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- Fecha de creación 11/05/2023
- Última actualización 11/05/2023
El deleite del vómito
Anteanoche tuve un sueño bastante asqueroso pero de gran deleite para mí. Resultó que el día anterior había leído en prensa que en las listas de candidatos de Bildu a las próximas elecciones municipales en el País Vasco figuraban 44 antiguos militantes de ETA, entre los cuales siete ex presos que cumplieron condena por delitos de sangre. Uno de ellos asesinó a un policía y como consecuencia su hijo se quitó la vida poco después.
Me pareció bestial que personas con sangre en las manos, esa sangre que no se limpia pese a haber cumplido pena de cárcel, se puedan presentar a unas elecciones sin que nadie proteste. La ley los ampara de ahí que la junta electoral no haya puesto reparo a que formen parte de las listas de la coalición abertzale, el antiguo brazo político de la extinta banda terrorista. También leí que el cabeza de lista del grupo ultraderechista Falange Española, uno de los autores de la matanza de Atocha en un despacho de abogados comunistas en 1977, no ha tenido tanta “fortuna” y ha sido vetado. Menos mal.
En el sueño yo aparecía de repente en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, vacío en ese momento, media hora antes de la sesión de interpelación al Gobierno. Hacía tiempo que no tenía acreditación, pero un ujier amigo que recordaba mi cara me saludó con un abrazo y notó mi abultado vientre que me dificultaba caminar. “Caray, majo, estás hecho un cerdo, con perdón para los porcinos”, me espetó entre risas. Sin entrar en debate le pedí que me permitiera ingresar en el recinto y me indicara dónde se colocaban los diputados de Bildu. “¿Para qué lo quieres saber, tío? ¿No irás a hacer una de las tuyas, que ya te conozco de otras veces?”. “Descuida, Luciano. Es cuestión de poca cosa y hasta apuesto a que te gustará. Vaya, que tú también lo harías con agrado”, dije. Recordaba su nombre porque, además, sus colegas y los periodistas le llamábamos “Pavarotti”.
Una vez obtenida su autorización y la explicación sobre el lugar exacto donde se sientan los cinco diputados abertzales, en una de las filas superiores de la izquierda, subí con gran dificultad las escaleras y me introduje en la fila hasta llegar al banco donde se coloca su portavoz, una antigua abogada de la órbita etarra. No lo pensé dos veces. Metí dos dedos en la boca y expulsé al instante un largo y espeso vómito oscuro que puso perdido el asiento aterciopelado. Lo siento por las empleadas de la limpieza, murmuré, pero mi moral me lo exigía. Regué también las poltronas de las otras cuatro señorías bildunautas para que no se sintieran excluidos de la porquería.
Ya lanzado, y al ver que ni Pavarotti ni ningún otro empleado me vigilaba, bajé hasta el llamado Banco Azul, donde se sientan los ministros y ministras, y descargué restos de mi estómago en la silla de la titular de Igualdad, porque le había escuchado poco antes que no tenía nada que decir sobre las listas de Bildu, pues, según comentaba, es una formación democrática y está en su derecho a conformar sus candidaturas como prefiera.
El sueño se interrumpía y de un salto me trasladaba hasta Vitoria donde en un encuentro con periodistas el coordinador de EH Bildu, Arnaldo Otegi, declaraba que no había que prestar atención al asunto de las listas electorales. No es más que ruido y barro, les decía a los plumillas. “Hay que elevar el debate. Frente a eso nosotros ofrecemos soluciones”, sentenciaba.
Terminada su breve intervención le hice una seña con la intención de charlar un ratito con él. Accedió, porque pese a su pasado terrorista, Otegi es de carácter afable. “¡Vaya, cuántos cochinillos te has metido en el cuerpo, tío! ¡Vas a reventar!, me saludó con guasa. “¡Y que lo digas, Arnaldo!”, respondí. Apenas me dio tiempo terminar de decir su nombre porque saqué de la boca un vómito tremendo, interminable, como jamás antes, una fuente de líquido fermentado con restos de carne, pescado y fruta”. “Eso es lo que pienso de tus listas y del barro al que arguyes”, añadí casi medio ahogándome de tanto espasmo y tanta mierda.
¿Qué decir más? Salvo que después del sueño no pude volver a dormir. Me vino entonces a la memoria una de las historietas de la película de los Monty Python, El sentido de la vida (The meaning of life) premiada en Cannes en 1983. En ella aparecia en un restaurante francés un repugnante y orondo comensal que no hacía más que pedir de muy malos modos a los atemorizados camareros un plato tras otro hasta que su barriga estallaba e inundaba el establecimiento con ríos de restos de comida.
En realidad, mi sueño era justamente al revés. Yo, asquerosamente cerdo arrastrando el vientre por el suelo, descargaba toda mi putrefacción por la boca para manchar aún más a quienes tienen las manos sucias de sangre. Quizá hubiese podido alterar los papeles: ellos pidiendo más y más y yo concediéndoles más y más, hasta que...