De mi Diario / Semana 8 / 2016

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El gallego posee un sentido tan alto de la propiedad telúrica que al río que atraviesa su país lo llama Miño [=mío].

 

Weiß/Colonia, 21.2.

Se me ocurrió este tuit, que a nadie mejor que Alfonso, que es gallego, se lo podía regalar:

 

 

Weiß/Colonia, 22.2.

0:15 am : El puente, tercera temporada, segundo episodio. No sé si es una impresión subjetiva en exceso, pero esta temporada no me parece a la altura de las dos precedentes.

 

Héctor nos manda un email hermoso como una buena página de El olvido que seremos, y lo cierra con estas palabras: «Muchas gracias por haberme dejado entrar en la intimidad de dos vidas que son una sola vida». Leo y releo este email y me digo y me redigo que un libro de memorias es algo así como nada más que una simple colección de anécdotas si no lo cose el hilo rojo de la emoción, del calor humano. Y que en ese sentido, como lo demuestra el calor humano de este email, El olvido que seremos es quizás el mejor libro de memorias que se ha escrito en castellano en mucho, muchísimo tiempo. Y a su lado uno de quien es el otro gran Héctor de la literatura latinoamericana: Adiós a los padres. Un gozoso privilegio ser amigo de los dos.

 

Todo el día despachando correspondencia acumulada durante el fin de semana, y la tarde la dedico a escribir mi columna del viernes para El Espectador.

 

Weiß/Colonia, 23.2.

Me despierto sin ningunas ganas de levantarme, con el cuerpo pesado. Debe de ser la luna llena. Como algunos limoneros que conozo (el de Hilde y Pepe en La Chucha, el del patio de la casa de Bernardo en Huelva), yo también soy lunero.

 

Mary Pepa de mi vida me rebota desde el Centro Virtual Cervantes el email de un doctorando de la Universidad de Oviedo cuya linea de investigación es el compositor Isaac Albéniz. Según parece, en uno de sus escritos usa la expresión “¡Tableau!” [sic] que ha sido incapaz de descifrar, incluso con la ayuda de un experto traductor al francés. Y añade que en todo caso, dicho señor le ha hecho llegar un texto mío en la revista El Trujamán donde figura la expresión: «En cuanto a Francia, lo cuenta Julio Camba con gracia sin igual en La rana viajera: como los franceses no reconocen la existencia de la ñ, el episodio nacional de Galdós La campaña del Maestrazgo lo tradujeron como La cloche du Maestrazgo. Tableau!» Solicita, pues, que me hagan llegar ese email para que le explique el significado de la expresión, cosa que hago con mucho gusto y fina voluntá, como decía mi abuela Remedios, y a las 11:11, que es la hora más coloniense del día: «El tableau vivant es la vívida representación de una escena en la que los actores están quietos y mudos, por ejemplo el final de Las meninas, de Buero Vallejo. Aprendí la expresión «Tableau!» siendo niño en los tebeos de mi infancia, años 40, donde el protagonista decía «Tableau!» para dar a entender que todos se quedaban de piedra («atónito, paralizado por la sorpresa», según el diccionario de la RALE) ante la situación que se presentaba. Con esto espero haber satisfecho su curiosidad al respecto». Una ½ hora después, el doctorando me escribe desde las Asturias: «Muchísimas gracias por la aclaración. ¡Tiene todo el sentido del mundo!» Y tanto que lo tiene. 

 

En La Modicana, la signora se hace lenguas acerca de Héctor, me comenta que es lo que se dice todo un señor y con mucho encanto (“Charme” es la palabra que usa), que no le exageré nada al contarle quién era y cuánto vale. ¿Esajerao yo? ¡Amos, anda!

 

Tras la cena una larga carta a UB –¡cuatro folios!–, detallándole y razonándole los 70 gazapos que encontré en sus memorias. Pero antes le expliqué también algo más fundamental y que no se puede corregir, como sí se pueden los gazapos: «A estas alturas del partido sería descubrir el Mare Nostrum decir que escribes muy bien, de lo más correcto, y que a veces tienes ocurrencias muy buenas. Pero eso es muy poco cuando uno se propone escribir, y lo escribe, un libro que subtitula Memorias, con lo cual da a entender que hace un poco el balance de su vida. Y si uno lee atentamente tu libro, y yo lo he hecho, podría llegar a creer que jamás te calentaste por nada. Hay en ti una actitud de despego que se vuelve como un boomerang contra tu lenguaje y tu enfoque de la vida. Es una actitud de estar como por encima de todas las cosas, que hace –te lo digo paladinamente– muy poco apetecible la lectura del libro. Para mí tengo la convicción de que quienes lo lean de cabo a rabo lo harán, como yo lo he hecho, por la sencilla razón de que te conocemos, pero no por el libro mismo, que al cabo de unas 50 páginas uno ya se da cuenta de que todo va a ser igual en las casi 450 restantes. Con distintos collares, pero siempre los mismos perros. Por lo demás, si no se tiene la prodigiosa memoria de un Baroja, es mejor no fiarse a ojos cerrados de la propia, y tu libro lo demuestra sin remedio en todos los capítulos que conozco de primera mano porque “estuve allí”. Contigo a mi lado. O conmigo a tu lado. Y ahora te hablo de que, como sabes, publico semanalmente mi diario en Fronterad, y es por esa escritura que puedo hablar con cierta propiedad de los traspiés de la memoria, no siendo la mía nada mala».

 

Weiß/Colonia, 24.2.

Anoche me volví a quedar roque y antes de darme cuenta eran ya casi las 4:00 am. Despierto, por consiguiente, pesado y desganado, igual que ayer. Pero hay que seguir adelante, mientras el cuerpo aguante.

 

Escribo un trujamán para el Centro Virtual Cervantes, en homenaje a Roger Willemsen, que se nos murió el 7 de este mes a los nada más que 60 años. ¡Y qué mejor homenaje que citar de un texto suyo sobre la traducción que traduje para la revista Humboldt! Era un periodista cultural con el dominio soberano de quienes siempre saben de lo que están hablando, una cualidad casi inexistente en el gremio. Especialmente inolvidables para mí son sus actuaciones al alimón con otro animal verbal de la misma especie, Dieter Hildebrandt, en su programa “Le doy mi palabra de honor. Historia universal de la mentira”. El título le hubiese gustado a Borges. Creo.

 

Me manda mi querido San Tribulete (que ya es abuelo) el enlace con la necrológica que publicó en Scherzo acerca de Umberto Eco. Le acuso recibo: «Gracias por el envío de tu estupenda columna sobre Umberto Eco. Y aquí entre nosotros te confesaré que lo único suyo que he leído es un breve texto que escribió para la edición italiana de las tiras cómicas de Mafalda, un texto que encontré durante la investigación que hice acerca del personaje de Quino y que me pareció de una superficialidad manifiesta, lo refuté frase a frase en la conferencia sobre Mafalda que di en el Centro Cervantes de Hamburgo el 15 de marzo del 2012. Cuando supe de qué trataba El nombre de la rosa ni siquiera se me antojó echarle una ojeada, y el libro que mencionas ni sabía que existiese. Ya ves, te soy franco. Pero es que no me gusta andar presumiendo de saberes y conocimientos que no tengo. Además sé que no me lo tomarás a mal, como sí me tomó a mal Álvaro Mutis que le confesara que no llegué a pasar de la pg. 50 del primer tomo de A la busca del tiempo perdido, y eso tan solo una de las cinco veces que lo intenté».

 

[Al buscar el texto de esa conferencia, que publiqué en Nexos, para implementar aquí su enlace como hipervínculo, descubro –redescubro– que falta la primera frase: «Cuando hace meses me pidieron que propusiera un tema para una charla en el Centro Cervantes de Hamburgo, dije sin pensármelo dos veces que me gustaría rendirle homenaje a Quino en su 80.° cumpleaños»].

 

Weiß/Colonia, 25.2.

Los tejados rojos cubiertos de escarcha me despiertan de golpe y porrazo, después de haberme levantado sin ningunas ganas de hacerlo pero sabiendo que no puedo quedarme todo el día en la cama. Seguramente se sigue debiendo a la perniciosa influencia de la luna llena, de ese enorme queso de cabra, subproducto de la Vía Láctea, colgado en el firmamento.

 

Leyendo la columna, buenísima, como suya, que Diego Aristizábal le dedica a Umberto Eco, hoy, en El Colombiano, de Medellín, hago memoria de un comentario de Héctor el domingo, mientras desayunábamos: «Ni un solo símbolo religioso en las paredes de vuestra casa». Le dije que, curiosamente, hay uno en el cuarto donde duerme, pero no resalta mucho. Por qué llegó allí lo conté hace años en mi artículo sobre los cementerios como aeropuertos de las almas:


  

 

«Una cabeza y un brazo de un Cristo crucificado, destazados a la altura de la clavícula, roídos por el óxido, cobijan cierto sector de mi biblioteca, como si lo amparasen. Encontré ese trozo un día al borde de una tumba de Montparnasse y lo puse respetuosamente sobre el travesaño de la cruz de la que se había desprendido. Varios meses después, al regresar al cementerio, se había vuelto a caer en el mismo lugar. Nos miramos mi mujer y yo, y sin decir palabra lo trajimos a casa. Le hemos dado posada en un hogar laico y agnóstico».

 

Oskar al teléfono, pregunta por Diny cuando está en su sesión semanal de gimnasia Feldenkrais, así se lo digo, y me contesta que la llamará más tarde. Al regresar Diny le notifico la novedad y es ella quien llama a Oskar. Quien trata de saber si ya tenemos un número cuantioso de botellas reciclables para devolver, porque entonces viene y se las lleva al supermercado y así se gana un par de euros. ¡Quién sabe para qué estará ahorrando ahora! Pero lo que me hace pensar es que esa pregunta también podría habérmela hecho a mí. Si no me la hace, concluyo, es porque debe creer que vivo en un mundo paralelo, adonde no llega información sobre minucias tan terrenales como el número de botellas reciclables que se han ido almacenando en el garaje. ¡Mi Oskar!

 

La serie policial francesa de la comandante Candice Renoir cada vez me gusta más. Y por cierto que en el primer epìsodio de los dos que acaban de pasar, una parte muy dramática de la acción transcurre en el cementerio de Sète, que es el cementerio marino de Valéry.

 

Weiß/Colonia, 26.2.

Empiezo a leer el libro de Andrés Hoyos Manual de escritura, que me trajo Claudia de Bogotá, y me atrapa desde el principio porque ya en la segunda página, la 12, he descubierto esta frase: «Cuando alguien escribe, el lado racional de la mente participa y tiene que participar, pero si el corazón no se involucra, la comunicación obtenida será limitada». Es, bastante mejor expresado, lo mismo que dejé dicho en este diario el lunes («Un libro de memorias es algo así como nada más que una simple colección de anécdotas si no lo cose el hilo rojo de la emoción, del calor humano»), una observación que anoté durante la lectura del exangüe libro de memorias de UB. Siempre recuerdo al respecto –me lo aprendí de memoria– aquello que dice el prologuista de un tomo de tres obras teatrales de Edmond Rostand en la legendaria colección Crisol, de Aguilar: «Chantecler no gustó demasiado, y sin embargo contiene versos de suprema belleza, dignos de las antologías, como el “Himno al sol”. Pero a Chantecler le falta el aire de humanidad eterna que cruza por el Cyrano». Ecco!

 

Ibsen, después de leer la última entrega de mi diario, me dice que Héctor «es un terciazo». Le escribo diciéndole: «Se ruega explicación del vocablo. Es para un amigo». Me contesta que «en el juego de gallos, en mi Venezuela, y me consta que en la R[epública] D[ominicana], se dice del gallo aventajado por sobre los demás contendientes. En Venezuela, además, un tercio es lo que en Colombia creo entender que quiere decir «un tipo bacano»: gallardo, gentil, leal, gente de fiar, de buen trato. Por último, un filólogo muy querido en Venezuela (polaco de nación, Ángel Rosenblat, murìó venezolano luego de pasar años en Argentina), dejó dicho que la voz podría venir a los venecos desde el s. XVII y que dice de quien, por sí solo, vale por un tercio (cuerpo militar de entonces)». Le respondo: «Rosenblat era un genio. Y no olvides que pasó también muchos años en España. Creo que fue el temor a una victoria del franquismo lo que le hizo marcharse en 1937, en plena guerra civil, de lo contrario se habría quedado en Madrid. Y claro está que sí, Héctor Joaquín es un terciazo».

 

Anoche me acosté a las 2:52 am y a las 4:33 me levanté para aliviar la vejiga y ya no me pude volver a dormir, así es que dejé el catre a las 8:58. Nada tiene de extraño que después de haber almorzado me acostase para la siesta a las 3:05 pm y durmiese de un tirón casi hasta las seis, la hora de cenar. Hoy un manjar delicioso de receta italiana: hígado de ternera con setas y arroz fritos + cebolla caramelizada, y todo revuelto con pecorino. De chuparse los dedos.

 

Weiß/Colonia, 27.2.

 Copy & paste de la tercera entrada de ayer, casi idéntica menos en el capítulo gastronómico Anoche me acosté a las 2:52 am y a las 4:40 me levanté para aliviar la vejiga y ya no me pude volver a dormir, así es que dejé el catre a las 7:57. Nada tiene de extraño que después de haber almorzado me acostase para la siesta a las 3:15 pm y me durmiese de un tirón hasta las 5:45, un ¼ de hora antes de la cena. Hoy un experimento culinario que la primera en descartarlo para el futuro es la propia Diny: huevos cocidos y divididos en mitades simétricas flotando en salsa de aguacate con especias. Visualmente digno de un Matisse, pero hasta ahí llega la peli.

 

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