El dichoso golpe de Estado

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Los gobiernos de Venezuela y Argentina agitan el fantasma golpista cuando sus proyectos hacen aguas por las grietas que ellos mismos han provocado.

 

Conspiraciones. Cuando nada funciona, las conspiraciones aparecen como setas; cuando no hay enemigo fácil que identificar; cuando se nos altera el potasio; cuando no tenemos nada que decir… ni hacer… ni gobernar.

 

La pinche manía de los gobiernos alternos de Suramérica de agitar la paranoia del golpe de Estado cuando los problemas internos se multiplican me enferma cada día más.

 

No dudo, porque la conozco, que la élite venezolana está todo el día mascullando formas de tumbar al tropigobierno de Nicolás Maduro, pero me parece lógico. Cuando el egoísta establecimiento de derecha cavernícola de Venezuela estaba en el poder, la izquierda y los movimientos populares pasaban los minutos pergeñando formas de expulsarlos de la poltrona. ¿Qué tiene de raro?

 

No dudo de que desde los despachos de los propietarios de Clarín se hace vudú con la tullida figura presidencial y que hay poderes territoriales insondables que quieren una Argentina libre de kirchnerismo. Pero resulta agotador el mantra del complot judeo masónico y chipiroflaútico contra la figura sin mácula que habita la Casa Rosada.

 

El fantasma del golpe de Estado es equivalente al del imperio gringo. Ambos existen y son reales, pero no pueden congelar la acción de gobierno de un país ni convertir a toda la oposición en culpable de algo que no ha ocurrido.
Lo de Venezuela tiene más asiento, porque ya lo hicieron en 2002. Lo de Argentina es ciencia ficción con trazas de soja y realidad.

 

Los golpes de Estado sólo prosperan cuando la población es indolente o no está lo suficientemente politizada como para resistir. O, mejor dicho, los golpes prosperan porque son el resultado final de una confrontación de élites en la que la población es mera espectadora, primero, y víctima, después.

 

La grave crisis que viven algunos gobiernos de la Suramérica rebelde tiene que ver con muchos más factores que el de la amenaza golpista. Les está pasando factura la incapacidad para modificar las estructuras coloniales del poder, la cooptación de parte del tejido social, la criminalización del disenso, la apuesta por los commodities en lugar de por una economía sostenible y autónoma, la pelea con los amigos en lugar de con los enemigos… Mientras la macroeconomía –basada en el petróleo o en la agroindustria del monocultivo- funcionaba, todo esto se podía tapar a punta de redistribución masiva de recursos. Pero cuando el ciclo acaba, y eso es lo que está ocurriendo, todos los problemas afloran.

 

Cuando se invoca tanto a los golpes se termina golpeado y la historia nos enseña que los mártires fruto de los mismos no sirven para nada. Qué jaleo, qué momento tan peliagudo, qué conspiración de confusiones…

Me perdí en Otramérica, esa que no es Iberoamérica, ni Latinoamérica, ni Indoamérica, ni Abya Yala... y que es todas esas al tiempo. Hace ya 13 años que me enredé en este laberinto donde aprendí de la guerra en Colombia, de sus tercas secuelas en Nicaragua, de la riqueza indígena en Bolivia o Ecuador, del universo concentrado de Brasil o de la huella de las colonizaciones en Panamá, donde vivo ahora. Soy periodista y en el DNI dice que nací en Murcia en 1971. Ahora, unos añitos después, ejerzo el periodismo de forma independiente (porque no como de él), asesoro a periódicos de varios países de la región (porque me dan de comer) y colaboro con comunidades campesinas e indígenas en la resistencia a los megaproyectos económicos (porque no me como el cuento del desarrollismo). Este blog tratará de acercar esta Otramérica combatiendo con palabras mi propio eurocentrismo y los tópicos que alimentan los imaginarios.