De mi diario : Semana 46 / 2017

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Dijo usted bien, don Camus, el único problema filosófico de a deveras chingón es el suicidio.

 

Weiß/Colonia, 12.11.

Está terminando este domingo y no logro resumir en palabras a qué me he dedicado todo el día, si no es a papar moscas y mirar las musarañas como si estuviera estudiándolas metafísicamente. Hay días tan, pero tan vacíos, como este domingo, que al considerarlos en frío, según lo estoy haciendo ahora, al escribir esto, me producen angustia. No es posible, me digo, que una persona medianamente inteligente, y por si fuera poco rodeada por miles de libros y por cientos de CDs y de DVDs, deje huir el tiempo, la magnitud física (el Diccionario dixit!) más irrecuperable de todas, y lo deje huir quedándome mano sobre mano, sin hacer absolutamente nada. Mirar en blanco por la ventana, mirar la pantalla como una enemiga a la que deberé rendirme más tarde o más temprano, sentir una letargia invencible que sólo se remedia durmiendo, o muriendo. Dijo usted bien, don Camus, el único problema filosófico de a deveras chingón es el suicidio.

 

Weiß/Colonia, 13.11.

Regresa Diny de Holanda y se diría que es algo así como si el puzzle del espacio se completase. Ayer y antier faltaba algo en el ambiente, y fue esa pieza del rompecabezas, con toda certeza, la que me hizo resentir ayer de una manera tan fuerte, tan agobiante, el vacío que me rodeaba.

 

En la tarea en la que estamos metidos hasta el cuello, conseguir que la Academia Uruguaya de Letras proponga a la Real madrileña incluir “desalambrar” en el Diccionario, mantenemos correo muy seguido Clodia y yo, y ella me cuenta hoy que «cuando mis hijos tenían 2, 4 y 6 años (hace 20), para tener un poco de paz les decíamos que el programa de radio de Daniel, de los sábados a mediodía, era la misa. Que lo debían oír calladitos y después comíamos. Mil anécdotas de las misas del Padre Viglietti. Y ya ves, hará sus milagros contra la burocracia». ¿San Daniel Viglietti, cantautor y milagrero? Bueno, ya decía mi abuela Remedios, tan bella como sabia, que algo tendrá el agua, cuando la bendicen.

 

Weiß/Colonia, 14.11.

Hoy no vamos a La Modicana, cerrada por viaje de la signora hasta el martes próximo. Como esta semana le toca pagar a Carlitos le doy a elegir entre ir al Bistro Verde, en R’kirchen, o al italiano a la orilla del río, a ½ camino entre Weiß y Sürth. Fue nomás una pregunta meramente retórica porque a Carlitos lo conozco como si lo hubiese parido, y entre el Bistro Verde, que a esta hora debe estar harto concurrido y con rumor a colmena, y el italiano fluvial, que en los meses invernales es bastante poco frecuentado, Carlitos no vacila ni un instante. Desde hace tiempo pienso que su visión del Paraíso debe consistir en un restaurante italiano vacío donde él y su compañía son [en este caso: somos] los únicos comensales. ¡Loado sea Dios en las alturas!

 

Aparece en Nexos un dossier bastante completo dedicado a Claribel con motivo de que hoy va a recibir, en el palacio real de Madrid, el premio Reina Sofía de poesía iberoamericana. Quiere la fortuna que en materia de poesía sea más difícil marrar el golpe a la hora de premiar, pero en el caso de Claribel se han tomado demasiado tiempo para reconocer su obra. Y desde luego que no pierdo de vista el hecho de que el Reina Sofía se concede a poetas iberoamericanos, pero me parece excesiva cortesía que la primera poeta en obtenerlo fuese una portuguesa. Y bien saben los dioses ibéricos que soy un incondicional amante de la lengua y la literatura lusitanas, pero Pero. Y baste con el pero, que yo me entiendo, y con ello basta.

 

Desde Aventura, el barrio de Miami donde vive, Pepe Prats me acusa recibo del envío con los enlaces al dossier sobre Claribel en Nexos y me cuenta: «A Claribel la conocí en su acogedora casa de Oslo, muy cerca de la casa–museo de Grieg. Era la primavera noruega, apenas 5 bajo cero. Fui con el hispanista noruego Willy Rasmussen y alguien más. Encantadora, brillante, recuerdo su navaja verbal cuando le preguntaron si escribía para mujeres, y contestó que si Sergio Ramírez sólo escribía para hombres, que le fueran a preguntar. Ella es de la estirpe de María Dueñas, de las que enorgullecen sin feminismos ingenuos y fanáticos». Le contesto que sabía que Bud descendía de emigrantes escandinavos (él era mismamente un vikingo, diría mi abuela Remedios), pero no que hubiese vivido con Claribel en Noruega. Nunca se acuesta uno sin aprender algo nuevo, aseguran las putas con un alto sentido de la profesionalidá, le digo.

 

Weiß/Colonia, 15.11.

Antier me escribió Pepe Juan anunciándome que llegaría hoy a Colonia, para participar mañana en la Cumbre internacional del Clima, en Bonn, como presidente de la comisión parlamentaria española para el Cambio Climático. Fue una doble alegría: la de recuperar un contacto que se perdió hace años por causas aleatorias y desde luego ajenas al afecto que nos profesamos; y la de ver que su carrera política ha seguido, aupándolo a un puesto que no sé si los españoles se dan cuenta de que es uno de mayor responsabilidad que otros más encopetados. Quedamos en que me llamaría apenas llegase, porque se alojará en un hotel de Colonia (Bonn no dispone de capacidad hostelera para albergar a los 25.000 asistentes a esta conferencia mamut), y por mi parte le encarecí que pensara que la obligación es antes que la devoción; que desde luego nos íbamos a alegrar infinito si nos visitara, pero entenderíamos sin resquemor que no lo pudiese hacer. Y lo cierto es que apenas llegó a Colonia ya nos estaba llamando, era alrededor de la 1:00 pm, y menos de ½ hora después ya se bajaba del taxi, y yo viéndolo desde la terraza, donde salí a saludarlo. Diny aún no estaba porque, coincidencialmente, había ido a un desayuno de hermandad con sus amigas del grupo ecológico que formaron hace años y cuyas relaciones perviven a pesar de la disolución del grupo. Así, Pepe Juan y yo estuvimos más de una hora larga contándonos mutuamente las batallitas de estos años que hemos estado sin contactarnos; él tomando a pequeños y sabios sorbos un whisky malt de 12 años, Bowmore, y yo a palo seco por culpa del ukase de mi médico de cabecera, la madre que lo parió. Luego llegó Diny y hubo un nuevo repaso de las veces que nos hemos encontrado, incluso aquí, cuando pasaron en coche, viniendo de Francia, él y Maite con Teresa y Claudia todavía muy niñas. Ahora ha vuelto a ser padre, de una Martina que sólo cuenta tres años y medio, y se diría que la nueva paternidad ha sido para él un grande y sabio sorbo del agua de la eterna juventud, porque se le ve más joven que antes, si cabe, y no exagero. Nos deja ejemplares de su novela y sus tres últimos poemarios, y hojéandolos despues de que se ha ido encuentro un hermoso poema dedicado a esa Martina aún niña. Es un poema con Martina y con pájaros, con aquellos que yo me moriré y ellos seguirán cantando, y el poeta–padre le dice a la hija: «Frente a ellos, retén bien en tus ojos la hermosura de ahora. / Verás lágrimas que no serán de duelo ni codicia, / sino el ánimo sin tregua de tu padre para ofrecerte un reino». Pocas cosas en el mundo son más maravillosas y regocijantes que reencontrar un amigo que se nos había perdido en el ilógico trajín de la vida. Cuando nos despedimos al pie del taxi que vino a buscarlo, me abraza fuerte y me dice: «Acuérdate de que el cartero siempre llama dos veces». Cierto, esta ha sido la segunda vez que nos visita. Queda emplazado para una tercera, con María José y Martina. Que los dioses nos sean propicios. 

 

Weiß/Colonia, 16.11.

​Ayer, casi simultáneo con la llegada de Pepe Juan, el cartero del correo quelonio subió hasta mi puerta para entregarme el paquete voluminoso y pesado que contenía Mi jaula es una celda, la correspondencia de Felipe, y ahora le escribo a Tono felicitándole y felicitando a Ediciones La Bahía por una obra tan contundente y tan bien resuelta y hecha. Para recuperar un trecho tan rico de mi vida, 1969–1983, el libro lo iré leyendo a pequeñas diócesis, como decía el redicho camarero de La del manojo de rosas, a quien por serlo le llamaban «el Espasa». Pero de estas primeras hojeadas y ojeadas ya puedo señalar dos puntos: a) un falso pie de foto («Felipe Boso en una de sus visitas a España en los años setenta»), porque es una foto hecha acá, en Colonia, en nuestra casa, como lo demuestra el crucifijo–candelabro de hierro forjado que Diny y yo compramos in illo tempore en el Waterlooplein, en el rastro de Ámsterdam, y que tanto le gustaba a Felipe; peccata minuta el error de atribución porque los únicos que podemos darnos cuenta de él somos Diny y yo. Y b) cuando supe que Antje había entregado la correspondencia de Felipe a Ediciones La Bahía partí de la base de que fue una entrega in toto, pero ahora me doy cuenta de que no incluyó el intercambio de cartas que Felipe mantuvo con José Ortega Spottorno cuando le ofreció a la Revista de Occidente su espléndida y congenial traducción del poema de Paul Celan «Engführung». JOS se la rechazó con una carta extensa en la cual alistaba los motivos para invalidar la traducción, lista con toda seguridad redactada por un «experto» en alemán y en Paul Celan. A esa carta de JOS Felipe reaccionó con una furia fría y concentrada, rebatiendo uno por uno los puntos de la tal lista, y poniendo en ridículo a quien la hubiese confeccionado. Como es fácil de imaginar, JOS jamás le respondió. Y después de repasar los dos índices de corresponsales que figuran en Mi jaula es una celda, y no encontrar esas cartas, llego a la conclusión de que Felipe no las archivó junto con el resto de su correspondencia, sino en un fólder aparte, donde seguramente almacenaba todo lo referente a Paul Celan. Encontrar y publicar ese fólder sería de importancia capital para la recepción de Celan en nuestro idioma.

 

Algo que me gusta mucho del libro con la correspondencia de Felipe es el título, y me gusta de manera especial por tratarse de la cita de un poema suyo, cuyo original autógrafo cuelga en la pared del pasillo de esta casa, visible para mí cada vez que alzo la mirada hacia la izquierda. Lo incluyó –aunque traducido al alemán– en Ein Schiff aus Wasser, se titula “Pounds Equation” y es eso que los franceses llaman “une trouvaille”, un hallazgo, uno de los poemas predilectos de Diny. Lo leo desde acá para transcribirlo, aunque me lo sé de memoria (no en vano me está dedicado): «Una jaula es / cuando se tiene todo el mundo fuera. // Una celda es / cuando se tiene todo el mundo dentro. // Mi jaula es una celda». Bello título para su epistolario, a fe mía.

 

Recibo sorpresivo email del homo paymoguensis, desde La Antilla: «He estado unos días en Sevilla (y estoy de vuelta en La Antilla, que ahora es cuando me encanta, cuando no quedan «veraneantes») y localicé por fin, en un quiosco de la calle Sierpes, el número de LEER con la correspondiente «entrevista» de Víctor a Juan Rulfo, en la que se nos menciona a nosotros dos». Le respondo ipso fuckto: «Hola, José María, y qué bueno saber de sumercé querida, como decimos en Boyacá. Y te confesaré que me hace mucha gracia eso de que sigues mi envíos en internet, pero no puedes asegurarme que los leas todos porque (te cito) «¡Escribes tanto!» Joder, José María, todo lo que escribo y publico en un año, sumado, no alcanza el tamaño de una novela tuya. Sería bueno y conveniente (como dicen en La verbena de la Paloma) que repasaras un poco, o las pusieras al día, tus nociones de la teoría de la relatividá. Y en cuanto a lo de que has dado tu obra por concluida, bueno, si el día a día de La Antilla no te aburre, haces muy bien en descansar de la pelea con la pantalla en blanco. Feliz tú que te lo puedes permitir. Yo, como mercenario que soy, no me lo puedo permitir. Envidia koshina la que me das, pibe. Cariños a Leo, y de Diny, y para ti un fuerte abrazo desde el duro banco de la galera».

 

Al azar de la búsqueda de un enlace para un hipervínculo me encuentro la noticia de que Sergio Ramírez es el nuevo Premio Cervantes. Se lo merece, sin duda alguna. Lo que me pregunto es con cuánta caridad cristiana habrá encajado la noticia Ernesto Cardenal. Y me echo a reír pensando en el viejo echando rayos y centellas y quejándose lastimeramente de la injusticia humana. Nunca me cayó bien el sedicente apóstol de Solentiname. Y de su poesía salvo la oración por Marilyn Monroe, que realmente le quedó bien, no me duelen prendas.

 

Weiß/Colonia, 17.11.

Encontré en la revista LEER la reseña de las memorias del tal Cebrián, que nunca ha sido santo, ni de mi devoción. Ahora leo lo que escribe Sebastiaan Faber al respecto en Fronterad, y ello me reafirma una vez más en mi juicio acerca del personaje. Jamás olvidaré la presentación de un libro de Susan Sontag en la Casa de América, en Madrid, con el tal Cebrián oficiando como interlocutor de la Sontag, y al preguntarle ella que cuándo habían logrado las mujeres españolas la equiparación jurídica con los hombres, el enterado le contestó que fue con la Constitución de 1978, a lo que saltamos varios desde el fondo de la sala “¡No, fue con la Repùblica, en 1931!”, pero nuestra corrección se perdió en el vacío, ¿en la indiferencia?, del resto del público. Desde entonces tengo una muy decidida opinión acerca del tal Cebrián. Y del público español.

 

Aparece en Nexos mi texto sobre Rodin, incluyendo las hermosas palabras que Käthe Kollwitz le dedicó en su diario. Me hace muy feliz contribuir a dossiers como este con aportes que se salen de lo común, que descubren alguna terra incógnita. Aunque a veces me intriga pensar qué impulso me llevó a releer el diario de KK en vísperas del centenario de la muerte de Rodin. De no haberlo hecho, ese texto seguiría inédito para los lectores en nuestra lengua.

 

Una de las cosas que van a sorprender, o no, a quienes conocían bien a Felipe es que no existe prácticamente ninguna correspondencia entre él y yo. Y es claro, ambos suplíamos al correo quelonio con llamadas telefónicas diarias, en el horario nocturno de tarifa reducida, que nos permitía platicar a veces durante un par de horas. Eso además de que casi no había una semana en que no nos encontrásemos, porque para él era un desahogo agarrar el coche, meterse en la autopista y devorar los 36 km entre su casa y mi redacción, y con el pretexto de entregarme en mano sus traducciones o manuscritos, venìa y charlábamos en la cantina de la emisora, con un café de por medio, a veces acompañados por César, que le admiraba y a quien le impresionaba la personalidad de Felipe, hasta el punto de dedicarle uno de sus programas culturales. Y así, claro, casi no existen cartas entre nosotros. En este volumen de su correspondencia tan sólo se registra una que me escribió a Huelva, estando yo allá de vacaciones. Y de mi parte seguro que le deben haber llegado todas las postales que le envié desde cada lugar donde me llevaban mi oficio de redactor y mi culo inquieto, pero postales no he detectado hasta ahora ninguna en este volumen. Con buen criterio al menos en lo que se refiere a las mías, que eran puros saludos. 

 

Weiß/Colonia, 18.11.

Doble visita en casa. Temprano en la mañana, yo dormido todavía, arribó a estas costas Henri, que se quedará hasta mañana. Al mediodía, poco después de terminar mi desayuno y la lectura del diario, llega Rebeca, a echarle una mano a Diny en el forrado del colchón para la nueva cama de Chico. Cuando me levanto de la siesta y después de los 15’ canónicos montando a mi Kate, me encuentro que también Chico se ha dejado caer por estos rumbos. Cenamos juntos, es una cena a todas luces improvisada por Diny, que no parece haber contado con esta afluencia de personal. Y cuando Rebeca y Chico se van nos quedamos con Henri, engolfado en la portátil de Diny. A mí, nada más verlo embebido en esa pantalla, o bien oírlo desde mi cuarto, cómo es que de repente grita “¡Oma!” llamando a la abuela, me ensancha el pecho. Aunque luego, si le pregunto a Diny que qué era lo que quería, y Diny me dice que le llevase un vaso de agua, me digo que no está bien que criemos a un señorito andaluz. Joder, ya tiene siete años (y en enero van a ser ocho) y sabe de sobra donde están el agua y los vasos. ¡Pero es tan cómodo pedir que te la sirvan, sobre todo si además te la sirven! Ay 

 

***************THE END***************