Las falanges de las manos pasan por ser unas de las partes más ‘dedicadas’ de nuestro cuerpo. Únicamente nos damos cuenta de su importancia cuando algo les ocurre.Te rompes una pierna y no vas al trabajo, te operas de anginas y te atiborran a helados, pero si te fracturas el dedo índice, date por jodido.
Recientemente estaba comprobando si existía el más allá y me metí el dedo en la nariz con verdadero arrobamiento y dedicación.
¡Clac! No apareció la luz al final del túnel, pero sí vi las estrellas. Hurgar, tirabuzón, media vuelta y rotura en dos trozos del dedo índice gracias a un moquete más escurridizo que el de los Cazafantasmas.
Y así comenzó mi calvario, y no por la coronilla, como es habitual.
En la consultoría trabajaba con un ordenador y mis informes parecían larguísimos sms al no pulsar la mitad del teclado. Con la dislexia que arrastro yo no notaba la diferencia, pero sí mi supervisor. Aunque el motivo real del despido fue que no pude nombrar a dedo a mi segundo.
Sin trabajo y con un ‘tullidedo’ volví a comprar el periódico en papel, ya que era incapaz de pasar de pantalla en el Ipad. Los periodistas se piensan que la gente nos chupamos el dedo, y efectivamente es esta la única manera de pasar las páginas aunque acabes con la lengua negra de tinta como en «El nombre de la rosa».
Pasaba horas y horas pegado al teléfono a que alguien me llamara porque no podía marcar con las teclas tan pequeñas y las esperas se hacían interminables sin poder tamborilear a gusto sobre la mesa: tac-tac-tac-pof.
Disléxico y arrítmico, jamás podría dedicarme al piano. Con nueve dedos sólo podría hacer puteados de guitarra.
La vida tenía menos sentido sin dedo índice: «Este fue a por agua, este a por azúcar, este trajo la leche y este gordote, gordote no se comió nada porque alguien (y no señalo a nadie) no pudo traer los huevos».
Tuve que reaprender a verbalizar. Y es que es difícil hacerse entender cuando no puedes señalar los objetos. Como me pasó en un restaurante checo que sólo quería entrar al baño y acabé comiendo «vepřová pečeně s knedlíky a se zelím».
Aunque lo más cansado fue pasar los 6 meses de la lesión subiendo por las escaleras por no poder llamar al ascensor. Todos los días hasta el quinto piso y hasta el quinto moño.
Me tuve que acostumbrar al ejercicio, ya que perdí el carné de conducir en un control de alcoholemia por no poder tocarme la punta de la nariz ¡y no había bebido! Paradojas de la vida, volví a casa haciendo dedo.
Después de todo tuve que hacerme zurdo con el inconveniente de que cuando hago la broma de «tira del dedo», no suena.