Don Luis, tengo miedo; o la absolución de Camps

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Ni a Azcona se le hubiera ocurrido un mercachifle de metro sesenta, cuñado de Pajares, casado con una mamachicho, aficionado a las putas y los puros, de bigote daliniano y brillantina. Ni un político de perfil afilado, blandito por fuera, puñetero por dentro, de caderas anchas y ademán de seminario, presumido de desayunar café con bolleras o comer con duques. Tampoco un guión con cuatro trajes a medida, un sastrecillo valiente hecho un siete y un astuto limpiador de huellas capaz de gritar viva Honduras o fletar aviones que no vuelan. No podría haber imaginado un juicio convertido en una farsa. Una falla a medio arder. Dos políticos inquietos, dos niños grandes, embobados, condenados de antemano por dos excompañeros que habían entonado el mea culpa y se habían atornillado ellos mismos a la cruz. Ni una dependienta de una tienda contando que si el  tipo le alargó la mano fue para saludar, que no soltó ni un duro, que si te he visto no me acuerdo. Ni un magnetofón donde un secundario a toda Costa pide al hombre del bigote que le toque la varita mágica –con perdón- al presidente y lo meta en el gobierno. Ni unas facturas con tinta que no se ve, con papel invisible, con nombres que no existen. Ni un chaleco a medida blanco para ir a ver al Papa. Que siempre pensé yo que lo del Vaticano era como ir a una boda y que sólo iba de blanco el Santo Padre. Ni un chofer al rescate dejándole 200 euros (¿tanto dinero lleva un conductor en la cartera?) a un político para pagar una camisa. Ni una señora de político asustada del tamaño del regalo que ha llegado a casa para ella y la familia. “Te has pasao tres pueblos”, así, tan bien dicho, tan de colegio privado y señorita fina. Ni cinco personas en un hotel contándole a otras cuatro que el mundo que ven no es mundo, que la verdad se pasa y a otra cosa. No lo podía haber escrito Azcona, lo sé. No hubiera sido capaz de imaginarlo. Aunque don Luis, el sabio de don Luis, le habría dicho que sí, que todo es posible. Que en París Montesquieu chupa banquillo en tercera división. Que en Tombuctú por hacer lo mismo cortan las manos. Pero que Valencia es otra película. Que bien lo sabe él. Y que ya nos lo dijo, y nos reímos, hace unos años, en un cartel con toro y sevillana, coronando una colina de Levante: “Tengo miedo”.