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Quienes lo saben le sacan partido. Se acercan a la chica de la caja con sigilo de espía soviético. La miran a los ojos buscando la complicidad de la misión compartida. Y cuando vislumbran que forman parte del mismo equipo, se lo dicen. “Póngame el Big Mac de Moreno”. Ella baja la vista, como los dealers miran para el lado contrario de donde apuntan sus manos. Teclea en la caja registradora un código secreto. Recoge el dinero con rapidez y sin preguntas como un político profesional. Y sin mirar a los ojos entrega la comanda. Pueden ir ustedes a cualquier McDonalds de Buenos Aires y comprobarlo. Yo lo hice. Funciona.
Moreno es Guillermo Moreno, kirchnerista con carné, secretario de Comercio Interior de la Argentina. Y su Big Mac es la concesión del imperio de las hamburguesas a Cristina. Me lo explicó un abogado porteño, entre cafés y adjetivos, que es como se explican allí las cosas. El mundo lo rigen las estadísticas del FMI, del Banco Mundial, las previsiones de los bancos centrales y todas esas instituciones de dudosa reputación pero cuyas cuentas publican los periódicos a cuatro columnas y en negrita. Pero también otros índices secundarios, que se miran con lupa porque se sabe que son reales. Entre ellos el índice Big Mac. Compren The Economist, o búsquenlo en Internet. Aprendan inglés a trompicones como un presidente del Gobierno español y léanlo.
El Índice Big Mac mide los precios de la hamburguesa estrella del payaso del pelo rojo en diferentes países del mundo. Mide sus subidas o bajadas. Y así permite comparar la balanza de precios y el nivel de la economía según de dónde se hable. Y también calcular la inflación, que es esa cosa que los alemanes temen tanto como un apendicitis y por la cual, me cuentan, la señora Merkel puso las barbas de Mariano a remojar. Pues bien, en Argentina, donde las cosas valen un día una cosa y al siguiente mucho más, donde no hay listas de precios porque los precios pueden cambiar desde que uno entra a una tienda hasta que se dispone a pagar, el Gobierno de Cristinita presionó a McDonalds, me explicaron, para que alterase el precio del Big Mac. Nada de poner el real, les dijeron a los yanquis, que se nos va a ver el truco entonces y van a descubrir que las cifras oficiales las hacemos con la cuenta de la vieja. Y si no os cerramos los colmado y declaramos la ley seca a los mcmenús. El sr. Ronald aceptó. Es complicado sacarle los colores a un clown. Y pusieron un precio al Big Mac, para que figurase en el Índice Big Mac, que cuando se pisa un McDonalds no aparece por ningún lado. Pero si uno se lo sabe y se acerca a la cajera con pulso de tesorero camino de Suiza, puede decirle que quiere tomarse el Big Mac de Moreno, el hombre que doblegó a McDonalds, y entonces te lo tienen que dar por mucho menos de lo que pagan quienes no lo saben.
Hoy leo que el Fondo Monetario Internacional, ese palomar de buitres que se cansó de Latinoamérica, de Asia y que ahora ha instalado sus huestes en la vieja Europa, ha hecho su primera declaración de censura desde que existe hace 70 años a Argentina por alterar los datos de la inflación. A estas alturas, pienso yo. Aunque me consuela saber que también allí, donde campaban a sus anchas exministros que no vieron venir la gran ola, han recortado tanto los gastos que ya no hay para restaurantes michelín. Ahora hacen sus investigaciones comiendo en McDonalds. Pidiendo con vergüenza, en voz queda, como las mujeres que compran consoladores para sus amigas o los hombres que eligen lencería para sus amantes, el Big Mac de Moreno.