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Mientras tantoEl gen urbanita

El gen urbanita

 

Creo que ya hemos dicho aquí (y si no, ya estábamos tardando) que el ambiente propicio para el relato noir es la ciudad. Por su puesto, no es que en el campo y en lo campestre no se puedan cometer crímenes como dios manda, pero el decorado inhumano (la luna, la montaña, el riachuelo) no potencia las esencias de lo negro-criminal, que es al fin y al cabo fundamentalmente humano, demasiado humano.

 

Por supuesto, hay grandes relatos de género que se gestan y se resuelven en la campiña (El perro de los Baskerville, una de las primeras aventuras de Sherlock Holmes), o en el bosque (La promesa, de Friedrich Dürrenmatt), o en algunos de los casos de Maigret en provincias (El loco de Bergerac, por ejemplo): bueno está, como excepciones a la regla. Porque la regla nos dice que, desde sus genes mismos, la novela negra es una novela urbana.

 

Sí, amigos iniciados en esto del crimen; en nuestro tema, los genes dictaron hace mucho sentencia. Somos urbanitas desde al menos El crimen considerado como una de las bellas artes de Thomas De Quincey, joya de la corona literaria del género, en la que se recuerda, en un estremecedor capítulo, el impacto que en la población de una gran ciudad causó el asesinato, a martillazos, de una familia. El asesino se movía entre la gente como uno más, sólo que con un martillo (pilón, creo recordar) escondido entre las ropas. Para mayor horror del ciudadano inglés, el crimen se comete en la sagrada propiedad privada: en el propio domicilio de las víctimas. El criminal era un “paseante” más, que diría Baudelaire, y por los adoquines de la ciudad sin límites se pasean (nos paseamos) seres de todo pelaje, bagaje y equipaje: y cualquiera de ellos (o nosotros) puede ser un asesino.

 

 

Todo cabe en la ciudad

 


Claro que también hay sospechosos en el campo. Suelen ser de ceño fruncido y pocas palabras. Pero no es lo mismo. Como escribe, con gracia y eficiencia, Francisco García Pavón en Las hermanas coloradas: “En los pueblos … cada persona es un ser redondo, completo, parte de otra cosa más gorda también completa que es la familia. Allí a todo el mundo se le conoce de cuerpo entero, de familia entera. Pero aquí en las capitales a la gente se la columbra a cachos, a refilones. Y a las familas enteras tal vez nunca. En los pueblos puedes enterarte en un rato de la biografía completa de cada sujeto. Aquí tienes que componerla como un rompecabezas… Por eso en Madrid, ser policía es una cosa científica y mecánica. Hay que empezar a averiguar quién es quién. En el pueblo el ser policía es ejercicio humanístico, porque hay que rebuscar aquel rincón último de los que conocemos”.

 

Pero no sólo afecta a la investigación del crimen el hecho de que este se cometa en la ciudad o en el pueblo: también el ambiente (sobre todo el ambiente) se ve radicalmente afectado. Una ciudad respira por sí sola, es un organismo vivo que palpita y que se mueve. Está llena de luces, de subterráneos y de cafeterías. La ciudad es mil veces más misteriosa que el campo, porque es, al cabo, y como veremos otro día, un laberinto dentro del laberinto de la investigación.

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