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‘El cuento del zar Saltán’, a la manera de Mary Poppins

Cartel de 'El cuento del zar Saltán' de Rimski-Kósakov en el Teatro Real
Cartel de ‘El cuento del zar Saltán’ de Rimski-Kósakov en el Teatro Real

¿Cómo hacer que los adultos se traguen un cuento infantil? Pues como ha hecho Tcherniakov, el director de escena de El cuento del zar Saltán de Rimski-Kórsakov que se acaba de estrenar en el Teatro Real.

Bueno, habría personas aficionadas que dirían que con la música ya sería suficiente para tragarse esta ópera. Posiblemente lo harían muchas. Y, sí, la música es un puñao de bonita. Y el director musical, Ouri Bronchti, consigue que suene así de bonita. Como un bordado lujoso en un tejido noble en la que solo destacan los instrumentos, como puntadas de color, cuando es necesario. Por ejemplo, los instrumentos de viento anunciando la llegada del zar.

Una música que suena a grabada y a banda sonora. No por metálica, sino porque la calidad del sonido está trabajada para que se oiga como si saliese de un reproductor o de cualquier proveedor de grabaciones de calidad en streaming oídas a través de los mejores altavoces. Lo que produce una perdida absoluta de personalidad o estilo.

Surgen, por tanto, dos preguntas. La primera, ¿qué lectura puede hacer una orquesta como la del Teatro Real de una ópera de repertorio clásico? La segunda, ¿se ha hecho así para mostrar que esta orquesta es como otra de las grandes de cualquier teatro de ópera?

Mejor, reformulemos las dos preguntas en una ¿Qué puede aportar cómo elemento diferenciador una orquesta que tiene la calidad que toda la crítica y los musicólogos españoles señalan? Una orquesta de calidad se caracteriza por tener personalidad propia y proponer una lectura de las partituras que les toca interpretar. Y, esta vez, esa lectura propia no está. Aunque hay una reproducción musical inmensa.

Claro que su calidad, contrasta con la de los cantantes. ¿Es que están mal? No, no lo están, pero en los agudos tienen tendencia a irse hacia el grito. Incluso falla algún grave. Por cierto, nada grave en esos fallos. Solo se echa en falta el comentario en las críticas publicadas, aunque en su defensa hay que decir que pertenecen a días distintos a los que pertenece esta.

Añádase que los cantantes como actores no son la pera, pero tampoco están mal  y son mejores que muchos otros. Seguramente porque el estereotipo y la pantomima con la que tienen que actuar en muchos momentos hace que se oculten sus verdaderas dotes actorales. Pero ya se sabe que esto importa poco a la crítica de ópera, que es fundamentalmente una crítica musical.

Así que esta música, que esta vez suena bonita, muy bonita, seguramente hubiera provocado el empalago de haberse decidido por hacer una puesta en escena tradicional. Con palacios rusos recargados, cortinones de terciopelo, paisajes dramáticos, ropajes adornados con sus martas cibelinas, que allí hace mucho frío, trajes folclóricos, diademas de cintas para ellas y etcétera. Algo que algún que otro adulto, a pesar de su afición a la música y de que esta sonase tan bien como suena en esta producción, se le haría bola por parecerle entre infantil y pesado.

Para evitarlo, el inteligente Tcherniakov, le pone amargura a la historia. Imagina que se la cuenta una madre a su hijo autista, que se comunica con él a través de los cuentos infantiles. Vía de comunicación que esta vez usa para ponerle al día de su vida y de la inminente llegada de un padre del que nunca le habló.

Una madre que se llama igual que la zarina del cuento, Militrisa, y que, como la protagonista del cuento, también fue abandonada a su suerte por el padre cuando tuvo este hijo que, al igual que el de la ópera, se dice y se comenta por la mala y envidiosa sociedad, que no se ajusta a los patrones de normalidad.

El cuento, usado como metáfora de sus vidas, incluye los juguetes preferidos del hijo autista, que también se llama como el príncipe heredero, Guidon. Una princesa cisne, una ardilla mecánica y treinta soldaditos de plomo, que son las tres maravillas que hacen que el zar/padre vuelva al hogar. Y se reconcilie con la mujer y el hijo. Perdonen el spoiler.

Teniendo en cuenta lo anterior, se podría decir, que si Mary Poppins ponía un poco de azúcar en la amarga medicina que tenía que dar a los niños que cuidaba, Tcherniakov pone un poco de angostura y drama a esta almibarada historia o cuento para que los adultos se lo traguen. Y, de nuevo, a tenor de las críticas y de los comentarios que se escuchan, ese toquecito hace que se lo traguen bien y con gusto. Que las chuches y los dulces son para los niños y las niñas ¿verdad?

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