El campo desnudo

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(Continuación de la entrada anterior, El polvo del camino)


(…) La última noche y como despedida, decidió Faba internarse en el cercano bosque de pinos, cuando todos estuvieran dormidos. Quizás su curiosidad le pedía un rito de consumación que cerrase su experiencia iniciática rociera. Se sentía tan identificado como ser vivo con la naturaleza que le rodeaba (donde todo parecía armonioso y apacible), que no dudó en echarse a vagar aparentemente sin rumbo, mientras se iba adentrando en las pinedas cercanas, buscando la cara oculta de la noche en el campo.

 

Podría pensarse que fue la oscuridad la causa de lo que aconteció minutos más tarde, pero la luna creciente brillaba en lo alto, y en la despejada noche de primavera todo era azul como en un sueño cinematográfico. El monte se iba espesando rápidamente bajo sus pasos. Caminaba entre arbustos, que ahora aquí, u otrora allá, le arañaban las piernas por encimas de los pantalones. “¿Arbustos o garras?”, se preguntó su consciencia desorientada.

 

A pesar del dolor y el temor crecientes, no podía pararse, le arrastraba la respiración rijosa del campo, de las ramas, de los animales ocultos en la espesura, de las aves nocturnas, de las alimañas, y por qué no de los furtivos que se echan al campo, y se asilvestran como fieras. De repente sintió que todos se le echaban encima, dispuestos a hacer lo que fuera necesario para saciar sus instintos más deplorables.

 

Deshizo sus pasos con la prisa de un fugitivo, que lleva su corazón en la mano porque por la boca se le ha salido. Sólo recuperó la calma y la conciencia, cuando divisó a lo lejos el campamento. En el centro de aquel arco de carretas relucía el Simpecado con las velas encendidas. Ante tan fervorosa imagen se le serenó el alma. Entre aquellos cuatro cirios alumbrando en plena madrugada, respiraba la fuerza del bien, el oxígeno de la esperanza humana. Se sintió afortunado de formar parte de algo más grande que él, y de poder reintegrarse entre los suyos.

 

Una vez que ingresó en los confines de su territorio ambulante, se sintió seguro. El campo era un vampiro y el campamento una corona de ajos; dentro de su círculo bendito estaba inmunizado.

 

Antes de subir a su litera de la carreta de los muchachos (como era conocida en todo el campamento), decidió Faba desahogar su vejiga a espaldas del carromato, apuntando hacia el campo, pero sin alejarse esta vez demasiado. Aunque se sentía completamente relajado tras su salvaje experiencia, el chorrito no se decidía a tirarse al aire. De repente sintió que le estaban mirando. ¿Se trataría de la segunda parte de su paranoia?

 

Amparado en la lechosa luminosidad de la noche, el viejo tractorista gordo y cano del carromato siguiente al de los muchachos, no paraba de masturbar su erguido falo de sátiro. No sólo le sonreía, mientras frotaba su flauta, sino que además con la barbilla le hacía gestos para que se acercara.

 

Faba no daba crédito. El vicio sin fin de Dionissio, residente en la espesura cercana, al verse burlado por su víctima propiciatoria, había poseído a un viejo rijoso del campamento, quien -falo en ristre- reclamaba el tributo carnal debido a su amo.

 

Para ser su peregrinación primera, pensó que ya había atesorado suficientes experiencias extraordinarias por una noche. Antes de encerrarse en lo más alto de la carreta de los muchachos, echó una última mirada al Simpecado encendido, que esta vez le pareció un puerto seguro para almas en borrasca.

 

 

Fotos: Clara X*

 

* (La fotógrafa Clara X. -catalana afincada en Holanda, y cuyo apellido lamentablemente no recordamos- y Julio José de Faba compartieron carreta, peregrinando con la Hermandad de Carmona al Rocío, en Junio del año 2000. Ambos fueron invitados de Juan Fernández Lacomba, pintor sevillano y hermano rociero comprometido. Lacomba había participado en el diseño del Simpecado de Carmona, cuyas fotos ilustran estas entradas rocieras de la Huerta del Retiro. Guiados por la sabia mirada de su pintor anfitrión, los ojos de Clara y de Julio vieron las mismas imágenes y portentos en aquel Rocío.)