La Revolución Francesa no solo se cargó a Luis XVI y a su infame esposa, «l’ autrichiene». Bueno, todos sabemos que el macabro -y muy efectivo- invento de monsieur Guillotin terminó decapitando a los monarcas y a muchos de sus nobles seguidores. Pero lo que muchos no quieren reconocer es que también cercenó el delicado cuerpo del savoir-faire cultivado por generaciones de Pares de Francia, dejando la buena educación y las normas sociales huérfanas. O, peor aun, en manos de un puñado de padres adoptivos ignorantes… la naciente burguesía.
Por suerte, ese nuevo «establishment», el de la burgeois devenida en lo que hoy conocemos como la clase media dominante, rápidamente comenzó a demandar lecciones de modales con el sueño de parecerse más a sus nobles predecesores (menuda hipocresía). “No te hagas pasar por un príncipe si no has aprendido antes a serlo”, dijo el sabio Solón de Atenas. Y precisamente bajo ese lema nacieron los libros de etiqueta del siglo XIX, el último artilugio de la Edad Contemporánea para igualar a “los comunes” con los reyes.
Honoré de Balzac esculpió la piedra angular del género con su “Tratado de la vida elegante” (1830), inspirado en la brillante “Fisiología del Gusto” (1825) de Jean Anthelme Brillat-Savarin, un ingenioso jurista que acuñó frases como “dime lo que comes y te diré lo que eres”. En su obra, ahora editada en español por Impedimenta, Balzac ofrece brillantes consejos de moda como: “Si el pueblo te mira con atención, es que no vas bien vestido: es que vas en exceso atildado, planchado, rebuscado”. Toda una lección para los nuevos ricos de la época. Lástima que el autor de la Comedia Humana no terminara su ambiciosa “enciclopedia” para el gentilhombre, que prometía incluir ensayos con títulos tan deliciosos como “Fisiología del vestir” o “Estudio de las maneras a través del modo de colocarse los guantes”.
La nueva ola
Los textos balzaquianos abrieron el camino a otros, como “Sobre el dandismo” (1845) del refinadísimo Barbey d’ Aurevilly, y “El pintor de la vida moderna” (1863) de Charles Baudelaire. Ward Mc Allister, un ambicioso abogado de Georgia, hizo su particular aporte a la alta sociedad de la edad dorada de Estados Unidos (la del auge de los Rockefeller, los Carnegie y los Morgan) con sus consejos para no perder el buen tono en los salones de la Quinta Avenida. Ya en la década de 1920, Emily Post escribió “El libro azul de usos sociales”, más conocido como “la biblia” de la etiqueta, y Amy Vanderbilt, otra dama ociosa de Nueva York, publicó en los 50 el “El libro completo de etiqueta de Amy Vanderbilt” (va por su edición número cincuenta).
Desde entonces, el género de la etiqueta ha estado muerto, o eso creíamos. Estos días la prensa internacional no hace más que elogiar la nueva guía de estilo escrita por la ex modelo y empresaria Inès de la Fressange. No me sorprende que la antigua musa de Karl Lagerfeld divulgue sus secretos para lograr el chic parisino. De hecho, me parece bastante lógico recordando que de la Fressange es hija de un marqués y tiene un estilaso que la ha llevado hasta su actual cargo como embajadora de Roger Vivier. “Nunca parezcas rico” o “usa dos pañuelos, uno sobre el otro” son algunos de sus tips, aunque para enterarse de todos hay que desembolsar unos 15 euros. Una ganga para aquellas mujeres que quieran intentar -y subrayo, intentar- emular a Inès.
Mucho más divertido es el libro “Classy” del periodista Derek Blasberg, una “hoja de ruta” para las chicas modernas que quieren sobrevivir a las tentaciones de la vida moderna -véase Facebook, los botellones y la BlackBerry. “Jamás subas a internet una foto que no querrías que tu madre vea”, es uno de los lemas de este “sensei” postmoderno de la cortesía. Y si hay algún lector que ya está pensando que esto de la etiqueta es cosa de mujeres, termino destacando “Cómo ser un hombre” de la leyenda del punk Glenn O’ Brien. En este libro, el ex crítico cultural de «Interview» y ex director de publicidad de Barneys New York nos regala recomendaciones bastante reveladoras como: “No presentes automáticamente a la gente. No todos tienen que conocer a todos”. Aunque mi preferida es: “Siempre di gracias, aunque no estés agradecido, incluso cuando estés enojado”. ¡Gracias!