Doña Pepa es una mujer guapísima, que ni los golpes ni los insultos le han quitado la sonrisa. Doña Pepa es madre y abuela. Doña Pepa se casó con 12 años y hacía las tareas de la casa rápido para poder jugar con mis muñecas. Doña Pepa se quedó embarazada muy joven y al año, su bebé falleció. Su marido todavía la culpa por ello. Doña Pepa parió a su tercera hija meses antes de lo debido.
Doña Pepa
Doña Pepa nos pide un espacio para contar su historia. Estamos en un curso de formación en igualdad de género y la violencia es un tema muy presente en el aula. Le damos la palabra. Nos pide permiso para levantarse y se acerca a la pizarra, se pone delante de sus compañeras y nos cuenta su historia. Necesito contarlo más veces. Al principio no podía y ahora lo necesito.
Doña Pepa es una mujer guapísima, que ni los golpes ni los insultos le han quitado la sonrisa. Doña Pepa es madre y abuela. Doña Pepa se casó con 12 años y hacía las tareas de la casa rápido para poder jugar con mis muñecas. Doña Pepa se quedó embarazada muy joven y al año, su bebé falleció. Su marido todavía la culpa por ello. Doña Pepa parió a su tercera hija meses antes de lo debido. El motivo: Una más de su marido. Espero que haya sido la última. La niña nació con dificultades, y su marido la culpó: ese monstruo no lo quiero, le dijo. Y ella decidió. Este monstruo (refiriéndose a su marido) no lo quiero. Y se separó. Se separó en contra de la voluntad de todo su entorno. Su padre renegó de ella, su madre la miraba con pena, su clan la repudió. Pero tiró para delante, con sus negocios, con su fuerza, con quien quiso apoyarla.
Le recomiendo que escriba un libro. Que su experiencia puede ayudar a muchas mujeres. Doña Pepa me dice que no sabe. Le digo que en la próxima visita de sus hijos les pida un cuaderno y que escriba, que cuente su historia, como nos la cuenta a nosotras. Doña Pepa me mira sonriendo.
—Que voy a escribir yo con la edad que tengo
—Por eso Pepa, por la edad que tienes y lo que has vivido, por todo lo que puedes ayudar. Si no la escribes tú, lo cuento yo.
—Pues cuéntalo tú, hija, que eres más lista.
Soy más lista porque soy psicóloga y tengo estudios. Si ella supiese. Doña Pepa me deja hablar de ella. Y así lo hago.
Doña Pepa es una más. Doña Pepa llora cada noche en su habitación pensando en sus hijos. Doña Pepa, se siente culpable. Y culpa. Es más fácil culpar. Es más fácil culparse. Culpa al sistema, culpa a los suyos. Culpa a quien le ha llevado a estar donde está, y no es consciente que ha sido ella misma.
Doña Pepa tuvo que delinquir porque no la dejaron estudiar. Doña Pepa es una superviviente. Ha perdido visión en un ojo, tiene cicatrices por todo el cuerpo que nos muestra. Y las que no se ven. Ríe al narrar como persiguió a su marido con un cuchillo porque éste le levantó la mano a uno de sus hijos. Ríe por nervios. Y así nos lo explica. No me río porque me haga reír. Me sale la risa cuando lo cuento. En ese momento le mataba. Y la creemos.
Nos cuenta con lágrimas en los ojos como su hijo la cogió un día del cuello. Y como ella, con una voz dulce, tranquila y mirándole a los ojos le pidió que no fuese como su padre. Nos cuenta como se abrazaron y lloraron juntos y como su hijo de 22 años le pidió perdón.
Doña Pepa ha sobrevivido, por el momento. Doña Pepa nos cuenta que odia a su marido pero habla de él con pena. Él se ha puesto en contacto con ella por carta. Le echa de menos, le pide perdón, le dice que sin ella no puede vivir. Y a Doña Pepa le da pena. No sé si habrá contestado a esa carta.
Solo espero que Doña Pepa cumpla lo prometido. Solo espero no verla de nuevo en prisión. Y espero de corazón que pueda cumplir los maravillosos proyectos que tenía en mente, si me dejan. Si lo intenta.