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Brújula‘El caballero encantado’. Una reivindicación del último Galdós, 1

‘El caballero encantado’. Una reivindicación del último Galdós, 1

La literatura nace y se despliega frente a un fondo de silencio que, como un mar, está siempre a punto de engullirla. Este mar de silencio, en forma de crítica miope y política cicatera, ha escamoteado para los lectores del siglo XXI al Galdós del siglo XX y, en particular, ha hecho naufragar su última novela, El caballero encantado. El propósito de este artículo, entre la interpretación y el elogio, es rescatar a uno y a otra para el desatento lector español contemporáneo.

El silencio (y la maledicencia) sobre el ‘Galdós del siglo XX’

Esta novela se publicó en 1909 y su autor murió en 1920. Esta simple secuencia cronológica justifica que, como hace Julio Rodríguez Puértolas en el estudio preliminar que precede a su ejemplar edición de esta novela (Ediciones Akal, 2006; no ha habido reedición, que yo sepa)[1], podamos hablar de un “Galdós del siglo XX”. Un Galdós radicalmente “moderno”, en un sentido ideológico tanto como estético, en cuyos últimos libros podemos encontrar críticas precoces a lo que hoy llamamos consumismo, o a los automóviles en los que, a toda velocidad, ya circulaban los españoles ricos por nuestras decimonónicas carreteras, esas sí. Una cuerda de presos tiene que apartarse de la carretera por la que van para evitar ser atropellados por los coches: “Cuando a lo largo de la carretera general, en la cual entraron poco antes de la nueve, veían venir algún automóvil disparado, se les mandaba alinearse en la cuneta. Pasaba el auto como exhalación, levantando polvo y exhalando fetidez de gasolina”.

Abunda Rodríguez Puértolas sobre sobre la modernidad formal de Galdós:

“Moderno también en su estética, en las innovaciones que incorporó a la novela realista decimonónica. Con un sentido de la anticipación, poco común en nuestra literatura, Galdós crea la ‘novela total’, en la que, junto a la trama narrativa, encontramos diálogos teatrales o fragmentos más propios del ensayo o el discurso político. Algo que nos resulta común a los lectores del siglo XXI, tras el reconocimiento universal de obras como las de Proust o Joyce, pero que, en 1909, suponía una primicia en nuestra literatura”.

La recepción crítica de Galdós ha sido siempre cicatera y despreciativa. No tuvo suerte el gran novelista con las élites intelectuales, ni, por supuesto, con la todopoderosa Iglesia Católica, ni con los círculos cortesanos, ni con los viejos clanes del incipiente y corrupto poder financiero, ni con el caciquismo rural; instancias que evitaron con su influencia varias iniciativas de homenaje público, entre ellas, dos propuestas fracasadas para el Premio Nobel. Afortunadamente, compensó el menosprecio con el inmenso apoyo popular del que gozó siempre, que lo hizo ser el candidato más votado en Madrid de la Conjunción republicano-socialista, en las primeras elecciones a las que concurrió por esta formación, que presidió de la mano de Pablo Iglesias, de quien fue devoto admirador y amigo:

“Ha habido día en que pensé en meterme en casa y no ocuparme de política. Pero lo he pensado mejor. Voy a irme con Pablo Iglesias. Él y su partido son lo único serio, disciplinado, admirable que hay en la España política”. (El bachiller Corchuelo, 1910).

Para 1908, su actividad civil y política fue superior a la literaria. Su entierro convocó a miles de madrileños que lo acompañaron en su despedida. El sambenito, nunca mejor dicho, de “don Benito el garbancero”, que popularizó, entre otros, Francisco Umbral, como contrapunto de su dudoso dandismo literario, sigue pesando aún, como una losa sobre su estimativa. El último ejemplo, que he leído hace poco en la revista digital CTXT, pertenece a Gonzalo Torné que, al plantear la tesis de cómo la lectura de un libro condiciona la del siguiente, dice:

“Cada uno tendrá sus ejemplos favoritos de distorsión. Leí Fortunata y Jacinta justo después de La Regenta, y ni un desfile de admiradores sensatos me convencerá de que Pérez Galdós no era una antigualla ya en su tiempo: moroso, folletinesco, impreciso en la dirección narrativa y plano hasta las lágrimas cuando se trata de abordar la psicología (por decir algo) de sus personajes femeninos. La lectura de otras novelas de Galdós que me han gustado mucho e incluso muchísimo (Miau) no ha alterado este juicio tan injusto como inapelable: Clarín me ha echado a perder a Galdós”.

La novela tuvo una recepción crítica lamentable, con alusiones de tan mal gusto como “el estilo de vejez” en que estaba escrita o “la senilidad prematura” como explicación de su radicalismo, ese sí plenamente entendido. En fin, sea como sea, el prejuicio, ideológico o formal, sobre la obra de este novelista parece ya muy petrificado en la crítica literaria española. Sucede algo parecido a lo que Edward Said (Orientalismo, cap. IV) llamaba “actitud textual”:

“El sentido común enseña que es un error suponer que los libros y los textos pueden ayudar a entender el desorden impredecible y problemático en el que los seres humanos viven”.

Michel Foucault lo llamaba “discurso”, un conjunto de ideas preexistentes que obvia la realidad: y es que Galdós (con la excepción de sus Episodios Nacionales, y solo por razones simbólicas e identitarias) es un escritor incómodo y resistente a los incesantes intentos de filtrado. En realidad, los casos como el suyo abundan: constituyen toda una literatura heterodoxa paralela al canon de la España oficial.

El silencio (y la maledicencia) sobre ‘El caballero encantado’

A pesar de que la publicación de esta novela (primero, por entregas en el diario El Liberal, y después en forma de libro, en 1919), fue un éxito: con cinco reimpresiones sucesivas, alcanzará los 10.000 ejemplares vendidos, un verdadero éxito para aquellos años y aquella España. Tuvo una pronta secuela cubana en 1910, con el florido título de El caballero encantado y la moza esquiva. Versión libre y americana de una novela española de D. Benito Pérez Galdós, de Fernando Ortiz, que hace una personal extrapolación del “tema americano” (Tarsis-Gil / Cintia-Pascuala y Héspero, el hijo de ambos: ya hablaremos de ello en una próxima entrega a propósito de El Doble), en la que la intención de Galdós habría sido asimilar la América hispana a la “Madre Patria”. Esta crítica implícita al libro de Galdós es el motivo de las principales divergencias argumentales entre las dos novelas.

En 1923, y con una espectacular tirada de 150.000 ejemplares, se publicó la versión rusa de El caballero encantado. Unos años después, en 1927, apareció una segunda traducción en esa lengua. Su olvido posterior ha sido clamoroso.

En internet, por ejemplo, solo hay una página donde se hace referencia, y se reivindica con inteligencia y humor, a esta novela: se trata del blog de Javier Avilés, El lamento de Portnoy, en un post de julio de 2007, hoy abandonado por su autor. Tomamos prestado el resumen que hace de la novela de Galdós:

“Es preciso tener en cuenta el ‘argumento’ de El caballero encantado. Don Carlos de Tarsis y Suárez de Almondar, marqués de Mudarra y conde de Zorita de los Canes, terrateniente y oligarca, mantiene su tren de vida y ocios gracias a la explotación de los campesinos. Un extraño personaje, La Madre (Clío, España), lo transforma, precisamente, en jornalero miserable, y le hace peregrinar por Castilla la Vieja, en busca de su propia purificación y de su enamorada, la maestra Cintia. Desencantado y regenerado, Carlos-Gil, unido a su amante, luchará por desencantar y regenerar el país todo. Dentro de este esquema, Galdós va a pasar revista a las diversas clases que constituyen la sociedad española, clases que aparecen claramente delimitadas y caracterizadas”.

Baste como primera noticia. A lo largo de esta miniserie, intentaré convencer al lector del valor de esta novela única en la literatura contemporánea española, ayudándolo a traspasar el espejo a través del cual el caballero encantado entrevé a su amada perdida. Es aún un espejo límpido y piadoso, que devuelve la belleza de su enamorada con una promesa de redención. No es aún el espejo de feria del Callejón del Gato, que refleja monigotes sin remedio en el esperpento de Valle-Inclán.

[1]    Este estudio preliminar lo tomo como fuente de toda la información sobre Galdós, su actitud y su obra en el siglo XX y sobre las circunstancias externas de la novela. También del mismo autor, Galdós y «El caballero encantando», en Anales galdosianos, Año VII, 1972.

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