...Y aquel día inolvidable cuando se congeló el Mar del Norte y estuvimos caminando sobre sus olas detenidas.
De mi Diario / Semana 8 / 2015
Weiß/Colonia, 15.2.
Henri ha estado tosiendo mucho durante la noche, con el resultado de que Diny casi no durmió. Ahora, en cambio, no tose para nada y está de lo más pancho viendo el canal infantil Kika. Y su abuela con unas ojeras de las que se puede extraer carbón de leña.
Evidentemente el cuerpo me pedía descanso después de tanta noche de no dormir bien, almorcé un pancito prehorneado, pasado por la tostadora, una ½ con chorizo, la otra con salami húngaro, picantito, tan rico, y me fui a dormir la siesta a las 2:30 y recién desperté casi a las 6, a tiempo todavía para mis 10’ diarios de montar a Kate antes de la cena, pero sin poderme despedir de Henri, a quien sus padres vinieron a buscar a las 5. Luego emprendí la lectura de una policial alemana, pero sólo porque está ambientada en Sylt, esa isla que amo tanto. Pero también porque como mañana es fiesta acá en Colonia (el gran desfile del corso del Carnaval en el Lunes de las Rosas), y no habrá reparto postal, es lo mejor que puedo leer entre hoy y mañana, hasta que me llegue la trilogía del Baztán. Y después, a las 8:15 pm, en el canal Arte, El paciente inglés y, a renglón seguido, un nuevo episodio del nuevo Barnaby, es decir, el bueno. Escribo estas líneas en una pausa de la lectura, para ver si había llegado algún email a mi estafeta virtual. Sólo uno donde Rolando me anuncia que se jubilará el 28 de mayo y a partir de ahí se dedicará nomás al dolce far niente y a releer mucho. Era hora, pienso, a los 86 años ya se ha ganado uno de sobra el derecho al reposo. Sea por siempre bendito y alabado el santísimo sacramento del altar.
Ayer pasé de largo por la página del diario que en el día de San Valentín alberga las esquelas amorosas, algunas tan rebosantes de miel que se le quedan a uno pegadas a las pestañas con sólo leerlas. Hoy, antes de tirar el diario a la papelera, me entra la curiosidad y la leo. Y el repertorio de terneces alcanza desde Mi tesoro hasta un pleonásmico Mi ángel Angelika pasando por Mi gorrión, Mi ángel querido, Mi dulce ratoncito, Mi hombre soñado, Mi encantadora Jennie, Mi caracolito, ay… Por cierto, hay una en español: «Luis, mi amor, amor de mi vida! Marion». Son como niños, diría Cortázar.
Weiß/Colonia, 16.2., Lunes de Carnaval
Carnaval en Colonia. Estoy deseandito que llegue el miércoles y que la ceniza sepulte toda esta tramoya. Sólo anoto al respecto que hace unos días, buscando un poema de Goethe en el índice del tomo I de sus Obras Completas, la edición de Aguilar, encontré que el buen señor también le había dedicado unos versos al Carnaval de Colonia. Me dio curiosidad y busqué el original de Goethe, porque de las traducciones de Cansinos Assens me fío tanto como de las intenciones de un toro resabiao [sic]. Y bueno, ese poema, “Der Kölner Mummenschanz”, no le añade ninguna gloria al autor de la “Elegía de Marienbad”, pero los colonieneses, como es lógico, tienen a gala que todo un Goethe haya cantado su fiesta de carnestolendas… que nunca vio. Lo que me hace gracia es que, cuando el poema se publicó, en 1825, la censura tachó la cuarta estrofa pues en ella se decía que hasta Erasmo había seguido en broma los pasos de la buena moza Moria, y que Ullrich van Hutten quebró lanzas con los oscuros varones, dos referencias inequívocas a los reaccionarios ultramontanos de la iglesia católica en Colonia. Eso lo supe cuando hoy me puse a cotejar el original de Goethe con la traducción de Cansinos Assens, quien lo explica en una nota a pie de página. En cuanto a la traducción del poema, ay, peor es meneallo.
J.M. me escribe desde los madriles después de haber leído la última entrega de mi diario, con el encarte de la foto en la que se me ve con 55 años menos sobre las espaldas: «Querido Bada: ni en los mejores tiempos en que nos encontrábamos en Fráncfort he llegado a conocer al galán con chaleco y pelazo de la foto de tu último envío. ¡Qué barbaridad y qué foto tan años cincuenta! Entrégate a la nostalgia porque tienes dónde. Y luego te quejas de tus achaques. Me tendrías que haber visto a mi, con planta de pasmado, sin Maru Hari, flaco como una lagartija; me has dejado k.o. Ahora ya no tengo donde poner la vista atrás: con achaques y sin buen material para la nostalgia, en comparación. Serás lo que seas, don quejica, pero ese “haber sido” que luces en la foto te redime. Un abrazo, José María». Me quedo medio turulato, porque entre mis amigos escritores uno de los que mejor planta tiene (de los más pintones, dirían en el Río de la Plata) es justamente J.M. Me guío en ello, además, no sólo por mi critero, sino también por el de Diny.
A las 8:15 pm en el canal Arte otra de las divertidas pelis de Preston Sturges, The Palm Beach Story [Un marido rico]. Uno tiene la impresión de que en sus comedias se habla todavía más que en los films de Jean–Luc Godard, lo que ya es decir, pero a diferencia de lo que nos pasa con la garrulería seudofilosófica del francés, que tanto invita al bostezo, la del gringo nos hace reír de buena gana. Curiosamente, “l’esprit” se fue en este caso a la otra orilla del charco.
Weiß/Colonia, 17.2.
Alejandro me manda desde Antioquia el enlace con una columna de Yohir Akerman en el diario El Colombiano, de Medellín, que le ha costado su puesto a mi colega YA, a quien no conozco de nada, pero me solidarizo por completo con él. En su columna ha terciado en la polémica que ocupa a su país, acerca de si las parejas homosexuales pueden adoptar hijos o no. YA enfrentó sin ambages la postura retrógrada de la Universidad de la Sabana (léase Opus Dei), la cual se ha permitido “recordarle” al Tribunal Constitucional, basándose en esa presunta palabra de Dios llamada la Biblia, que «las personas homosexuales y lesbianas merecen nuestro respeto como personas, pero hay que señalar que su comportamiento se aparta del común, lo que constituye de alguna manera una enfermedad». Es decir, que con ese criterio, los vigilantes nocturnos, cuyo comportamiento se aparta del común, puesto que duermen de día y trabajan de noche, tampoco serían candidatos aptos para el alma mater de la Sabana como padres adoptivos. Amén de ello pienso que quienes creen que la homosexualidad es una enfermedad son enfermos mentales, y que algunos lo son hasta tal punto que creen que la Biblia es la palabra de Dios. Gilipollas! Pero unos gilipollas peligrosos. Como todos los fundamentalistas, en todas las religiones.
Vincent en casa, porque Angie está enferma. Y llegó Vicent casi simultáneo con el cartero que me traía, enviado por Marina desde Sevilla, un ejemplar facsímil de la 1ª edición de Platero y yo, una joya que nunca sabré cómo agradecerle.
9:50 pm : Este episodio de Lewis que acaban de pasar comienza como un paseo por un paisaje que parecía que lo hubiese pintado Waterhouse.
No debe ser por casualidad, supongo, que la trama del episodio gire en torno a un libro de Lewis Carroll. Tratándose de una serie inglesa no creo nunca en ese género de casualidades, ellos nunca dan puntada sin hilo.
Weiß/Colonia, 18.2.
Me acosté a las 2:02 am, me desperté a las 4:24, fui al baño, oriné y volví a acostarme, pero ya no logré pegar un ojo, no hice sino dar vueltas y vueltas en la cama, y Diny también, aunque no de manera sincrónica conmigo. A las 8:58 decido levantarme porque no tiene ningún sentido seguir en la cama sin poder dormir ni encontrar una postura que garantice al menos el reposo.
Henri en casa porque sus padres deben acudir a un entierro, el de la suegra de Norbert, uno de los hermanos de nuestro yerno. Es una historia bien triste. La señora (una cirujana ya jubilada) vivía sola, llegó la mujer que le limpiaba el apartamento una vez a la semana, llamó a la puerta y, como nadie le abría, telefoneó a la casa de Norbert, que vive a unos 300 m, y Johannes, el hijo mayor, acudió con la llave, abrió y, al entrar en el piso, oyó correr el agua del grifo de la cocina, lo que interpretó como una buena señal; pero era todo lo contrario, al llegar a la cocina se encontró a su abuela tendida en el suelo y muerta. ¡Qué tremenda impresión para un chico joven, encontrarse de repente, quizá por primera vez en su vida, con la muerte, y no la de cualquiera, sino la de la abuela tan querida! Entrar al piso llamando «¡Abuela, abuela!», y que la respuesta sea un silencio que ya no se romperá nunca, un silencio tan perfectamente serio como «un golpe de ataúd en tierra».
Chocho de la vida con mi nuevo teclado español, que además he instalado yo solito, sin ayuda de naides. Ahora todo será cuestión de una semana hasta que me acostumbre a las posiciones de la z y de la y, a la tecla ñ, a las teclas para apertura de interrogación y admiración, y más que nada a la tecla para los acentos, pero, tal y como me conozco, lo superaré pronto, este nuevo rodaje.
Durante la siesta, es decir, mientras me dormía, me dio por pensar si no sería cosa de sacar de su polvoriento escondite la novela de ciencia ficción que escribí en los madriles durante mi servicio militar, en los meses que van de junio 1960 a mayo 1961, y ponerla al día (por aquellos años aún no existían ni las redes sociales ni internet) y publicarla como las novelas por entregas del siglo XIX, en un blog ex profeso. Pero tendría que releerla antes, claro está, y soy bastante alérgico al polvo. Con ese tranquilizador pensamiento logré por fin conciliar el sueño.
La lectura de la policial alemana que transcurre en Sylt me reconectó visualmente, pero también emocionalmente, con el mapa de la isla, esa isla donde pasamos durante cinco años, desde 1978 a 1982, ambos inclusive, nuestros días de vacaciones en torno a la Navidad y el Año Nuevo. Me trajo el recuerdo de tantos lugares recorridos juntos, Diny y yo con los tres niños (Rebeca de 11 años, Chico 10, Montserrat 8, cuando las primeras vacaciones), nuestros descubrimientos de los lugares más insospechados, como por ejemplo el cementerio de los muertos anónimos, de aquellos cadáveres de náufragos arrojados por el Mar del Norte a las playas de la isla, uno de los espacios más entrañables de entre todos los que he conocido. O la excursión por la corona del dique que va de Keitum a Rantum, un recorrido algo fantasmagórico, como estar viviendo una secuencia de la filmación de El Jinete del Caballo Blanco, el apasionante relato de Theodor Storm. Y aquel día inolvidable cuando se congeló el Mar del Norte y estuvimos caminando sobre sus olas detenidas.
Weiß/Colonia, 19.2.
10:00 am : Llama Ilse, y por el tono de voz con que me saluda ya sé lo que me va a decir, que Manfred ha muerto. Murió el sábado e Ilse nos ha estado llamando desde entonces, pero parece ser que a un número equivocado, hoy por fin acertó con el bueno. La siento muy entera, casi se diría que feliz porque Manfred haya tenido una muerte tan serena, estando dormido, mientras a su lado estaba Mathias leyéndole de su libro. El entierro será el martes, y después de hablar con Ilse llamo a Chico, que tomó lecciones de guitarra con Manfred y siempre hubo entre ellos un fuerte sentimiento de simpatía mutua: Chico me dice que tratará de acudir también al entierro, sería asimismo el reencuentro con las tres baby sitters de nuestros hijos, las hijas de Manfred y de Ilse: Petra, Juliana y Gabi. No por esperada, esta muerte me golpea duro; la semana pasada estuvimos justamente charlando Diny y yo de irlo a visitar al ancianato donde andaba internado desde hace un par de años. Ya no podrá ser. Y sí, Juan Ramón, los pájaros seguirán cantando.
A las 12 me encontré con Diny en el Banco para reunirnos con nuestro asesor de inversiones. Las que hicimos en abril 2014, reciclando viejos valores y vendiendo las acciones de Diny en la Daimler Benz nos han devengado ya un 5% de ganancia. Decido apostarle 25.000 € más a esa misma carta, y al salir del Banco invité a Diny a almorzar en La Poêle d’Or, que quedaba cerca y era la hora propicia. Todo regado con buenos vinos blancos, Sauvignon y Muscadet en buen punto de frescor, Diny almorzó una ensalada de lentejas con tropezones de pato confitado, y a continuación ragú de corza con papas hervidas; y yo, como siempre, una bullabesa y la tabla de quesos pequeña: la experiencia me enseñó que acá en Alemania, si en la carta se te ofrecen dos clases de porciones, grande y pequeña, hay que decidirse siempre por esta, so pena de quedarte como el caimán que se fue para Barranquilla. Y recién cuando ya estamos de regreso en casa es cuando le doy a Diny la noticia de la muerte de Manfred, ellos dos se querían fraternalmente y no quise amargarle la comida ni tampoco arriesgarme a que se pusiera a llorar en el tranvía de vuelta acá. Todo a su debido tiempo, otra cosa que me enseñó la experiencia.
Weiß/Colonia, 20.2.
¡Qué tremenda estampa goyesca la que se desprende de una página de las memorias de la Réal, cuando recuerda a Sonja en el campamento gitano cerca de Múnich! Sonja había sobrevivido al campo de concentración de Dachau, del que fue liberada a la edad de 17 años, y un día en que paseaba por la ciudad se cruzó con uno de los miles de monstruos impunes del nazismo, una de las celadoras del campo, a la que reconoció sin duda alguna. Traduzco su relato a Grisélidis: «Sí, era una de ellas. Hizo como si no me reconociera. Pero me fui hacia ella, la miré a los ojos y le dije: “¡Vaya, qué sorpresa, encontrarla a usted aquí! Tómese una copa conmigo. Tenemos que festejar este reencuentro”. No se atrevió a rechazar mi invitación. La llevé a un café de gitanos que conocía bien. La muy puerca no sospechaba nada. En lengua gitana les expliqué a los que estaban allí, ella no entendió ni una sola palabra. En pocos segundos atrancaron las puertas y las ventanas, desde afuera no se podía ver nada. Entonces nos arrojamos sobre ella, la masacramos, la destazamos con navajas y con las uñas, le atizamos puntapiés hasta matarla. Estiró la pata allí en el suelo y nadie lo supo nunca. Esa es la venganza de los gitanos». No sabe uno qué decir ni qué pensar después de leer este relato. Pero la descripción es tan vívida que me hace recordar algunos de los grabados más tenebrosos de Goya. Se diría que fuese un “Desastre de la paz”.
Weiß/Colonia, 21.2.
En el diario la esquela fúnebre de Manfred, con un epígrafe de Wolfgang Borchert: «Por la tarde suena el canto de lejanas campanas, / sonriendo se hunde un día, de primavera lleno. / De su propia canción tímidamente asustado / enmudeció el mirlo en medio de su trino. / Y en la lluvia, que ahora comenzó, / silenciosa empezó a respirar la tierra».
Me agarré desde ayer una tos perruna, como las llamaba mi abuela Remedios, que era una sabia. La combato con pastillas Emser y con un té recomendado por la farmacéutica y al que le pongo más miel de la que hay en una declaración de amor en una novela de Corín Tellado. Veremos.
Estuve en el centro tratando de comprar un protector de plástico para el nuevo teclado, cuyo enemigo más natural es el polvo, y en Colonia el índice de polución es muy alto. Pero fueron trabajos de amor perdidos. Lo bueno fue que pude comer una ración de gambas rebozadas en el Nordsee de la Apostelnstrasse, donde ya tarde mi di cuenta de que sí tienen sopa de pescado, la bullabesa que no tienen en la filial de la zona peatonal. El lunes, pues, sopa de pescado con un buen pincho de gambas a la plancha. Y que se mueran los feos.
Una gran alegría a las 6:17 pm, después de la cena. Me llama Arno Rochol desde Lisboa y nos pasamos 42 minutos charla que te charla, recordando los viejos tiempos, las viejas amistades, me pregunta por Itziar y tengo que decirle que ella y César ya murieron, quiere saber de Leonardo, de la Porota, de Carlitos. Ya es abuelo Arno, de dos nietos varones, uno se llama Bela, «Como Bartok» le digo, yo que tengo cuatro nietos varones, todos ellos con nombres de pintores: Paul, Oskar, Vincent, Henri. Sí señor, una gran alegría, Arno es uno de los muy pocos compañeros de trabajo con los que me gustaría mantener el contacto. Que no se rompa, ahora que se reanudó.
[Como siempre que hablo con brasileños o portugueses, ellos lo hacen en portugués o portiñol –del que sostengo que más que portiñol es españugués–, y yo les contesto en español, pero, eso sí, pongo sumo cuidado en pasarles los números y los días de la semana en portugués, para que no se produzcan errores. Así lo he hecho ahora con Arno, al darle los números de teléfono de la Porota y Leonardo, y al contarle que me reúno a almorzar con Carlitos todas las terças feiras].
Antes olvidé consignar que al ir a la ciudad este mediodía me llevé para leer en el tranvía otro libro de estampas del Valle, el Macondo o Yoknapatawpha de Rolando, pero este no es suyo: El vampiro del Río Grande es de Roberto de la Torre, a quien he conocido por mediación de Rolando y me remitió sin más un ejemplar dedicado. Encontré una definición deliciosa en la estampa titulada “La pajarera”: «Vivía bajo la sombra de dos cedros en la parcela de mi abuelo Eufemio. De las ramas colgaba jaulas con pájaros de diferentes colores y diferentes cantos. –Son los mariachis de los pobres –decía orgullosa». El autor dio justo en la diana. Chapeau!
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