Publicidadspot_img
-Publicidad-spot_img
Mientras tantoEl hilo que canta

El hilo que canta


 

Uno va leyendo las noticias como Mark Twain iba ‘Pasando fatigas’ en su viaje de años desde Misuri a Nevada a bordo de la diligencia de postas. Aquí no hay planificación que valga porque las aventuras se suceden sin pausa. Se viaja en el interior del coche zarandeado por las corrientes ideológicas que se van formando, como nubes de lluvia, por los vientos judiciales y los predicadores, sin contar con los peligros del camino. Una mañana Tania Sánchez es imputada por corrupta y por la tarde le llega el turno a Lucía Figar. No hay buenos ni malos, sólo el Salvaje Oeste y los españoles transversales, socialdemócratas, pitones en mayoría, que se atiborran de democracia. Cómo no asumir la proliferación de sheriffs que prometen restablecer el orden. Carmena, exjueza protegida de ciertas ventoleras a la que atañen oscuros rumores sobre conductas chequistas, advierte de la futura prohibición de llevar armas en las ciudades. Quien las porte al llegar se las tendrá que dejar a ella, o quizá a Carmona, al que se imagina saliendo cada día de su bonita casa con porche, ajustándose el cinto, colocándose el sombrero y recibiendo el beso de despedida de la esposa que sostiene en su mano una regadera. Se anuncia, por ejemplo, un Madrid tan decente que uno se imagina viviendo en una joven Salt Lake City, por cuyos bordes de las calles corre un “límpido arroyuelo” que alimenta a una acequia, donde en todos sitios hay «personas atareadas, de rostros atentos y brazos en acción», y desde donde se podrá apreciar el grandioso espectáculo de una tempestad de nieve en las montañas sin que caiga ni un copo en sus proximidades. Si se apura, Pablo Iglesias tiene algo de Brigham Young (a la espera de que también empiece a coleccionar esposas e hijos) como profeta y revelador, y poco menos que va a comunicar España por medio del telégrafo, el hilo que canta lo llamaban los indios (con los que también habrá que toparse), esa dura travesía de miles de quilómetros, un Éxodo a la tierra de la abundancia, que es a lo que debía de referirse con el tic tac. La superioridad moral que se atribuye la izquierda ha llegado a un punto casi irrebatible, que es a dónde siempre ha querido ir: a editar el códice de la legitimidad democrática. Algo así como una iluminación por la que todo lo contrario a sus creencias es obsceno y pecaminoso. Uno se acuerda de la biblia mormona de la que destacaba Twain con ironía expresiones como “ciertamente” y “asimismo” e “y sucedió”, de las que uno no se sorprendería al escucharlas cualquier día por boca de sus nuevos líderes, que en realidad son tan viejos como el rey Coriantumr. Va a sustituirse la casta por los quince libros y algunos andan (los periodistas afines se afanan en escribir los mandamientos) con la alegría desbordada (no sería extraño de encontrarse algo aprovechable) o una esperanza de tiempos bíblicos, como si fuera inminente la venida del salvador.

Más del autor

-publicidad-spot_img