Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoDe mi Diario : Semanas 20 y 21 /2024

De mi Diario : Semanas 20 y 21 /2024


Rodenkirchen, 12.5.

Viene una asistenta para medirme la presión arterial, lo que en España llaman la tensión. Algo superior a la de ayer en el consultorio: 160/80. Me pregunta la asistenta, una a quien no conozco, que cuánto agua bebo al día. Le contesto que unos tres botellines. Me dice que es muy poco, tiene que ser el doble. Le digo además que hoy es el quinto día consecutivo que no consigo dar de cuerpo y me contesta que eso también tiene que ver con el poco agua que bebo, que lo haga como ella me dice.

Vino después Chico y me arreglé para acompañarlos a almorzar en el Steep’s, pero en el último momento desistí. Me siento muy exhausto, aunque por dicha han desaparecido las náuseas. Toquemos madera.

2:30 pm :Tardan tanto en  regresar que llamo a Chico por el celular para saber a qué se debe el retraso. No contesta. Llamo a Montse para que se conecte con él, y resulta que Montse se les ha unido en el Steep`s y están de sobremesa de lo más divertidos. Y yo que hasta me había figurado un accidente en el camino de vuelta al Maternus. Cuando regresan, Montse, que trabajó varios años como asistente de un doctor de medicina natural (incluso emprendió la carrera para heredar su consultorio, pero la abandonó, como otras varias), me dice que el agua es lo más importante, y hasta me pinza la piel y añade que se nota muy a las claras que ando deshidratado, y que mi entreñimiento también viene de lo mismo. El agua como sanalotodo, y no lo escribo a humo de pajas.

Me escribe Tote desde sus (y mis) madriles: «Acabo de leer su Diario de hoy y me apena saber cómo se encuentra. Que a un andaluz le falle la sal, tiene delito».

Rodenkirchen, 13.5.

Tercera infusión en el consultorio colectivo y con la presión arterial mejorada: 150/50. Montserrat me trae de vuelta con un taxi y me voy con Diny y Rebeca a almorzar en el Steep’s. Espárragos. Siesta larga. Esta noche no veo ninguna peli, sólo escenas de las que no se me olvidan nunca. Y no sólo de Casablanca.

Rodenkirchen, 14.5.

Llamo al Dr. Vonoifer (ya sé su nombre definitivamente). Le digo que me siento tan mal que no voy a ir a por una cuarta infusión. Me ordena hospitalizarme, de manera que llamo a una ambulancia y viene una falsa. Viene luego la buena, la de urgencias médicas (vamos a ver cuántas facturas me mandan, de la primera no soy responsable, sino una falta de comunicación entre ellos). Dos vigorosas jóvenes me acarrean al St. Antonius, muy cerca  de donde durante cinco años estuvo nuestra redacción hasta que nos trasladamos en octubre 1980 a la Torre de la Radio. Me acoge la Schwester [=hermana] Sara, quien habla muy bien el español, lo aprendió en Nicaragua, donde estuvo un año desempeñándose como ayudante al desarrollo. Confusión cronológica mía al hablarle de mi propia estancia allá en 1984, por aquel entonces ella estaría si acaso en mantillas. Me pregunta si alguna vez he defecado negro. Le digo que cuando he bebido tinto pero que generalmente no me entero porque en Colonia la mayoría de los WCs son católicos, es decir, de embudo, y no protestantes, con meseta, para que uno vea en qué mierda consistimos. Se ríe. Y casi me olvido de consignar que tanto la hermana Sara como el Dr. Vonoifer le echan la culpa de lo que me pasa a mi consumo de whisky. No me hacen aborrecer a ese ♫ muchacho compañero de mi vida, farra querida de aquellos tiempos

La estancia en una clínica es una sucesión de largas esperas tendido bocarriba y en unos corredores inacabables que se pierden en un lugar de la Mancha etc. (suma incorrección política). Me llevaron no a la Uci, lo que ya es un buen paso, sino a la estación Johann, habitación 302. Cena fría con tres lonchas de pan negro y mantequilla, así como dos rodajas de salchicha sencilla y dos lonchas de Gouda, amén de dos tipos de mermelada.

Luego, a las 5:30 pasó Oskar a verme y me acompañó hasta las 6, que es la hora de salida de las visitas. Y a las 7 pm acarrean aquí en camilla a un compañero de cuarto con un vozarrón de bajo ruso acatarrado y unas toses aterradoras que me hacen temer por la estática de las paredes, además de que no guarda ningún respeto a la presencia de un compañero de cuarto, pero eso es es lo de menos, sé que deberé aguantarlo una semana, so pena de que pida que me cambien de cuarto y ya se sabe que todo cambio en estos casos suele ser para peor.

Las toses cavernarias de mi compañero de cuarto me hacen recordar “La tos de mi padre“, uno de los textos de Böll que más le gustaban a Rolando (quien de todas maneras adoraba la obra de Don Enrique, como lo llamé siempre), y uno de los momentos estelares de todas las visitas que nos hizo durante ± 40 veranos + más una Navidad que también pasó con nosotros y nos regaló el primer vídeo player que tuvimos, fue el día que lo llevamos a Merten a conocer a Carmen Alicia y René, pero sabiendo que iba a estar también doña Annemarie, la viuda de Don Enrique, y entre ella y Rolando fue como un amor a primera vista, se encerraron en un diálogo que nos ignoraba de manera olímpica, así es que Carmen Alicia, Diny, René y yo nos dedicamos a nuestras cosas, entre otras la rica ingesta de bocadillos de salmón silvestre irlandés. René nos trajo en su auto de regreso a casa y Rolando exultaba cuando llegamos, le relucían los ojos, había hablado como un viejo amigo durante dos largas horas nada menos que con la viuda de Don Enrique: «Viejo –me dijo, apretándome el hombro con su manaza–, nunca voy a saber cómo agradecerte esta tarde».

Rodenkirchen, 15.5.

Desayuno dos Brötchen, uno con queso y el otro (que es de los sembrados de semillas) con mermelada. Como siempre con más mermeladas y té.

Para el almuerzo una apetitosa Bullete que comí con avidez y con unas papitas; de postre, una terrina con mermelada y un pequeño pastel.

Visita médica, una Dra. (se apellida Steffens). Todo parece en orden.

Todo el mundo se admira de que sea español por los registros que domino del alemán. Además, todo el mundo quiere saber dónde queda Huelva: les contesto que 100 km al Este se encuentra otra ciudad llamada Sevilla, la de Carmen (a veces saben de qué les hablo, las más de las veces hacen como si) Por otra parte, el personal es cosmopolita pero todos hablan alemán fluido; los hay de Marruecos, de España, de México, del Perú una paisana de Vargas Llosa, nacida en su misma ciudad, se alegró cuando se lo mencioné

Oigo el chorro de la orina de mi compañero de cuarto cayendo en la botella ad hoc que le han traído. (Ayer, en uno de los corredores de la Radiología, tal vez obviado de desagües, pasé ½ hora de angustia con infinitas e irreprimibles ganas de orinar hasta que me trajeron una botella de esas).

Visita de Rebeca y Montse con Chico («¿Ricardo?», le dije el otro día a Montse; «¡si todos están en Huelva!»), y al rato se les une Oskar, quien me trae una tableta de Merci. Las chicas van a ver al Chefarzt, quien en la segunda visita médica del día me encareció que comiera con mucha sal (¡pedírmelo a mí, que por poco le pongo sal a los postres!, como Rolando les ponía uno de los más picantes condimentos, el Sambal Oelek de los indonesios). El Chefarzt les confirma a mis hijas que, con toda probabilidad tendré que pasar aquí el largo fin de semana (el Lunes de Pentecostés es feriado en Alemania).

Cena fría: dos rebanadas de pan negro, una con queso y la otra con mermelada. Y una terrina con otra mermelada y un té.

Sobre las pastillas tuve una discusión con mis hijos. Como los tres disfrutan de una salud de fierro (excepto las migrañas regulares de Montse), no entienden lo desagradable que es alimentarte con esos productos químicos.

En una clínica como esta, o al menos en esta y esta estación Johann, las puertas no se cierran con cuidado, sino con portazos. Hasta ahora una sola excepción.

Rodenkirchen, 16.5.

Primera medición de la presión arterial esta mañana. Normal.

Copioso desayuno. Dos Brötchen, de los que el sencillo con cuajada y el cuajado de semillas con Nutella. Dos clases de mermelada y macedonia de frutas amén del té. Viva el lujo y quien lo trujo.

En la visita al filo del mediodía, la Dra. Steffens asegura que mi presión arterial es óptima, y en cuanto al sodio se habían fijado como meta subir sus valores a 214 pero es una cifra superada plenamente, 240 es el valor actual. Ella piensa que en esas condiciones es factible que mañana pueda volver a casa y ello me pone alegre como unas castañuelas. Yupiiiiiiiiiiii

Almuerzo asimismo copioso y al que le hago los merecidos honores. De entrada una sopa de tomate/tomate (no de sobre), y luego pollo estofado nadando en una de esas salsas espesas que a los alemanes parecen gustarles tanto, y que yo pongo al lado no sea que vaya a contagiarme el pollo, del que sólo como 2/3 porque la porción es muy grande. Luego una terrina de mermelada y nada menos que todo un pionono. Hacía añares (fue en el milenio pasado, como suele decir Carlitos) desde que comí el anterior.

En la segunda visita médica, el Chefarzt me pregunta qué tal me siento y le digo que no podría sentirme mejor. Me encarece que salga a pasear y me dice que pèu a pèu estoy saliendo del pozo. Tengo la impresión de que me quiere mantener aquí hasta pasado el largo fin de semana, y eso me descorazona. Pero reacciono diciéndome que si la Dra. me repite en su visita de mañana lo mismo que en la de hoy, le voy a pedir que me dé de baja, bajo mi responsabilidad.

Ceno desganado por el descorazonamiento.

Rodenkirchen, 17.5.

Desayuno como el de ayer, una repetición casi exacta. Sólo como uno de los dos pancitos, cada mitad con algo distinto, cuajada y miel en este caso. Hay además un poco de queso Philadelphia y dos clases de mermelada.

Llamo al Dr. Vonoifer para preguntarle por el plan de medicamentos, porque tengo la impresión de que hay algunos que son nuevos y tendría que comprarlos, así es que necesitaría una receta suya si es que me dan de alta hoy. Me contesta que en tal caso me den al salir medicamentos bastantes hasta el martes incluido, y que le llame el martes en la mañana.

Me vuelven a sacar sangre pero no me enchufan ninguna infusión gota a gota, de lo que me alegro, porque me dejan el brazo dormido y hasta dolido, para no hablar del doloroso pinchazo de lo que llaman “la entrada”, una cánula. Se abre un compás de espera que cierra la Dra. con su acompañante, el asistente con el uniforme azul. Me dice que los resultados del análisis confirman el pronóstico de ayer, ahora sólo queda sacar una ecografía del hígado y cree que me puede dar de alta hoy mismo.

En el almuerzo de hoy viene un filete de pescado empanado, pero nadando en un piélago de salsa verde, que intuyo que puede ser de espinacas y me limito a las papitas rosaditas de la guarnición, están diciendo comedme y las espolvoreo con sal a tutiplén. Mientras como me viene a la memoria la imagen de las hijas de Knut Hamsun dándole de comer al nonagenario como si fuera un bebé, porque ya no podía sostener con la mano el peso de la cuchara. Es una estampa vívida, enternecedora y espeluznante. La cuenta una de ellas en el prólogo al último libro escrito y publicado por su padre [Por senderos que la maleza oculta], un texto antológico, digno broche de oro a una carrera literaria prodigiosa: su Bendición de la tierra es uno de esos libros extraúnicos, una bendición de los dioses.

Llega Paul casi al tiempo que la asistenta que viene a buscarme para llevarme a la ecografía, en el primer piso (mi cuarto está en el tercero). Paul le pide que le explique cómo se llega allí, que él me llevará y me traerá de vuelta. La asistenta le da las gracias y le explica el camino. Esperando que me llamen a la pantalla, sentados junto a la puerta del sitio de marras, le cuento a Paul toda la odisea de esta semana y por todo comentario me dice que cuando decidió, hace ya más de un año, no volver a probar una gota de alcohol, fue probablemente la mejor decisión de su vida, se siente mejor que nunca. Luego paso a tenderme para que me explore la pantalla y regresamos a buen paso hasta mi cuarto: antes, la especialista me dice que sabe que me quieren dar de alta hoy, que se va a dar prisa. Le doy las gracias. Paul se va después de llevarme de vuelta, pero al poco llega Rebeca, que me acompañará al Maternus. Hace rápìdo mi escaso equipaje. El asistente del uniforme azul me trae la baja, por duplicado, y me explica que el Chefarzt le enviará un informe detallado a mi médico. Nos despedimos con toda cordialidad y bajamos al vestíbulo de la clínica, desde donde Rebeca pide un taxi. Yo voy acogotado por un ataque muy fuerte de aquello que se llama en términos taurinos “la querencia del toril”, el deseo del toro de recostarse contra las tablas en el lugar más cercano de aquél desde el que lo hicieron salir a este redondel enorme, ensordecedor y hostil.

El Maternus me recibe con una de las más desagradables sorpresas, me agarra desprevenido y es un golpe bajo: no tenemos Internet, ni el personal de a bordo ni quienes residimos acá, el WLAN ha colapsado y recién el martes (el lunes es festivo), con suerte, lo vamos a recuperar.

Rodenkirchen, 18.5.

Al Bistro Verde con Rebeca, quien me transporta en silla de ruedas, y Diny al lado con su andador. Angelika me saluda con efusión, se me echaba de menos. Nuestra mesa está ocupada por un grupo numeroso que abarca todo ese lado del  comedor. Diny come la ensalada renana de papa («la mejor que he comido en toda mi vida») con una Frikadelle, Rebeca espárragos, yo una cazuelita de gambas cocidas en salsa de tomate. Y dos copas de vino. Todavía puedo. De regreso en casa, me echo en la cama mientras Diny y Rebeca se han quedado abajo para ir a pasear y a comer helado. Cuando vuelven, Rebeca va a hacer unas compras a ReWe y me pregunta si quiero que me traiga una botella de whisky, a pesar de estar 100% en contra de que lo beba: le digo que no, pero es un ángel esta hija.

*******************FIN DE LA 20.ª SEMANA*******************

Rodenkirchen, 19.5., Domingo de Pentecostés

Me obligué mentalmente a salir a almorzar, no ya por Diny, pobrecita, aunque también por ella, pero de manera principal por mí. No puedo dejar pasar las horas tendido y mirando las musarañas. Eso sí, en principio hubiese querido ir al chino, de donde faltamos va para tres semanas, pero medí mis fuerzas y me dije que sólo alcanzaban hasta el Steep’s. Como casi todos los domingos nos saludó Anna, quien entre otras cosas quiso saber si nuestros hijos nacieron aquí, como ella, de padres extranjeros, pero no es el caso: Rebeca nació en Huelva, Chico en una clínica de Doetinchem (Países Bajos, muy cerca del pueblo donde nació Diny), y sólo Montse lo hizo acá. Y nada menos que en das Kösterchen [=el conventito, en el lenguaje de esta ciudad], en pleno centro del Vringsveedel, el barrio arquetípico de Colonia. Pero los tres tienen pasaporte español y nunca han querido ni quieren tener otro. Anna nos contó que uno de los parroquianos, hace un par de días, le preguntó por su nacionalidad y ella contestó que era italiana, a lo que él le preguntó que dónde había nacido y ella que en Stuttgart, y el buen hombre no lo podía entender, que naciera, creciera y trabajase acá, y siguiera queriendo ser italiana, hasta de pasaporte. Supongo que algo parecido le podría pasar a mis hijos, tengo que preguntarles si ya les ha pasado. Diny pidió su sopa preferida, la gulash, y luego un postre de helado de vanilla con jugo de grosellas. Yo, espárragos y unas papitas con mucha sal. Después, siesta.

Desde hace un par de semanas, Diny conversa con alguien a solas en su cuarto, pero hace una hora (son las 9:19 pm) fue la escalada, vino acá y me pidió que echara a un joven de su cuarto. No había nadie, claro está. Pero ella me señaló la portada de una revista con un hombre joven y me dijo que era ese joven. «Es tan solo una foto, Diny», le dije y: «Mejor la tiras a la papelera». De inmediato lo hizo pero no dejaba de insistir en que el joven seguía allí. Llamé a Rebeca (ya estaba en casa de vuelta del trabajo), le expuse la situación y quiso hablar con ella, le pasé el teléfono y charlaron brevemente. No sé qué hablaron, pero Diny se calmó algo. Llamé a Montse, y ella no pudo sino aconsejarme que llamase a alguien de la Asistencia. Lo hice y vino Dórota, la polaca de los preciosos ojos azules y una enorme serenidad en su porte y su aplomo. Le expliqué lo que pasaba con muy pocas palabras porque estos casos deben ser para ellas el pan nuestro de cada día en una Residencia como esta. Se la llevó a su cuarto, cerró la puerta. Cuando volvió me dijo que la había acostado y ya dormía. Luego se explayó acerca de cómo reaccionar en casos como este. Por lo pronto no comprarle más revistas de las que llaman “del corazón”. Y en la próxima visita al neurólogo que sepa lo que ha pasado, de repente le receta algún específico para tales casos. Me dijo antes de despedirse que tenía que armarme de mucha paciencia. ¿Más todavía?, me pregunté sin decírselo en voz alta, para que no pareciera cínico, ni siquiera irónico.

Rodenkirchen, 20.5., Lunes de Pentecostés, festivo en Alemania

Acaba de irse Dórota, que vino a cambiarle el pañal a Diny y ponerle el pijama. Adorable Dórota, con independencia de sus bellos ojos azules; me ha dedicado mucho más tiempo a mí que a Diny. Me estuvo instruyendo acerca del trato con personas dementes, materia en que tiene la experiencia de trabajar largo tiempo con ellas. He sacado de su discurso muy valiosas enseñanzas por las que voy a regirme a partir de ahora.

Por lo demás, el día no ha podido ser más decepcionante. Quería llevar a Diny de nuevo al Steep’s, pero me refrené diciéndole a mi cuerpo que no me dejase hacer cabriolas con mis deseos, que hoy no estoy en condiciones de salir a la calle. Almorcé dos tostadas con salchichón de Parma (Diny devoró tres en el mismo tiempo) y no logré conciliar el sueño reparador de una buena siesta. De cenar sopa de carne de pollo y una terrina de yogur strattiatella, de las que una ya comí de mañana como desayuno. Entre medias me telefoneó Esther desde Berlín y creo que la dejé muy preocupada, pero a ella no le iba a contar trolas. [¿Seguirá usándose este sustantivo? Al menos en Huelva y en mi juventud lo solíamos usar, así como también trolero como sinónimo de mentiroso].

Rodenkirchen, 21.5.

Reflexiono : En el sustantivo “alucinación” va inserto el sustantivo “nación”. No puede ser una casualidad.

Un día negro para mí, lo resumiré brevemente: a las ± 10:00 am, en primer lugar la llamada al Dr. Vonoifer pidiéndole que ahora que tiene en su poder el informe de mi baja el viernes en el St. Antonius (se la hice llegar por email, gracias a los buenos oficios de Frau Klein, mi actual Hausdame), por favor envíe por fax la receta correspondiente a la farmacia de la esquina, ya lo hemos hecho así en ocasiones anteriores. Lamentablemente no me puede visitar hoy, tenemos que dejarlo para el jueves. Los dioses proveerán.

Toda la mañana, menos los minutos del desayuno, desmadejado en la cama y semisomnoliento, estado sólo al margen de la limpieza quincenal del app. 230 y la llegada de Frau Klein para llevar a Diny a almorzar en el comedor (que aquí llaman pomposamente Restaurante, lo que no es). Yo almuerzo algo ligero y ya olvidado de qué fue. O no: un plátano pelado y troceado por Diny. Después una larga siesta.

Llamo a la farmacia para saber si ya llegó el fax con la receta, y no. Llamo pues de nuevo al consultorio y le pido a una de las secretarias que aceleren el envío de la de marras. Luego llamo a Oskar para preguntarle si podría pasar luego por la farmacia y traerme los medicamentos. Me dice que está regresando a su pìso, a ducharse, y que vendrá luego, le digo que se acuerde de que la farmacia cierra a las 6:30 pm.

Montse está enferma, en la cama, parece que Frank tiene un resfriado de padre y muy Sr. mío y la ha contagiado. No nos privamos de nada.

A las 6 pm bajo al vestíbulo para que Oskar no tenga que hacer el largo camino hasta nuestro app. en el 2.º piso. Llega a los pocos minutos y me trae tres de los medicamentos, al parecer el Dr. Vonoifer ha suprimido dos de los que figuraban en la lista que envió el St. Antonius, o bien esos fueron cosa de los médicos del St. Antonius. Se va enseguido Oskar porque mañana debe levantarse a las 5:00 am para ir al trabajo: es al norte más norte de la ciudad y él vive en su sur más absoluto, le lleva una hora acudir al tajo. Y otra volver.

Cené una sopa de pollo y una terrina de yogur con strattiatella.

Pasé todo el día semiamodorrado y asediado por pensamientos fatalistas. A decir verdad, preferiría morir después de Diny para evitarle el sufrimiento de una vida de soledad al cabo de casi 60 de mutua compañía. Por más que a lo peor ni se da cuenta, sobre todo si la engañan diciéndole la verdad, que me fui de viaje y nada se sabe acerca de cuándo regresaré. Por otra parte, debo dejar instrucciones muy claras a mis hijos acerca de quienes deben saber por ellos de mi fallecimiento (por ejemplo Pepe Baena por el asunto de mi legado a depositar en un espacio ad hoc del ayuntamiento de San Juan del Puerto), y lo que deben saber mis nietos qué apartar de los libros y recuerdos personales antes de que vengan los sanjuaneros en busca del botín. Y qué es lo que pueden pignorar, por ejemplo el mecanuscrito con el único radioteatro escrito por Julio, por encargo mío, sobre la isla de Robinson, en mi serie de la Deutsche Welle dedicada a lugares que la literatura hizo famosos en el mundo entero. También está el mecanuscrito de Jorge Amado, duplicación de mi encargo para esa misma serie, con el barrio de Pelourinho en Salvador de Bahía. Y llamar a Luciano para que venga a por los libros para el Machado. Y debe de haber algunas otras cosas que en estos momentos no consigo recordar. Me digo, no sin una triste sonrisa, que voy a morirme tratando, como el inferiocre, de dejarlo todo atado y bien atado.

Rodenkirchen, 22.5.

En castellano existe la expresión “noche toledana“, no existe en cambio la de un “día toledano”, y ese es el que estoy viviendo desde ± las 8 am hasta ahora que ya es mediodía y nuestra Hausdame, Frau Klein, vino a buscar a Diny para llevársela al comedor. Inmediatamente antes, Diny me había hecho una escena porque se empeñaba en ir a almorzar «donde Tom», es decir el Steep’s, que lo tenemos tan cerquita. Intenté recordarle que ayer regresó del comedor contenta porque uno de los dos almuerzos previstos para hoy son los Reibekuchen, uno de sus platos preferidos, sólo que ella ya no recuerda lo que dijo ayer, pero Frau Klein sí, lo anotó para venirla a buscar hoy, que es lo que acaba de hacer. Una versión nueva de La comedia de las equivocaciones.

Desde el inmenso jardín interno del Maternus, grande como ½ cancha de fútbol, llega el rodar cansino y no engrasado de la carretilla de Yvonne, la jardinera curiosa, que lo cuida igual que a un niño. No la quiero llamar desde mi balcón porque anda concentrada en su trabajo y la concentración en el trabajo es 100% sagrada para mí, la parte más importante del mismo. Mis mayores broncas con Diny han nacido de sus idas y venidas a mi escritorio por cualquier nimiedad e interrumpiéndome en mitad de la frase que iba a cambiar la Historia Universal. [Esto es lo que los alemanes llaman “humor de patíbulo”, y menos mal que aún no desaprendí lo higiénico que es reírse de uno mismo. Sí me río, pero los profis conocemos la importancia de la concentración, so pena de pasarse uno el tiempo escribiendo majaderías. Igual las escribo, pero concentrado].

Mi celular pasó a mejor vida, y el teléfono de nuestro apartamento no está conectado para hacer llamadas al exterior. Me encuentro pues incomunicado. Contacto con Montse a través de la recepcionista que le pasa mi mensaje con la novedad del requiescat in pace del celular. Luego viene Oskar a motilarme y me deja en estado de revista el poco pelo que me queda. Se lleva el celular difunto para que Montse encargue uno igual hoy mismo a una de esas empresas que tan sólo venden online y entregan al día siguiente, llamada algo así como Amazon Noséqué: ¿Prime? Y antes había venido Pablo, el técnico fueguino, para tratar de arreglar lo de la línea telefónica, pero ni toda su ciencia y sabiduría lo logran. Por su celular pude hablar con Montse, ya mejorada de sus dolencias.

Rodenkirchen, 23.5.

Vino el Dr.Vonoifer y me extrajo sangre para un análisis, mañana me llamará para darme los resultados; lo que no sé es si podrá porque ando incomunicado, Montse quería hacerme llegar hoy un nuevo celular pero ni siquiera ha llamado para explicarme por qué no. Y el resto del día se me fue entre la cama y el ir a almorzar en el Steep’s con Diny, quien ya había almorzado en el sedicente “Restaurante” del Maternus, pero la llevé conmigo para convidarla con un postre. Eligió un panqueque de tocino de jamón ¡con helado de chocolate! Me acordé de las comidas extravagantes que despachaba Juan, el protagonista de Juan en América [léase Estados Unidos], de Eric Linklater, al desempeñarse como camarero en un restaurante de comida rápida. Yo comí espárragos con papitas recientes y bebí dos copas de Grauburgunder para empujarlos. Y tras la siesta mandé emails colectivos contando por qué me borré del mapa de sus estafetas virtuales, tenía casi 100 emails esperándome cuando llegué de baja de la clínica y recién hoy los he leído, muy conmovido, demuestran preocupación y un afecto genuinos, los dioses los bendigan.

Rodenkirchen, 24.5.

Ayer tarde envié un email colectivo a casi 400 personas, entre amistades y gente que me lee y me sigue. Cuando abrí mi estafeta esta mañana antes de desayunar, el buzón de recibidos rebosaba de emails. Los he leído todos, no hacerlo sería una descortesía (aunque no pueda contestarlos individualmente como sería mi deseo, y entre ellos reseño sólo el que me ha escrito el Chancho desde Santiago de Chile porque me ha sorprendido y casi aturdido. El conductot de La Piara me dice usando la misma palabra dos veces, la primera como adjetivo, la segunda como sustantivo y con mayúscula: «Un abrazo gigante para un Gigante». ¿Un Gigante yo? Que me lo diga uno de los pocos Gigantes tratados a lo largo de mis ya casi 85 años, es lo que me aturde. Me aturde porque siento en lo más íntimo que soy muy poca cosa. Las miserias de mi cuerpo, que ahora son muchas, me han echado a las cuerdas, que ya me son conocidas por las de mi alma, muchas más, y cuyo lastre me abruma, me tiene casi paralizado o poco menos.

Las 12:41 del mediodía y aún no me llamó el Dr. Vonoifer para comunicarme los resultados del análisis de la sangre que me extrajo ayer. En mi desesperada situación quiero verlo como un dato positivo.

12:50 : Era un dato positivo. Acaba de llamar Montse, quien se comunicó con el Dr. Vonoifer y este ya tenía los resultados del análisis de sangre: los valores del sodio son estables, conformes con los del St. Amtonius el día que me dieron de alta, y los demás igual, así es que no me preocupe por este asunto y procure descansar mucho. Me visto en un santiamén (todavía estaba empijamado) y nos vamos a almorzar a Steep’s. Nos recibe Tom y ya le advierto que esta va s ser la última semana con sólo una copa de vino con la comida. Se hace cargo, porque los consejos médicos no se pueden desoír. Repetimos el almuerzo de ayer y al regresar Diny sube a nuestro apartamento y yo a hacer compras en el ReWe. Cuando llego al 230 ya está aquí Montse, quien ha venido a traerme el celular recién comprado pero inoperante, ella no sabe cómo organizar el cambio de ficha, para no tener que cambiar el número ni perder las llamadas archivadas, esa es tarea que le deja a Rebeca, vendrá mañana al mediodía y se reunirá con nosotros en el Bistro Verde, creo que porque tiene mucha curiosidad en poder conocer a Antonia, la novia de un sobrino al que quiere de manera maternal.

Rodenkirchen, 25.5.

8:22 pm El día comenzó muy bien y hasta hace un minuto parecía que iba a ser eternoy más feo que pegarle a una madre a la puerta de una iglesia de pueblo y a la salida de la misa dominguera del mediodía. Pero será mejor que comience por el principio: «Principio quieren las cosas», decía mi abuela Remedios.

Fuimos a almorzar a las 12:30 al Bistro Verde con Rebeca, Antonia y Paul. Se decantó Diny por la sopa de espárragos con tropezones de lo propio, Rebeca por la cazuelita de gambas en salsa de tomate, Antonia por los espárragos igual que yo los encargo siempre (con sólo un par de papas tempranas), Paul por una de sus ensaladas gigantescas con escalope à la vienesa, y yo por mis Rösti hoy muy  crujientes, con salmón ahumado, que contiene mucho sodio. No estaban ni Petra ni Angelika y a Liviu no le quise decir que la próxima vez que venga ya no voy poder beber más que una copa de Chardonnay.

Diny y Rebeca se fueron del Bistro Verde a tomar helado y hacer unas compras y yo tuve una larga sobremesa con Antonia y Paul en la que divagué mucho sobre la muerte. Ya la tengo presente hasta en la sopa. Sin miedo y sin remordimiento. Ellos lo interpretaron exactamente como debe verse y oírse desde fuera, como el llanto de un anciano por todos los pecados cometidos y que el Destino se cobra en sufrimientos desde el día de la desgracia. Ni siquiera intentaron consolarme, lo que corrobora lo escrito antes de esta frase. Me acompañaron hasta la parada del bus, que llegó casi simultáneamente con nosotros, Nos despedimos con harto cariño y le susurré a Antonia que moriré contento sabiendo que Paul queda en tan buenas manos.

También llegamos casi simultáneamente al 230 del Maternus, primero yo, un par de minutos después Diny y Rebeca. Largo diálogo con Rebeca sobre temas de la burocracia doméstica que teníamos pendientes. Esta hija es impagable. Luego se fueron, ahora sí a comer sus helados. Cuando Rebeca trajo de vuelta a Diny y se disponía a marcharse, le pedí que se sentase en la cama donde yo estaba echado, le tomé la mano y le expresé claro como el agua el agradecimiento infinito por lo que ella y Montse han hecho por nosotros desde el 28.11.2022, el infame día de la desgracia. Ella no me miraba y supongo el porqué, pero con voz firme me respondió que también debería estar agradecido a Chico. Le contesté que desde luego, pero a ellas dos muchísimo más, lo que es justicia debe decirse antes de que sea demasiado tarde. Después de irse, al rato, me llamó por el nuevo celular que me han comprado y que incluye la ficha del antiguo, por lo que conservo el número y la  libreta de direcciones. Antes de irse me había enseñado su funcionamiento porque es de una generación siguiente al que tenía. Me llamó pues para decirme que vaciase el cazo eléctrico en el fregadero porque le había echado al agua un líquido para descalcificarlo, y que repitiese la operación previamente a volverlo a poner agua a hervir para el té o el café. Y enseguida apareció Laura, la barcelonesa hincha del Real Madrid, para cambiarle el pañal a Diny y empijamarla.

Luego me dispuse a escribir lo que está más arriba, pero a las 8:06 comenzó por creo que octava vez en los 18 meses que vivimos aquí, el taladrante sonido de la alarma de fuego, que me retrotrajo sin solución de continuidad a la tarde de la desgracia en el viejo apartamento. Me paralizó los 15’ que ha durado esta vez Luego me rehice y pude escribir lo que va delante, lo subo a Fronterad, ¾ de hora después de la recontrarrequetemilputísima alarma.

*******************THE END*******************

Más del autor

-publicidad-spot_img