Sí, el mal existe, y es insondable…
A mi querido Marc, ejemplo del más respetable amor por los ideales universales del derecho, y a Ahlam, la cual sufre el peso de una memoria desgarradora
¡Necios quienes buscáis alcanzar fama en el combate y con lanzas belicistas, creyendo tontamente encontrar remedio a los trabajos humanos! Pues, si hubiera que resolverlos con la lucha sangrienta, no concluiría jamás en las ciudades la discordia
Eurípides, Helena
La guerra árabe-israelí ha terminado. Es un decir. Pobres árabes, árabes pobres. ¿Cuál es el adjetivo, cuál es el sustantivo? Sólo los judíos saben lo que son. Mas nadie sabe lo que es un judío
Max Aub, Imposible Sinaí.
Los israelíes y los palestinos van a pactar
[New York Times, Sept 4, 1993]
The last of the lazy hazy days
Gonzalo Sobejano
Tanta rabia escrita
Trino Cruz, Mediodía del cantor
Antisemitismo: 1. Es judío. 2. Puesto que lo es, es culpable. 3. Tal incidente: robo, asesinato, etcétera. –Es él. 4. Razón de más para decir que es culpable de ello. 5. Pero las mentes clarividentes prueban que no fue así, que no fue él quien robó o asesinó esta vez. 6. Sí, vale, pero es culpable de todos modos, te lo hemos dicho y te lo volveremos a decir. 7. Y, por supuesto, tienes que saldar tu cuenta con él
(Según el arcano) PS. Se podría revertir para cualquier musulmán en tierra infiel
En el momento en que los hombres, arrastrados por sus pasiones, asesinaban y eran asesinados, golpeaban y eran golpeados, o se afanaban por ganarse el cielo, las mieses crecían con calma, con seguridad, se henchían, maduraban, llenaban de trigo su cabeza y doblaban el cuello hacia la tierra para ser segadas
Nikos Kazantzakis, Cristo de nuevo crucificado
La bienaventuranza y la condición de exilio
La pensadora del exilio republicano español de 1939, María Zambrano, intentó delimitar la condición de ostracismo, al que se habían visto sometidos, en diversos momentos, medio millón de sus compatriotas, en un breve tratado que escribió a su regreso a la supuesta morada original: Los bienaventurados. En él, Zambrano señalaba tres ejes fundamentales para su periplo. El del destierro afectaba a aquellos tocados por la pérdida de la tierra y, por lo tanto, heridos permanentemente por el sentimiento de la nostalgia solo curable al resarcirse la pérdida telúrica del origen. Frente a ellos, aparecían los refugiados, el término que los republicanos españoles utilizaron fundamentalmente hasta que se vieron contaminados por el galicismo exiliados, más usado en América Latina. En realidad, dicha acepción evocaba en Zambrano la posibilidad de la acogida y de la permanencia positiva para los expulsados, como ocurriera, en el apodado por José Gaos, transtierro, facilitado en México por el presidente Lázaro Cárdenas. Una tercera categoría, la del exilio, tras su aparente conclusión, no aparecía sin embargo como negativa, sino que resaltaba una condición de vida, la cual para Zambrano señalaba la verdadera plasmación de la patria en una búsqueda metafísica sin espera, liberada de la pesada carga de la afinidad territorial, lo cual habría guiado y elevado espiritualmente su pensamiento vitalista hacia la bienaventuranza.
Diásporas judeo-palestinas
Poco que ver ésta con la condición de exiliados que el pensador palestino Edward Said atribuyó a los dos pueblos semitas de la llamada provincia romana de Palestina –Philistia para los griegos y los filisteos en la Biblia– y marcados respectivamente por diásporas identitarias. Una, de más de dos milenios, a punto estuvo de expirar definitivamente con el intento nazi de solución final o Shoah para aquellos marcados por su raza judía. A esta se le unió una eliminación sistemática, y con diversas formas y estructuras, extendida contra gitanos o romaníes, discapacitados, polacos, prisioneros de guerra soviéticos, eslavos y otros originarios del Asia Central, poblaciones musulmanas de la región del Cáucaso, afro-alemanes, testigos de Jehová, homosexuales, presuntos antisociales, y hasta enemigos políticos de la Europa antifascista como los republicanos españoles exiliados en Francia, capturados como fuerzas auxiliares en los frentes junto a las tropas de dicha nacionalidad o detenidos después por su resistencia al nazismo. La otra diseminación se inició con una primera Intifada entre 1935-39 (Thawrat Filastin al-Kubra) y eventual Nakba (al-Hijra al-Filasteeniya, desastre en árabe). Según la sufragada Agencia de las Naciones Unidas para ayudar y dar trabajo a los refugiados palestinos que residían en la zona entre el 1 de junio de 1946 y el 15 de mayo de 1948, creada en 1949 (United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugees in the Near East [UNRWA]), a partir del verano de 1947 llegan a Líbano, familias burguesas conectadas con la American University de Beirut, y luego urbi et orbi, se dispersan unas 700.000 personas a Irak, Libia, Siria, a la actual Jordania, y la franja de Gaza, cifras siempre crecientes debido a la explosión malthusiana hasta cerca de seis millones en la actualidad. Formaban parte de 1.200.000 personas de lengua árabe en Palestina de diversas confesiones, etnias y tendencias (beduinos, drusos, cristianos, musulmanes, laicos). Said así remarcaba que paradójicamente aquel desastre estaba entrelazado al del pueblo por excelencia de la diáspora: el judío.
Con la historia como madrastra. Menús para la banalidad del mal y nacionalismos entre la Sefarad al-andalusí y Palestina
Evidentemente, la historia es bastante más compleja. Mediante algunas de las recetas y variantes que nos puede servir dicha madrastra llena de hiatos, discontinuidades y vacíos, quisiera proponer un menú al ibérico modo, y remontarme por algunos de sus banquetes antropófagos, alimentados de pulsiones nacionales y/o nacionalistas. Los adobaré con ingredientes y aderezos explicativos de diversa cocción en torno a la identidad desde la Sefarad al-andalusí hasta Gaza, donde se apelotonaron en campos de marabús, y en cuadriláteros con viviendas de fortuna que no podían tener más de un piso, muchos de aquellos desterrados palestinos de la Nakba. Emerge de nuevo esa banda de terreno casi maldita, por la que Israel, tras la Guerra de los Seis Días, extendió también su dominio sin anexión, a los Altos del Golán, Cisjordania, Jerusalén Este, el Sinaí y Gaza, aunque luego se retirara respectivamente de estos dos últimos territorios, en 1982 tras la paz con Egipto, y en 2005 para otorgarles autonomía. Hoy esta última frontera del sufrimiento reaparece, como el Guadiana tras la seca, vía cortacircuitos analógicos de los ataques de Hamás contra la barrera cibernética en su entorno y la obligada respuesta de Israel dentro de una constante lógica de la peoría, desde el fracaso de los acuerdos de Oslo en 2000. Nunca pudieron entrar en las cuestiones identitarias que plantean esas limitaciones nacionales: fronteras, Jerusalén, ocupaciones israelíes, refugiados. Lo anterior apunta a una nueva banalidad del mal o abyectas simplificaciones dentro de una lógica de destrucción e impunidad hacia referentes asumibles para el derecho internacional, degradado ya desde la irresolución israelí hacia el retorno de los palestinos a los territorios conquistados entre 1948-1949, la invasión china de Tíbet en 1950, y tantos otros abusos como los más recientes estadounidenses de Irak en 2003 o de Ucrania y Rusia en Crimea entre 1995 y 2014. Las memorias y la resolución de esta pugna palestina reconformada por las contradicciones de las aspiraciones nacionales mutuas siguen en un callejón sin salida. Y me remontaré en este intento de mostrar los sustratos de la banalización vía la infocracia que nos ha ido sometiendo a una “guerra de la información, [donde] no hay lugar para el discurso” coherente, como ha señalado Byung-Chul Han. Y este conflicto se desarrolla mientras conocemos mejor las capacidades neuronales del ser humano para el acuerdo o la destrucción, se sofistica el transhumanismo con la desarticulación cognitiva afectada por el abandono del esfuerzo de conocimiento autónomo a favor de la inteligencia artificial, y el síndrome permanente de la falta de atención se excita a través del incesante piar infocrático de los bulos de las redes sociales. Reina en ellas el angelismo descrito por Pascal Bruckner de la victimización para la que cierta santurronería redentora atribuye casi todos los males a los déficits universalistas del pasado, mediante la sobrevaloración de las políticas identitarias, que pueden clasificar el mundo en categorías estancas y frentistas, de víctimas frente a victimarios.
Sionismos del pueblo retornado de Canaán
Se inicia este itinerario devorador a partir de guindillas servidas a lo Tomás Hobbes y su Bellum Omnia contra omnes de Leviathan en dirección a las destrucciones de Jerusalén a manos de asirios y romanos, y la Diáspora judía fuera de la tierra de Canaán. Con estos arraigados orígenes, el sionismo y sus múltiples rostros recicló, en el declive de los grandes imperios preindustriales (Austria-Hungría, Rusia, Turquía), ideas de la emancipación de los pueblos en momentos de nacionalismo y colonialismo de los imperialismos industriales franco-británicos. Reunió múltiples tendencias en los congresos de la organización sionista mundial en Basilea a partir de 1897: protosionistas milenaristas, socialistas, comunitarias y laboristas de la tierra, bien prohibido y ajeno para los judíos hasta entonces, o renacentistas de una historia retornada –de especial interés para las analogías nacionales catalanas de la cultura romántica de la Renaixença. En el ámbito de una concepción a lo Herder del nacionalismo de las raíces de la tierra de Judea para el pueblo escogido, el sionismo paradójicamente palestino frente a su tendencia territorial humanista de refugio no colonial –en diversos lugares como Argentina, Chipre, el Sinaí, Honduras, Perú, Uganda, o Madagascar– buscó a pesar de los árabes: un pueblo sin tierra y una tierra sin pueblo. Y se afianzó a partir de los restos judíos de Palestina y las aliyahs (emigración tanto legal como irregular de la Diáspora) junto al sionismo cultural de la lengua como el hebreo bíblico (Lemire). Inicialmente hasta la década de la caída del Muro, se impuso el sincretismo de un sionismo migratorio y comunitario del hombre nuevo en tierra independiente nacionalmente redentora de los kibutz, aunque algunos fueran recibidos con menosprecio como los forzosos refugiados de Hitler (1933-42) mediante acuerdos comerciales de la pragmática y ordenada a Sion haavara (transferencia) desde el Exilio –la Diáspora en el Yishuv– (Palestina anterior al estado de Israel). Las raíces humanistas de aquel sionismo serían arrancadas con antisemitismos y Diáspora desenraizadores en busca de asentamientos a ambos lados del Jordán, por el sionismo competidor revisionista, fundado por el protofascista Vladimir Jabotinsky. Sus principios violentamente usurpadores con su falange antiárabe, Haganah (1920), y mediante emigración irregular, fueron plenamente asumidos por el fundador del Likud, Menájem Beguin, o su sucesor, Benjamín Netanyahu. Como todo nacionalismo excluyente de las raíces y la tierra en origen, es enemigo de cualquier compromiso, y opera a partir de una lógica de exclusión, que en las Españas identificó al Movimiento de Liberación Vasco de la Quinta Asamblea procedente del aranismo radical. Reforzado por los cambios demográficos de la emigración postcolonial de los mizrahim orientales, el sionismo postrevisionista de Netanyahu ha terminado por casi borrar de la Knéset al sionismo laborista algo más pragmático y se ha aliado a los ultraortodoxos de la fe original de la Torah de Moisés y principios del Talmud del rabino Abraham Kook y del antiguo partido Mizrachi. Por ello, las tendencias etnonacionalistas refuerzan ahora sus teóricos derechos sobre la tierra con los indiscutibles religiosos teocráticos (Charbit) que entienden corresponden al pueblo judío de Abraham, en el que alguna secta, como la Netourei Karta, hasta ni reconoce el estado de Israel. Otras, a partir de mesianismos ultrajudaicos –no habrá Estado hasta que no exista el gran Israel de la fe hebraica, mimetizado por el apocalipsis antisemita de los evangelistas mesiánicos estadounidenses–, han ocupado espacios más allá de la línea verde de las fronteras de Israel anteriores a 1967: unos 500.000 instalados a partir de 1970. Sin contar Jerusalén Este, entre ellos, hay colonos ideológicos armados como milicias en torno a Hebrón, una de las cuatro ciudades santas del judaísmo, en la Cisjordania que estos y la Oficina de Estadísticas Central Israelí llaman bíblicamente Judea y Samaria. Grupos como los jóvenes de las colinas también atacan a los campesinos palestinos, apoyados por varios ministros y una ministra en el gobierno de Benjamín Netanyahu –sobre todo el de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir–. Su formación cuenta con el precedente del asesino extremista Yigal Amir, el cual acabó con la vida de Isaac Rabin en 1995, primer ministro nacido en Israel de larga tradición pactista, firmante de los acuerdos de Rodas en 1949 y de Oslo de 1993. Con la idea del retorno a toda la tierra de Sion, Amir le aplicó a Rabin la ley del perseguidor y del informante halágicas, por atentar mediante el plan de paz con Yasser Arafat contra la herencia bíblica con derecho al territorio. Una muestra de la imposibilidad de acuerdo con estos radicales muy bien pertrechadas en Cisjordania en sólidos asentamientos de aspecto permanente, rodeados de infraestructuras de comunicación vetadas a los palestinos, cada vez más aherrojados del acceso a sus escasas tierras en dichos enclaves.
Nacionalismo árabe-palestino y el espejo sionista
El nacionalismo palestino de las poblaciones de lengua árabe de diferentes confesiones tiene unos orígenes más difusos, por lo que su dispersión teórica y práctica se podría explicar por la mayor dificultad para implementar a largo plazo una realidad política unitaria. Espacio de cananeos filisteos, hicsos y de Omrí, en torno a Samaria, Galilea y Judea, y presencias imperiales, desde la egipcia, asiria, neobabilónica, persa, macedonia o romana, que finalmente en tiempos de Adriano le otorga el nombre y estatuto de provincia a Palestina. Son tierras donde Alejandro el Magno ya había paliado con enorme crueldad la resistencia simbólicamente numantina avant la lettre de Gaza con su caudillo persa Batis, arrastrado por sus talones hasta la muerte, como Héctor por Aquiles, a pesar de que Eurípides ya había resaltado en Las troyanas y Helena su desapego por las guerras como formas de resolver las desavenencias. A la conquista árabe del imperio omeya, seguirá el dominio abasí y la larga presencia turca-otomana hasta la Primera Guerra Mundial. Quizás sea la fracasada expedición napoleónica de 1799, con su inútil asedio a (San Juan de) Acre, último bastión cruzado en 1291, y visita a los lugares de paso de Alejandro el Magno, cuando reactivamente frente a extranjeros turcos y revolucionarios franceses, como en la España de la Guerra del francés, se germina un sentimiento árabe-nacional en la región. Fundamentalmente ocupada por poblaciones arabófonas interfamiliares y tribales de musulmanes sunitas y cristianos romanos y ortodoxos, se inquietan inicialmente por la paparrucha de un ofrecimiento de Palestina por parte de Bonaparte a los judíos, luego reproducida en el antisemita Protocolo de los sabios de Sion. Algo que se empieza a concretizar bajo el proyecto de refugio sionista en la segunda mitad del XIX, expandido a futuro hogar nacional para el pueblo judío por la declaración del secretario del Foreign Office británico Arturo Balfour en 1917, al jefe de la comunidad judeo-inglesa, segundo barón de Rothschild.
Las naciones del Imposible Sinaí
Así el nacionalismo identitario representa una trasposición secular del mesianismo religioso que atraviesa las tres grandes religiones en liza sobre la supuesta Tierra Santa: judaísmo, cristianismo y mahometismo. En la antigua tierra de los Filisteos, la tesis de los orígenes viene precisamente reforzada por palpables imaginarios de la supuesta presencia y derechos mesiánicos de textos bíblicos, evangélicos y coránicos: tejido territorial para el sionismo teológico, la cuna del cristianismo, la conquista islámica, o la posterior ocupación y retirada de los cruzados de Palestina, con su muro de las lamentaciones, mezquita de Al-Aksa e iglesia del Santo Sepulcro del Gólgota. A las controvertidas razones para justificar la nación (lengua, costumbres, territorio, etnias…) se les unen aquí los incontrovertibles orígenes divinos. Max Aub, uno de nuestros intelectuales más lúcidos y plurales, de origen judío laico, reforzado por la cosmovisión y cosmopolitismo del exilio republicano español de 1939, escribió tras la Guerra de los Seis Días de 1967, un ejemplar volumen de poesía diverso, de pertinente título para explicar estas insuperables paradojas: Imposible Sinaí. Está compuesto de fragmentos supuestamente encontrados entre 28 testigos apócrifos víctimas de aquella Tercera Guerra árabe-israelí. En todo el poemario colectivo, en el que intervienen más voces judías, tanto askenazis como sefarditas más menesterosas frente a aquellas, y árabes desesperadas, hallamos el mismo tono de desapego a todo lo que se identifique con el nacionalismo y sus derivadas. Aub se ceba con el absurdo de la guerra que le recuerda la española de 1936-39: La guerra árabe-israelí ha terminado. Es un decir (Max Aub). Esta no es una guerra entre Mahoma y Abraham sino una vieja guerra civil (Max Nordelstraum). Critica la patria como diferencia: no soy árabe ni judío, soy palestino,/ que no quede ninguno (Canción Anónima Palestina). Se mofa de la completa arbitrariedad y exclusión de frontera y banderas: Aquí estaba la frontera/ eso dicen […] Aquí pasaba, aquí estaba,/ lo aseguran los mapas./ ¿Qué es una frontera? ¿Una bandera? ¡Bah! ¡Mía toda la tierra! […] Y que los demás planten sus fronteras/ fuera de nuestra tierra/ donde les dé la gana/fuera de nuestra tierra (Arthur Goldberg). O ataca la idea de la divinidad como verdad exclusiva para justificar la nación: Solo la fe en el solo dios verdadero es capaz de otorgar el triunfo. En esa cerrazón máxima (no nacionalista) vemos volver a caer la humanidad, que la tolerancia parecía haber madurado (Max Aub sobre Amin Ibn Ibrahim Al-Attar).
Rasgos y riesgos cristianos
No olvidemos, disminuidas hoy en toda la región, la importancia de las diferentes sectas cristianas, como la armenia y la greco-ortodoxa. Pequeñas comunidades que se encuentran en situaciones de descrecimiento y discriminación étnico-social y de contradicciones tanto en la Cisjordania palestina por el fundamentalismo musulmán, como en Israel, al no poder adquirir la propiedad de la tierra, aunque jurídicamente posean el resto de los derechos de todo ciudadano. De las trazas greco-ortodoxas en la región, particularmente en el profético Monte Sinaí, que Israel llegó a controlar entre 1973 y 1982, bocetó en 1983 el expresidente español, Leopoldo Calvo-Sotelo, un encantado cuadro que levita entre las brumas del mito y la leyenda:
“El camino sube lentamente por el enorme macizo de granito rojo que culmina en las cumbres del Horeb y de Santa Catalina. Al pie del mismo Horeb, la montaña santa de las Tablas de la Ley, aparece el Monasterio de Santa Catalina, dentro de sus murallas bizantinas, como si fuera un navío de alto bordo varado en la mitad del desierto, o un tiesto verde entre rocas rojas y secas, regado por el agua que baja de la nieve en invierno y que sube del pozo, siempre abundante, en verano […] Hay que ver las piedras que quedan de la época en que fundó el Monasterio Justiniano, y la capilla de la Zarza Ardiente de Moisés, y la biblioteca en que estuvo el Códex Sinaiticus, nunca devuelto por Londres, y donde se guarda la copia de una carta a Mahoma en la que un Abad angustiado pide sobrevivir. Y también hay que ver la mezquita, precio de aquella supervivencia, extrañamente enclavada en el monasterio cristiano. Y la extraordinaria colección de iconos, que ha mantenido su riqueza porque cuatrocientos kilómetros de desierto en torno a Santa Catalina han protegido el Monasterio contra los ladrones y los guerreros. Y en la segunda mañana se puede subir al Sinaí, que parece desplomarse sobre el monasterio; durante siglos, un monje apostado en el estrecho camino oía en confesión a quienes pretendían subir, antes de franquearles el paso. Hoy se sube sin aduana espiritual: a lomo de camello hasta media altura, o por los tres mil escalones tallados en la roca. Aún hay nieve en la cumbre y desde ella se domina un magnífico paisaje de inmensos peñascos rojos y de soledades estremecedoras. Al bajar por la escalera de roca se pasa junto a la cueva de la Teofanía de Elías, y los monjes alaban la Teodicea ortodoxa que rompió el Filioque; llegando al Monasterio el más atrevido le dice al cronista: ‘Usted, que parece un hombre influyente, ¿por qué no le pide al Papa que suprima del Credo católico el Filioque? Así entenderían ustedes mejor el misterio de la Trinidad, y se acabaría el Cisma de Oriente’”.
En otros momentos, los cristianos han sido el foco de rastros victimarios como en la masacre vengadora, ante la pasividad de las tropas israelís, contra los palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Shatila en 1982, por las falanges libanesas de los maronitas, tras el asesinato del presidente de Líbano, Bashil Gemayel, de dicha confesión, en respuesta a la matanza de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Damour, y como eco de la de Karantina por las milicias libanesas…
La guerra como cotidianidad
Son horrores que nos sobrecogen a través de la cinta Incendies (2010) del canadiense Denis Villeuneve, basada en la obra de teatro del libanés, Majdi Mouawwad, o la muy premiada Waltz with Bashir (2008) del israelí Ari Folman, dos películas que transmitieron a este espectador síntomas de estrés post traumático, sin desdibujar la causalidad de estos conflictos. Y hoy, no podemos olvidar estas analogías ante el reciente bombardeo de los jihadistas al hospital de Tsahal, o el del ejército israelí al campo de Jabalia, y las pavorosas imágenes entre la población civil de Gaza, víctima sin remedio de estas guerras totales de la modernidad, perennes señas de identidad indelebles de nuestra especie. En las actuales, ya no existe una delimitación del campo de batalla en teóricas posiciones exentas de no combatientes, ni en el alcance de las armas que hoy pueden programarse y monitorear desde centros de operaciones remotísimos en los que ni se percibe la onda expansiva, el olor, el sabor, el color, el ruido, el dolor de la muerte… Y por ello, no hay urgencia evidente entre los responsables de las actuales violencias cibernéticas, teóricamente bien pertrechados tras diversos escudos retóricos, materiales, ideológicos, económicos, ecuménicos, espectaculares, etc. para evitar o detener cualquier masacre. Es una de las razones por las que esta guerra de 2023 iniciada por Hamás, se desvía de lo planteado por Francesc Torres: “Una guerra se declara (cada vez menos, es cierto), es decir, se pacta; es un proceso dialéctico de comunicación contundente entre combatientes, tiene reglas, leyes escritas, patrones de conducta, étos, está aceptada por las principales religiones, tiene etiqueta en el vestir”. Han desaparecido las barreras relativamente organizadas de los conflictos tradicionales, en los que existían teóricos protocolos y hasta declaraciones de su inicio por parte de personajes tan poco recomendables como Hitler, aunque basadas en justificaciones y mentiras fabricadas contra el enemigo polaco.
El principal alimento: el bulo
Así para certificar con su pertinente denominación de origen estos manjares hobessianos, deben siempre venir con un indispensable ingrediente presente en la cocina maxaubiana, como en su im-pertinente Manuscrito cuervo: el bulo, principal alimento de los hombres […] con un regustillo de verdad escondida […] su grano de anís […] en la interpretación está el gusto. Hay que buscar en la sorpresa de la galletita de los restaurantes [de cuentos] chinos, las falacias de la especie, entre otras, en torno a la magnitud de lo ocurrido durante el ataque del grupo terrorista Hamás a la franja de Gaza el 7 de octubre de 2023 –como intimidación o coerción de poblaciones o gobiernos mediante la amenaza o la violencia […] muerte, lesiones graves o la toma de rehenes (definición de la ONU)– y que nos obliga a retornar a las calderas de Pedro Botero para intentar ayudar a aliviar algo de su in(di)gestión, o por lo menos diagnosticar la causa sin remedio del ataque biliar ante estas degluciones. Sin embargo, con estos entremeses, los dietistas intentan apaciguar los sabores exacerbados, mediante alguna suave crema ilustrada al modo de las que nos puede aportar Steven Pinker y su cocina al vapor sobre nuestra creciente mejoría en torno a nuestra capacidad destructora, o bien Yuval Noah Harari, por su apuesta a favor de una cocina política menos agresiva a cargo de la capacidad mezcladora de papillas femeninas. Sin embargo, otros platillos nos vuelven a empapuzar con más carbohidratos del catastrofismo del presente (Dwyer & Micale, eds. o Graeber & Wengrow). Y el cotejo de la neurociencia nos señala hoy que frente a la errónea percepción por parte de las ciencias sociales de que los conflictos y las guerras son un producto de los humanos, estos ocurren entre todas las especies (Tobeña & Carrasco). Pero los seres humanos tenemos una mayor capacidad de adaptación en el corto plazo y una mucho mayor de agresividad para controlar a largo plazo a los otros, con mecanismos de ataque, retribución, poder simbólico, resarcimiento y defensa opuestos a nuestra gran habilidad para la socialización y resolución de conflictos. En ese sentido, destacarían los logros y fracasos en nuestra gestión territorial mediante las fronteras nacionales. Por ello, es imposible reposar sosegadamente este inicio de banquete con sangrientos sabores nacionalistas, servido por una mater dolorosa que sostiene permanentemente a su vástago caído en el Guernica de Picasso, y desde ahora mismo aviso de la contraindicación de su ingesta para dietas alimentarias livianas, vegetarianas o veganas al pacífico e inalcanzable modo multicultural.
Afluentes para el nacionalismo español: Antijudaísmo, islamofobia, entre Sefarad al-andalusí y la Jerusalén liberada
Para la península ibérica, tras momentos de supuesto esplendor cultural, con la Córdoba de Abderramán como capital mediterránea del conocimiento a pesar de las importantes restricciones para los mozárabes, con los traductores toledanos al servicio de Alfonso X, poetas y pensadores como Maimónides, diálogos interreligiosos, tolerancia muy relativa debida al frágil equilibrio poblacional, hay que contemplar luego las iluminaciones de Las Cantigas de Santa María, las diversas leyes y pogromos anti judaicos, como anteriormente en Europa, y limitaciones para los mudéjares. Todo culminó en sus conversiones forzosas a partir de 1499, y los decretos de expulsión de los judíos castellanos, aragoneses, portugueses y navarros que se inician en 1492, rasgos esbozados en el Concilio de Elvira (¿300-324?) y ratificados por las disposiciones vestimentarias del de Letrán de 1215 respecto de estas minorías. Algo de la conformación antropológica del antijudaísmo ibérico adobado de raíces islámicas se puede seguir a través de la exposición El espejo perdido. Judíos y conversos en la España medieval (Museo del Prado 2023-2024). Recorramos también, como ejemplar muestra de una engreída pureza de sangre del cristiano viejo, la obra de Quevedo, un notable verbalizador del despectivo unte atocinado (Sánchez Martínez de Pinillos). O bien, releamos la siempre iluminadora lección del cervantino entremés, El retablo de las maravillas, pieza maestra de la mofa ante la visión contagiosa de los manchados humores para los teóricos cristianos incontaminados, conversada por otro exiliado, coetáneo de María Zambrano: Américo Castro.
Tras la toma de Granada en 1492, el mudéjar, rápidamente transformado en morisco es obligado a la cristianización por el cardenal Cisneros en Granada 1499, en Castilla por decreto real en 1502, y más tardíamente en Aragón: algunos que estaban rebeldes y pertinaces en aquella su mala secta, los mandaban hacer prender y echar en cadenas y prisiones, hasta que venían en conocimiento y de su voluntad pedían el agua del bautismo y se volvían cristianos (Juan de Vallejo Memorial de la vida de fray Francisco Ximénez de Cisneros). Como el derecho internacional hoy, las capitulaciones firmadas para la rendición de Boabdil, eran ya papel mojado en el espíritu de los dhimmi (gentes del Libro tolerados por la sharía), pero sin convivencia ya con cristianos en aquella época: Que sus altezas y sus sucesores para siempre jamás dejarán vivir al rey Abí Abdilehi y á sus alcaides, cadís, meftís, alguaciles, caudillos y hombres buenos y á todo el comun, chicos y grandes, en su ley, y no les consentirán quitar sus mezquitas ni sus torres ni los almuedanos, ni les tocarán en los habices y rentas que tienen para ellas, ni les perturbarán los usos y costumbres en que están. Y finalmente con el recuerdo del enfrentamiento de las Alpujarras, los moriscos, sobre todo presentes en Levante, serán expulsados en 1609, a pesar del disgusto de la nobleza local, ante la amenaza otomana-berberisca y la posible alianza con los borbones de Francia. Primeramente, que todos los moriscos de este Reino […] dentro de los tres días de cómo fuere publicado este bando en los lugares donde cada uno vive y tiene su casa, salgan de él y vayan a embarcarse a la parte en donde el comisario que fuese a tratar de esto les ordenase, siguiéndole y cumpliendo sus órdenes: llevando consigo de sus haciendas muebles lo que pudieren sus personas, para embarcarse en las galeras, y los navíos que están aprestados para pasarlos a Berbería; a donde los embarcarán sin que reciban mal tratamiento, ni molestia en sus personas, ni en lo que llevaren […] Y el que no lo cumpliere, y excediere en un punto de lo contenido en este bando, incurra en pena de vida (Decreto de Expulsión de los moriscos de España Felipe III, 1609).
Por lo tanto, 1492 es fecha clave para una visión simbólica de apocalipsis para las tres culturas relativas de Américo Castro (La realidad histórica de España). Triunfo para el sustrato cristiano romano-nacional de Claudio Sánchez Albornoz (España un enigma histórico) que derrota a los moros y expulsa a los judíos en Castilla y Aragón para el 31 de julio de 1492. Traslado regularizado, al modo de los consejos judíos del este de Europa ante los nazis, por uno de los fiduciarios de Fernando II de Aragón, Isaac Abravanel, cuyo hijo, León Hebreo, escribirá desterrado en Génova su platónico Dialoghi d’amore. Dos días después, el 2 de agosto, se hace a la mar desde Palos hacia Indias, o el 9 de Ab, aniversario de la destrucción del Templo o Diáspora, un ¿converso? Cristóbal Colón, (Madariaga), con tripulaciones de fortuna ya que las otras estaban comprometidas para la expulsión judía. Se mezclan travesías de exilio y de exploración cruzada en aquel año de final de Reconquista y de la gramática de Nebrija. Momento en que Fernando, el rey moderno de El Príncipe de Maquiavelo, soñaba proféticamente gracias a las reconstruidas profecías de Isidoro de Sevilla del Libro del Milenio de Juan Unay con ser el último cruzado, el Murciélago, el Encubierto bendecido por un pontífice como Nuevo David. Así derrotaría al Anticristo por los muchos pecados hispanos ratificados por la presencia de judíos y musulmanes, y entregaría al Cristo del Gólgota el imperio sefardita al-andalusí reconquistado a partir de la Toledo romana-visigoda para ser bendecido desde la Jerusalén celeste (Menocal, Ramos). Momentos en que la Inquisición ha acelerado su represión, se ha puesto en marcha una iconografía propagandística, como la de Pedro Berruguete desde el convento dominico de Santo Tomás de Ávila, refrendada por los monarcas católicos. Por ello, se propaga el libelo antijudío del secuestro y martirio del Santo Niño de la Guardia, dentro de la tradición de los bulos de profanaciones de imágenes sagradas, eucaristías y envenenamientos de acuíferos, que sirven para fomentar entre cristianos, viejos y nuevos, el fanatismo, y reforzar las prácticas rezadoras, estatuarias en el culto privado, eucarísticas, o bautismales.
Todo ello asentaba la validez de las expulsiones y conversiones forzosas, los exilios de españoles judíos por decreto de una usurpadora del trono de Castilla como Isabel, o posteriores de moriscos. ¿Cómo podría renunciar el nacionalismo español de carácter confesional, el martillo de Trento, a tal simbólica, teológica y prestigiosa culminación del mito de la reconquista de la plenitud divina hurtada por la invasión musulmana y vejada por los eternos culpables de la crucifixión? Formalizada por toda la legendaria literatura romántica con José Zorrilla a la cabeza, la predestinada nación ibérica iniciará su regreso sincrónico desde el protector asilo portugués de Viseo, frente a ese Conde D. Julián que encarna en El puñal del godo al Judas traidor, que quiso á estirpe extraña,/ [la] raza de [D. Rodrigo] borrar de las naciones […] vender [s]u reino y derribar [s]u trono, [mientras que su mujer] la castísima Egilona con su amor [se vendía ella también y la] corona [al] Abdalasis de la media luna frente a la cruz que lidiar[á] por nuestra España [y] triunfar[á] […] con don Pelayo […] gracias al franco paso que dará el Portugal que dió asilo. ¿Hay quién dé más? Si non e vero …
Huellas confesionales del antisemitismo islamizado a partir de la seguridad territorial
Conectado con los prejuicios anteriores, el antijudaísmo de raíz confesional se sustituye en la modernidad revolucionaria por un antisemitismo racista de carácter más laico, también presente contra los semitas árabes en el discurso ario. Como lo plasma la iconografía de la exposición El espejo perdido, las leyes de limpieza de sangre respondieron a la búsqueda de un nuevo hecho diferencial frente a los conversos, ahora indistinguibles por su adquirida fe cristiana, tras las polémicas sobre el lugar que ocupaban los judíos en la historia de la salvación, las limitaciones de su estatus social y económico, y la seguridad territorial de los reinos norteños conseguida durante la Reconquista en los siglos XII y XIII. Parece una analogía reversible ante la perenne reclamación israelí de un perímetro fronterizo sólidamente consolidado para la identidad nacional exclusivamente judía, y cuyo quebranto aumenta los miedos de sus moradores a la repetición de estos procesos de discriminación milenarios. El aspecto inmutable y negativo del linaje judío y/o árabe-moro-musulmán se puede considerar racial y racista a partir de estereotipos y estrategias que se habían delimitado en el Cuarto Concilio de Letrán de 1215. Se dictó la obligatoriedad, diferida durante algún tiempo, de la identificación vestimentaria para judíos y mahometanos, reconocibles por capuchas de color oscuro y rodelas rojas o amarillas. Los rasgos físicos neutros de los judíos en las Hagadás –narraciones para ser leídas en la Pascua judía– o en la Guía de Perplejos de Maimónides, irán variando hacia deformaciones raciales. Se pueden rastrear en la Historia Natural de Plinio el Viejo y la iconografía tras las expulsiones inglesas de 1290 y francesas de los Capetos en el siglo XIII. Se observan en las Cantigas de Santa María de Alfonso X de Castilla y en muestras de Liber iudeorum (cuentas de judíos). Aparecen entonces signos somáticos negativos también presentes entre indios, mongoles o etíopes como lo exótico y peligroso ya denunciado por Isidoro de Sevilla sobre aquellas razas monstruosas que exhibían su inferioridad moral: nariz grande o avaricia, agresividad o deficiencia espiritual, ojos desorbitados, expresión adusta y barba larga o descuidada que implicaba la bestialidad. El sincretismo de las imágenes contrarias a los otros mezclarán visualmente a judíos y musulmanes, súbditos o esclavos de los reinos cristianos. Y así en representaciones en torno a la Pasión de finales de siglo XII y siglo XIII, se muestran a judíos racialmente islamizados con pañuelos con borlas, tez oscura y el pelo rizado, rasgos con los que los musulmanes se representaban a sí mismos junto a la jamsa (la mano abierta) y el hexagrama, amuletos ibéricos para las tres religiones en las Cantigas de Santa María.
El sionismo como estrategia nacional, antisemitismos varios, espejos actuales, y partición de Palestina
Junto a la elaboración de teorías supremacistas arias frente al sionismo, el antisemitismo contemporáneo se irá afianzando en torno a obsesiones eugenésicas, como las del psiquiatra franquista Vallejo Nájera, a partir de la hispanidad de Ramiro de Maeztu y contra las patologías degenerativas rojas, aunque paradójicamente exentas de impurezas sefarditas. A partir de 1882 tras los pogromos eslavos decimonónicos, el traslado de colonos sionistas, adquisidores de hasta un 10% del Yishuv (Palestina antes de 1948), gracias a las contribuciones capitalistas desde Francia como las de Edmond, barón de Rothschild, continuarán avivando los sentimientos nacionalistas árabes y los prejuicios antisemitas basados en la tradicional imagen irredenta de la usura, en principio, prohibida para el cristianismo. Entre las derivas postcoloniales del imperio otomano, refabricadas reductoramente por el Hollywood de David Lean en Lawrence de Arabia, a partir de la correspondencia personal entre el alto comisionado Henry Mac Mahon y el jeque de la Meca, Husein ibn ‘Ali, surge la declaración de Balfour de 1917. Será ratificada por la Sociedad de Naciones en 1922 a través de los mandatarios ingleses por el científico judío Chaim Weizman, luego primer presidente de Israel. Inicialmente, fue un movimiento táctico británico que buscaba influenciar a judíos estadounidenses y rusos sobre sus respectivos gobiernos respecto de la Gran Guerra, mientras se habían firmado los acuerdos Sykes-Picot en 1916 con Francia y Rusia sobre la internacionalización neocolonial de la zona. Balfour no mencionaba derechos políticos nacionales árabes, cuya identidad figuraba como comunidades no judías. Es el momento en que los árabes de Palestina son sistemáticamente ignorados, al no lograr su vinculación postotomana al reino sirio de Damasco, alterado en 1920 por la ocupación francesa, y sin derechos políticos bajo los mandatarios británicos. Contribuirán a desactivar futuras opciones nacionales árabes la obstrucción y abstención ante los planes de los mandatarios, así como la polarización interna entre los majlisiyyin del Alto Consejo Árabe del Mufti Haj Amín al-Husseini, designación colonial británica y representante de la expresión nacionalista, campeón de posturas antisionistas pro nazis, y los mu’aridin, opuestos a su control. Estos prolegómenos conducen a otros pogromos como el de Jerusalén de 1920-21 o el de Hebrón en 1929 en torno a reivindicaciones sobre el Muro de las Lamentaciones. Matanza azuzada, entre otros, por el Mufti Haj Amín al-Husseini –Palestina es nuestra tierra y los judíos nuestros perros…–, con casi un centenar y medio de judíos asesinados, otro centenar de árabes muertos de manos los británicos, y casi una decena por parte judía. Pogromo que habría cavado ya el irrellenable foso para cualquier entendimiento, con brutalidades evocadoras de las del 7 de octubre de 2023.
Así se llega en noviembre de 1947 a la partición territorial que colea hoy, a partir de las cifras de judíos ocupantes (unos 600.000 frente al doble de árabes) y los anticipables: 1.000.000 en la siguiente década de retornados a Israel –332.000 entre 1948-1951, sobre todo, desde Alemania, Polonia y Rumanía–. La presión migratoria, desarraigada y hacinada en campos europeos por la guerra y la Shoah incomodaba tanto en el este estaliniano, como en el oeste aliado, nada deseoso de la competencia intelectual de aquel colectivo. Inicialmente, en algunos campos de Alemania los sobrevivientes judíos compartieron espacios con sus antiguos esbirros, hasta que el presidente Truman decidió la creación de centros exclusivos para aquellos en el sector estadounidense. Y aunque una gran parte de los nuevos comités centrales comunistas de los países del Pacto de Varsovia fueran ocupados por judíos, se convirtieron rápidamente en sospechosos y víctimas para el antisemita Stalin y sus descendientes –excelentes discípulos del Lenin de la fabricación del enemigo necesario–, junto con el mantra del antifascismo. En Alemania del Este, Checoeslovaquia, Hungría, Polonia, Rumanía entre 1948 y 1953, fueron represaliados, ejecutados o purgados, los titoístas convertidos en sionistas tras la lógica de la paranoia y búsqueda expiatoria del cosmopolita sin patria, como lo calificaba el antiguo corresponsal en la España republicana, Ilya Ehrenburg. Algunos hasta habían sobrevivido sospechosamente en el oeste capitalista a la Guerra de España, la resistencia francesa vía la Main D’Oeuvre Internationale (MOI), la deportación a Alemania, o serían tildados de quinta columnistas en Polonia durante la Guerra de los Seis Días en 1967. Todo refrendaba el antiguo antisemitismo eslavo aplicable a los viejos enemigos trotskistas o anarquistas de Stalin, y a pesar del trabajo de los Comités antifascistas judíos durante la Segunda Guerra Mundial: analogías con la exaltación del pueblo ruso que recorre la obra de Alexander Solzhenitsyn, uno de los millones de víctimas del Gulag. En aquel totalitarismo supuestamente marxista, denunciado por David Rousset o Albert Camus, no había lugar para el racismo antisemita y sí para el resentimiento de las poblaciones antijudías –¿por qué habéis vuelto?– o el ocultamiento de la Shoah como asesinatos de ciudadanos soviéticos en Babi Yar o las víctimas del fascismo en Auschwitz (Judt). Estas consignas, retroalimentadas por la presencia de los ultranacionalistas de Vox en la España actual, han sido reapropiadas por las omisiones a los totalitarismos de la izquierda planetaria en una reciente Ley de Memoria Democrática española de 2022. A ella se une la retórica frentista de políticos y ministros de la izquierda radical que vierten su reaprendido asalto a los cielos con rimas que parecen teñidas de aquel antisemitismo adobado de contradictorio y primario panarabismo antifascista antiestadounidense-israelí pro-árabe-ruso-soviético, infuso particularmente desde la crisis de Suez en 1956-57.
La división de Palestina de 1947 otorgó un 55% del territorio del mandato británico para los judíos, mediante un rocambolesco diseño más propio del cubismo abstracto. No satisfizo ni a los sionistas ortodoxos y revisionistas que ya aspiraban a un todo bíblico de Galilea, Judea y Samaria, ni a la población árabe con sus peticiones minoritarias en la ONU sobre la libre determinación de los pueblos, o de casación en el Tribunal Internacional de la Haya. A pesar de las abstenciones asiáticas o parcialmente latinoamericanas, el voto del 29 de noviembre de 1947 aprobó la nueva distribución geopolítica gracias a los cuatro favorables (China, Estados Unidos, Francia, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) y abstención de Reino Unido entre los cinco antiguos aliados, miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Una decisión que incontrovertiblemente se adscribió al derecho internacional de la incipiente ONU, sin que su validez impidiera el rechazo verbal o violento de las partes que se consideraron lesionadas. Y por ello, se seguirían enquistando sine die los papeles de víctimas palestinas, victimarios israelíes y/o hipócritas, ineficaces neutrales internacionales y matizables aliados anglo-franco-germano-estadounidenses, a pesar de todo desde 1948 en el perenne retablo de las guerras en Palestina. En vista de aquel fiasco, los criterios esgrimidos por los árabes a favor de ratificaciones plebiscitarias o mediante referéndum, con el brexit como último recuerdo, y con el horizonte de consultas unilaterales o acordables en torno a las llamadas comunidades históricas en España, tampoco hubieran garantizado salidas de consenso a aquellos debates territoriales habidos y por haber.
El plan Dalet, el Estado de Israel y el borrado palestino
A partir de la decisión de la ONU, en la última fase de la controvertida presencia de las tropas inglesas en retirada, todo se regó de terror sin cuartel entre árabes y judíos, organizados en milicias locales que luego operaron posteriormente como las eficaces Fuerzas de Defensa de Israel frente al desorganizado Ejército de Liberación Árabe, y sus casi rivales milicias de Haj Amín al-Husseini, o Ejército de la Guerra Santa. A partir del verano de 1947, palestinos de Jaffa, Haifa o Jerusalén empiezan a marcharse hacia Líbano, mientras que mediante el plan militar Dalet de marzo de 1948 que buscaba, entre otros objetivos, asegurar la comunicación entre Tel Aviv y la ciudad del Gólgota, asediada por el Ejército de la Guerra Santa, se suceden una serie de masacres por parte de tropas judías con atisbos de exclusión étnica, cuyas noticias aceleran el éxodo palestino. La invasión de cinco naciones árabes (Egipto, Irak, Líbano, Transjordania, Siria, y voluntarios libios, saudíes, yemeníes) tras la creación del nuevo Estado de Israel el 14 de mayo de 1948, visto lo visto, fue el tiro en el pie frente al canto en los dientes anterior para los palestinos. Guerra que los israelitas empezaron perdiendo para luego extender su dominio al 78% del territorio, tras los armisticios de Rodas en 1949, junto al plan secreto de Golda Meir y luego de David Ben-Gurión con el Emir de Transjordania para la anexión de Cisjordania, el incumplimiento de la resolución de la ONU 194 de diciembre de 1948 sobre los 700.000 palestinos expulsados y el derecho a regresar a sus tierras. Mientras, el 22% restante del territorio quedaba bajo control jordano, reino que fue integrando parcialmente a sus palestinos mediante la nacionalización, frente a la aparición de facciones de impacto terrorista como Septiembre Negro en 1970 y en las Olimpiadas de Múnich de 1972, para vengar la destrucción hachemita de los palestinos no asimilados. Y en la franja de Gaza, ajena para Egipto, se apilaron un gran número de aquellos desplazados de los que descienden los actuales. Los palestinos se acababan de borrar de la memoria colectiva e iniciaban su travesía del desierto de dos décadas hasta su visualización en 1964 por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de inicial gestión egipcia, y la recuperación de ésta en 1969 por el Fatah de Yasser Arafat.
La mala conciencia post ‘Shoah’ y sus mitos
La historiografía que practican investigadores como Tom Segev ha desmontado los mitos de la causalidad mecanicista del Holocausto respecto de la creación del Estado de Israel, al afirmar que existía anteriormente, hasta en la retórica de Teodoro Herzl, fundador del sionismo moderno, la determinación de desplazamientos de poblaciones árabes, luego refrendada por el plan Dalet de marzo de 1948 que recogía ya anteriores elaborados a partir de 1944. Las estrategias de los hechos consumados del líder sionista, el polaco David Ben-Gurión, era simbólicamente el del ineludible destino del regreso de la Diáspora, a partir del libro del Éxodo, sobre todo ante las precarias condiciones iniciales del Yishuv para lograr máximo territorio y mínima presencia palestina. Todo se estructuró sobre bases cada vez más consolidadas para el futuro estado, en el que la presencia discriminada de minorías mizrahim que todavía viven en algunos campamentos, o sefarditas de África y Oriente contrastaría con los deseos de europeísmo dañado por la Shoah, y hasta en cuestiones de pureza racial, por ejemplo, en torno a niños yemeníes, separados de sus familias emigradas a Israel.
Dicho etnocentrismo con rasgos xenófobos y mesiánicos quedó anotado por Aub en su visita en 1967 cuando se transmuta con su apellido materno en la piel de un soldado pacifista, Manoce Mohrenwitz, procedente del Alto Adigio ítalo-alemán: No iré más lejos a matar árabes que nada tienen que ver conmigo, que ignoran tu presencia, que no saben que existe y que –dicen– creen en Alá o en Jehová; porque hay árabes judíos y judíos árabes que nada tienen que ver ni contigo ni conmigo. “Nosotros somos rubios y hablamos yidish”. ¿Por qué tengo que seguir adelante y matar a árabes que parecen judíos o judíos que creen en Alá? No me interesa la política: me gusta la tierra, el sol, el café; me gustas tú tanto como todo esto, pero no justifica que tenga que matar a tu padre o a mi madre. No sigo adelante. Puedes fusilarme. Será un crimen con nombre, porque no creo en Dios, vosotros tampoco y se llamará nosotros. Y no vine aquí a defenderle. Ni vosotros tampoco. Yo soy ateo. Tú eres atea. Él es ateo.
Por ello, las acciones que llevaron a la Nakba en 1947-48 –de conmemoración ilegal en Israel desde 2011– oscilaban entre las estrategias militares y políticas de unidad étnico-cultural para ayudar a conformar un estado-nación. A su vez, la culpabilidad neo-cristiana exacerbada tras la Shoah jugó a favor de cierta disposición judeocéntrica de los británicos, anteriormente recogida en la Declaración de Balfour y su horizonte de nacionalismo colonialista confesional. Momento decisorio ante la sobrecarga europea de refugiados tras el segundo conflicto mundial, el flujo de los sobrevivientes judíos del este donde se perpetró mayormente el Holocausto, y como extensión de un antinazismo no siempre compartido de las izquierdas occidentales y estadounidenses, de la URSS y sus aliados. Uno de los lobbies sionistas, el American Zionist Emergency Council, intentó entre 1945-46 convencer a sus interlocutores del Departamento de Estado de Washington, más preocupado por la futura Guerra Fría, que el establecimiento de un estado judío implicaría la prolongación de aquella lucha de la Segunda Guerra Mundial contra el racismo en los estados árabes, como fuente de estabilidad para la postguerra.
El discurso pan-arábico nazi-fascista. Políticas de la peoría árabe-israelí. Intifadas y las dudas angloestadounidenses
El discurso antisemita postotomano lo azuzó particularmente un notable filonazi, luego refugiado en la Alemania de Hitler: el Mufti de Jerusalén, Haj Amin al-Husseini. Evadió el juicio de Núremberg, a pesar de las reiteradas acusaciones, pruebas y reclamaciones de algunos anglo-estadounidenses y yugoeslavos, tras fugarse de Francia, dentro de una dinámica del síndrome de Vichy. Así llegó a El Cairo en junio de 1946, para liderar a través del Alto Comité Árabe, una renovada pero fracasada campaña antisemita contra la partición. Se intentaba frenar las constantes aliyahs de unos 70.000 emigrantes judíos entre 1945-48, y así evitar una mayor presión frente a las opciones árabes. Entre los judíos en Palestina, la Haganah, escindida en grupos de creciente terror como el Irgun revisionista y otra escisión, el Lehi o Stern, actuaba sin miramientos contra intereses británicos y recíprocos atentados árabes. Como paradojas para este conflicto sin fin, estas dos agrupaciones habían barajado posturas antibritánicas a favor de las potencias nazi-fascistas, durante la frustrada campaña norteafricana detenida en el Alamein en 1942, en dirección al petróleo de Oriente controlado por los angloestadounidenses, fundamental para el Eje.
Serían reflejos de las diferencias internas israelíes contemporáneas, entre futuras palomas laboristas más pragmáticas ma non troppo en cuanto al encaje de los árabes en el nuevo estado, tipo Isaac Rabin, y halcones territorialistas del Likud como Isaac Shamir, Ariel Sharon o Netanyahu. La política de irresolución de la cuestión palestina ha asumido desde la retirada de Líbano en 2000 y de Gaza en 2005, frente a las anteriores amenazas militares-fronterizas a campo abierto de los vecinos (Egipto, Jordania, Líbano, Siria) una respuesta antiterrorista de imposible discriminación respecto de la población civil gazatí, la cual se purga con dolor y odio entre métodos terroristas y réplicas israelíes, azuzados aquellos en diferentes fases por las satrapías totalitarias como las de Arabía Saudí, Catar, Egipto, Emiratos Árabes Unidos o Irán que han sostenido Gaza con su ayuda (Filiu). Se trata de un caldo de cultivo que ha contribuido al martirologio del que se han nutrido abyectamente organizaciones como Hezbolá (el partido de Alá) en Líbano, o Hamás, (Harakat al-Muqawama al-Islamiyya o Movimiento de Resistencia Islámica) o “Celo” en Gaza y en Cisjordania. Remotivado por la segunda Intifada a los veinte años de ocupación israelí desde la Guerra de los Seis Días, a partir del 9 de diciembre de 1987, Hamás buscó eliminar primero a la OLP y, a partir de 2006, a la Autoridad Palestina en Gaza. Y así ha proseguido su reclutamiento de nuevos sacrificados en el altar de la liberación jihadista.
La estrategia de la peoría se remonta a las derivas antijudías y al sentimiento nacional palestino agitado por el Mufti Haj Amin al-Husseini entre las clases ilustradas imbuidas de nacionalismo en los años 1930. Entonces, aparece también el primer populista de la política de resistencia de los Hermanos Musulmanes, fuente espiritual de Hamás, fundados en Egipto en 1928 por Hassan al-Banna con intenciones de permear el ambiente cultural con el celo religioso. Y la amplifica como jihad –victoria o martirio (Baconi 6)– hacia la lucha armada del sirio y predicador en Haifa, Izz al-Din al-Qassam, muerto en el inicio de la primera Intifada entre 1935-39, cuyo nombre será adoptado a finales del siglo por la facción política de Hamás. Se trata de otro espejo de la perenne lucha entre facciones árabes, cuando al-Qassam se opuso a la ineficaz resistencia intelectual palestina agitada por el Mufti, ante el creciente desasosiego de la población agrícola árabe desplazada por los asentamientos sionistas, y también inquieta por los descubrimientos en Jaffa de un alijo de armas a favor de las milicias israelíes en 1935. La kufiya como prenda popular de los beduinos y campesinos árabes sustituye al fez de raíz elitista otomana para servir como nuevo símbolo aglutinador palestino y elemento de camuflaje para la lucha armada, decapitada duramente por los británicos en 1939. Dicho contexto de los peligros de revueltas armadas y martirologios religiosos se volvía a destacar en informes de la antigua CIA, la OSS, Intelligence Estimate of the Moslem Situation, subtitulado JC355/1, solicitado por la Junta de Jefes de Estado Mayor estadounidenses en 1946. Aquellos reportes reforzaban paradójicamente los oídos sordos hacia la causa judía y establecimiento de un estado, como durante los precedentes de la guerra mundial, a pesar de la evidencia del Holocausto y en pleno juicio de Núremberg, con el miedo en los talones a la desestabilización de las poblaciones árabes islámico-cristianas, la presencia de los Hermanos Musulmanes, y los intereses occidentales antisoviéticos de la Guerra Fría que podían cabildear con las simpatías árabes.
Por otro lado, los frenos migratorios antisionistas, por miedo a las explosiones de terror árabes, fueron muy criticados por el presidente Harry Truman, decididamente favorable a la causa de los descendientes judíos de Abraham –recordemos la odisea del Exodus, narrada por Leon Uris, nave anteriormente de servicio en la bahía del Chesapeake de Maryland–. Por ello, en el conflicto, se dilucidaban también las bases de la Guerra Fría, al favorecer los angloestadounidenses conservadores la preservación del status quo y control del petróleo regional a favor del Plan Marshall. La retirada administradora táctica de los representantes de los Windsor, muy impactados por el terrorismo sionista, se basó a su vez en su erróneo convencimiento sobre la imposibilidad de una partición ratificable por 2/3 en la asamblea de la ONU, obtenida finalmente, gracias a un último gesto de aquella alianza ruso-estadounidense de evocación antinazi.
Derecho frente a Derecho
La transformación de aquella larga pugna civil con la primera invasión árabe de 1948-49 contra el nuevo estado de Israel volvía a presentar, sin ambages, la irresuelta y repetida cuestión legal de dicho pueblo a existir, a partir de reorganizaciones territoriales y poblacionales, contempladas por el 5º punto de la doctrina Wilson. Planteaba el derecho de los pueblos a decidir su destino a partir de contextos coloniales: reajuste de las reclamaciones coloniales, de tal manera que los intereses de los pueblos merezcan igual consideración que las aspiraciones de los gobiernos, cuyo fundamento habrá de ser determinado. Había sido reconocido por la ONU como jus cogens respecto de pueblos sin autogobierno y con motivos históricos. La creación de Israel sobre territorio poblado por otros grupos étnicos en un contexto de descolonización expulsadora, en respuesta parcial a las reclamaciones de la doctrina sionista política de Teodoro Herzl (El estado judío), entre otros múltiples y complejos sionismos, abría así la puerta al trauma para la causa palestina que el Informe Peel británico de 1937 había calificado de Derecho frente a Derecho. Así, los palestinos podían optar a la misma reclamación de autodeterminación colonial. Pero su disminución operativa con 5.000 muertos, económica y social por parte británica tras la primera Intifada de 1935-39, y la agresividad armada de los colonos sionistas decidieron la balanza militar decisivamente, junto al imaginario socialista judío favorecido por la URSS de Stalin y sus satélites, frente al miedo de las manipulaciones imperialistas occidentales entre los árabes considerados bajo un prisma neofeudal. Mientras, Checoeslovaquia, en particular, rompió decisivamente el embargo de armas a favor de los judíos (1947-49) impuesto por Washington ante la lucha despiadada que había ofrecido la partición.
Para los moradores judíos, a pesar de todo y, sobre todo, la creación de un estado israelita representaba la necesidad de encontrar un espacio estatal propio para poder liberarse gracias a unas fronteras seguras, finalmente, del odio atávico confesional antijudío, y laico antisemita, contra su especie, con la Shoah, velis nolis, como memoria y catástrofe casi definitivas. Estos negacionismos actualizados como anti-israelíes continuaron manifestándose en diferentes grados, por otros estados vecinos luego avenidos a la paz (Egipto, Jordania, Líbano), o naciones hostiles como Siria y Yemen, y grupos terroristas del presente como Hamás, Hezbolá, los hutíes apoyados por Irán y/o Catar. Junto al no reconocimiento de 28 otros estados, algunos revolucionarios y/o de conocida trayectoria democrática como Afganistán, Arabia Saudita, Cuba, Corea del Norte, Libia, Somalia…
Así podríamos parodiar la Biblia y referirnos a que en el principio creó Dios la nación-estado y sus malditas circunstancias para juzgar a los que están fuera …
Paradojas de las memorias ‘democráticas’ en España y Estados Unidos
Las políticas de memoria colectivas instauradas en España desde 2007 y ratificadas, en particular, con la Ley de Memoria Democrática de 2022, están plagadas de retórica sobre la evocación de males como el Holocausto, y la denuncia de totalitarismos nazi-fascistas-franquistas, sin mencionar los estaliniano-sino-comunistas (Gulag, Camboya, revolución cultural china, URSS), o los golpes de estado antidemocráticos promovidos por el general Sanjurjo en 1932, o fuerzas de la izquierda de octubre de 1934 en Asturias y Catalunya. Sin que se puedan equiparar estos procesos al estilo del revisionismo de Ernest Nolte y la polémica alemana (Historikerstreit) con Jürgen Habermas, la no mención de estos casos antidemocráticos de izquierdas en la España republicana podría apuntar a un uso parcial de las políticas memoriosas de Estado. Además, como leyes, no garantizan inmunidad o vacunación contra sus teóricos males, mientras que pueden actuar a favor de sesgos y discursos políticos arrojadizos contra adversarios del presente, mientras que fosilizan a corto plazo respuestas parciales a acontecimientos de relevancia relativa para nuevas generaciones. En otras palabras, establecen relatos administrativos […] los que sean, y son peligrosos porque bajo la apariencia de verdad cortan el debate y estabulan la memoria (Jelin & Vinyes). Corresponde a un giro memorioso desde la reconciliación constitucional que algunos tildan de equiparador[a] (Jelin & Vinyes) hacia el antifascismo rememorativo y retórico –no olvidemos su inicial conformación estaliniana en los años 1930 y su repetición como plataforma ocultadora antioccidental durante la Guerra Fría– el cual emerge hoy entre la rama frentista del PSOE y sus socios –levantar un muro en términos del presidente Sánchez–. Se combaten así posturas ultranacionalistas y populistas de Vox amalgamadas de alianzas políticas con las conservadoras constitucionalistas del PP que parece extenderse al llamado Régimen del 78. Es un marbete como acicate maximalista de ilegitimidad utilizado por la descontenta izquierda radical para derribar una plataforma de consenso político-social de la mayoría de la ciudadanía española de centro. Para esa izquierda, todos los males se remontan al ocultamiento durante la Transición del antifascismo identitario mientras que se busca desenterrar franquismos sociológicos actuales. Pueden simplemente representar rémoras anteriores presentes en otras naciones como la corrupción económica, la politización judicial, el control de los medios de comunicación, o marcas autoritarias frente a identidades postfeministas fluidas afirmadas por una sociedad moderna marcada por estructuras y leyes socialmente muy avanzadas: aborto, divorcio, educación y sanidad universales, protección a minorías, etcétera. Y con los olvidos memoriosos del Régimen del 78 se busca también disminuir sus éxitos y amplificar las disfunciones de su concepción autonómica asimétrica frente a posturas confederales en las Españas, todo ello, en medio de pujanzas populistas ultraconservadoras globales.
Además, el gobierno español y aliados que promovieron la ley de 2022, parecen haber obviado los traumas antisemitas que han vuelto a representar los pogromos del 7 de octubre en torno a Gaza. Ante estos, los líderes clave de la Unión Europea, Estados Unidos, y sólo Bahréin como estado regional, y el líder de la oposición por la Lista Árabe Unida en la Knéset, Mansour Abbas, han condenado el ataque de Hamás. Mientras los políticos españoles conservadores, o evitan mencionar a los palestinos, o los llamados progresistas se refieren de pasada a los atentados para incidir en su causalidad y reproche ante la ocupación y/o respuesta israelí. No parecieron advertir que sus palabras contradicen el espíritu de prevención del Holocausto que supuestamente permea la Ley de 2022, mientras que el antisemitismo y la imagen del genocidio sueldan ipso facto a la mayoría de la comunidad israelí y judía, y la retrotraen a los peores momentos de la milenaria persecución contra los suyos. Tampoco, se percibe que la Shoah para la mayoría de los judíos no es únicamente ese día que se conmemora casi rutinariamente en occidente, pero no en Israel, el 27 de enero, aniversario de la liberación del campo de Auschwitz-Birkenau, mientras vuelve a resurgir el fascismo en el mundo, e Israel se blinda tras otra operación contra Hamás y sus infraestructuras, y se debate sobre los errores de las políticas ultraortodoxas que han apuntalado a Netanyahu.
Sin embargo, en Estados Unidos, parece haberse abierto también una brecha para las generaciones de judíos adultos fieles a la memoria de aquel trauma específico de la Shoah y a la barrera proisraelí de la política estadounidense. Por un lado, las voces palestinas reforzadas por las imágenes y cifras de esta guerra han logrado que los grandes conglomerados de comunicación manejen un lenguaje acusatorio contra Israel, y por otro, los judíos más jóvenes, sensibilizados por discursos decoloniales, se inclinan hacia cierta autoinculpación y el pecado de los orígenes. Se trata de una memoria que puede transformar a las víctimas en victimarios, y de la que ya fue pasto, hasta cierto punto, Hannah Arendt en su Eichmann en Jerusalén. Y todo ello se ha visto afectado por la recuperación de estrategias de la cancelación woke por parte de grupos de presión conservadores proisraelíes en Estados Unidos, lo cual está perturbando el debate académico sosegado. Pueden ser analogías de lo que ya advirtió Américo Castro respecto de las estrategias inquisitoriales de la limpieza de sangre cristiana en la España tardomedieval y posterior, basadas en rasgos excluyentes extraídos de los grupos que se buscaba dominar, para así invisibilizarlos. Ocurre hoy a través de pensamientos identitarios supuestamente plurales, lastrados por simplificaciones del presente y bienaventuradas exclusiones, que fuerzas tradicionalmente de la reducción conservadora han aprendido a recuperar a su favor.
Plurinacionalismos al ibérico modo y resiliencias de exilio
El derecho de origen de los pueblos presentes en la antigua Palestina romana se pueden rastrear en las Españas gracias a diferentes secciones de la Constitución española de 1978 que hablan de nación y nacionalidades: se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles y reconoce el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran (Título preliminar, artículo 2) mientras ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales. Estas menciones romperían con las intenciones socialdemócratas del patriotismo constitucional (Habermas) y abrirían la puerta a tesis de los orígenes basados en supuestas legislaciones y tradiciones protomodernas de territorios en busca de una legitimidad nacional del origen. Se trata de esencialismos rebuscados a través de usos interesados de ciertos relatos de la historia, también denunciados por Habermas. Se gestan a través de los momentos de construcción de interpretaciones nacionalistas fundamentalmente románticas, ante la necesidad que tienen los nuevos estados liberales o los que aspiran a la estatalidad, a fer país. Así lo declaraba el ministro italiano Massimo d’Azeglio: ya tenemos Italia; ahora hay que crear italianos o lo repetía David Ben-Gurión para el joven estado de Israel, donde por ejemplo se actualizaron los nombres de los inmigrantes, o bien se adoptó el hebreo moderno frente al yiddish. Como lo escribía Arthur Koestler, los sionistas entendieron que Israel no podía renacer como nación sin construirla en una estructura social parecida a la de otras naciones sobre una gran base de agricultores y de trabajadores manuales. Y para normalizarse hacía falta que los judíos revertieran la pirámide social del gueto, donde habían sido condenados durante siglos a la existencia de parásitos usureros, mercaderes e intermediarios. Su teórica diversidad hacía ironizar a Aub sobre la identidad: ¿Sabrá alguien que quiere decir judío? […] No es como ser francés, polaco o ruso. Ser judío es como ser apátrida. Ser judío es otra cosa. Tampoco es como ser cristiano, ateo, deísta, o mahometano. Ser judío tampoco es ser sabra ni tampoco tener un pasaporte israelí. Ser judío –ríe un sefardí– es la hostia a menos de ser ortodoxo y vivir en Mea Shearim, haciendo el ridículo. Ser judío es ser hijo de Israel y no creer en él. Ser judío es ser ateo y rendir a Jehová culto. Ser judío es ser soldado a machamartillo y pacifista al mismo tiempo […] No sabe nadie qué es un judío […] Pero nadie sabe lo que es[…] (Porque los hay de todos los colores, altos, bajos, tontos, listos, imbéciles, inteligentes, socialistas, anarquistas, reaccionarios, comunistas, ricos, pobres, feos, guapos, regulares, trabajadores, gandules, dormilones, despiertos, valientes, cobardes, repugnantes, cojos, blancos, bizcos, miopes, bien plantados, rubios, morenos, cobrizos, alemanes, franceses, griegos, turcos, españoles. Todos judíos). Sólo los judíos saben lo que son. Mas nadie sabe lo que es un judío. (Anónimo hebreo en Imposible Sinaí).
Como ha estudiado exhaustivamente Ricardo García Cárcel, en las Españas, no solo se invocan los derechos históricos desde el País Vasco, Navarra y Cataluña, sino que tras apelar a una historia corta de la legitimidad y prioridad de las comunidades que conquistaron estatutos durante el periodo 1931-1939, el resto se apuntó al llamado café para todos post 1978, y buscó fuentes de legitimidad y memoria nacional, con Andalucía a la cabeza y su pasado republicano violentamente cortado en 1936 con la figura de Blas Infante. En las Españas, se pueden hallar tesis carlistas de privilegios forales en Navarra y el País Vasco, interpretaciones nacionalistas de pueblo originario del PNV a ETA, la nacionalidad histórica de Galicia defendida por el BNG, el nacionalcatolicismo antijudío y musulmán del espíritu de Covadonga, simbolizado por los Reyes Católicos, que reclaman las tesis más ultramontanas de Vox cercanas a posturas xenófobas de los partidos ultras mundiales, y hasta algunas voces en el PP, o la presencia de teóricas instituciones democráticamente exclusivas en Catalunya anteriores a 1714, caras a los grupos nacionalistas catalanes (Junts, ERC), los cuales refuerzan su separatismo mediante el independentismo para apuntalar la existencia de un proto estado-nación parlamentario de la Corona catalano-aragonesa basado en la historiografía confederal de Antonio de Bofarull y Brocá (La confederación catalano-aragonesa, realizada en el periodo más notable del gobierno soberano del Conde de Barcelona Ramón Berenguer IV[1861]). A todo ello, se añaden en los diferentes textos de los estatutos de autonomía, la nacionalidad con identidad histórica andaluza, la identidad histórica riojana, aragonesa y balear, la identidad histórica perfectamente definida murciana, la tradición valenciana proveniente del histórico reino de Valencia, la identidad singular canaria, la identidad regional histórica extremeña, las características sociales económicas históricas y administrativas madrileñas, los antiguos reinos de Castilla y León e identidad histórica y cultural.
Al estilo del imaginario sionista de tiempos de la Diáspora, la resiliencia de las nacionalidades históricas, luego mimetizadas a partir de 1978, se reforzó a partir de la fragilidad nacional que aporta todo exilio y la dialéctica preservada entre destierro y cuestión nacional a partir de 1939. Así se reciclan viejas ideas de la triple alianza de 1923 entre Galicia, Euskadi y Cataluña, el pacto de Compostela de 25 de julio de 1933, y la imagen de Galeuzca, a raíz de los tres estatutos de autonomía republicanos contemplados hasta 1939. La oposición antifranquista republicana asumió postulados retóricos radicales sobre el derecho a la autodeterminación, facilitado a su vez por un nacionalismo franquista muy regionalizado, y por ideas de democracia política de la oposición del exilio y del interior que adoptaron el federalismo de la futura Unión Europea (Villares). Y estas ideas se remozan hoy confederalmente entre supuestos defensores de progreso (Podemos, Sumar, PCE, algunas voces en el PSOE/PSC). Inicialmente, se plasmaron en un esquema ibérico confederal, cuyo primer postulante, en la segunda mitad del XIX, sería paradójicamente el barcelonés Sinibaldo de Mas, fallecido en Madrid, y partidario monárquico de dos coronas hispano-portuguesas.
En este contexto, Benito Pérez Galdós buscaba todavía en el final novelesco de La Primera República (1911) de sus Episodios Nacionales, observar [los acontecimientos] y con vulgar manera describirlos para que […] pudieran sacar alguna enseñanza los venideros hombres. Lo había hecho en 1874 con figuras rebeldes como Juan Martín, El Empecinado, no sin advertir, que podían mimetizarse en abyectos contrabandistas y ladrones de caminos, metáforas apropiadas para los reciclajes históricos manipuladores. Con la esperanza de una España dialogante, Galdós buscaba alejar entonces a los lectores de la violencia proyectada durante la Guerra del Francés gracias a tácticas de guerrilla, y destacar la eclosión unificadora de los liberales, dos palabras y conceptos universalmente españoles de tiempos de la Constitución Cádiz de 1812, los cuales se reciclarán en resistencia democrática durante las guerras civiles europeas de 1939-45 (Traverso). Años más tarde (1898) se lamentaba Galdós en Zumalacárregui de pérdida de ideales humanistas ante la brutalidad de los nuevos caudillos carlistas y liberales de gran renombre, [que] en las asperezas del Maestrazgo o en la montaña de Cataluña, habían de olvidar pronto los procederes humanitarios, derramando a torrentes la sangre cristiana y escarneciendo con sus crueldades los ideales que decían defender: el honor patrio, la religión, la fe. Y en La Primera República escribía sobre la repetición de quijotadas separadoras como la revolución candorosa [cantonalista ante la que] el Gobierno de Madrid no [podía] distraer[se] de la guerra carlista, mientras aspiraba a una conquista de la paz en Aita Tettauen (1905). Y finalmente sentenciaba con una conclusión desesperanzada al estilo finisecular del 98, sobre la casta política dividida en dos bandos igualmente dinásticos, incapaz de crear una Nación para la cual habría que seguir gastando la aterradora palabra revolución, presente también en los ictus de la violencia anarquista, que entre otras razones, acabaría con la Restauración (Avilés Farré) afectada por la honda caquexia que invade [ía] el [su] cansado cuerpo (Cánovas 1912).
Analogías de nación: sionismo y catalanismo
Los consejos de cohesión nacionales en las consejas de Galdós advertían de cómo vía la raza vasca y las derivas carlistas traficadas mediante fuerismos y rechazo de los maketos, el provincialismo, Rexurdimento y federalismo gallego, iberismo monárquico de Sinibaldo de Mas y federalismo de Francesc Pi i Margall, junto a la Renaixença en Catalunya, a finales del XIX, se dibujaban unas Españas que soñaban con ciertos iberismos protomedievales. Hoy retornan nostalgias confederales rayanas con la autodeterminación frente al autonomismo en las Españas actuales, en una pugna entre federalismo centrípeto madrileñista et al., y centrífugo galeusquista. Se ha insistido en la diáspora evocada con la partida a Viena de la nobleza catalana a favor del austracismo confederal al final de la Guerra de Sucesión, la resistencia frente a la corrupción municipal y la presión fiscal –es el tributo del pobre… se hurta tanto como se cobra–, las levas militares, o la aparición de los memoriales de agravios a partir de 1760, en títulos tan sugerentes como Vencida però no submisa. La Catalunya del segle XVIII de Joaquim Albareda. Las simientes decimonónicas de la Renaixença y del modernisme en Catalunya de rica y eficaz envoltura cultural coinciden con la de un sionismo visionario y reivindicador del refugio en una tierra de origen, apoyado en flujos de capitales de la diáspora judía, especialmente franceses. Es el momento de la conformación de un imaginario autóctono catalanista de nación cultural, emprendedora y próspera girada hacia París y Londres, con importante presencia en territorios coloniales como Cuba y Filipinas que luego reaccionará a favor del separatismo en torno al desastre de 1898, basado en una tradición de diferencias agraviadas. Deriva coincidente con lo planteado por un concepto eclesiástico protestante, como emancipación revolucionaria en los Países Bajos contra la presencia española católica, romana y papista, desde 1648, asociada en aquella Catalunya decimonónica a posibles ideas de nulificación extraídas de Carolina del Sur en 1832, proyectadas hacia la secesión y la guerra civil estadounidense de 1861-65, y procedentes de las relaciones con la Cuba independentista (Ucelay-Da Cal). Se construye también con la historia de una monarquía autóctona, proto-ideas democráticas en las instituciones catalanas premodernas frente a la centralista Nueva Planta de Felipe V. Y se le añade el prestigio de la lengua, la tradición folclórica coral y musical, las sardanas, periódicos, revistas, artistas y arquitectos, y un traficado en 1899 himno popular de supuesta resistencia durante el Corpus de sangre de 1640 como Els Segadors, luego refrendado y enseñado como himno oficial a partir de 1993. Frente a estas reescrituras en busca de un imaginario de nación potencialmente política, un diputado catalán en Cortés de Cádiz, Antonio de Capmany, a partir de una anacrónica concepción estamental de la libertad, defendía derechos de representación para gremios y la nobleza y no la que se impuso de los ciudadanos. Sin embargo, según García Cárcel, Capmany distinguió entre país como territorio frente a la nación o patria, que identificaba con unidad de voluntades vinculada a unas leyes, costumbres, lengua, conciencia militante frente a otras naciones desarticuladas, mientras se oponía al federalismo representativo: ¿Qué le importaría a un rey tener vasallos si no tuviese nación? A esta la forma no el número de individuos sino la unidad de voluntades de leyes, de costumbres y del idioma que las encierra y contiene de generación en generación… si los italianos y los alemanes divididos en tantos estados de intereses, costumbres y gobiernos diferentes, hubiesen formado un solo pueblo, no hubieran sido invadidos ni desmembrados. No son naciones. El grito general: ¡Alemanes! ¡Italianos! no inflama el espíritu de ningún individuo. Significativamente en sus intervenciones en las Cortes, en junio de 1811 y enero de 1813 les dice a los diputados: Aquí no hay provincia, aquí no hay más nación que España. Nos llamamos diputados de la nación y no de tal o cual provincia. Hay diputados por Cataluña, por Galicia, no de Cataluña o de Galicia… Entonces caeríamos en el federalismo, llámese provincianismo.
Si el sionismo revisionista planteó la necesidad de la resistencia, perseverancia y creación de una nación unitaria en territorio profético para sus ciudadanos de ascendencia judía y así evitar la persecución, el catalanismo mesiánico-racista de finales del XIX de Valentí Almirall o Pompeu Gener sentaba el camino para una distinción autóctona que miraba a Europa, frente a la inferioridad semítica del sur ibérico, lastradora del progreso, reforzada por la antropología de Pere Bosch-Gimpera, que distinguía entre catalanes iberos y españoles celtas, enfrentados en la Guerra de Sucesión y de España. Se trataba de analogías catalanistas del regeneracionismo ibérico de Joaquín Costa y su desafricanización y europeización de España. Reciclaban teorías racistas de la superioridad europea, base para los imperialismos civilizadores, entre los que también nadaba cierto sionismo como el de Teodoro Herzl, que buscaba la emigración de judíos pobres del este para preservar la hegemonía de los asimilados occidentales en una lógica de imperialismo colonialista que podía también satisfacer a los antisemitas europeos como Arturo Balfour. Este juntaba al imperialismo su sionismo cristiano para la plasmación de la nación judía en Palestina y el consecuente apocalipsis dentro de una lógica de apoyo colonial de una gran potencia para la creación de Israel (Gran Bretaña) y para su posterior sostén (Estados Unidos) (Achcar). Ideas retraficadas en su juventud por próceres como Jordi Pujol respecto de la decadencia de la raza catalana invadida de funcionarios centralistas y emigrantes australes tras la Guerra Civil cuya perplejidad mental destruiría Cataluña, a pesar de que luego matizaría sus propósitos al apelar a una Catalunya de residentes normalizados. En ese sentido, mostró también su afinidad israelí a través de sus variantes burguesas-comerciales. Por ello, se amalgamaron la evocación nacional de las antiguas juderías catalanas, a pesar de los destacados pogromos de 1391 en Barcelona, Lérida o Tárrega, y la imagen de una nación industriosa cosmopolita de la diáspora con raíces en la emigración a ultramar ejemplificadas por habaneras de la tradición musical decimonónica.
A través de la izquierda existió también cierta atracción hacia la experiencia renovada del colectivismo de los kibutz, donde vivió, por ejemplo, Josep Borrell en 1969, hoy alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad. Por otro lado, las críticas al problema palestino-israelí se llevaron a cabo con particular tiento en la Catalunya actual, al estar muy relacionado su tejido académico con instituciones universitarias estadounidenses por iniciativas de Pasqual Maragall y su gestión de las Olimpiadas de 1992, junto al hermanamiento de Barcelona con Tel Aviv en 1998 y ser sede de la Unión por el Mediterráneo. Mientras, la escasa empatía del gobierno conservador de Netanyahu hacia el independentismo catalán, debido a su espejo de reivindicación palestino, ha escorado en particular a Esquerra Republicana de Catalunya [ERC] y a formaciones de izquierda radical como En comú y la Candidatura d’Unitat Popular [CUP], alineadas a través de ópticas anticapitalistas y tercer mundialistas, con las tesis de los palestinos. Pero frente al fuerte influjo de población magrebí de religión musulmana, en una localidad independentista y tan significativa para la Catalunya vella del interior como Ripoll, ciudad de donde partieron los terroristas del atentado del 17 de diciembre de 2017 en Barcelona, se ha producido la elección de una alcaldesa con posturas independentistas, pero anti-inmigratorias, también recicladas por herederos de Jordi Pujol, como Junts per Catalunya.
Antisemitismos peronistas y franquistas. ‘Salvad a nuestros marranos. Tradicionales relaciones con los árabes’. Mímesis de financiación cultural-nacionalista al ibérico modo. La ilegitimidad de origen de Israel y del ‘Régimen del 78’
Los odios pronazis antisionistas del Mufti retornado a Oriente Medio en 1946, para guiar la oposición a la partición de Palestina, de mayor impacto que los de la propaganda nazi en lengua árabe de la Segunda Guerra Mundial, encontraron en la Argentina gobernada por Juan Domingo Perón el azogue de un filonazismo protector de varios centenares de verdugos totalitarios, en una nación revisitada hoy por fantasmas populistas del nuevo presidente Milei, paradójicamente proisraelí. Perón también se volcó en aquel momento, simbólicamente vía Evita, hacia la España de Franco, durante el momento de su mayor aislamiento internacional (1946-48). En España, la deshumanización antisemita descrita por Hannah Arendt en su Orígenes del totalitarismo, se había rediseminado gracias a las falsificaciones de los Protocolos de los sabios de Sion, editados a partir de 1932 por los jesuitas, expulsados por la Segunda República. Este panfleto ha seguido corriendo para justificar una conspiración semita internacional, que el franquismo, entre otros regímenes totalitarios, utilizó a su favor, mientras salvaba errática y nacional-católicamente a unas 43.000 almas, principalmente judeo-sefarditas gracias a la supuesta vigencia de un decreto nacionalizador de 1924 de Miguel Primo de Rivera. Esto no impidió que Abba Eban, representante de Israel en la ONU, negara el apoyo de su estado a la entrada de España en 1949, y así realumbrara la judeofobia personal del dictador, plasmada en prensa bajo el pseudónimo de Jakin Book. Debió lamentarse de trocar la conspiración judeo-masónica por la masónico-comunista, mientras había ordenado reeditar su cinematográfica Raza (1942) como El espíritu de una raza (1950), para eliminar los signos de connivencia nazi-fascista más evidentes. Pero jamás reconoció al joven estado de Tel Aviv. Las recientes declaraciones de tres ministras del Gobierno español, que parecen haber obviado, en variada forma, el pogromo del 7 de octubre de 2023, no censuradas por el presidente del Gobierno o su ministro de Asuntos Exteriores, no serían contradictorias con este antiguo punto de vista franquista, y las críticas a Israel por parte de las izquierdas globales. En España, se prosiguieron hasta el muy tardío reconocimiento de la soberanía de Israel en 1986 por el gobierno de Felipe González. Ahora el grupo Sumar lo solicita para el estado palestino. ¿En este debate, sería posible también sumar las analogías entre el 7 de octubre de 2023 en torno a Gaza, el 11 de marzo de 2004 en Madrid, y el 17 de septiembre de 2017 en Barcelona?
Ante esta dispersión de ingredientes, un menú español sobre el conflicto palestino-israelí, para actualizar la supuesta memoria democrática plural de la ley de 2022, podría servir: de aperitivo, salvo para Marruecos, el tradicional y táctico reconocimiento franquista de los países árabes, en guerra con la joven Israel, para romper su aislamiento internacional (1946-48); proseguir con el plato de resistencia de la paradójica convergencia franquista con la izquierda mundial pro-soviética anti-estadounidense-israelí y pro-árabe-palestina de la Guerra Fría; y, como postre, se serviría la controvertida visita de Yasser Arafat al ya constitucional Madrid de 1979, cuando todavía lideraba una organización de terror como arma política, financiada por Arabia Saudí a raíz del embargo petrolífero de 1973. Todo este ágape memorioso se podría libar con sidra terrorista etarra, la cual prosiguió su lucha armada en España hasta 2010, mientras había recibido apoyo de la OLP durante años. A su vez, ETA obtuvo financiación tácita de la Unión Europea y del Gobierno español a través de subvenciones a teóricas ramas políticas pacíficas como Herri Batasuna, luego ilegalizada en 2002, o un centenar de herriko tabernas confiscadas en 2015. Hamás, tras ganar las elecciones en Gaza en 2006 y apartar con una violencia físicamente amputadora a la Autoridad Palestina, administró no sólo fondos saudíes, sirios, cataríes e iraníes, sino europeos y de las Naciones Unidas. Y en ese entorno, se han llegado a pagar rescates por rehenes secuestrados por Dáesh desde naciones como España, etcétera (Buesa).
La financiación derivada en un contexto pacífico es análoga a subvenciones y contribuciones a entidades como la Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural, o la red de publicaciones en lengua catalana con el objetivo de fer país, para fundamentalmente probar el fet diferencial catalán. Así, el nacionalismo cultural puede trabajar más fácilmente con los aspectos emocionales y con la sociedad civil, mientras que el nacionalismo político lo hace con los aspectos racionales y con las instituciones gubernamentales (Giori). Pero paradójicamente, nacionalismos de aspiración estatal como el catalán y el vasco comparten con los deseos palestinos, en particular los articulados por Hamás, estrategias de cooperación y paraguas cultural y político del estado del que se depende, quiere separarse o destruir. Y hasta se han aceptado por parte del partido gobernante en España, el PSOE, refabricaciones históricas antes referidas a partir de pintorescos orígenes protonacionales democráticos del pueblo autóctono catalán, junto a los mitos de antiguos organismos estamentales, usurpados, desplazados y exiliados por un estado ocupante y opresor en 1714, por lo que se precisa hasta la presencia de terceros para la resolución de un supuesto y antiguo conflicto de raíces nacionales antagónicas. Recordemos de nuevo la longevidad exiliada de las doctrinas de la autodeterminación en torno a Galeusca que terminaron plasmándose en el texto constitucional de 1978. Mientras, se vive la deformación jurídica manifestada por los políticos huidos de Junts per Catalunya siempre autorepresentados y reivindicados en su imaginario nacionalista como exiliats, supuestamente empujados por la ilegitimidad de origen franquista de la Constitución de 1978. Es un planteamiento similar al de los antiguos militantes de ETA como justificación de la lucha armada y su destierro, para que la Ley de Memoria Democrática extienda su temporalidad al período constitucional hasta 1983, lo cual buscaría equiparar violencia estatal y terrorista (ver mi artículo). Las tesis de la ilegitimad de origen y de ejercicio de una nación, repetidas por diferentes voces contra la España del Régimen del 78, pueden beber de un argumentario similar al esgrimido para afirmar la negación del estado de Israel: guerra civil, usurpación territorial, opresión, violencia de estado, discriminación, apartheid y hasta genocidio.
La peoría de ‘la pesadilla en la pesadilla’. Fatah, la OLP, Hamás y la parálisis defensiva-ofensiva israelí
En Israel y Palestina, otros etcéteras posteriores nos conducen por ataques guerrilleros palestinos o egipcios, replicados por la retribución israelí entre 1949-56, particularmente en torno a Gaza, ya ocupada por Israel entre noviembre de 1956 y marzo de 1957. La operación de Suez de 1956, urdida con el acuerdo secreto entre Israel, bloqueado su comercio en el golfo de Acaba por Egipto, tras la nacionalización del Canal por el coronel Gamal Abdel Nasser de Egipto, junto a la conspiración franco-británica, marcaría la degradación definitiva de estos colonialismos europeos, junto a la violación de la Declaración Tripartita contra cualquier agresor árabe-israelí, entre estas dos potencias y un molestísimo Estados Unidos. La Doctrina Eisenhower de 1957 sobre la intervención de su país en caso de una comunista en Oriente Medio junto al fortalecimiento de los No Alineados tercermundistas como Nasser, terminaron por sellar el futuro estadounidense-israelí, y recomponer la política de bloques de la Guerra Fría. Emergería una Europa inclinada al comunitarismo social democrático, atómicamente disuasorio franco-británico, pero de capacidad intervencionista convencional reducida bajo el paraguas de la OTAN. El conflicto de 2023 y sus posibles consecuencias muestran su distancia con aquella configuración mundial, cuando la confrontación bélica respondía al paradigma clásico del enfrentamiento de ejércitos a campo abierto, como en la guerra de los Seis Días en 1967 o la de Yom Kippur en 1973. Hoy se inclina por el ejemplo de las del Líbano en 1982-83 o 2006, o la de Ucrania con feroces combates palmo a palmo de trincheras urbanas como en el Madrid asediado de 1936-39, pero con una potencia de fuego y una tecnología incalculables que puede intuir al otro no mediante su humanidad, sino por sus sospechas robóticas para así seleccionar a las víctimas más allá de cualquier estadística o símil de un latido. La de 1967 aportó las nuevas fronteras porosas de la línea verde con sus tres zonas en Cisjordania, junto a las eufemísticas operaciones especiales e irreversibles colonizaciones israelíes, muertes recíprocas, y nuevos desplazados para la causa palestina, traicionada casi siempre por sus hermanos árabes. El panarabismo de la Liga Árabe, fomentado por Gamal Abdel Nasser, y la creación de la OLP en 1964 en Jerusalén Este, terminaron engullidos por la órbita de Yasser Arafat con su Fatah nacido en 1959 en Kuwait, y su compleja estructura vitalicia de solidaridad de facciones y clanes siria o iraquí de carácter neo nacionalista y marxista, pro palestina. Estos factores dieron visibilidad a los palestinos, con su llamativa pero ineficaz expresión terrorista posterior captada por los fedayines de Arafat tras un sangriento atentado de la OLP en la ruta de Eilah y su heroico combate con los israelíes en 1968 en torno al campo de Karameh [Esperanza] (Cisjordania). Arafat ya había sido entrenado por los Hermanos Musulmanes en campos de Gaza a finales de 1940, espacio también retribuido con ataques a sus campos de civiles por la Unidad 101 israelí organizada por Ariel Sharon en los años cincuenta.
Hamás, primero como hermandad musulmana con imaginarios territorialmente identitarios y una sofisticada estructura civil y militar frente a los del exilio de la OLP, expulsada desde Líbano a Túnez en 1982, fue consentida inicialmente como organización de culto, a pesar de ser perseguida anteriormente por el panarabismo nacional de Nasser. A través de Ahmed Yassine entre 1973 y 1979, el Estado de Israel la tolera y legaliza, permisivo ante cuestiones de identidad cultural y confesional, favorables a una estrategia de divide y vencerás. Una escisión hacia la Jihad islámica con el triunfo de la revolución iraní y la formación de Hezbolá para la liberación del sur del Líbano, llevó finalmente al nacimiento formal de Hamás en 1988, con la Intifada de diciembre de 1987 que les acusaba de colaboracionismo y pasividad con Israel. En su posterior carta fundacional, expresaba la Muerte por Dios como su deseo más buscado, a partir de la mitología de Izz al-Din al-Qassam y su jihad palestina de los años 1930, mediante el islamismo transnacional de los Hermanos Musulmanes a favor de toda la conspiración antijudía habitual de los Protocolos de los sabios de Sion, frente al abandono de la lucha armada de la OLP y su resignación a gestionar como mandatario solo parte del territorio ocupado por Israel en 1967 (Gaza y Cisjordania). Desde su debilidad militar camuflada de políticas sociales hacia los palestinos, Hamás ha usado hábilmente la vía de la resistencia en busca de un todo territorial histórico: Intifadas de 1987 y 2000, kamikazes bomba en Israel a partir de 1994, replicados por Israel con ejecuciones (prevenciones) selectivas de los dirigentes terroristas –la última en Beirut el 2 de enero de 2024–, práctica inicialmente contraria al derecho establecido de la guerra justa o del derecho nacional, utilizada también por China, Estados Unidos, Francia, Rusia, Ucrania, etcétera.
Como para toda enormidad del horror, a partir de la inferioridad terrorista de Hamás, se ha buscado y logrado la réplica erradicadora por parte de su adversario, Israel, en una dinámica retroactiva que también expone la debilidad de la continuidad de las políticas de la peoría asumidas por ambas partes, entre otros por el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, maniatado por la corrupción, alianzas ultra-ortodoxas, y las necesidades replicantes con pátina de fuentes bíblicas (y espejo coránicas) del ojo por ojo, diente por diente. Cuanto peor, mejor. Como ha estudiado Tareq Baconi, la colisión entre la gestión de contención no resolutiva israelí y la estrategia armada de Hamás ha seguido exacerbando las abyectas consecuencias que sufre la desamparada y hacinada masa de 2.000.000 millones de población civil palestina en Gaza. Sobrevive entre un adversario que creía poder neutralizarlos digitalmente en su gueto-prisión a cielo abierto, panópticamente amurallado, vecinos como Egipto, que nunca la ha acogido, o protectores como Hamás que ha trufado su territorio de galerías de resistencia bajo escuelas u hospitales, donde forzosamente mueren los civiles, luego proyectados y globalizados como yertos escudos y nuevos misiles de la propaganda antiisraelí, envuelta en la metafísica de los derechos humanos, ausentes de cualquier gestión de extorsión o muerte fundamentalista antijudía como el último abyecto pero útil pogromo espectacular con secuestros de rehenes del 7 de octubre de 2023.
La geopolítica del amigo americano y el fracaso de Oslo. Los acuerdos de Abraham. La doble vara de la política exterior española y la parálisis ante la crisis migratoria del ‘Sur global’
Así se desciende, siempre, un peldaño más, por el imaginario propagandístico del mal absoluto kantiano universalmente humano, como ha querido escenificarlo Netanyahu –el bien contra el mal–, mientras Hamás aspira a ser reconocido como único representante a lo Hobbes de los palestinos fagocitados y masacrados por la ofensiva israelí, descreídos ante la maniatada, antidemocrática y corrupta política y económicamente Organización Nacional Palestina del decrépito Mahmoud Abbas, al que acude, de nuevo, un Washington desacreditado desde la época de Camp David (2000), y luego en Afganistán o Irak. Y se sigue ascendiendo por la escala del conflicto sin fin, y de una geopolítica enconada, muy lejos de aquel apoyo inicial conjunto a los colonos judíos frente a los árabes, entre 1947 y 1949, del occidente estadounidense, la URSS y sus satélites.
Diplomáticamente dividida entonces, la política de soporte estadounidense osciló entre halcones aislacionistas de la Guerra Fría, frente a la lealtad desde la izquierda legislativa al lobby judeo-local antifascista, hasta que Harry Truman, reconoció inmediatamente al joven estado proclamado por David Ben-Gurión el 14 de mayo de 1948, finalmente ratificado por los altos funcionarios estadounidenses antisoviéticos. El viraje internacional no alineado revolucionario a favor de la causa palestina en los años sesenta afianzó dicha política unilateral proisraelí, hasta la Caída del Muro y las esperanzas de los acuerdos de Oslo de 1993. Descarrilaron, entre otras razones, por la dificultad para implantar una política de transición rápida y eficaz, dinamitada por las posturas extremistas de ambas partes: la matanza de 29 musulmanes con 100 heridos en una mezquita en Hebrón por el fundamentalista judío estadounidense Baruch Golstein el 25 de febrero de 1994, replicada por Hamás a partir del 6 de abril de 1994 con atentados en Israel mediante mártires bomba, y el ya mencionado asesinato por otro fundamentalista judío de Isaac Rabin el 4 de noviembre de 1995. Las ocupaciones y expulsiones de las tierras palestinas dentro de un imaginario del Gran Israel tras la guerra de 1967, poblacionalmente problemáticas para los laboristas, pero afines al paraguas territorialista del Likud con gobiernos reactivos como el de Netanyahu en 1996, a raíz del terrorismo de las bombas humanas de Hamás, han representado una repetida plataforma justificadora de disrupción eficaz para Hamás. Tras su señalamiento por Ariel Sharon tras el 11S de 2001, como objetivo en la guerra contra el terror, en una región sometida a vaivenes continuos, desde Etiopía en la región del Tigray, los hutíes en el estrecho de Bab El-Mandeb y sus ojivas contra Israel, la pugna del Irán chií contra el mundo suní de Yemen, Siria e Irak, la reislamización de Turquía, la ocupación de Nagorno-Karabaj por parte de Azerbaiyán tras derrotar a Armenia…, el 7 de octubre de 2023 se ha buscado también descarrilar los intentos de estabilización geopolítica de los acuerdos diplomáticos árabes-israelís de Abraham de 2020.
Ejecutados, en parte, con el reconocimiento de Israel por Marruecos, gracias a la iniciativa de Jared Kushner, yerno del Innombrable presidente estadounidense anterior, ya se habían cobrado en 2022, en la esfera española, el abandono unilateral sin participación alguna del Congreso de los Diputados, por el presidente Sánchez, a favor del reino alauita del derecho a la autodeterminación de otro pueblo postcolonial de la diáspora: el saharaui. Así, el jefe del ejecutivo español se plegó a una política migratoria procedente de ese eufemístico constructo decolonial llamado Sur global, sometida al síndrome de Almanzor marroquí. Se basa en posibles chantajes en función de la gestión de los fondos europeos que garanticen su papel de depositario y última barrera de los migrantes. Eufemísticamente se la califica como externalización del asilo, para parte de la emigración del continente, la cual ahora adopta otras rutas, por ejemplo, la de repetidos cayucos desde Senegal hacia las Islas Canarias, que ha recibido la llegada de más de 50.000 migrantes en el año 2023. Además, Marruecos se arma como superpotencia con tecnología israelí, entre otras, una de jaqueo, hasta del teléfono presidencial español, cuyo nombre de alado caballo blanco, Pegaso, evoca también el de un fabricante de automóviles de lujo y camiones con productores represaliados en 1955 por el franquismo, y con alguna carcasa todavía rodante en Cuba.
En este sentido, la Unión Europea cuya presidencia de su consejo de ministros ha ostentado España en el segundo semestre de 2023 mientras se fotografiaba multiculturalmente en el patio de los Arrayanes de la Alhambra, en la conferencia de Granada de octubre, terminaba de elaborar una política de freno ante los flujos migratorios que permite rechazos internos y expulsiones a la carta. Miedos migratorios ante los excesos de la globalización con sahumerios de fundamentalismos religiosos entre diversas arquitecturas nacionalistas de algunos estados liberales, seculares en principio, como Italia, Hungría, Polonia, Grecia, y Turquía, otro receptor subvencionado de migraciones, y que parece haber olvidado el centenario de su independencia republicana laica gracias a Atatürk, para inclinarse hacia un proyecto de diseminación universal islamista, asumido por Recep Tayyip Erdogan, transformador del monumento bizantino de Santa Sofía en mezquita.
La trampa reactiva de Hamás y el dilema de Albert Camus
Pese a todo, lo ocurrido en Israel el 7 de octubre de 2023 es otro pogromo o devastación antisemita con una inesperada espectralización para la infocracia –teorías de la conspiración y propaganda en el debate político (Han)– pro terrorista. Se ha manifestado sin precedentes en su brutalidad exhibicionista, hábilmente escondida tras los derechos olvidados de los palestinos, estratégica y temporalmente consciente de la cortina de humo y rapidez del olvido que se produciría ante la esperable reacción de máximos israelí. Hamás trafica con una laxa definición del terror a la carta la posibilidad de domesticar su uso a partir de una supuesta necesidad moral ante la opresión israelí, relativismo que permitiría transgredir los derechos humanos bajo cualquier justificación. Dicha lectura ha sido asumida por algunos observadores desde una óptica pragmática del fin que justifica los medios, atribuida a Francisco Gracián en su Oráculo manual y arte de prudencia. Así se toleraría la violencia de grupos subnacionales y/o clandestinos contra civiles desarmados, por causas de reivindicación nacional palestina frente a la reprochable de Israel en los territorios ocupados, y en un momento en que las estrategias bélicas se han modificado para incluir a los civiles como objetivos colaterales (Baconi XVIII). Se retorna al dilema en 1957 de Albert Camus en Argelia, cuando ante los atentados del Frente de Liberación Nacional, en conversación con estudiantes suecos reproducida por Le Monde, declaró favorecer la justicia antes que el terror: J’ai toujours condamné la terreur. Je dois condamner aussi un terrorisme qui s’exerce aveuglément, dans les rues d’Alger par exemple, et qui un jour peut frapper ma mère ou ma famille. Je crois à la justice, mais je défendrai ma mère avant la justice.
¿Es posible ser equidistante en medio de la desesperanza ante el exhibicionismo del horror premeditado del 7 de octubre y la evidente réplica israelí? La violencia fue dirigida contra varios kibutz en Nir Oz cerca de la frontera de Gaza, símbolo de lo que pudo representar a partir de 1909 la presencia comunitaria-socialista del sionismo en Palestina, en la que participó la que fuera primera ministra israelí, Golda Meir, hoy revisitada en las pantallas, y que parece declaró que no era posible perdonar a aquellos que obligaban a matar a sus hijos [We cannot forgive them for forcing us to kill their children] (Baconi XIV). Mientras tanto, dicha violencia terrorista, en el simbólico aniversario de la guerra de Yom Kipur de 1973, ha tocado precisamente a defensores de organizaciones israelíes a favor del entendimiento con los palestinos, y que facilitaban la solidaridad mediante su voluntariado en hospitales, traslados de enfermos, escuelas, etcétera.
Antisemitismos reciclados en la ‘infocracia’
Las imágenes de la violencia caliente del 7 de octubre, frente a la guerra cibernética de drones y misiles que pueden llover inesperadamente sobre civiles palestinos e israelíes, nos puede remontar a las declaraciones de políticos e intelectuales españoles, cuyo presidente del Gobierno se ha expresado en Israel taquigráficamente sobre opciones de apaciguamiento para la guerra en Gaza, rechazadas con vehemencia por la diplomacia israelí. Desde España, parece hablarse con la perspectiva resguardada de un territorio que no ha sufrido desde 1939 ninguna invasión o presencia extranjera y/o violencia territorial, si no es la nazi a favor de la represión franquista, los posteriores acuerdos de Madrid de 1953 en torno a las bases estadounidenses, el terrorismo etarra con complicidad panárabe, el ultra de la Transición y jihadista de 2004 y 2017. Se suele hacer caso omiso a las continuas agresiones sobre el espacio nacional israelí desde su declaración como estado independiente en 1948, tras el acuerdo internacional, velis nolis, validado por la ONU en 1947, con el derecho internacional vigente, y al hecho de que sus ciudadanos deben tener viviendas preparadas, desde 1992, para los ataques de los misiles enemigos. Habría que preguntarse si desde un territorio como España, pionera en sufrir bombardeos de guerra total entre 1936-39, y desde la que se suele esgrimir el manifiesto ejemplar de Guernica de Pablo Picasso, no se sostienen posibles simplificaciones angélicas ante la seguridad nacional y la guerra. Y por ello, Israel, con todas las faltas atribuibles a cualquier nación-estado, ha aspirado a sobrevivir bajo continuas amenazas para su existencia, lo cual no excusa ocupaciones de territorios posteriores a las fronteras de 1949, tildadas de expansión imperialista por un estudioso del fascismo como Zeev Sternhell, o derivas iliberales contra, por ejemplo, las marchas pacifistas de las vueltas en 2018 que han ensombrecido su democracia. A su vez, Israel tiene perdida la guerra de la infocracia con estrategias reactivas de guerra convencional ante el terrorismo entreverado en la población civil palestina, inadaptadas para eliminar sin víctimas colaterales a organizaciones como Hamás que no dan la cara, y se regenera como el ave fénix desde el dolor de los bestiarios. Estas críticas crecen junto a propósitos antisemitas que proliferan hoy o las amalgamas ante un supuesto segundo holocausto o genocidio contra los palestinos presentado en el Tribunal de la Haya por África del Sur. Aquellos son víctimas de una pesadilla en la pesadilla, ¿pueblo de pesoptimistas? como los calificó el militante comunista Imil Habibi que buscaba la doblez de las culturas árabes y judías en su literatura. No es coincidencia que vídeos en Tiktok reactualicen acusaciones de Osama ben Laden por las que justificaba el 11S, o denunciaba a los estadounidenses como lacayos judíos. Jeffrey Herf recuerda las prácticas antisemitas pueden servir objetivos políticos concretos mientras son la expresión de creencias mantenidas como verdaderas que se extienden más allá de cualquier propósito inicial.
Hoy se sigue distorsionando la historia, adaptando el discurso a la ideología, mientras reemerge el antisemitismo fomentado por Haj Amin al-Husseini, el Mufti de Jerusalén desde 1922. Este sí se entrevistó con Himmler y Hitler en 1941, tras el fallido golpe pronazi en Irak. Había contribuido decisivamente al antisemitismo durante la revuelta de 1936-39, huido a Líbano en 1937 e Irak en 1939, Teherán, Ankara y finalmente Roma y Berlín. Odio ya presente en los esfuerzos coloniales alemanes de desestabilización pro árabes de la Primera Guerra Mundial, seguidos de los programas radiofónicos fascistas italianos antisemitas desde 1934 de un imperialista aspirante como Mussolini hacia colectivos árabes anticoloniales, junto a la propaganda pronazi impresa, y sobre todo de onda corta en lengua árabe desde 1939 a 1945 (Berlín en Árabe y la Voz del Arabismo Libre), plena de conceptos arios de pureza poco aplicables a ningún tipo de semita. El significativo aumento de la emigración sionista a cerca de 178.300 judíos europeos entre 1933 y 1940 –de los cuales, 52.600 procedían de la Alemania nazi–, acrecentó aún más el antagonismo y alimentó las revueltas (1935-39) entre la mayoritariamente analfabeta población árabe, que disminuiría del 78% al 60% en el territorio frente a la inmigración judía creciente hasta el 30%, o 553.600, de acuerdo a cifras británicas. Las emisiones nazi-fascistas buscaron mantener la temperatura antisionista en cafés y ágoras con peticiones hasta de matanzas de judíos, y se intensificaron con la presencia nazi-fascista en el norte de África, entre 1940 y 1943, mediante la propaganda con panfletos aéreos. Se trató de una estructura que Jeffrey Herf califica de fusión cultural de un modernismo reaccionario transnacional, cruce del antijudaísmo europeo cristiano y del antisemitismo árabe-coránico conspiratorio secularizado vía Mein Kamf y los Protocolos de los sabios de Sion. Tras esta elaborada labor de propaganda a favor de una victoria del Eje como protector de los derechos árabe-musulmanes, en apariencia poco exitosa entre sus receptores (Wildangel) se dibujó el discurso de que la Segunda Guerra Mundial, era otro complot judío que buscaba finalmente la creación de un estado que dominaría todo el mundo árabe-islámico. El mantenimiento del estatus quo árabe entre 1945-48 no fue tampoco ajeno a algunas reticencias británico-estadounidenses que también bebían en dichos mitos del antisemitismo.
Amalgamas y papel mojado antibélicos: entre el derecho internacional y la ‘infocracia’
Sin caer en anacronismos, hay que fijarse en las analogías de estos discursos y algunos de los islamistas radicales y/o islámico-fascistas que se extienden hoy contra Israel por su supuesta responsabilidad inicial tras el pogromo del 7 de octubre de 2023, y por su política de alianza estadounidense y planes inquebrantables contra la población árabe-palestina. Y dicho discurso airado se transmite luego, por ejemplo, a través de las cuentas de opinadores españoles progresistas que podrían evocar el lenguaje de las emisiones radiofónicas nazis, las cuales a partir de 1939 se alzaban contra los “insolentes”, “criminales” o “diabólicos judíos” […] que llevaban a cabo “una campaña de asesinato indiscriminado bajo supervisión británica, que les abastecía las armas necesarias” (Herf, Nazi Propaganda for the Arab World).
En esta línea, en el conflicto actual en torno a Gaza, el tertuliano Antonio Maestre declara en la red X que “no se puede invocar el derecho de defensa de Israel porque no tiene derecho a defenderse ante Hamás”; o el director del Diario.es, Ignacio Escolar, recusa la acusación de la diplomacia israelí a Pedro Sánchez respecto de ‘apoyar el terrorismo’ por sus críticas al asedio a Gaza y las miles de víctimas inocentes [en Gaza…]: “Me alegra que nuestro presidente sea de los poquísimos en Europa que sea incómodo para Israel y denuncie estas atrocidades [israelís]”; o el diputado de ERC, Gabriel Rufián, tuitea que “intentar entender el ataque de Hamás no es justificar el ataque de Hamás”.
¿Se puede imaginar otra salida para esta pesadilla retroalimentada ante la pre-condenada respuesta israelí frente a un Hamás espoleado por ocupaciones, bloqueos, bombardeos y estrategias bélicas reactivas de imposible respeto para las poblaciones civiles palestinas? Por las redes circulan visos propagandísticos de diversos crímenes contra el derecho internacional por parte de Tel Aviv, denunciados por almas globales, fieles, sobre todo, a las imágenes proporcionadas por las agencias de la otra parte, y una razonable inclinación hacia la paz, basada, fundamentalmente, en circunstancias de geopolítica favorables. Se denuncia mayormente desde el confort occidental de este supuesto y aprovechado montaje pacífico –la vasta mayoría no hemos conocido de primera mano la guerra relativamente cerca en Ucrania u Oriente Medio–. Algunos de mi generación todavía atisbamos, vía un servicio militar chusquero –heredero de la España cuartelaria franquista–, la percepción del posible daño de las armas. Y también recordamos huellas geográficas horadadas por los proyectiles, como los descampados de la ciudad universitaria de Madrid en la que pocos años antes a nuestros juegos se habían producido feroces combates en el asedio franquista a Madrid entre noviembre de 1936 y marzo de 1939, o los extraños carteles para nuestra ignorancia infantil en los transportes públicos que rezaban reservado para mutilados de guerra (de un solo bando, claro), o de tantos subempleos ocupados por gentes a las que les faltaba algo (piernas, brazos, ojos, dedos…) –también del mismo bando–. Pero por solo nombrar algunos conflictos, a mi propia memoria le desbordan los titulares sobre Afganistán, Angola, Argelia, Bangladés, Biafra, Camboya, Chechenia, Chipre, Congo, El Sahel, Eritrea, Indonesia, India, Irak, Irán, Kuwait, Laos, Libia, los Balcanes, Mozambique, Namibia, Nigeria, Paquistán, Rodesia, Siria, Tailandia, Ucrania, Vietnam, Yemen… y el perenne, desde Suez en 1956, con el nombre de Israel o Palestina. ¿Cuántos crímenes de guerra ignorados, y cuántas guerras que rompen la falacia de la paz posterior a la Segunda Guerra Mundial?
Como lo muestra la tradición, las rupturas de ese nebuloso derecho internacional con crímenes de guerra… serán de improbable prueba y persecución en el Tribunal de la Haya, no reconocido por muchos países, muy activo en conflictos como el de Ucrania, pero mal pertrechado para el de Gaza con un contendiente de naturaleza terrorista como Hamás. La denuncia tendría que haber sido encauzada, como en el ejemplo de Núremberg, y en otras escasas ocasiones –Serbia, Bosnia, repúblicas africanas controladas todavía por intereses coloniales– por el lado de los vencedores y siempre con la dificultad de dilucidar los papeles de víctimas y victimarios en una guerra como la de Gaza donde los civiles han sido utilizados en diferentes grados como escudos o inevitables víctimas –el huevo y/o la gallina–.
Y si regresamos al arcano de los tiempos, encontraremos el talón de Aquiles, un crimen de guerra iniciático perpetrado por las armas de destrucción masiva de los dioses, prohibidas en las guerras humanas; o bien en el entorno español, a los simulacros de la imagen del miliciano supuestamente abatido en Cerro Muriano (1936) por la lente de Robert Capa; o a la infructuosa búsqueda de simpatía de la Segunda República española tras las composiciones de fotografías de niños muertos por los bombardeos de la aviación nazifascista denunciada inútilmente en The Spanish Earth de Joris Ivens, con guion de Ernest Hemingway y John Dos Passos, luego enfrentados por el asesinato estalinista de José Robles; o al teatro estadounidense-iraquí espectacularizado de 1991, analizado por Jean Baudrillard. Hace tiempo que sabemos que ese vasto magma que algunos llaman esencialmente humanidad, como el presidente Sánchez, se distingue del resto del reino animal por su capacidad cognitiva para gestionar con máxima eficacia la violencia ofensiva y dominadora y de anular la fábrica de tolerancia y cooperación intrínsecas, particularmente cuando somos azuzados por predicadores de todo tipo, y encima nos armamos de la modernidad destructiva y exterminadora que plaga la historia…
Los ríos de megabytes con los que los opinadores contaminan las redes sociales terminan corroborando la aquiescencia y agradecimientos de Hamás para las declaraciones del presidente español durante su visita a la zona: “Valoramos la postura clara y audaz […] del presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, quien condenó la muerte indiscriminada de civiles en la Franja de Gaza por parte del régimen ocupante y apuntó la posibilidad de que su país tomara la decisión unilateral de reconocer el Estado palestino si la Unión Europa no asume este paso” […]. Hamás ha aprovechado para hacer un llamamiento a la comunidad internacional para que “se pongan del lado de la justicia de la causa palestina” y del “derecho a la ‘autodeterminación” para establecer un “Estado independiente”. En esta línea, ha exigido el fin de la “guerra genocida’ iniciada por Israel” (Hamás agradece…). Pero algunas mentes hasta sospechan que las palabras de Sánchez escondan una retórica interesada de consumo interno para así evitar posibles radicalizaciones y actos de lobos solitarios fundamentalistas en suelo español…
Entre tanto, el jefe del Ejecutivo español ha traído a colación la supuesta experiencia española contra el terrorismo difuso y de base extra-territorial de una pequeña banda como ETA, decisivamente derrotada, a partir del 11 de septiembre de 2001, con la ayuda concertada estadounidense y sus aliados franco-israelíes. Pero se rebaja el eco de las derivas y amenazas posteriores a los atentados islamistas del 11 de marzo de 2004 en Madrid y 17 de septiembre de 2017 en Barcelona, o el antisemitismo y peligro para los ciudadanos de Israel y personas de identidad judía en el planeta. Israel podría seguir siendo, con imaginarios y lenguajes acrónicos, ese estado del imperdonable y nefando crimen de la pestilencia […] judaica que siempre se renueva con nuevas locuras, […] de miembros putrefactos […] por medio de una conspiración [tras] la injuria irrogada a la cruz de Cristo, por lo que habría que priva[rlos] de todos sus bienes y a los demás de su descendencia, arranca[rlos] de sus propios lugares, […] dispersa[rlos] por todas las partes […] somet[erlos] a perpetua esclavitud […] y no podrá bajo ningún pretexto recuperar de ningún modo su estado […] mientras permanezca en la obstinación de su infidelidad por el atrevimiento tiránico por arruinar la patria y a todo el pueblo [hoy palestino]. Lenguaje que actualizaría antijudaísmos ibéricos mediante los decretos en época visigoda a partir de Recaredo y el III Concilio de Toledo a finales del siglo VI. Mientras, se trafica con ideas de boicot al comercio israelí, pero se pasa por alto la venta de armas a dicho país por parte de empresas españolas de interés estratégico para el Ministerio de Defensa, la seguridad nacional y la economía de España. ¿Habrán contribuido al supuesto genocidio contra los palestinos? ¿Qué España está con los árabes? No te extrañe: quien nos echó, quien nos quemó, quien destruyó nuestro pasado (Natán Bemayaru en Aub: Imposible Sinaí).
A esta ceremonia de la confusión se le añade el papel mojado del derecho internacional respecto del terrorismo, ya que cada estado puede tener su propia definición en su derecho positivo. Como señalado, también se disputa la idea de terrorismo de estado sobre la población, el cual algunos aplican a Israel, mientras validan su expresión como resistencia anticolonial contra Tel Aviv. Por otro lado, sobre el territorio del estado de Israel en el que no ha habido paz estable desde su creación en 1948, azotado o por el terrorismo o por diversas guerras, la ONU no acepta la ocupación prolongada de Israel sobre Cisjordania, desde 1967, por lo que algunos también niegan el derecho de Israel a su defensa ahora en Gaza, territorio del que se retiró en 2005. En el curso de su réplica contra Hamás, se ha acusado a Israel, sin esperar a ningún tribunal, de crímenes de guerra, por lo que habría que probar que dicha operación se ha dirigido contra la población civil y no contra Hamás. Como crimen contra la humanidad, habría que probar su intensidad o sistematización contra dichos civiles, y como genocidio, que Israel quiera exterminar con un plan premeditado y sistemático a los palestinos en función de su etnia, religión, nacionalidad o creencias. Paradójicamente, todas las categorías anteriores sí parecen pertinentes para tipificar el ataque de Hamás del 7 de octubre, mientras que las redes infocráticas ya lo han certificado respecto de Israel.
Tampoco parecen conocer los artículos del Convenio de Ginebra de 12 de agosto de 1949, relativo a la protección debida a las personas civiles en tiempo de guerra [Ver en este link, especialmente los artículos 3, 18, 19 y 23]. Dicho convenio señala pertinentemente cómo las partes combatientes no pueden utilizar dentro de las limitaciones de la doble intención y de la guerra justa, el escudo de los civiles para preparar, esconder, reunir, almacenar, ocultar, tropas o arsenales con los que pueden atacar al adversario y protegerse abiertamente gracias a la presencia de colectivos neutrales, estrategia repetidamente utilizada por Hamás. Evidentemente este grupo terrorista nunca ha reconocido el convenio y utiliza dichos recursos camuflados para propagar en las redes las imágenes de los civiles víctimas del ataque reactivo de Israel. Y mientras Hamás y sus aliados muestran al mundo ese dolor, los ciudadanos de Israel lloran y entierran a los suyos en el silencio y la discreción de su maleficio.
Quizás nos podamos recentrar en esta batalla de cacofonías con la anécdota de Georges Clémenceau cuando certificó que, en la Primera Guerra Mundial, desde luego, Bélgica no había invadido Alemania, a pesar del ultimátum del kaiser Guillermo II, el cual solicitó el 2 de agosto de 1914 que Bélgica se dejara invadir por las tropas germanas. También se puede acudir a las reflexiones de W. G. Sebald, al recordar la dificultad para encarar la representación estética o histórica del sufrimiento aéreo para el pueblo alemán en la Segunda Guerra Mundial cuando, no obstante, este no puede dejar de aparecer en la realidad y representación de aquel conflicto como verdugo (desde Guernica a Stalingrado) y no como víctima (Hamburgo o Dresde): Es difícil refutar la tesis de que aún no hemos logrado llamar la atención sobre los horrores de la guerra aérea a través de relatos históricos o literarios […] El verdadero logro pionero en la guerra de las bombas [aéreas…] fue obra de los alemanes –Guernica, Varsovia, Belgrado, Rotterdam–, la ciudad de Stalingrado, entonces hinchada (como Dresde más tarde) por la afluencia de refugiados, estaba bajo el asalto de mil doscientos bombarderos, y […] sólo durante esta incursión, que causó júbilo entre las tropas alemanas estacionadas en la orilla opuesta, cuarenta mil personas perdieron la vida (93 y 104).
En Palestina, casi todo se encuentra huérfano de unos principios internacionales obsoletos (intenciones, desarrollo, consecuencias, arbitraje neutral). Más papel mojado para esta contienda inadaptable a baremos de derechos antes, durante y tras la guerra, de la escuela de Salamanca de Francisco de Vitoria (De iure belli) cuyos embriones clásicos se gestaron entre la idea cristiana de una guerra justa con respuesta proporcionada ante la injuria: derecho a/en/post la guerra (jus ad bellum/in bello/post bellum). El incumplimiento de estos acusaría a Israel por su supuesta irresolución del problema territorial palestino sin tener en cuenta la responsabilidad de los otros contribuyentes, como algunos de sus belicosos vecinos, aliados o enemigos internacionales. También se habla de la forma de la guerra y sus víctimas colaterales, en una contienda en la que la población civil aparece como indiscriminable frente a los supuestos combatientes de Hamás, que siempre se han escudado como topos bajo una sofisticada red de túneles que horada el territorio. Sin ningún respeto terrorista por el pretendido derecho bélico, y con las analogías anteriores de conflictos sin límites en Siria o Ucrania, por mencionar sólo algunos recientes, nuestra modernidad no sabe cómo enfrentarse legalmente a la guerra total de los bombardeos aéreos hoy cibernéticamente teledirigidos, cuando se borra la doble intención, aún más difusa bajo estrategias terroristas que eliminan la barrera entre combatientes y civiles y, sobre todo, en espacios urbanos. Y finalmente, se encuentran los límites y posibles resultados de la respuesta de Israel, en una operación en la que interiormente Netanyahu precisa apuntalar sus corruptos cimientos políticos ultras, destruir la capacidad operativa y humana de Hamás –en línea con el prefiero las imprecaciones a las condolencias de Golda Meir–, rescatar a una serie de rehenes, prohibidos por cualquier derecho en la guerra, y encarar una ¿renovable salida política en Gaza y en Cisjordania? que se repite como mantra vacío desde la satisfacción de la infocracia. No ha habido pactos sostenibles, ni desde luego, aceptación de los mínimos pies para sentarse en mesa alguna, salvo para negociar lo de la toma de rehenes, en un enfrentamiento sin reglas y baraja comunes, no asumibles desde luego por Hamás, o servidas a la carta por parte de Israel.
Las manipulaciones del discurso por parte del poder israelí
Por otro lado, en otro ejemplo de la manipulación del discurso histórico, y a pesar de esas densas redes de propaganda antisemita, el Mufti no fue el desencadenante del Holocausto, como lo ha querido insinuar el primer ministro Netanyahu, hipótesis rechazada de plano por el museo del Holocausto de Jerusalén, Yad Vashem. Como señalado (Herf), el antisemitismo promovido por el Mufti y el Alto Comité Árabe fue un constante sustrato en el levantamiento de las poblaciones árabes contra la causa estatal judía. Pero la tergiversación del conocimiento histórico por el primer ministro israelí busca de nuevo establecer una continuidad moral y causal inquebrantable entre la Shoah, las raíces del estado de Israel y el momento del conflicto actual, ya deconstruida por Segev. Y según Rainer Schultze, otro estudioso del antisemitismo del Mufti, hoy también surgen las raíces de la violencia en la barrera de separación sistemática y ocupación de tierras palestinas favorecida también por los precios de la vivienda en Tel Aviv o la ciudad santa, el estrangulamiento de Gaza, a pesar de la retirada israelí en 2005, la situación socio-económica de los palestinos, cuestiones parabólicamente aludidas por Lemon Tree, la perspicaz cinta de 2008 de Eran e Ina Riklis. Todo lo cual puede ayudar a contextualizar el 7 de octubre de 2023.
La infocracia ‘banalizable’
En esta era de las paparruchas, de la frivolidad, del turismo banal a los lugares del horror, el llamado tanaturismo, en la que he visto en el antiguo campo de exterminio de Auschwitz, a inanes jóvenes del consumismo global hacerse selfies sin sonrojo, o lo que es peor, sin conciencia histórica o moral alguna, casi ¿nada? me extraña. Y me remontaré a dos anécdotas banales de ese viaje. Las acompaño con dos fotografías –que no valen desde luego, mil palabras– durante aquella visita en 2010 al recinto nazi de Auschwitz, y a otro muro de las lamentaciones, en los imperceptibles rastros del gueto judío de Varsovia, arrasado en 1943. A pesar de que la victimización de la Polonia de la Segunda Guerra Mundial, amplificada en 2018 por la ley de prohibición sobre la relación entre polacos y el Holocausto, había logrado réditos políticos en su entrada en la UE en 2004, seis años más tarde, ninguna señalización urbana y solo un mínimo museo privado judío recordaban entonces aquel pasado en la capital. Pude contemplar entonces la pertinencia del trabajo cívico de memoria frente a lo indecible, ante la incapacidad catártica de una joven sensible como mi hija, la cual había crecido rodeada de amistades judías y palestinas, para atravesar incólume y con serenidad aquel vía crucis del horror: salió despavorida, llorando sin remisión, del block en donde se concentran los millones de cabellos de los que debían ser, todavía, en algún momento… seres humanos. Mientras, días antes, había sido apartada sin miramientos, ante aquel murete del gueto de Varsovia en el que se hallaba, al desembarcar la repentina avalancha de un grupo de turistas estadounidenses de origen judío, en consumista visita al estilo de la película: If It’s Tuesday, This Must Be Belgium de Mel Stuart (1969). Luego, se dirigieron a Cracovia para seguir el verdadero itinerario del gueto en la película La Lista de Schindler de Steven Spielberg. Quizás estas anécdotas concatenadas de una inocente, solidaria y espontáneamente perceptible tercera, pueden contrastarse algo con este tsunami de reductio ad Hitlerum que algunas personas, empujadas por la última pulsión de sus cuentas digitales, los intereses políticos más abyectos, la ignorancia o manipulación de la historia, andan traficando hoy entre sus inconsciencias y las redes con la última Shoah antipalestina o projudía en torno a Gaza.
Todo lo anterior, no excluye que no se pueda pedir el fin de las hostilidades en esta nueva campaña militar obligada de Israel que tiene en su historia, momentos nada ejemplares, investigables independientemente, como en cualquier guerra, en el momento en que, de acuerdo a Clausewitz, se sustituye el supuesto diálogo político imposible hoy, por el ejemplo de la fuerza; o bien velar por la protección internacional hacia las inocentes poblaciones civiles palestinas, abandonadas de nuevo, por sus vecinos egipcios, que rechazan recibirlas como refugiadas, temerosos como otros estados árabes que por su frontera se les cuelen más Hermanos Musulmanes. Son fuente de sus propios terrores en sus democráticas satrapías, que como Catar o Irán, alternativamente han financiado, con interesado asentimiento israelí, la sobrevivencia palestina manipulada entre Fatah y Hamás, cuya influencia se ha visto comprometida ante los posibles acuerdos de Israel con Arabia Saudí.
Ante estos repetidos desbordamientos del horror de la guerra, nuestras bibliotecas nos pueden transmitir aquella supuesta decencia común de la que hablaba George Orwell en Homage to Catalonia, y que creía haber percibido entre el común de los españoles del bando republicano que frecuentó entre 1936-37. Lo cual le reconciliaba con cierto halo de humanidad, mientras que era incapaz de verbalizar por escrito algo de lo gráficamente plasmado también por Goya en Los desastres de la guerra. Precisamente, Orwell, que había paladeado la guerra cuando su carótida se había salvado por un milímetro de la bala que le atravesó por el cuello –qué suerte, le repetían los facultativos–. En nuestras estanterías, también podemos encontrar los postulados de Kant, o las decisivas páginas de Arendt, y en clave española, la obra de Jorge Semprún en su centenario de 2023, y en particular La escritura o la vida. Recomendables pharmakos que nos pueden inocular desde la profundidad del ser pensante y creativo, dosis tolerables del aullido de nuestro mal radical, oráculos para uso entre todo tipo de ecuánimes peticionarios del inalcanzable respeto al derecho internacional en la guerra. Y particularmente, si no olvidamos hoy las asimetrías del terror, entre los entresijos de las geopolíticas globales, de las que el Gobierno español actual progresista es un débil socio y poco creíble ejemplo entre sus gestos decoloniales incoherentes, censor de los israelís, pero proveedor de armas, en contra de los saharauis, y a favor de los palestinos.
Identidades y universalismos entre diásporas
Como ya indicado, la banalización de los totalitarismos y sus excrecencias en las redes y discursos está mucho más extendida a analogías con el nazismo que entre las desgracias de los diversos comunismos, denunciadas por François Furet en Le passé d’une illusion. Estos se suelen seguir protegiendo tras el muro bien pensante de la izquierda caviar, cómodamente pertrechada bajo el neoliberalismo, al cual critica sus abusos económicos, sin pararse en las facilidades para discursear, desde los claustros universitarios, gracias a diversas gradaciones de ideologías identitarias y victimistas. Así se anulan, en algunas instancias, garantías y lugares comunes del universalismo, para entregarle intelectual y contradictoriamente al capitalismo glocal y al discurso reaccionario, las armas adecuadas para la justificación en sus réplicas a favor de las desigualdades más absurdas.
Tenemos el ejemplo de las políticas de asilo de los llamados flujos migratorios mixtos que sortean y sobreviven las peores situaciones, con continuas víctimas en mares y desiertos, y a los que velis/nolis, miles de voluntarios y funcionarios acogen en nuestros puertos y/o fronteras. Así radiografías de las políticas de asilo, como la de Karen Akoka (El asilo y el exilio), se dejan arrastrar por guiños anacrónicos extraídos de Judith Butler o Sara Farris. Si la acogida es recuperada por estados, poderes e ideologías dominantes a partir del choque de civilizaciones, el feminismo woke con su choque de sexualidades y homonacionalismo/femonacionalismo, puede también ocultar el riesgo fundamental que representan las restricciones de asilo, mientras consienten posturas antifeministas como las denunciadas por Najat el Hachmi, defensora de un feminismo universalista. Y a su vez, hay que aportar al debate el sistema de equilibrios que, por ejemplo, en el entorno de Estados Unidos, practican jueces federales a favor de los derechos del asilo frente a las restricciones gubernamentales ejecutivas. O situar el problema en el contexto del aumento exponencial de la población mundial en riesgo de exclusión, regida por una legislación de la Convención de Ginebra ya iniciada en los años 1920, instaurada con números netamente inferiores (1.500 millones frente a cerca de 8.000) tras lógicas liberales de desplazamientos mayormente políticos y entre contextos migratorios de fronteras semiabiertas. Para cerrar 2023, la UE acaba de ratificar su postura contraria a la Convención al restringir aún más las opciones de asilo mediante un acuerdo muy silenciado por la prensa en España, en el que se rompe el principio universalista de acogida, mediante cuotas mercantiles entre países miembros, demora en los trámites, endurecimiento de las expulsiones, y aún más externalización del asilo en terceros países, medidas con las que se beneficiarán, sobre todo, los países limítrofes como Grecia, Italia y España, mientras que se rompe un poco más su imagen de país de acogida construido por los imaginarios progresistas, a pesar de las necesidades laborales en áreas como la construcción y el transporte. Estos campos externalizados de refugiados, en espera de asilo sine die, parecen reproducir ese modelo de la eterna espera que la UNRWA inauguró en Gaza en 1949 para los palestinos.
Dentro de estos contextos de involución, ¿será posible que los discursos de la identidad fijen su mirada en la de un ser humano al borde del abismo, agarrado al salvavidas de la tierra firme liberal, para dejar de elucubrar desde cierto diletantismo de la inteligencia libre bien pertrechada, la microeconomía de conceptos de aspiración gremial frente a la macroeconomía de los pequeños triunfos universales entre las desgracias? Así, en el caso de Israel, Judith Butler no duda en afirmar taxativamente que no es una democracia, a pesar de su Knéset, ahora dominada –es lo que toca en el juego de las urnas– por la política ultra, frente a repetidas protestas civiles y fallo contrario del Tribunal Supremo contra una ley recortadora de libertades de Netanyahu. ¿Se piensa en las mujeres que hasta pueden ser primeras ministras en Israel, no tienen que elegir velo alguno, o aceptar el martirio de sus hijos enviados a las razias por la causa contra los que rompen la sharía, o contra es@s creyentes libres de sentar su identidad sexual fluida y no binaria, que suponemos tolerad@s entre los espacios del salafismo y sus extensiones como Hamás, los derechos humanos saudíes, el chiismo de Hezbolá o la policía de la moral en Irán que asesina a las mujeres que buscan su libertad o las encierra como a la Premio Nobel de la Paz, Narges Mohammadien. Quizás, sea posible acercarse a la necesaria reivindicación del concepto de “liberal”, que definió a quienes, en nombre de la libertad, abolieron los privilegios de una sociedad estamental con anclajes feudales. Así, al plantearse una sociedad de ciudadanos libres e iguales, los liberales abrieron las compuertas de la historia a nuevas expectativas con propuestas de igualdad y fraternidad que, de inmediato, hicieron suyas y ampliaron los movimientos […] clasificado[s] como democráticos, feministas, socialistas y anarquistas… [sin olvidar] que ser liberal significaba también alejarse de cualquier dogma, tolerar al adversario y perseverar con la mente abierta a las evoluciones y cambios intrínsecos a toda sociedad humana (Pérez Garzón).
Amalgamas de ‘divide y vencerás’ en las Españas con Gaza y Judea al fondo
Entre las analogías, al ibérico modo, que se van entretejiendo en el horizonte de este batido de contradicciones y anacronismos, de esta papilla de populismos históricos e ideológicos, aparece el abuso incendiario en las redes y medios de comunicación ultras en las Españas para fabricar un supuesto e inventado golpe de estado totalitario en la democracia española por parte del presidente Pedro Sánchez y partidarios. Evoca estrategias de demolición de un antiguo presidente estadounidense innombrable. Dichos propósitos son intolerables para los que, por ejemplo, escuchamos sobrecogidos en la mañana gris y fría del 18 de abril de 1963, los gritos en contra del juicio del torturado dirigente del PCE, Julián Grimau, por parte de un tribunal militar, luego sustituido por el sucedáneo del Tribunal de Orden Público. Su heredera simbólica en el sistema constitucional es la Audiencia Nacional, como tribunal especial dedicado a los juicios en torno a casos de terrorismo, etcétera. En el Tribunal Supremo, sito en la acera de enfrente, en la plaza de la Villa de París, por el que pasaron los políticos catalanes independentistas luego exonerados de los supuestos delitos de rebelión, los grises y los secretas me inspeccionaron más de una vez la cartera llena de lecturas ateas de la ilustración universalista, enemigas de los principios del nacional catolicismo educativo de la dictadura. Grimau fue condenado sin ninguna garantía legal y llevado ipso facto ante un pelotón de fusilamiento. Además, fuimos silentes y sobrecogidos testigos ignorantes y auditivos de aquellos entresijos, desde pupitres situados en el mismo edificio de la calle Marqués de la Ensenada, donde se reúnen hoy las señorías de un Consejo del Poder Judicial caduco y sin renovar desde hace un lustro: nuevo episodio de la manipulación de la justicia por parte de los dos partidos mayoritarios: el Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español que controlan su composición desde sus intereses en el Congreso de los Diputados [Los post(s)-seniors]. Los samaritanos del mejor pasado suelen ignorar la prevalencia de dichas prácticas, desde que el jurado popular condenara a Sócrates, el sanedrín supuestamente al Mesías, y Aristófanes nos entregara su sátira de Las avispas.
A su vez, hoy también choca el derecho y la interpretación del debate político parlamentario reglado a favor de un proyecto de amnistía para políticos indepes catalanes, o de investigación sobre los jueces, ya implementado en 1936. Son tacticismos de expresión líquida de políticos como Pedro Sánchez, el cual afirma lo que luego sus acciones sistemáticamente niegan, con partidos de reciclada tendencia comunista, o nacionalistas catalanes, gallegos, vascos, o canarios, estos últimos rizadores del rizo, al pactar a la carta el programa del presidente, pero no su política catalana al considerarla inconstitucional… Todo lo cual induce a otros ciudadanos cercanos al PP a cuestionar, en concentraciones relevantes, el oportunismo y la falta de trasparencia en torno a las negociaciones y contrapartidas para la coalición parlamentaria y gubernamental. Además, se ha fomentado una atmósfera insurreccional antidemocrática teñida de símbolos y léxicos golpistas, nazifeministas y reaccionarios, que apelan al pasado franquista, con sus imaginarios de raza, jaleados también por grupos ultras en Estados Unidos, extraídos de desafueros verbales de un partido como Vox que se mueve cómodamente con principios de exclusión migratoria, particularmente crítica de la musulmana-magrebí frente al posible modelo occidental de Israel. Es otro espejo del Frente Nacional (Reagrupamiento Nacional) en Francia, heredero del antisemitismo de la época del Asunto Dreyfus, y que hoy acude sin sonrojarse a las manifestaciones que han condenado el ataque de Hamás 7 de octubre de 2023. Dio alas a la intolerancia con una estrategia de división hacia la derecha, iniciada por François Mitterrand, luego letal para la suerte del partido socialista vecino. En Israel, se ha manifestado con los desequilibrios fatales entre la Autoridad Palestina y Hamás, tolerados por Tel Aviv. Y en España se erige, de acuerdo al verbo presidencial de Sánchez, con un muro frentista gracias a la heterogénea coalición que unos apodan Frankenstein, y otros podrían tildar de Drácula.
El proyecto de amnistía, histórica, intelectual, legal y políticamente paradójica, para facilitar un eufemístico gobierno de progreso, se justifica por la mejora de la convivencia en Catalunya, a cambio de un puñado de votos de esos anacrónicos exiliats impostados del grupo Junts del Honorable Puigdemont, desterrado en la campiña napoleónica de Waterloo (Bélgica) reactualizada por la película de Ridley Scott, la cual se mofa metacinematográficamente del pragmatismo estadista-bélico-copulatorio del gran modernizador de la razón de estado. En el caso catalán, se trataría de políticos cuya formación nacionalista conservadora había propiciado un sistema corrupto del 3% en su autonomía, ocultado tras leyes y actos unilaterales de independencia desprovistos de derecho, mientras han logrado plasmar, en un acuerdo programático con el PSOE, el relato anacrónico-bíblico de esa nación catalana anterior a 1714, perseguida hasta hoy por el Estado español, de mesiánica redención como nación ya ungida por supuestas instituciones democráticas preconstitucionales originarias para la UE.
Por ello, el enfrentamiento nacional en Palestina añade pimienta al puré del complejo escenario de las aspiraciones catalanas actuales, que no han sido nunca uniformes ni unívocas dentro de lógicas de aherrojamiento de su identidad (lengua, cultura) pero con modelos de construcción e implementación diferentes. Por un lado, la tradición del pujolismo que había adoptado el ejemplo posibilista de David Ben-Gurión, de lenta sedimentación de nación creciente mediante ocupaciones de competencias y logros adquiridos –peix al cove/ pez en la cesta– en busca de realización y poder estatal y económico, dentro de un imaginario antifranquista que había calificado a los catalanes como los judíos de España. Por ello, el Honorable Jordi Pujol, educado en un colegio alemán en Barcelona, y que había escrito artículos favorables a Israel en su juventud, mantuvo buenas relaciones con la importante comunidad judía y empresarios israelíes en Catalunya antes de 1986, y fue muy bien recibido en su primera visita a Israel en 1987, donde llegó a hablar ante la Knéset en 2007, algo que nunca ha ocurrido con otro político español. Posteriormente Pascual Maragall, Artur Mas y Carles Puigdemont hicieron visitas a Israel, aunque los dos últimos no lograran sus objetivos de una declaración judía a favor del proceso independentista, mientras el juez jubilado indepe, Santiago Vidal, especulaba lo contrario, y apuntaba a una posible ayuda israelí para la elaboración de un censo en vistas del referéndum unilateral de 2017.
Por el contrario, el modelo popular palestino defendido por ERC como nación aspirante que se construiría desde una base popular, representa una posible metáfora para el frustrado y sine die sueño independentista en Catalunya. Apoyo muy jaleado por los de En Comú, cuya lideresa, Ada Colau, intentó cercenar el hermanamiento entre Barcelona y Tel Aviv de 1997 por el alcalde del PSC, Jordi Hereu, hoy restablecido por otro consistorio de dicho partido. Desde el poder local en que se cimentan los renovados nacionalismos de aspiración vasco-catalanes, se plantearía también el espejo de una nación catalana desde abajo. Así la tradición del mito de la nación esencial de la tierra y de la sangre que se nutre de una triada mítica (Levinger & Franklin) desembocaría en dos modelos de tierra santa aprovechables en las Españas: edad de oro del Israel bíblico, caída a la Diáspora y refundación nacional sionista y estatal en 1948, espejeada por la nación palestina conformada por el pasado mahometano y sus variadas resistencias vía el Mufti Haj Amin al-Husseini o Izz al-Din al-Qassam y seguidores en 1935, caída en 1947-48 provocada por el grupo israelí de ocupación minoritario, y esperanza de retorno y reintegración de exilio, que se concretizó en el programa sionista y subyace tras todo nacionalismo, con la aspiración al regreso a la tierra perdida de la verdadera doctrina, venga del panarabismo, Hamás, Hezbolá, de Alá o su profeta. Aplicado al modelo catalán o vasco: orígenes nacionales de reino protodemocrático o raza fuerista, ocupación centralista española, y finalmente regreso a la tierra prometida de la independencia, a costa de minoritarios maketos o botiflers españolistas.
Todo sirve en este debate de las identidades peninsulares en las Españas, cuando el liberalismo de lo común abandonaría sus tintes socialdemócratas mediante la promesa de entrega de contrapartidas dolosas para los derechos y bienes colectivos como los ferrocarriles y sus infraestructuras en Catalunya o Euskadi de una empresa emblemáticamente de todos como RENFE, o la caja conjunta de la Seguridad Social para su ¿gestión? en Euskadi. Medidas que favorecían claramente a comunidades mejor dotadas económicamente, como Catalunya, Euskadi y Navarra –Madrid también se apunta a esta fiesta confederal financiera para los ricos, tras mimetizar discursos indepes de identidades territoriales–. Así se proyecta que no pagan progresiva y equitativamente los ciudadanos contribuyentes en sus comunidades de residencia respecto de sus PIB, sino que lo hacen estas entidades neoestatales como sujetos políticos. Favores fiscales de diversos cupos, secretos muy bien guardados entre sus beneficiarios vasco-navarros, y que se pueden trazar históricamente por un marcado proteccionismo hacia la burguesía vasco-catalana desde un pasado decimonónico. De nuevo, estos simulacros de las identidades, a las que se ha sumado populistamente la presidente de la Comunidad de Madrid, siguen agrandando la brecha entre ciudadanos desiguales por la naturaleza de sus orígenes o residencias territoriales, mientras se busca minar para favorecer a una minoría, un supuesto patriotismo constitucional y un estado que aspiraba al bienestar general, con fondos de compensación interterritorial. La ocasión se aprovecha para guerrear en esta sopa de letras por cuenta propia en lo ajeno. El ministro de Transportes del gobierno español actual, Óscar Puente, encargado de la compleja explicación y gestión de las transferencias de las comunicaciones confederables aprovecha “las atrocidades que se están cometiendo contra el pueblo Palestino [sic], incluso aunque se reconozca el derecho de Israel a defenderse” para tildar, como cortina de humo, de cobarde el silencio de la derecha ahora inclinada al bando israelí, pero vociferante contra las transferencias.
A modo de la inacabable disputa nacional en Palestina, la cuestión del ordenamiento territorial, de las identidades nacionales plurales de las Españas dentro del estado de España, prosigue irresuelto pero pacífico en este siglo XXI y sin esperanza cercana de consenso constitucional entre los representantes de las teóricas mayorías centradas en los votos que se reparten el PP y el PSOE y las minorías de esos territorios. Estos dos partidos disfrutan de las ventajas políticas de la agitación del cóctel territorial por parte de separadores y separatistas de diverso pelaje, mientras los ciudadanos de cualquier tendencia en las Españas merecerían un amplio debate abierto a conclusiones factibles que no conduzcan al trauma del enconamiento permanente o los incendiarios gestos de ruptura. ¿Se busca, entonces, la senda de la confederación de recuerdo cantonal, y de proyección divisora durante la guerra de España de 1936-39, cuando los intereses de Galeusca minaron aún más las capacidades de la defensa republicana, lo que llevó a Manuel Azaña, a escribir duras palabras en su Causas de la guerra en España o La velada en Benicarló, y a un pragmático como Juan Negrín, a desear, ¿en un exabrupto?, la victoria de Franco, según lo refirió Julián Zugazagoitia: No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñen en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino […] Nadie se interesa tanto como yo por las peculiaridades de su tierra nativa; amo entrañablemente todas las que se refieren a Canarias y no desprecio, sino que exalto, las que poseen otras regiones, pero por encima de todas esas peculiaridades, España […] Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones, que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco sin otra condición que lo de que se desprendiese de alemanes e italianos. En punto a la integridad de España soy irreductible y la defenderé de los de afuera y de los de adentro. Mi posición es absoluta y no consiente disminución.
Mientras, las Españas federales que teóricamente se dibujan imperfectamente tras el estado de las autonomías, empezarían ya a quedar en la vía muerta de sus ferrocarriles simbólicamente separados. Aquel tren del liberalismo común de raíz revolucionaria como lo describe Pérez Garzón (Historia de las izquierdas en España) y lo plasma en Doña Perfecta Benito Pérez Galdós que “clamoreaba como una trompeta” [para] “desperta[r] aldeas, villas, ciudades, provincias” ulteriormente vertebrador de una España republicana y social, frente al españolismo reaccionario, habría dejado de silbar. Como repetida rima de la historia a lo Mark Twain, se elevaría hoy la supuesta “veu atronadora” de Joan Maragall cuando en su Oda a Espanya se despedía de ella y reflejaba el desencanto y adiós de las elites catalanistas y, por extensión vascas, aliadas hasta entonces de las castellanas, a veces, más reaccionarias de raíces carlistas. Todas se sentían traicionadas por las políticas del fracasado españolismo tardocolonial de 1898, que ellas mismas habían fomentado, en torno, a intereses, entre otros, esclavistas en Cuba. Unas escogerían los discursos del separatismo, otras los del golpismo militar de conspiración judeo-masónica y Sant Yago y cierra España.
Reciclajes de la banalidad del mal
De vuelta a las tergiversaciones, negacionismos y genocidios antisemitas, que hasta los nazis siempre buscaron ocultar, a los palestinos inocentes –otros semitas por su lengua–, ahogados en Gaza entre Egipto e Israel, solo parece quedarles el partido de la saturación ciberesférica: siempre cargada de sus imaginarios del dolor durante los prolongados y enrevesados asedios sine fine israelís contra los espacios terroristas entreverados de civiles palestinos (escuelas, hospitales, viviendas ordinarias). Se trata de una operación en la que la legitimidad defensiva israelí puede quedar enterrada, sin capacidad alguna para la batalla decisiva de Clausewitz, en la negrura de los túneles de Gaza, como si evocara la devoradora boca del pozo de una mina llena de grisú a lo Germinal. Jamás se han respetado, la partición de 1947, o la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU de noviembre de 1967, a favor del reconocimiento de Israel, fronteras estables y dos estados, y a pesar de que los territorios ocupados por Israel entonces no han sido nunca anexionados, aunque sí colonizados en parte por unos 620.000 israelitas. Y por ello, las imágenes en bucle espolean manifestaciones de enardecidas hinchadas árabes locales, y hasta en otros estadios del planeta sin asociar el jihadismo del 7 de octubre con otros tantos urbi et orbi. Ante la confrontación en el juzgado de las redes sociales entre ambos bandos para dilucidar la rectitud de la respuesta bélica, o la mayor deshumanización para las víctimas de sus respectivos equipos, recomendaría a las nuevas huestes indignadas de la infoesfera de todos las facciones, que a partir de una parábola originada supuestamente en esa provincia romana de Palestina, de la que renegaba luego el emperador pacificador nacido en Híspalis, Adriano, tiren la primera piedra de la verdad, los seres que estén absolutamente libres de culpa, no sin intentar antes desbrozar y tener en cuenta, desde luego, algo del curso histórico de ese baño de sangre casi cotidiano en ese, en origen, supuestamente fértil pedregal.
Este todo vale parece venir agravado en círculos intelectuales, más concretamente por: el relativismo argumentado en la escuela de Fráncfort, paradójicamente, a raíz del propio Holocausto; la consecuente y teórica imposibilidad de acceder a criterios de verdades gnoseológicas y epistemológicas; el deconstruccionismo ante las sospechas de la estanqueidad de una narrativa a largo plazo frente a la fragmentación a favor de las identidades y las víctimas; la degradación en los currículos humanistas con el desconocimiento de las sutilezas históricas-culturales y las reductio ad sanctitatem de los diversos anacronismos en los relatos, criticados por la escuela de los anales de Marc Bloch o Lucien Fevbre; la simplificación a través de la industria de la imagen, hoy infantilizada por los efectos especiales digitalizados; sobre todo, por y para un fenómeno [casi] intransmisible, como lo defendía el autor de Shoah, Claude Lanzmann, y por ello, fácilmente manipulable o negable entre la sagrada libertad de expresión. Recordemos la imagen del energúmeno que entró en el hemiciclo parlamentario del Capitolio estadounidense el 6 de enero de 2021, juzgado y condenado, pero no por exhibir con provocadora obscenidad una camiseta negacionista respecto de Auschwitz, cuya enormidad puede justificar todos los derechos y… todos los bulos. En los campus estadounidenses se debate sobre la respuesta a los sustratos antisemitas frente a racismos de raíces esclavistas. Y entre estas protestas en torno al conflicto de Gaza, han surgido injerencias de potentes lobbies de donantes de los medios financieros en contra de discursos pro-palestinos, y entre un clima de sospecha e intolerancias hacia posturas moderadas de un islam pacífico y poblaciones árabes-iraníes, estigmatizadas, desde Nasser, la crisis del petróleo de 1973, el secuestro de los rehenes de la embajada estadounidense en Teherán en 1979, el 11S y todas las derivas manipulables del choque de civlizaciones.
Esta crisis, conceptualmente mostraría otra repetición de la tragedia histórica como farsa a lo Engels: otra banalidad del mal, cercana, por un lado, a la que enfrentó a Hannah Arendt con Gershom Scholem alrededor del juicio de Eichmann. Arendt defendió arbitrariamente la ineludible y determinante responsabilidad de los consejos judíos en su cooperación para acrecentar la magnitud del Holocausto, hipótesis luego negada por la estadística. A su vez, introdujo un sentido excesivamente irónico, quizás arrastrada por el vértigo de cierta pirotecnia en su brillantez pensante, ante la burocratización del mal. Arendt hizo de Eichmann casi un colaborador robótico sin capacidad intelectual para oponerse al mal. Scholem, al contrario, nunca apartó de Eichmann las formas y causas de un individuo movido por la soez vanagloria ante el pavor que su simbólica presencia de SS debía producir en sus víctimas. Polémica, cuyas enseñanzas se podrían traer a colación, hoy, para iluminar las raíces de este último y repetido pogromo del mal del 7 de octubre, o los difusos límites y responsabilidades en la política de réplica de los gobiernos de Netanyahu, comprometido iliberalmente, tras casos de corrupción, el intento de debilitamiento del Tribunal Supremo israelí minado por el fundamentalismo religioso frente a los derechos constitucionales y laicos de los ciudadanos de Israel.
Por otra banda, esta banalidad del mal actual puede airearse a la grupa del olvido de la advertencia de Hegel sobre la imposibilidad de los seres y sus gobernantes para extraer lecciones de los regímenes de historicidad. A su vez, las falacias santayanescas en torno a eficaces políticas de memoria pública preventivas, democráticas, según se las califica en España, como hemos observado, muestran batiburrillos de víctimas israelíes tornadas victimarios. Y se comprueban los fallos de estas necesarias vacunas, poco eficaces ante las repeticiones de los males del pasado –nada aprendemos de los conflictos, salvo comprobar su perenne repetición– y en medio de redes sociales que operan en otro registro discursivo, como intenté ya mostrar en Entre alambradas y exilios (2017). Simultáneamente, por el ciberespacio, las hordas ultras prosiguen su ocupación del ruido y la furia, y acusan, a veces, con sonrojante razón, de sectarismo, ignorancia y división a las memorias públicas de las que Paul Ricoeur recelaba también sobre su capacidad para la felicidad. Según él, tenían que canalizarse por la vía de la historia para acceder a la justicia y apartarse de los vendavales del Angelus Novus de la novena tesis de la historia de Walter Benjamin. Y así se plantea también la pertinencia de lo esbozado por David Rieff respecto de las gradaciones entre memorias y olvidos posibles frente a memorias de volcánicos recuerdos en busca de justicia de máximos improbables.
Y con ello, este nuevo maleficio inane se puede parapetar y multiplicar hoy, al resguardo de ese aparente Cristo reencarnado en el templo que bracea su ira por las redes sociales. Estas se hinchan de supuestas memorias cortoplacistas reimaginadas y trufadas de paparruchas de creciente temperatura para la deglución bulímica de los robóticos troyanos –de nuevo el mito nos remonta a los arcanos de la ficción– y adictos consumidores del instante, en simulacro renovado gracias a un eterno y abyecto retorno nietzscheano, como ha inferido con sutileza Miguel Albero en Fake. Ecográficamente, los insaciables espasmos en debates, frecuentemente a cargo de personas opinantes nada formadas en los entresijos intelectuales de los problemas, solo buscan y/o logran, como las tácticas del terror de las bombas, aumentar el eco de la enormidad de sus propósitos para ganar adeptos y hacer proselitismo, pero con escasa capacidad para desentrañar dudas entre verdades.
La pre-edénica felicidad de la inocencia de Rousseau devorada por las bandadas de lobos de Hobbes
Contaminado el circuito de intercambio por la bulimia de las redes, aparece el carácter esencialista, metafísico y pseudo objetivo de las memorias nacionalistas construidas de agravios. Y en este caso, los paradójicos recuerdos que proceden de exilios contaminados de gestos proféticos reactivos como el judío y el musulmán, a pesar de los discursos cristianos y laicos. Memorias dialécticas como la Diáspora judía, sobre la que nace la Nakba palestina, o que enfrentan a la castellano-aragonesa, con la invención por el romanticismo catalán de un estado tras la supuesta corona del Principat. Y todo bajo el palio de esa declaración universal de los derechos humanos, aprobada en el año posterior al de la partición de Palestina de 1947 por la ONU para dar a luz al nacimiento del estado de Israel mediante fórceps. Ocurría sobre un territorio de la tierra reocupada mediante la adquisición parcial por el sionismo económico, y a caballo de la fe en la mítica tierra originaria, reconformada en el imaginario sionista de la doctrina de la seguridad nacional para el pueblo judío de Teodoro Herzl. Había comprobado la implacable animadversión en torno al asunto Dreyfus, para lo que el J’accuse de Émile Zola y la implicación de los intelectuales en el debate cultural y político nunca fueron suficientes para probar la inocencia de uno de los suyos, cuyo pueblo luego sería perseguido entre 1940-44 por Vichy, aun en la nación que le había reconocido su derecho a la ciudadanía sin contrapartidas en 1791. Por otro lado, Hannah Arendt planteó una isotopía de cómo se fue degradando a través de los años treinta, y finalmente se colapsó en el momento de la llegada de los refugiados españoles, el principio de derechos humanos que había sustentado el universalismo. Su crítica a la forma en que éstos fueron declarados inalienables, al transformar teológicamente derechos divinos en humanos y erradicar su componente nacional, señaló cómo en el momento en que, debido a la profunda crisis de la década de 1930, en que Europa se empezó a poblar de desplazados y los individuos o grupos perdieron su hábitat y tejido social, así como la protección de sus gobiernos, ninguna entidad estuvo dispuesta a protegerlos ante la abstracción de sus derechos fundamentales. Como hoy, los palestinos de la diáspora, son víctimas de la exclusión por parte de los israelís fuertemente arraigados a la identidad de la tierra, la fe y/o el capital, y por otro del rechazo en territorios como Líbano, Siria o Egipto donde nunca ha sido regularizado su estatus, o bien de la indefinición de un territorio como Cisjordania o Gaza desprovistos de instituciones de estado, a pesar de las repetidas demandas de las Naciones Unidas, las cuales han solicitado del Tribunal Internacional de la Haya una opinión sobre la continua violación de “Israel ante el derecho de los palestinos a la autodeterminación, por su prolongada ocupación, instalación y anexión de territorio palestino ocupado desde 1967, incluyendo medidas dirigidas a alterar la composición demográfica, carácter y estatus de la Ciudad Santa de Jerusalén y por su adopción de medidas y legislación discriminatorias relacionadas”. Esto explica parcialmente la razón por la que los palestinos buscarían conservar sus propias identidades de origen, sumamente ideologizada por las tensiones territoriales, como fórmula para garantizarse algún tipo de reconocimiento ulterior de sus derechos ciudadanos perdidos, en línea con lo que ocurrió con los desplazados antifascistas en la Europa de 1920-40. También magnifica el horizonte del miedo anti-islámico junto al migratorio que convergen en el pavor nacionalista que dibujan las fronteras colapsadas por la crisis malthusiana y la globalización.
El retorno de la peste, vasectomías radicales y toxicidad tumoral del cíborg postnacional al ibérico modo
Los recortes nacionalistas de exclusión están marcando en estos momentos, en particular la vieja Europa de la Ilustración y sus extensiones estadounidenses o israelís, por donde pululan las chinches de ideas frentistas, excluyentes y populistas frente al vacilante liberalismo democrático-individualista-universalista, de libre mercado, y de fronteras teóricamente abiertas que se había apuntalado con dosis relativas de distribución social. Esta triada se ha visto previa e intelectualmente asaltada por la plaga de las identidades reactivas defensoras del Qué hay de lo mío que han hecho añicos el azogue universalista entre la globalización muy favorable para los escogidos de la ingeniería financiera. Y por ello, el universalismo se ha visto recuperado populistamente por discursos iliberales-autoritarios-reaccionarios teñidos de prejuicios e intolerancias en mitad de la crisis de las ideologías. Estaríamos escurriéndonos por la pendiente fatal para revisitar los sótanos donde la peste del fascismo salvapatrias, descrito por Albert Camus, duerme entre los pliegues de la incapacidad metafísica universalista para manifestar realidades tangibles protegidas por leyes de igualdad inmutables y economías que abastezcan socialmente a todos gracias a los superávits de la riqueza de las naciones. Esta se ha transferido selectivamente gracias a la manipulación instantánea de los mercados que truecan a través de los simulacros de espejismos financieros, al haber desaparecido, entre otras razones, las garantías finitas pero restrictivas del patrón oro.
Israel representaría hoy ambas caras de esta moneda nacionalista restrictiva de identidad global, muy a pesar de aquellos inicios de la utopía de un modelo liberal que simbolizaban los kibutz como colectivismo distributivo cultural judío frente a las mayorías árabes. Aparece ahora como excepción nacional de pertenencia al club de la tierra sagrada y a la prosperidad e iniciativas que aporta un mercado global de capitales entre representantes propios desde sus mecas estadounidenses o europeas que ya no tienen que emigrar para nutrir físicamente la tierra de origen. Israel puede crecer a través la eficacia redoblada de los intercambios globales de sus ciudadanos judíos, como extensión de cómo el sionismo original del XIX se fue nutriendo gracias a apoyos decisivos de los de la Diáspora por su doble condición judaica y liberal. El Israel de 1948 hasta la caída del Muro, posible gracias la compra inicial y explotación comunitaria de la tierra, buscó nutrirse de sustratos poblacionales muy conformados por aquella ilustración centroeuropea, a pesar de la Shoah. La globalización tras 1989, y a pesar de las restricciones de circulación de las personas con el miedo al otro en occidente, no ha impedido su diversidad poblacional con emigraciones de mayor diversidad étnico-racial pero más ortodoxas (territorios de la antigua Unión Soviética, africanas [Etiopía- África del Sur]), lo que ha reforzado el principio de la nación identitaria de la tierra, de la sangre y de la fe frente a ideas laicas y universales. Recordemos que el principio hereditario de un antepasado de dos generaciones (un(a) abuel@) es el que otorga las señas de identidad judías para ser ciudadano de Israel, en un supuesto estado secular donde los matrimonios deben ser oficiados ante un rabino. Se asemeja a lo que la limpieza de sangre cristiana buscó sin éxito como garante de una identidad religiosa que iba a ser reemplazada por la nación de individuos emprendedores y teóricamente libres de cualquier afiliación confesional.
Sometido Israel a un ataque sin tregua desde 1948, la geopolítica de vecindarios árabes que parecían finalmente aceptar con los acuerdos de Abraham el reconocimiento de su existencia a través de trueques del capitalismo global, sigue frustrada ante el furúnculo supurante de un proto estado palestino, anclado en una antigua concepción de la nación, en parte excluyente vía Hezbolá o Hamás, e incapaz de acceder a una agenda de convergencia socioeconómica, la cual paradójicamente solo podría garantizar su vecino Israel, como se imaginó en un plan inicial contemplado por la comisión de la ONU que estudió la partición de 1947. Tras el fracaso del teórico proyecto recuperador de un nuevo Singapur, Gaza, necesitada de respiración asistida, sin recursos propios, estrangulada entre Egipto e Israel, casi lunar sobre los túneles de Hamás y bajo las bombas reactivas de Israel, podría apuntar a la idea original de un solo estado confederal con una economía compartida. Tendría que reconocer la diversidad étnico-cultural y religiosa de su población, como se barajó en los orígenes, y fue rechazado por los árabes y los judíos ortodoxos en 1947. Contaría con la importante base de 2.000.000 de palestinos laicos, cristianos y musulmanes y de múltiples ideologías descendientes de los que obtuvieron la nacionalidad israelí entre 1948-50. Esta minoría, no participa en las fuerzas armadas a pesar de su ciudadanía israelí y siempre se ha sentido como de segunda clase, ya que el Estado de Israel la separa de la nacionalidad judía potencialmente extensible sólo a personas de religión hebraica en el mundo. Sería un espejo reivindicador para la Diáspora, a favor de un Israel complejo de ciudadanos, y no exclusivo nacionalmente para personas de condición judía, con diferencias socioeconómicas que siguen precarizando a los mizrahim, y sitúan a muchos palestinos de Jerusalén Este por debajo de los umbrales de pobreza. Pero la presión malthusiana de las poblaciones que tensiona las fronteras ricas con el sur global borra la antigua vigencia asumible de los criterios de asilo de la Convención de Ginebra, que se han tornado en heterogéneos flujos migratorios mixtos, para los que la UNRWA representa una tirita sobre el cáncer metastático de los refugiados palestinos.
Por ello, la solución de los dos estados para la parte palestina, aherrojada por su Nakba, en continuas mutaciones espacio-temporales de generaciones separadas de la tierra de partida, parece improbable tras casi un siglo. Pero esta se aferra a un imaginario de los orígenes, y como los sefarditas con las llaves de su patrimonio abandonado en Sefarad, portan las suyas de Galilea o Jerusalén, junto a la pobreza salpicada de brutalidad bélica, entre el clientelismo de la corrupción de la Autoridad Nacional Palestina, o ese supuesto orgullo nacional-islámico del terror armado de Hamás o Hezbolá, que desde el fundamentalismo excita pasiones de la tierra y de la sangre perdidas. Pero la superior presión poblacional palestina también incide negativamente en las posibilidades de resolución del conflicto y afianzan la parálisis y las reticencias del estado de Israel. Su estatus de nación sigue retado por la doble amenaza de la inseguridad y el crecimiento poblacional de un hipotético y retórico regreso de los palestinos, de demografía creciente frente a la disminuyente judía mundial desde la Shoah.
Como lo muestra el 7 de octubre de 2023, las bolsas de exclusión solo generan estertores violentos, pongamos barreras físicas de muros tangibles o digitalizados, o a través de las culturales-políticas-económicas-religiosas de las que se queja la minoría palestino-israelí, que sin embargo le ha vuelto a ver las orejas al lobo de un futuro nacional bajo Hamás, a pesar de que su imaginario vuelva a ganar adeptos en Cisjordania. Hundidos los momentos de epifanía atisbados en Oslo en 1993 rotos por fundamentalismos judíos y musulmanes, cualquier esperanza de resolución precisa que la geopolítica irano-sirio-rusas cesen de generar abyectas respuestas militares vía el incesante percutir jihadista, aspirante a exterminar la sociedad teóricamente ilustrada estadounidense/europea (good cop/bad-weak cop). Y para realmente estabilizar la zona, se precisaría también la inyección concertada y multinacional de capitales e iniciativas sostenibles para desarrollar áreas como Gaza y Cisjordania y dar esperanzas factibles a sus poblaciones, no limosnas y subsidios que siempre caen en manos corruptas, tanto de la Autoridad Palestina como de Hamás.
Quizás ayude para visualizar esta situación, la imagen de un cíborg entrópico postnacional y mutante con sus ramificaciones cancerígenas a partir de ese Frankenstein manufacturado por la ingeniería del romanticismo nacional, de tan trágicos resultados en esa tierra de creyentes. Por un lado, encontramos un centro vibrante israelí, nacido en medio de una coyuntura brevemente favorable a su incierto destino en 1948. Hoy muestra su dinamismo desde la pujante y multicultural Tel Aviv, y sus ramificaciones intelectuales, científicas, corporativas o financieras globales gracias a la establecida nación extraterritorial, particularmente en Estados Unidos o Francia. Así pues, el antisemitismo no deja de alimentarse de clichés de contubernios judeo-masónico-internacionales al Paquito modo, presentes en los longevos Protocolos de los sabios de Sion manufacturados en la Rusia zarista en 1903. Max Aub de nuevo lo certificó en palabras del egipcio partidario de Nasser, Jubraim Haddad: Tienen más hombres ilustres en alemán, francés, inglés que no analfabetos/(y no son pocos, de Marruecos, Grecia o Túnez)./ No tenemos nada que hacer;/ Marx fue judío, Einstein fue judío, Bergson fue judío, Chaplin es judío./ Tal vez habría que gritar como cierto general: (Millán-Astray) – ¡Muera la inteligencia! Tal vez… Quizá. ¡Pero los ignorantes somos más! (Imposible Sinaí).
Por otro, aparecen esas extremidades palestinas atacadas por el carcinoma decolonial cuya cúpula asciende encasillada desde el promontorio de la mezquita de Al-Aqsa de Jerusalén, y a pesar de los satélites ilustrados de sus diásporas secularizadas. En la catastrófica Gaza, la amputación radical militar israelí para cortar por lo sano nunca garantizará la eliminación de los linfomas terroristas o identitarios palestinos. Estos pueden mutar en la desesperación del tiempo, en núcleos de exilios occidentales inconexos, o interiores israelís insatisfechos. En la Gaza hacinada de campos eufemísticamente de refugiados, los cambios de las células subyacentes del carcinoma son incontrolables, sean mediante remedios paliativos de la Autoridad Palestina, o bien abyectos tratamientos de encarnizada quimio y radioterapia israelíes con otra ocupación terrestre de prolongada toxicidad, que tiene que protocalarizarse con seguimientos postoperatorios adaptados a su tratamiento, supuestamente a través de los llamados comités civiles en Gaza. Vistos los intentos de 1993 en Oslo, o de 2000 en Camp David, de 2001 en Taba, o la retirada israelí del sur del Líbano en 2000, y 2005 de Gaza, y el plan Omert de 2009, nada ofrece garantías. Y nada, vistos los intentos de 1993 en Oslo, o de 2000 en Camp David, o la retirada israelí del sur del Líbano en 2000, y 2005 de Gaza, ofrece garantías para que este tratamiento con vasectomía radical no impida el intento de traslado del mal al resto de los tejidos y la necesidad de subsiguientes cirugías paliativamente aún más catastróficas.
Si la OLP e Israel tardaron treinta años en acercarse a una mesa de negociaciones luego frustrada, tras otras tres décadas de violencias endémicas, y con las presentes en Gaza, ¿cuánto tiempo pasará para el diálogo con Hamás, que parece hoy acaparar la representación general de los palestinos? ¿Se puede tener en cuenta una declaración de 2017 de la cúpula política de Hamás que insinuaba su aceptación de una vuelta israelí a las fronteras de 1967? Tras la guerra actual, pueden ser aculados o expulsados, pero no erradicados como la OLP en Líbano a partir de la primera campaña de 1978, lo cual ulteriormente germinó la intricada estructura de Hezbolá y una retirada israelí en 2000. ¿Hay que acercarse al más profundo de los abismos, tras un prolongado baño de sangre, sudor y lágrimas, para que, tras tantos desastres anteriores, se logren inesperados giros como en Camp David u Oslo?
En este entorno, a los habitantes de esta Iberia –simbólicamente el secretario general de la ONU es un ciudadano portugués de tendencia socialdemócrata como el presidente español– se nos debería refrescar la memoria, ahora tan de moda, o ser educados, por lo menos a través de los imaginarios de racismos e intolerancias históricas de nuestros antepasados hacia minorías semitas, simbólicamente derrotadas o expulsadas en y a partir del anno mirabilis de 1492. Allí se gestaron políticas de expansión y conquista con luces y sombras, particularmente las de la esclavitud. Se había cimentado imaginariamente gracias a la construcción de la otredad, la cual logró ampliar las diferencias que finalmente justificaron las conversiones violentas y expulsiones de musulmanes y judíos. Lo que no significa que debamos penar por ellas hasta el final de los tiempos, porque probablemente más de un@ en Iberia sea descendiente de conversos y/o moriscos. Pero tampoco se puede confundir la historia mediante los panfletos del tu quoque al estilo de los muy vendidos por María Elvira Roca Barea con su maniqueísmo ante el pasado sucio, el cual es reflejo de la imperfecta condición humana. En los telegráficos análisis del conflicto del Imposible Sinaí se puede anotar la presencia de ese angelismo y falibilidad tocados por la obsesión de una memoria democrática en España, tipificada por esa ley de 2022 que muestra desde su primera línea la incapacidad para reconocer prácticas antidemocráticas de múltiples espectros durante el periodo constitucional republicano que se quebró definitivamente en julio de 1936. Y aunque sofocados brutalmente, juzgados y luego amnistiados en febrero de 1936, los delitos de octubre de 1934, la memoria de dichos gestos, unidos al golpe del general Sanjurjo de 1932, también amnistiado por el gobierno del Bienio Negro en 1934, no deben quedar fuera de un texto que por lo tanto no cumple con la temporalidad de un supuesto pasado democrático quebrado para que la memoria se conviert[a] así en un elemento decisivo para fomentar formas de ciudadanía abiertas, inclusivas y plurales, plenamente conscientes de su propia historia, capaces de detectar y desactivar las derivas totalitarias o antidemocráticas que crecen en su seno. Es ejemplo de cómo en Palestina se puede atribuir el papel unilateral de víctimas a los palestinos, mientras que se puede excluir a los de condición judía por el mero hecho de vivir en el espacio territorial del estado de Israel entre la diversidad de cristianos armenios y greco-ortodoxos, de judíos rusos, latinoamericanos, mizrahim, sefarditas que se levantaron desde sus guetos en contra de la discriminación de los askenazi-socialistas-europeos como Golda Meir en 1971, ultraortodoxos y laicos, palestinos con pasaporte israelí, etcétera: comunidades que como las medievales de Sefarad se pueden recluir sobre sí mismas. Por ello, es necesario que el debate adquiera la complejidad necesaria para delimitar las fronteras entre anti-islamismo y anti-semitismo, anclados en prejuicios centenarios, particularmente relevantes en España, luego exacerbados en el período nazi-fascista cercano al franquismo. La ley de Memoria Democrática de 2022 busca iluminar criterios de nunca más del Holocausto, sin que se adviertan sus posibles repeticiones y ramificaciones, o mientras se menciona el exilio de 1939 pero ignora la política migratoria colapsada hoy ante las presiones del constructo del Sur global.
La neurociencia y los chivos expiatorios
Esta complejidad también puede ayudar a matizar la postura de corredor de fondo de Israel, a partir de un imaginario de pueblo elegido y forzado al unilateralismo junto a su aliado estadounidense. A partir de una geopolítica de la irresolución y de la parálisis local de la peoría, con peligros como el de su sobrevivencia, Israel justifica su política retroalimentada militarmente por la violencia terrorista y territorialmente por los hechos consumados de las colonizaciones sin marcha atrás. Su lógica no es ajena a un orden internacional inaplicable, ante el iliberalismo general que permite los peores abusos a estados como China o Rusia, Irán o Siria, por no alargar la lista, sin que por ello queden excluidos del club de los derechos humanos. Su óptica puede ser cercana a la de China que pocos censuran, y que ha declarado recientemente que iba “a seguir un camino chino de desarrollo de los derechos humanos” [que] “respondiera a los tiempos y se adaptara a sus condiciones nacionales”. Israel, como estado que atribuye derechos a todos sus ciudadanos, pero donde no se nacionaliza a las minorías no judías no integradas en las defensas israelíes, a partir de un síndrome de caballo de Troya o de quintacolumnismo, por lo tanto, se cohesiona en torno a una agenda cada vez más conservadora, reflejo de un territorio minado por la guerra, una economía globalizada de temerosos privilegiados, y un entorno de presión migratoria que el occidente norteamericano y la Unión Europea han sido incapaces de gestionar. Y mientras, regresa ese antisemitismo que apunta a la lógica tradicional del chivo expiatorio estudiado por René Girard, mientras que su otro palestino vuelve a emerger de las catacumbas de la leprosería para seguir siendo el saco de los buenos e hipócritas guantes del boxeo mundial, sin poder ni librarse ellos mismos de sus amistades peligrosas como las satrapías del Golfo. Estas siempre han recelado de sus excluidos parientes cada vez más menesterosos, de los que todos hablan mientras se les proporciona el azaque, pero siempre que no haya que sentar a esos pobres a la mesa del Ramadán de los opulentos, ahora que para los cristianos pasó la Navidad y el recuerdo de Plácido de Luis María Berlanga.
Si volvemos a los estudios neurocientíficos sobre nuestra innata capacidad para la agresividad y su planificación a través de sofisticadas estructuras de control, de gestión, de predicación ofensivas o defensivas, podríamos determinar que los orígenes de este conflicto sin aparente inicio ni final, se encuentra entre estructuras somáticas de ataque y rechazo entremezcladas. En ese sentido, el establecimiento del Estado de Israel y su victoria tras la primera guerra árabe israelí de 1948-49, representa la gestión con el triunfo final en aquella guerra llamada de Liberación israelí, a partir de una estrategia de defensa tras las ofensivas parciales dispuestas a través del plan Dalet. Finalmente rompía con las inadaptadas e inútiles estrategias de pasividad judías que no habían podido impedir el exterminio casi total del Holocausto, excepto durante la esporádica resistencia del gueto de Varsovia, fecha cercana a la elegida para la conmemoración anual de la Yom HaShoah en Israel. Al fin y al cabo, se trató de una operación defensiva-ofensiva ante la aniquilación nazi. Por ello, frente al judío aherrojado de aquel desastre, apareció la imagen del industrioso pionero vencedor que construiría la adamah como eretz (la tierra como territorio y como nación) con la capacidad de rearmarse militar, judicial, mental y nacionalmente. Así, un nuevo paradigma de justicia resistente judía ¿hubiera impedido la Shoah? imagen que se ha ido deconstruyendo entre los que han rechazado la formación militar de defensa israelí con el nuevo siglo. Es notable dicho supuesto matiz no expansionista entre las fuerzas armadas judías, urgencia y necesidad que ha regresado en la actualidad al reactivarse el principio de supervivencia de una defensa ofensiva, mientras se acusa a Israel de una política de expansión ofensiva.
Y en la lógica de los palestinos expulsados de su territorio original, también podemos trazar gestos de agresividad procedentes de estructuras defensivas, ya que se trataría ¿de recuperar el espacio perdido? y no necesariamente de captar nuevos territorios ajenos, los cuales, sin embargo, sí están ocupados en cuanto a imperfecto derecho positivo por los israelíes desde 1947-49. Y este doble entrelazamiento defensivo-ofensivo recíproco, de la montaña hasta el mar, podría explicar en parte, la infranqueable dificultad para gestionar alguna salida asumible para el conflicto, dentro de estrategias retroalimentadas de peoría.
La memoria: la curación del mal y la abyección del bien
Como lo estudió Tom Segev (Le septième million), la búsqueda sionista de una memoria de la resistencia y de la reivindicación, a pesar del Holocausto, pero gracias a la Diáspora, terminó por facilitar la conformación de un imaginario de estado israelí. Se reafirmó gracias a la sutil escenificación del museo Yad Yashem que ha permitido un consenso nacional israelí y simbólico para el Exilio, entre la exoneración judicial de un supuesto colaboracionista judeo-húngaro, Rezso Kastner, finalmente asesinado (1952-57) y el juicio iniciático de Eichmann (1961-62). Allí se produjo un giro memorioso copernicano de la víctima fosilizada de la Shoah a las marcas de la resistencia activa, en las que se podía inscribir a su vez el pragmatismo visionario de David Ben-Gurión. Fue un posibilista de futuro ante un pasado de muerte –qué hay que comprender, murieron todos– para un pueblo elegido y espejo para las naciones, sionismo pragmático hoy comatoso parlamentariamente entre la rémora palestina y las políticas revisionistas y ultraortodoxas hegemónicas.
El desconocimiento de estos legados indelebles, que se remontan por las grietas de siglos de antisemitismos y antijudaísmos de tantas vertientes puede aclarar el dolor inmemorial de lo que significa para una persona de ascendencia judía lo ocurrido el 7 de octubre de 2023. El deseable uso de una memoria ciudadana y democráticamente ejemplar se hace añicos ante cualquier atentado terrorista. Más allá de las deudas y abusos de los dirigentes de Israel hacia los palestinos, se reconduce a los judíos globalmente que no se han recuperado poblacionalmente de la Shoah al horizonte de su exterminio, a la posible marca de la víctima que ahora paraliza la memoria no en el kadish del horror concentracionario sino en una obligada lógica de defensa ofensiva. Y la experiencia del abandono de Gaza en 2005, ese permanente Vietnam para Israel, tampoco abrió el camino, ni a un estado palestino factible no enhebrado al terrorismo, al maximalismo desde la montaña hasta el mar, a los problemas que se plantearían entre una fronteriza Palestina en Cisjordania y el reino de Jordania, repleto de sus minorías desde 1947. Quizá, esta abyecta huida hacia delante con una guerra extirpadora del teórico mal de Hamás junto con la inamovible ocupación israelí de Cisjordania, conduzca a la lógica de ese único estado federal binacional contemplado por otro proyecto inicial de las Naciones Unidas en 1947 para intentar resolver el problema, a partir de ideas del fundador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, el rabino estadounidense Judah Leon Magnes. El futuro de los palestinos está indeleblemente ligado por la sangre al de sus hermanos semíticamente judíos. ¿Tanto dolor inextinguible para regresar a la misma casilla de salida de finales de la década de 1940, tras haber caído sin cesar desde entonces en el pozo de la muerte?
¿Podrán la complejidad de estas desgracias y sus irresueltas derivas ser avisos para los maniqueísmos de la pureza de las arcadias felices que pueden relumbrar tras los cantos de sirena de los viejos nacionalismos de aspiración estatal ibéricos, entre el teórico catastrofismo de la invertebración? ¿Quizás se contenten los buscadores de tesoros en esta piel de toro con las imperfecciones de los patriotismos constitucionales y modestos acuerdos y consensos, ante ejemplos de esos pasados empeorables, a pesar de que aparezcan extravagantes anuncios de cesiones de competencias territoriales para la distribución de emigrantes, de raíces xenófobas, a partidos como Junts, para sostener la actual coalición de gobierno de Pedro Sánchez? ¿O se logre, por el ejemplo del mal ajeno, apartarse de los riesgos mezclados de confederalismos de la desigualdad ante las pulmonías que acarrean las corrientes revisionistas y populistas varias de nuevas pero viejas identidades de la tierra y de la sangre de origen? Siguen arraigadas en esos pueblos auténticos de los arcanos de la Biblia, o del regreso a Al-Aksa, la lejana, esa encantada piedra de la Jerusalén no mentada pero imaginada en el Corán: textos iniciáticos sobre los que los dioses crearon, entre otras imperfecciones, la pesadilla de la nación para sustituir la de la fe. Así la fajina memoriosa al uso en nuestras sociedades obsesionadas por limpiar nuestras malas conciencias de pasados mejorables, asimétricamente situada en Palestina entre la Shoah y Nakba, apunta al síndrome de la locura del que nos advertía Platón frente al necesario olvido, o al peligro de la memoria en carne viva ya mencionado por David Rieff.
Como tan lúcidamente escribe Tomás Alcoverro, una ineludible referencia española para la zona, el gran poeta Mahmud Darwish, contemplando este laberinto de identidades asesinas, escribió que “los palestinos tienen miedo del miedo de los israelíes”. La sincopada guerra de Gaza hace estallar, además, caudales de emociones que se extienden a medio mundo, pero –como ya tiene calculado Israel– no pueden durar mucho tiempo. Antisemitismos que parecían haberse ocultado en la Europa de postguerra, presentes en la memoria solidaria pan-árabe, reciclados en anti-islamismos y anti-arabismos revitalizados tras el 11S, que hoy dirimen filias y fobias infocráticas respecto de ese espacio radioactivo que se llama Gaza. Condensa los dolores del último círculo del infierno que nunca apaga su fuego devorador. Y mientras mueren inocentes por ambos lados, la mala fe sartreana occidental se exhibe, entre el retórico y socorrido felpudo de los derechos humanos, metafísicamente líquidos en origen, y pragmáticamente raquíticos en una gestión internacional incapaz de vestir esos maniquís deshumanizados para socializar acuerdos.
Pero ante las simplificaciones sobre todo aquello, regresemos, por lo menos, al aviso para navegantes, de que si Bélgica no invadió Alemania el 4 de agosto de 1914, Israel sí fue atacado el 15 de mayo de 1948, mientras que la aviación del Estado de Israel también destruyó la de sus enemigos que se aprestaban a bombardearlo el 5 de junio de 1967, tras comprometer Egipto, como hoy los hutíes de Yemen, la navegación por el estrecho de Tirán y el Canal de Suez. ¿El huevo o la gallina? ¿Hay que contarlo otra vez, como la rima para que esta vez rabiemos los mayores?
Los malaventurados
Por lo anterior, quizás tendría que haber titulado hoy María Zambrano su ensayo Los malaventurados, para resituar la suerte exílica de pueblos perseguidos con intensidad variable como el judío, el palestino, el armenio revitalizado hoy en Nagorno-Karabakh, el tutsi, el saharaui… o de aquellos que a través del sentido de la derrota de esta pensadora del destierro peripatético, buscan extraer significados a las catástrofes, imaginar espacios alternativos para la nación, y quizás desenmascarar el simplismo de todo pensamiento infocrático.
Cualquier oráculo desde Delfos, Dídime, hasta las sibilas gitanas –de otro pueblo tan próximo, pero tan discriminado, nación irreconocida sin territorio, perseguida y sufriente en las cámaras de gas– no habría podido nunca anticipar tanto perenne mal fario.
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Coda
Quizás, algo más descabalgado por el tiempo que nos empuja circularmente, y no sé si más iluminado por un nuevo viaje imaginario a ese Imposible Sinaí, vedado por la última guerra, atisbo algo de por qué me puede haber interesado aprender sobre el mal. ¿Desde que, ocultado por mi memoria, y como tantos niños, preocupados por la sombra de lo sensible, fuera blanco de lo que hoy llaman, porque hay que ser moderno y decirlo en inglés, bullying –acoso muy al carpetovetónico modo del embiste del rito de paso de la manada–, en contraste con el hecho de que un ministro de Cultura de España, el cual confunde lustro con siglo, ahora parece inclinarse para que se acaben las corridas, que antes retrató, en Antibes, ese fiambre en cincuentenario de Pablo Picasso.
Pero una explicación más meridiana –y sin recurso a una socorrida dosis de psicoanálisis, que nos permita sobrellevar cualquier mal ordinario– puede estar en la de aquel libro del Círculo de Lectores de Jean-François Steiner, titulado Treblinka, nombre que en algo me sonaba al de la juguetería de Marklin, fabricante de los estilizados trenes a escala HO, que reproducían vagones de la Reichsbanh, en los que viajaron hacia la muerte de los campos… aunque las clases no se mezclaran –como se debe– aquellos judíos o antifascistas, entre ellos, republicanos españoles… Un corredor de aquel club de lectura del grupo Bertelsmann, por cierto, también la cultura pasaba por la Alemania con tufo nazi, dejó aquel controvertido libro de tapa marrón oscura en mi casa ¿en 1967? Luego supe que su autor seguía la estela de Hannah Arendt en su Eichmann en Jerusalén, y sus controvertidas tesis sobre la banalidad del mal. En su ir y venir junto a otras lecturas, adquirí cierta afición a meter las narices donde no me llaman… Pero, vívidamente aquella foto, de un asustadísimo niño, con los brazos en alto, que luego supe, pertenecía a una imagen realizada por los nazis en los días en que vaciaban, para siempre, el gueto de Varsovia en 1943… una foto luego manipulada, banalizada, como tantas otras en lo que Guy Debord calificó como Sociedad del espectáculo y que tuve la suerte de leer, y de medio entender, junto a otros escritos de la Internacional Situacionista hacia 1972, que las cosas no eran, desde luego, como parecían que eran… Una foto de hace solo 80 años, hic et nunc, cuando los Kissinger de aquel mundo, que sí podrían haberse sentado en La Haya, por luego, lo de Camboya, o Vietnam, o Argentina, o Chile…, se habían salvado de todo aquello y consiguieron cumplir más de cien… y hoy los Netanyahu repiten su patadón y tentetieso… Intuí pues que no había solaz en el otro lado porque en mis manos también había caído una copia en la traducción francesa de 1969 de Aleksander Isaevich Solzhenitsyn, Une journée d’Ivan Denissovitch (1969) [Un día en la vida de Iván Denisóvitch] y por ello, no pasé por el síndrome de rechazo de los dos demonios, porque no tuve tiempo de creer en ellos. Simplemente tuve la suerte de realizar ciertas lecturas fundacionales que me inclinaron hacia el escepticismo.
Entre la insondable lotería del mal que siempre ha evitado concederme su Gord@, subí a un tren una noche del 10 de marzo de 2004 entre Alcalá de Henares y Atocha, el cual quizás en su trayecto de vuelta en la red de cercanías por el corredor del Henares, tan mal abastecida hoy –no solo en Barcelona hay retrasos– fue uno de los que saltó por los aires en la estación de El Pozo (del tío Raimundo) pocas horas después, víctima del peor atentado terrorista en suelo de la Unión Europea jamás conocido, y que el Gobierno del Partido Popular, con José María Aznar a la cabeza, intentó sostener, procedía de un acto de ETA. Aquel arrabal de barro y esperanza donde se cruzaron emigración y solidaridad en el primer franquismo… repetía otra horrenda rima: la del fusilamiento por milicias anarcosindicalistas de un grupo de prisioneros fascistas deportados desde Jaén, y fusilados in situ el 6 de agosto de 1936…
Aquella mañana del 11 de marzo en la que, además tenía que marcharme a los Estados Unidos a entrevistarme con mis estudiantes graduados, en pocos minutos tras escuchar la voz de Iñaki Gabilondo en el boletín de las diez, entre el silencio y la serenidad, pude localizar a todos los estudiantes de la Universidad de Maryland que vivían en Alcalá, gracias también a la preciosa ayuda de mi discípula y amiga María José López… Esa sensación de que nada puede ir peor y la aparente frialdad y precisión en nuestros actos que dicen rodea momentos decisivos de peligro en que nuestros cuerpos y mentes se ponen en máxima alerta, luego rota en el momento en que me senté en el avión tras atravesar gracias a mi hermana Amparo, un Madrid fantasmagóricamente silencioso y vacío, y un aeropuerto donde no parecía que hubiera ocurrido catástrofe alguna…
Algunos años después sobreviví en Baltimore a la violencia gratuita de un grupo de jóvenes, de esos que surcan The Wire de David Simon, y cuya relación con el mal parecería simbiótica. Montados en sus ágiles caballos de dos ruedas ciclistas, se cruzaron con intención de despojarme del que me ha ayudado a desplazarme a mi lugar de trabajo universitario, mientras creía que podría eximir al desastre ecológico de alguna de mis pestilencias de CO2. Aunque mi rostro y costillas mordieran el polvo, tuve la suerte gracias a un casco y unas gafas de gruesa patilla de celuloide, no quedar como un bovino abierto en canal de un cuadro de Francis Bacon, o como el eterno retornado del cuerpo yacente del bronce de Europa de Josep María Subirachs de la muestra ¿Qué humanidad? La figura humana después de la guerra 1940-1966 [Museu Nacional d’Art de Catalunya] (forjado en el 1953 de mi aparición por esta). Y además fui favorecido desde una curva próxima por la solidaridad humana, la cual también merodea entre la desgracia, montada sobre otros pegasos, y hasta con un joven médico italiano a bordo, para que pudiera seguir pensando un milígramo mientras pedaleo hacia… y a pesar de que hace mucho tiempo que para hacer ese recorrido repetido entre un barrio de la teórica clase media de Baltimore y el parque de atracciones universitario de College Park en el que de vez en cuando se cuela una violación, un asalto, la cercanía de un disparo, atravieso calles de asfalto reventado y esquinas en las que los que me miran y quizás desean despojarme de mi corcel o de algún libro cuya lectura les vetó su existencia, ya ni tienen fuerza entre la devastación del miserabilismo de la droga, para ni siquiera imaginar esta escena que de todas formas sigue ocurriendo, y que obliga a hacer de tripas corazón para creer que al otro lado se encuentra todavía bajo los adoquines, aquella playa con la que soñaba una pintada del mayo de 1968, y que conocí en una primera visita a París en junio de aquel año…