Mi infelicidad no beneficia a nadie.
Intimidad, Hanif Kureishi
Una de las frases que rescato a diestro y siniestro de Los detectives salvajes (la habré dejado caer por aquí seguro un par de veces) es aquella puesta en boca del jovencito García Madero, que dice que hay momentos para boxear y momentos para la poesía. Yo no soy muy de boxear, ni de pelear, ni de cosas que se le parezcan, pero me gusta pensar que como aquello que escribió Bolaño no hay nada tan cierto. Y que cuando se entremezclan la lucha y la poesía es cuando se tuercen las cosas.
Sin ir más lejos, veamos un ejemplo. Pushkin nació en Moscú en 1799 pero murió en San Petersburgo. Fue en 1837, cuando el poeta ruso retó a un duelo al militar francés Georges d’Anthés para defender el honor de su esposa. Me entero de esta historia delante de la estatua del escritor que hay en medio de la Plaza de las artes de San Petersburgo, frente al Museo Ruso. Y entonces trato de imaginar el duelo. La versión que llega a mis oídos dice algo así como que, tras incesantes flirteos lanzados como dardos por el militar a la mujer de Pushkin, este no tuvo más remedio que retarlo. Era consciente, por supuesto, de que retar a un duelo con pistola a un militar entrenado tenía más de locura que de método. Pero la decisión estaba tomada. Se alejaron espalda contra espalda paso a paso. Aleksandr Pushkin recibe un disparo en el estómago que lo convertirá en un escritor muerto. Lo que para él era en cualquier caso una faena; a fin de cuantas su obra ya gozaba de reconocimiento, aunque años antes se hubiese visto obligado a sucumbir al exilio. Curioseando por internet termino descubriendo que aquello tuvo casi más de asesinato que de duelo, aunque habré de remitirme a alguna biografía más fiable y no así a un par de párrafos extraños que he encontrado por ahí. Por ello tampoco ha de tomarse como fuente muy fiable todo esto. Pero en fin. No es mi intención tratar ahora lo verídico de aquel suceso, sino que me remito al mero anecdotario, al hecho de que Pushkin se enzarzase en un duelo para poder tragar saliva y considerarse de nuevo un hombre feliz que vela por su pareja.
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He publicado con la editorial Valparaíso un libro de poesía: París me ha rechazado. Me preguntó ayer un amigo que por qué ese título. Es una anécdota que cuenta James Salter en su genial Quemar los días, cuando indagando en el viejo continente y en su capital literaria del siglo XX, relata cómo Jack Kerouac llegó a la ciudad francesa y al segundo o tercer día se marchó diciendo: París me ha rechazado. De igual forma, no tengo la certeza de que el autor de On the road dijera aquello, o si se trata, probablemente, de una frase puesta en su boca por Salter. Lo que no evita que al utilizarla como título yo me remita a la misma anécdota, y aún así lo trate con la certeza absoluta de que aquello hubiera sido. ¿Por qué se fue de París? ¿Quién se va de París? ¿Es por tristeza? Yo aún no lo sé, pues todavía no he llegado.
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Anoche, leyendo Intimidad, de Hanif Kureishi, me encontré con una historia en principio de interés menor para mí, en el sentido de que es la historia de un hombre casado y con hijos a punto de divorciarse. Pero entonces van apareciendo reflexiones y retratos de amigos, van apareciendo despuntes sobre el miedo, sobre el sexo, sobre la vida en pareja y sobre los hijos y en mitad de una tristeza o una melancolía contagiosa hay un humor tan ácido que invita a la ternura. Tal y como lo describe el mismo protagonista:
“Es la infelicidad y el dolor lo que me llega al corazón. Esas cosas las entiendo y puedo ser útil. Una atmósfera de depresión generalizada y una penumbra templada me hacen sentirme en casa. Si te atrae la infelicidad nunca te faltarán amigos”.