río de la Plata, por las que avancé camino de la casa de Álvaro Castaño Castillo ¡¡en Bogotá!! mientras Diny se iba de compras con unas amigas. Lo escribo en caliente, tal y como lo recuerdo, y no logro atar por las patas las numerosas moscas de este sueño.

 

Pasan una peli atípica de Gene Wilder, La mujer de rojo, y la vuelvo a ver con esa nostalgia extraña que provoca sentir tan vivos en la pantalla a una gente que ya habita el valle de Josafat. Lo que siempre me llama la atención es que al hablar de la secuencia inicial, cuando Charlotte [Kelly LeBrock] pasa sobre la rejilla de un respiradero del Metro y el aire le levanta la falda y ella baila sobre la rejilla haciendo que se desorbiten los ojos de Teddy [Gene Wilder], siempre, los críticos buscan la referencia inmediata en la escena callejera con Marilyn Monroe en The Seven Year Itch [La tentación vive arriba, así se tituló en España], olvidando un precedente de más antigua data y mucho mejor: el salto en paracaídas de LaVerne Shuman [Dorothy Malone] en el melodrama de Douglas Sirk The tarnished Angels [Ángeles sin brillo], una secuencia tan larga (1’) y sin falsos pudores que hasta se puede leer la marca de las bragas de la protagonista.

 

Weiß/Colonia, 31.10.

2:30 am : La serie del comisario Beck, sin Gunvald, no está nada mal, pero todo apunta a que los guionistas van a concederle muy pronto su merecido retiro al buen comisario. Y al propio Beck se le ve trabajando como si sólo tuviese prendida la llamita piloto. No pasó lo mismo con la serie de Wallander cuando se suicidó Johanna Sällström, la serie logró resarcirse de haber perdido una actriz carismática, mientras que la de Beck no creo que sobreviva a la de un personaje asimismo carismático, pero al fin y al cabo sólo personaje. Aunque esté claro que el proceso de identificación con cualquier personaje pasa por la interpretación de un determinado actor, no es lo mismo si quien muere es el actor (eventualidad reparable) o lo es el personaje. En según qué casos, la presión del público es tan fuerte que obliga al autor a resucitarlo, como hizo Conan Doyle con Sherlock Holmes, después de haberlo ahogado en las cataratas del Rhin.

 

Diny fue a buscar a Henri a la salida de la escuela y Henri le pidió que lo trajese a esta casa, que hacía mucho tiempo que no estuvo en ella. Lo hemos tenido con nosotros unas horas, hasta que vino Frank a buscarlo. Una parte del tiempo lo pasaron él y Dini en el parque de juegos infantiles, junto al cementerio, y al regreso traía Diny varias hojas de árboles con las que en el otoño le gusta decorar mesas, armarios y repisas de la casa. También trajo un par de bellotas, y comentó que qué pena que no tuviésemos algún cerdo, para llevarlo a pastar allí.

 

De repente una noticia cae como un rayo en esta casa. Un condiscípulo y amigo de Chico y de Montse, acá en Weiß, acaba de morir de un infarto fulminante a los sólo 44 años de edad. Tanto Montse como Chico están terriblemente afectados, y nosotros con ellos. La muerte de alguien tan joven siempre es un contradiós, una palabra esta que cobra sentido semántico implacable en tales casos. Implacable y progresivo a tenor de la edad, llegando al límite de lo intolerable si el que muere es un niño. Decía Eloy Vaquero que cuando se gana un amigo es que Dios hace un regalo. Digo yo que cuando un niño se muere, se puede blasfemar impunemente.

 

Weiß/Colonia, 1.11.

1:00 am : Pasaron Dos días, una noche, una de las pelis que más me gustan de los hermanos Dardenne. Vivimos paso a paso la odisea de Sandra tal y como vivimos paso a paso la tragedia de Willy Loman en La muerte de un viajante. Sin alharacas, sin exorbitancias, sencillamente siguiéndole los pasos, uno por uno, con–viviendo con ella (con él). Es ahí donde reside, a mi juicio, la esencia de eso que llamamos “un clásico”. Hamlet no es una tragedia porque en ella muera casi hasta el apuntador, sino porque todas esas muertes son ineluctables, no tienen más remedio que suceder y suceden. Hasta la ridícula y normalmente evitable de Polonio.

 

Llega puntual el tren que nos trae a Esther desde la provincia, pero se retrasa su aparición por Weiß ya que Carlitos, que salió a recogerla en la estación central, se había olvidado de traer su cámara, así es que tuvieron que ir a buscarla, sin que al final Carlitos la usara, al menos que yo me diera cuenta. Y como es de rigor, almorzamos en La Modicana, lasaña ellos, espaguetis con almejas yo. Nos despedimos luego hasta la noche, que nos veremos en la Philarmonie. Pero ya antes le he hecho leer a Esther (por la relación que guarda con su seminario de mañana en la Uni) un fragmento de una carta en francés, de Joseph Roth a su traductora francesa, el 4.6.1934, desde Marsella: «Ahora, casi a mis 40 años, comienzo a comprender que escribir sólo en una lengua es como tener un solo brazo. Teniendo dos patrias, debería poder dominar dos lenguas paternas. ¡Pero soy viejo! ¡Y la lengua de un país es más difícil de conocer que sus habitantes! Tengo cosas demasiado pesadas que decir, ya están plasmadas en alemán dentro de mi alma».

 

En la Philarmonie ½ entrada de público para el concierto de Daniel Melingo, que nos apasiona y apasiona a esa sala infortunadamente semillena, ¡infelices quienes no vinieron, no saben lo que se han perdido! Esa “Canción del linyera” (Esther me confiesa que hacía años que no oía la palabra), esa “Canción del linyera” es algo que quienes hemos vivido en Buenos Aires sentimos muy adentro, pero igual tiene proyección musical independiente, puede llegar a entusiasmar a quienes no conozcan sino de nombre mi Güeno Saire querido, ese que ya no volveré a ver. Los aplausos atruenan, se aplaude con toda la fuerza de las manos, como queriendo compensar en intensidad el vacío increíble de la mitad superior del recinto. Le digo a Esther que la próxima vez que Daniel venga a Colonia la sala estará llena a rebosar, el boca a boca será el talismán.

 

Propongo que cerremos la noche con broche de oro, cenando a base de tapas en La Modicana. No pudo ser mejor la idea. Me parece que deberíamos convertirla en costumbre cada vez que tengamos la suerte de asistir a un concierto tan bueno como este de Daniel Melingo.

 

Weiß/Colonia, 2.11.

Pasamos por el alma mater de Kölle, después de que Esther mantuvo allá su seminario, para estar con ella hasta la hora de la salida del tren que la devuelva a la provincia. Nos encontramos en la cafetería de la Uni, la acompaña Teresa Ruiz Rosas (quien me asegura que no todas las semanas tiene tiempo libre para leer mi diario, pero por nada del mundo se pierde “la frase del domingo” que encabeza el envío), y al rato llega María Victoria Torres, la anfitriona de Esther, quien dice recordarme de los años en que yo acudía a la Feria del Libro de Fráncfort, donde ella se desempeñaba en el pabellón de Santillana. Le aseguro que debe ser cierto pero que teniendo en cuenta mi pésima memoria fisionómica, nunca la hubiese reconocido. Para reforzar lo dicho le aseguro también que a mi esposa la reconozco porque la veo a diario. Luego, nos despedimos de ellas y de Carlitos, que tiene un compromiso ineludible para esta tarde.

 

Con Esther en el tranvía hasta Neumarkt y, puesto que hay tiempo de sobra hasta la salida del tren, vamos a la Biblioteca Central, donde le muestro la reconstrucción del cuarto de trabajo de Böll, que como es lógico le impresiona mucho. Llamo a la puerta del despacho de Markus, por si acaso está, y sí está, así es que se lo presento a Esther, y Markus le regala un ejemplar del catálogo con las maquetas de la novelas de Böll, que son muy parecidos a los storyboards, guiones gráficos, pero en taquigrafía, son una joya inapreciable para quienes trabajan como Esther con el idioma y los personajes, armando mundos paralelos, eso que llamamos novelas.

 

Nuevamente con el tranvía hasta la estación central, pero salimos de la parada subterránea por el extremo opuesto, porque quiero que nos despidamos de Esther en un ambiente saturado de Böll como es el Café Reichardt, exactamente enfrente de la catedral, ese café que aparece con otro nombre –Kroner– en Billar a las 9 y ½;  ese café donde el joven arquitecto Fähmel escandió el encargo de su desayuno como si en toda su vida no hubiese desayunado nunca otra cosa distinta: «Una jarra con café para tres tazas, una tostada, dos lonchas de pan negro, mantequilla, mermelada de naranja, un huevo cocido y queso con pimentón. [] 45 gr de queso con un dedal de pimentón, bien amasado todo. Y otra cosa, camarero, también desayunaré acá mañana, pasado mañana, y el día después de pasado mañana, durante tres semanas, tres meses y tres años, ¿me oye? Y siempre a la misma hora, alrededor de las 9». Es una de las páginas que más me gustan de todo Böll, lo que ya es decir. Diny pide un expreso, Esther y yo respectivos capuchinos, y yo además, un trozo de Apfelstrudel, que acá lo tienen de primerísima calidad y que, generoso como soy, comparto con Esther (Diny no quiere y hasta se asombra de que lo haya encargado, pero es que mis deudas con don Enrique, que no son pocas, las pago en especie, o mejor dicho, de una manera inversa a la de Proust).

 

Acompañamos por último a Esther a la estación, no sin haberle demostrado de manera harto más que convincente, que acá existen ascensores en todas las paradas del subte y las escaleras mecánicas de esas paradas funcionan, y no sólo funcionan sino que hasta se autoprograman en ambas direcciones, no como en la provincia en donde vive, que las escaleras mecánicas si las hay no funcionan y casi no existen los ascensores en las paradas de subte. Provincia pura. Que la bautizaran Berlín es mera megalomanía.

 

Weiß/Colonia, 3.11.

Llamada del Dr. Ruppert. Los resultados del análisis no pueden ser mejores, pero ello quiere decir que a partir de ahora, ay, debo andar como si fuera pisando huevos en lo que se refiere al alcohol. El bueno del Dr. Ruppert me autoriza dos veces en semana una copa de tinto, así como dos veces semanales un whisky a condición de que el día en que tome tinto no tome whisky. Hablando a calzón quitado, a mí esta dosificación se me antoja una soberana tontería. Pero de momento voy a seguirla hasta el próximo análisis de sangre, y después ya veremos.

 

Weiß/Colonia, 4.11.

1:00 am : Pasaron On a Clear Day [en la ficha no hay registro de que haya sido estrenada ni en España ni en América Latina], una peli que me encanta y con dos actores que venero, Brenda Blethyn y Peter Mullan. Esta historia de un trabajador en los astilleros de Glasgow, despedido de su empresa y que decide atravesar a nado del canal de La Mancha, es una empresa quijotesca tan llena de vida como las páginas mismas del libro de Cervantes. No sé cuántas veces ya la he visto, pero cada vez le saco más jugo.

 

Preparo a lo largo del día la maqueta para una posible edición en soporte libro de los más de 3.000 tuits propios que llevo escritos desde que descubrí la red Twitter. En cuanto a temas, no puede ser más amplia la panoplia, y empleo adrede una palabra con un sesgo guerrero porque a lo largo de la tarea he podido comprobar que muchos de mis tuits son auténticas declaraciones de guerra al stablishment y a la corrección política. ¿Pero a quién le podrá interesar publicar los tuits de un perfecto desconocido? No obstante, la tarea me divierte, me entretiene, me aleja de otros pensamientos. Es una terapia, ya lo sé, y porque lo sé la cumplo como si me la hubiese recetado el Dr. Ruppert. Lo más al pie de la letra que puedo.

 

Weiß/Colonia, 5.11.

Tristísimo es ver que la sección de esquelas fúnebres (un cuaderno entero de la edición finisemanal del diario) se abre hoy en la primera página, arriba a la izquierda, con el obituario de una mujer llamada Felicitas. Es casi como una llamada de atención, “¡Eh, ojo, que también la felicidad se muere!” E inesperadamente para mí, que andaba persiguiéndola desde hace años, debajo de esa esquela aparece la de alguien que nació el 10.6.1939, el mismo día que yo. ¡Y por si fuera poco lleva un epígrafe de Heine!: «und ruhig fließt der Rhein [y plácido fluye el Rhin]».    

 

Diego ha subido a su cuenta un tuit que le regalé ayer y transmite una triste realidad :

 

Con el correo me llega el # 5 de la revista Troquel, que incluye mi poema “In memoriam James Dean”. En las palabras de salutación, la directora Carmen Silva se congratula de haber podido contar para este # con la colaboración de José Manuel Caballero Bonald, premio Cervantes, a lo cual añade: «Para superar este ranking, sería necesario convocar para el próximo número a un premio Nobel, y creo que ya lo tenemos: Herta Müller, poetisa rumano–alemana Premio Nobel 2009, traducida por Ricardo Bada». En verdad en verdad os digo que tendré que pedirle una cita al Dr. Alzheimer. Por todos los santos, olvidaba por completo que alguna vez traduje un poema de Herta Müller. Es más: lo he buscado en mis archivos, durante una hora larga, al santo botón. Pero seguiré buscándolo mañana, no puedo defraudar las esperanzas de Carmen Silva.

 

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