
Weiß/Colonia, 10.12.
Habrá empezado a nevar durante la noche, estaba todo blanco cuando me levanté al mediodía, y siguió nevando casi hasta las 2 pm. Y de dos lugares tan apartados como Huelva y Vigo me llegan quejas por la sequía que continúa y adquiere caracteres definitivamente preocupantes. Helena, desde Vigo, me dice que el agua sale ya marrón de las cañerías y que no les quedan reservas de agua potable más que hasta enero, mientras que the fake president, «impasible el ademán» (¡qué rebién le cae la retórica falangista!), insiste en ignorar el cambio climático. ¡Qué peligroso imbécil han ido a elegir los gringos para unos tiempos como estos!
Me escribe Pepe, desde Puta Umbría, para decirme: «He leído tu diario, como hago todos los domingos, religiosamente, y he visto que sitúas el nacimiento de JRJ en el 24/12/1981; no quiero contradecirte porque tú eres mucho más sabio que yo, “más moreno y más gitano…”, pero tengo entendido que lo parieron un 23 de diciembre». Le contesto: «Caro Giuseppe, al parecer sí, lo nacieron un 23 de diciembre, pero él se hizo nacer al día siguiente, y quién soy yo para contradecirle. Me quedo con el «Niño–Dios» que quiso ser. Y agur desde una Colonia blanca, blanca, con una decoración navideña prematura y que mañana habrá desaparecido: ¿ves?, otra cosa sucedida a destiempo».
Weiß/Colonia, 11.12.
Me da bastante alegría haber solucionado en menos de 10’ el problema de ajedrez de Fronterad, un mate en 2 jugadas. La clave es el caballo: llevándolo a la casilla e5, las negras sólo tienen tres posibilidades de mover, y cualquiera de las tres deja inerme a su rey para la siguiente movida de las blancas. Se la mando por email a Fernando, que es maestro internacional en ejercicio, y me confirma la solución. Hay, pues, una neurona que me sigue funcionando.
En el bus me encuentro con Uwe y es la misma coincidencia de siempre, él está yendo a la consulta de su oftalmólogo y yo a la de otro médico, en este caso la dermatóloga. Ya casi ni lo mencionamos, de pura costumbre. Él sigue viaje cuando me bajo en la parada de la plaza de Rodenkirchen, para aprovechar los 15’ hasta la cita médica e ir al Banco a sacar dinero, se me echan encima varios cumpleaños familiares y las compras del Día Internacional del Regalo. Sólo que apenas abro la puerta del Banco vuelvo grupas al ver la cola ante la ventanilla de Caja. ¡Se diría que todo el mundo en Rodenkirchen ha pensado lo mismo que yo! Sigo camino al consultorio, y pocos minutos después ya está la dermatóloga colocándome un nuevo apósito previa quemadura anunciada con un abrasivo che te la voglio dire. Tendré que someterme a la tortura dos veces al día, en casa, hasta que el abrasivo termine comiéndose la verruga, y cada dos semanas deberé volver al consultorio para que la joven dermatóloga controle los progresos. A mi pregunta de por qué no existe un método de rayos laser para acabar con las verrugas me responde con una sonrisa un tanto desamparada. Soy de lo que no hay.
Manu me deja un comentario al pie de mi diario en Fronterad: «Hay que ver la incertidumbre que puede crear una berruga. Enhorabuena por el diagnóstico». Le contesto al pie de su línea: «Las cancerígenas, querida Manu, son las berrugas (o verrugas, no sé) del corazón. Y las del alma. No las de los pies. Pero gracias por tu mensaje. Vale».
Weiß/Colonia, 12.12.
1:10 am : Acabo de volver a ver El honor perdido de Katharina Blum, es una obra maestra, lo era desde su estreno, pero entonces la vimos casi como un documental porque estábamos muy cerca de lo que pasó con Böll y su familia. Ahora ya se la puede ver como una obra de arte, y lo es en grado sumo. Por otra parte, para mí, ¡tantos recuerdos asociados! Por ejemplo cuando al comenzar la acción se trata del cruce del Rhin en transbordador, uno idéntico al de Bad Kripp, con el cual crucé tantas veces el río en mi primer año en Alemania, para ir a tomar una copas en Linz, en la otra orilla. O las escenas del carnaval en Colonia, esa atmósfera mórbida de las fiestas en ambientes cerrados, el olor a cerveza y a hormonas desatadas. O el contraste de la silueta de la catedral con el edificio de la Luxemburger Strasse donde vive Katharina. Ahora, desde nuestra perspectiva limpia de escorias relacionadas con la actualidad de entonces, esta peli posee el ímpetu violento e inexorable de una tragedia griega. Hasta Mario Adorf, en el papel posiblemente más antipático de su carrera, es menos Creonte que hace 42 años, cuando fuimos al estreno y salimos del cine con una rabia sorda contra el personaje. Y qué belleza la actuación de Angela Winkler, tal vez la mejor de su carrera. Yo no puedo pensar en Katharina Blum con otro rostro que el suyo. Y ahora, a dormir el sueño de los justos.
Julio ya sentó sus reales en Viena, y al respecto me cuenta lo siguiente: «Vivo en Döblinger Hauptstraße 14, CP 1190. Cuando se lo comenté a la presidente de la Sociedad de Estudios sobre Música de Alemania me dijo que había leído una novela policíaca sobre mi calle. Por supuesto la busqué y resultó que la historia acontece justo en el 14 de la Döblinger Hauptstraße. Evidentemente la autora no vivió aquí pues las descripciones que hace del inmueble son por demás generales, pero me pareció casi chestertoniano leer una novela sobre un crimen en mi edificio. La novela de Barbara Jukl se titula Ein (fast) ehrenwertes Haus [Una casa (casi) honorable] en alusión a una canción de Udo Jürgens. Siendo yo un especialista en el Schlager alemán, la coincidencia es aún mayor. ¿No te parece?» Le respondo: «Eso del lugar en que vives no puedo dejar de mencionarlo en mi diario, querido Julio. Es más, revelaré que el verdadero criminal fuiste tú. Y que respondiendo a un atavismo proverbial en la criminalística (“el delincuente siempre vuelve al lugar del crimen”), no descansaste hasta conseguir un puesto de trabajo en Viena y a pocas cuadras de dicho lugar. Ojo : No descarto la posibilidad de que alguno de mis lectores austríacos informe de estos hechos a la brigada criminal de la policía de Viena, así es que ve preparando una buena coartada, te va a hacer falta, hermano».
Al llegar a La Modicana encontramos un aviso en la puerta: «Por motivos familiares cerramos desde el 8 hasta el 12». Nos imaginamos que habrá sido por la muerte de la madre de la signora, que ya se venía anunciando en los últimos tiempos. Vamos a comer al italiano a la orilla del río, donde entretanto se nos saluda como parroquianos si no habituales sí conocidos.
Pepe Juan, los dioses tartésicos lo bendigan, encuentra tiempo para leerme y me comenta hoy lo que escribí en mi blog de EE acerca de Lizandro, extendiéndose luego en consideraciones acerca de Hamsun, recuperado para los lectores de nuestra lengua por ese milagro editorial que se llama Acantilado. Me apresuro a responderle, porque son dos temas que me interesan mucho: «En cuanto a Lizandro, te sugiero que busques lo mejor suyo, que para mi gusto es su libro de cuentos Los monos de San Telmo. Y en lo que se refiere a Hamsun, yo no he dejado de releerlo nunca. Y con mucha más razón desde que en 1979 me metí entre pecho y espalda las más de 600 páginas del libro El proceso a Hamsun, del periodista noruego Thorkild Hansen, que había aparecido el año anterior en Noruega y se tradujo de inmediato al alemán. Gracias a una labor exhaustiva en los archivos históricos, Hansen desmonta la «leyenda negra» del nazismo de Hamsun; quien sí fue nazi y murió en su fe, por así decirlo, era su esposa. Hamsun lo que hizo fue tratar de aprovechar esa circunstancia para interceder ante Hitler (con quien se reunió personalmente) en favor de su patria ocupada por la Wehrmacht. Y lo que pasa es que en el fervor de la liberación, los noruegos no se pararon a separar la paja del trigo, y a Hamsun le cayó una excomunión que duró hasta su muerte. Gran parte tuvo en ello su colega en el premio Nobel, la novelista Sigrid Undset, cuyo hijo fue una de las víctimas de la Resistencia noruega. Undset hizo casi culpa personal de Hamsun la muerte de su hijo, y era católica conversa, rara avis entre los escandinavos, así que le iba mucho el rol de Torquemada. En fin, te cuento todo esto sólo para que te acerques a Hamsun de nuevo y sin esos estereotipos de que me hablas».
Weiß/Colonia, 13.12.
Mi Oskar tan querido cumple hoy 18 años, se convierte en adulto, en mayor de edad. Siempre ha sido ésa (“mayor de edad”) una constelación de sentidos que me parece desembocar en un sinsentido. ¿Mayor que quién? Hacia abajo se da la posibilidad, pero ¿hacia arriba…?
Ayer, con Carlitos, estuve platicando acerca de la “magua”. Es una preciosa palabra que en el castellano de España sólo se conoce en las Canarias. Lo que me parece curioso es que nuestra Real Academia se embandere tanto con América Latina en materia de léxico, y en cambio a las Canarias las ignora olímpicamente, sólo la recoge en su Diccionario de Americanismos para una acepción obsoleta del dinero, en Cuba, y como nombre de una abeja y la miel que produce, en Honduras. En cambio, se la puede encontrar en la página web de la Academia Canaria de la Lengua, aunque sin referencia etimológica, que yo sospecho préstamo del portugués “mágoa”, del latín “macula”, disponiendo incluso de un verbo propio, “magoar”, del latín “maculare”. Pienso que es una palabra que ni hecha de encargo para traducir a Chico Buarque de Holanda: «Deixe en paz meu coração / que ele é um pote até aquí de mágoa / e qualquer desatenção / pode ser a gota d’agua [Deja en paz mi corazón, / un vaso es lleno de magua, / y cualquier desatención / puede ser la gota de agua]».
Mi artículo sobre Böll, para Nexos, lo escribo de un envión. Se conoce que andaba cociendo a fuego lento y que al abrir la espita de la olla a presión salió alegre de la prisión en que estaba. El momento clave fue cuando descubrí que había la posibilidad de completar mi abecedario de su vida y su obra con una X, la de Francisco de Xerez, cronista de Indias a quien Böll leyó en una recopilación de relaciones de la conquista del Perú. Este texto es uno de los míos de los que estoy 100% convencido de que dice lo que quise decir, y eso no es poco para mí, como criterio.
Comienzo la lectura de la selección de ensayos de Chesterton hecha por W.H. Auden, que he de reseñar para Revista de Libros. La inteligencia de don Gilberto me anonada. ¿Qué poder decir de él que no lo hayan dicho ya otros, y mucho mejor de lo que nunca pudiera yo decirlo?
Weiß/Colonia, 14.12.
De un tiempo a esta parte, la palabra que más me atosiga (creo que este sería el verbo exacto) es la palabra “atrofia”. Lógico y natural en alguien que pasa de la cama a la mesa del desayuno y de allí a encastillarme ante la pantalla antes de ir a dormir la siesta, de donde vuelvo otra vez al encastillamiento, y de aquí a la mesa de la cena, y de allí al encastillamiento, y de aquí a apoltronarme frente al televisor, de donde pasadas las 2 pm me devuelvo a la cama. Toda la gimnasia que practico son 15’ en la bici estática (¡mi dura Kate!) después de la siesta + el aporreo del teclado todo el santo día. El resultado natural no puede ser otro, a la larga, que la atrofia. Mi preocupación lexicográfica es una especie de vacuna mental de cara al futuro.
Weiß/Colonia, 15.12.
Vino Henri a estar con nosotros hasta el domingo… aunque luego asoma su oreja el tío Paco con la rebaja y resulta que se quedará sólo hasta mañana sábado: no importa, a Henri regalado no se le mira el diente, qué carajo.
Me escribe Escarlata desde Macron–landia (así la llama) para agradecerme la felicitación a su Anaïs al cumplir 10 años, y añade una posdata: «Ya te contaré una anécdota de mi penúltima visita a Ginebra». Le contesto: «La anécdota seguro que será que te encontraste con Borges a la orilla del lago. No se deja ver siempre, porque le encanta estar muerto, así se libra de los periodistas y los viajes, pero si hace buen tiempo de vez en cuando sale a darse un garbeo».
Luis me comenta desde Berlín mi artículo sobre Aldous Huxley en La Jornada, diciéndome al final: «No sé pero me parece que hay que revisar la frase: «A la edad de setenta y siete años»». Como soy tan bruto que no me doy cuenta de lo que me quiere decir, le pido que me lo explique. Y él, con paciencia benedictina y caridad franciscana, me lo explica además disculpándose, lo que habla de su buen corazón: «Creo que me metí en un lío con esa frase de «A la edad de setenta y siete años», menos mal que tú eres indulgente o por lo menos lo has sido conmigo. Sucede que me pareció que tú le atribuías setenta y siete años a Aldous Huxley y como él no llegó a cumplirlos yo me apresuré a hacer cuentas». Enrojezco de vergüenza al constatar que tuve un lapsus teclae de la gran puta y escribí 77 en vez de 67, así es que le contesto a Luis ipso fuckto: «Pues qué caray, don Luis, bien visto ese traspié cronológico, don Aldous contaba 67 (y no 77) cuando le incendiaron la casa. Ni modo. Esta metida de pata que no puede ser sino un teclazo mal dado y peor leído y releído, no debe quedar sin expiación ni penitencia. Gracias milyuna, lectores como sumercé son los que necesita un asno como yo. No es por casualidad que use mucho el verbo «desasnar» en relación conmigo». Y hasta siento ganas de rebuznar.
Weiß/Colonia, 16.12.
Cuando me levanto, podría ir a ciegas hasta la cocina husmeando el olor de las dos tortillas españolas que Diny ha hecho (grandes y bien hermosas) por encargo de Montse, para la fiesta familiar mañana, con motivo del cumple de Oskar y en la casa de ellos. ¡Qué bueno tener semejante cocinera de guardia! Y en fin, mañana va a ser una especie de ensayo general del encuentro la noche del 24, ojalá las tortillas ejerzan una influencia bienhechora en los ánimos. Oremus.
Gracias a una observación de Carlitos, creo que ya tengo la primera frase para el artículo que Juan Carlos Piedrahita me pidió hasta el día 22, sobre Beethoven. Podría ser esta: «Si hubiera sido de ascendencia franco–normanda, probablemente lo conoceríamos por el nombre Louis de Bethencourt. Pero puesto que sus ancestros fueron belga–flamencos, ha pasado a la posteridad como Ludwig van Beethoven. Y a partir de Clockwork Orange simplemente como Ludwig van». Pienso que le va a gustar mucho a Juan Carlos, cuyo segundo apellido es Betancourt.
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