Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img

Durezas

 

La obra negra de Giorgio Scerbanenco es negrísima. No se admiten comensales pusilánimes en el sombrío festín de sus novelas. El menú es sórdido, y no sólo no hace nuestras delicias, sino que, además, nos amarga la noche. No hay humor, ni sustrato romántico, ni distancia posmoderna que valgan: las historias que cuenta este autor ruso-italiano se parecen demasiado a la vida cuando se pone mala y fea como para regocijarnos en ellas (aunque aquí nos hayamos permitido un chistecillo con uno de sus títulos con ocasión de la Undécima).

 

Y, sin embargo, los personajes de Scerbanenco no son ni de esta vida ni de este planeta. Son quintaesencia de ideas, criaturas destiladas en oscuros laboratorios, estilizados estados de ánimo que vagan por las calles de Milán y que se comunican en diálogos brillantes y esenciales. Los personajes de Scerbanenco son un desfile de dramas que deja en simpáticos malvados de opereta a tantos ingenuos intentos de hacer novela negra “de la dura”.

 

En efecto, la forma limpia y clara de narrar, de envolver en épica fatal a los personajes, los ambientes regidos por los códigos oscuros de las alucinadas criaturas que habitan la ley y el hampa, son dones literarios al alcance de pocas Olivetti, y nos recuerdan las quintaesenciadas historias que contaba, cámara bajo el sombrero de cawboy, monsieur Jean Pierre Melville.

 

(Por cierto ¿no he contado aquí que Melville era uno de los directores favoritos de Carlos Pérez Merinero? Pues lo era, como se comentará, si los hados lo permiten, en su momento).

 

Podría ser una Olivetti…

Más del autor

-publicidad-spot_img