Hace cuatro años, Laura Villadiego, periodista freelance residente en Camboya en aquel momento –hoy está en Tailandia– me propuso escribir conjuntamente un blog sobre las condiciones laborales en los países del Sur global, como el Sudeste asiático que ella bien conoce, o la América Latina que yo vengo caminando desde hace ocho años. Surgía entonces Carro de Combate, que pronto se arrojó una pretensión más amplia: investigar el origen de los productos, y la cadena de impactos socioambientales que dejan a su paso las mercancías que consumimos, muchas veces, ante el absoluto desconocimiento de la ciudadanía.
Nuestro propósito siempre fue reivindicar que el consumo es un acto político, porque con nuestras compras apoyamos o bien el lucro de empresas irresponsables y contaminantes, o bien a hacer sostenibles proyectos más orientados a la solidaridad que a la ganancia. El mismo argumento vale para los medios de comunicación, como bien llevamos reivindicando desde hace tiempo quienes, como nosotras y como Fronterad, pretendemos, humildemente, aportar algún rayito de luz en medio del sombrío panorama mediático de nuestro país (y de la mayoría de los países, por cierto). ¿Sirve de algo quejarse de lo mal que está el panorama y no apoyar los pocos o muchos proyectos que valen la pena?
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El caso es que hoy es un día importante para Carro de Combate. Por un doble motivo: porque estrenamos web, y porquepresentamos nuestra última investigación, la más ambiciosa: un estudio en profundidad sobre los impactos socioambientales de la palma de aceite, uno de los ingredientes más empleados por la industria agroalimentaria –Nestlé y Unilever son los mayores compradores de este aceite a nivel mundial– pero también por la industria cosmética y por el emergente sector de los agrocombustibles.
Sin saberlo siquiera, consumimos aceite de palma en uno de cada dos productos que compramos en el supermercados: está en buena parte de los alimentos ultraprocesados –muy poco saludables, por cierto–, en cremas y jabones. Ese momento, en el que compramos en el supermercado una chocolatina o un champú, es el último eslabón de una larga cadena que empieza en los países tropicales y subtropicales de Asia, África y América: es allí, en las regiones húmedas y calurosas, donde crece la palma, pero es también allí donde están los bosques nativos de los que depende la supervivencia futura de la especie humana. En Indonesia y Malasia, que acumulan más del 85% de la producción mundial de este aceite, la palma es la principal causante de una deforestación feroz, y el monocultivo palmero se ofrece ahora como solución para el “desarrollo” de la selva amazónica. Pero es que, como le escuché una vez a un activista indígena ecuatoriano, la selva ya está desarrollada: la selva es vida. Y la palma arrasa con la biodiversidad para ofrecer a cambio rentabilidad medida en dólares.
El monocultivo arrasa con la biodiversidad biológica, pero también con la diversidad cultural. Los campesinos, a menudo, son expulsados de sus tierras y acaban hacinados en las periferias de las grandes urbes, o terminan dependiendo de las empresas palmeras. En países como Colombia, además, la llegada de la palma se vio precedida del terror de los paramilitares, que expulsaron pueblos enteros, cometiendo las más indescriptibles atrocidades, para dejar el terreno preparado a las palmeras. Todo ello, con la complicidad de un Estado que diseñó políticas y subsidios a la medida de los intereses de esta industria.
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Ha sido en parte esta investigación, que arrancó hace exactamente un año con una campaña de crowdfunding -que nos permitió financiar los viajes a tres continentes: Laura viajó a Indonesia y Malasia, Aurora Moreno a Camerún y yo, a Colombia y Ecuador-, la que me ha mantenido alejada de este blog por demasiado tiempo. Hoy, que es para mí un comienzo de ciclo, me propongo recuperar este espacio, en esta revista que me dio la primera gran posibilidad de realizar el periodismo que quiero, el reporterismo que considero tan necesario, con nuestra investigación sobre los impactos de las multinacionales españolas en América Latina, que financiamos, también vía crowdfunding en Goteo.org, gracias al apoyo de los lectores de Fronterad.
Desde que, en 2012, se gestó ese proyecto, han pasado muchas cosas, y desde luego, me han pasado muchas cosas. Pero algunas no cambian. Sigo pensando que sin buen periodismo, no hay forma de que la democracia sea otra cosa que una triste pantomima. Y que la discusión en torno al periodismo no pasa por formatos y soportes: tanto da si optamos por el papel o la web, el libro electrónico o el dispositivo móvil. Lo importante es que se trate de periodismo verdadero, de periodismo a secas: ese que incomoda al poder; ese que lleva tiempo e induce a la reflexión; ese que te lleva al territorio para entender los matices globales de los sucesos locales; ese que entiende que las palabras, o los silencios, de un campesino del rincón más perdido de Colombia guardan a menudo más verdad que los largos discursos de los poderosos. Ese que, en definitiva, nos ayuda a entender el mundo, y para ello, necesariamente, nos conmueve.
Os invito a dar un paseo por la nueva web de Carro de Combate, a seguir visitando Fronterad, a continuar buscando fuentes deinformación independientes e inquietas. No desistáis nunca del periodismo, porque nosotros no pensamos hacerlo, pero os necesitamos, porque, al contrario que el poeta, el periodista no existe sin sus lectores.