Discos de antes

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Para Quique González y Álvaro Urquijo

 

Si lo piensas bien, de todo eso ya va quedando poca cosa, ¿no? Y sin embargo…

Ahí están: discos de antes, voces cuyo eco no se ha apagado, melodías que se quedaron grabadas en circuitos del cerebro en formación del adolescente por las decenas de escuchas repetidas. Canciones conservadas en ámbar: cuando vuelves a escucharlas, aunque sea solo mentalmente, suenan como hace treinta y tantos años, y te gustan de la misma forma, y eso es grato y te sorprende, y hasta te duele un poco, como con un dolorcillo inconcreto en un punto impreciso, ya muy cerca del corazón…

También te asusta pensar en qué medida tú eres esas canciones. Al sonar, convocan el sabor de una soledad que casi se te había olvidado. (¿Una soledad como la de entonces?). Porque no es natural, y probablemente no es bueno tampoco, dar pábulo al deseo de saber si los amigos que, como tú, amaban esas canciones, todavía las siguen escuchando a veces. Si les seguirán gustando y se preguntarán, en su soledad, si tú las escuchas. Tal vez así te sentirías menos solo.

¿Pero qué queda de todo eso?, te preguntas. Ritmos mentales, sensaciones de entusiasmo y melancolía que despiertan dos notas punteadas en una guitarra o el arpegio relámpago de un teclado. Timbres, calidades de voz ya para siempre (ron, lija, metal, madera oscura…): la voz de Álvaro, la voz de José María, las voces de Nacho y de Jaime, de Carlos, Ricardo, Santiago y Fernando. La voz mate y cabal de Enrique y la exacta voz de plata de Antonio. Formas de pronunciar las palabras de tu lengua que algo debieron de tener que ver —así lo crees— con que fueras haciéndote de la forma en que, tal vez sin remedio, te fuiste haciendo. Historias de tres minutos que no eran solo para ti, pero que, extrañamente, te pertenecían (que aún te pertenecen). Más los sentimientos, no todos de mentira, que eran capaces de provocar. No, sin duda no es gran cosa lo que va quedando.

Escuchas algunos discos de antes, de cuando estar solo y estar triste era un juego que ensayabas, sin saberlo, para cuando… Canciones de ese tiempo en el que no tenías pasado, y el poco que tenías ya lo idealizabas. Música sobre todo para recrear lo de aquellos años: el matiz exacto de una amistad, aprender a saber lo que era ser libre y sentirse encerrado en las calles del barrio, los descubrimientos, la intensidad, besos furtivos por el parque del Oeste y el color impreciso —incierto, pero tan real— de una ilusión que te animó por dentro unas cuantas semanas hacia 1982… (“Solo trato de mirar el pasado / sin dejar que el corazón se resienta”).

De todo eso, si lo piensas bien, ya no queda nada, y esa nada te hace también ser quien eres. Bueno, sí: quedan… las canciones, los discos de antes.

 

NOTA: Tomo el título de este texto, y los dos versos del final, de la preciosa canción compuesta por Quique González para Los Secretos, e interpretada por Álvaro Urquijo en el disco Sólo para escuchar (2002). La banda sonora de esta entrada puede encontrarse en Twitter, agrupada con la etiqueta #DiscosDeAntes_Colden