El Mundo. Perentoria energía. Vida como milagro

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Pinsapo en la Sierra de Cádiz

El mundo esparce dramas sobre una realidad que los modula. Y esto lo digo, casi, pensando en un resultado teatral, tomando el mundo como incesante y secular representación.

Sin embargo, la realidad, por el contrario, no tiene equivalencia con el mundo. Si bien aquélla es virtual, subjetiva, el mundo es el completo ente objetivo que ha sido establecido en este astro donde habitamos, en tanto que el universo entero, el resto del Cosmos no resulta ser más que un enorme, infinito conjunto, podríamos decir rocoso o arenisco.

Discurre una porción del mundo, un banquete amistoso, compuesto por una docena de literatos; en un restaurante. Preside la reunión el homenaje a un poeta no ha mucho fallecido al que se le quiere hacer justicia literaria, persiguiendo un merecido reconocimiento hacia su figura y hacia su obra. El retrato del finado cuelga de una de las paredes del comedor. En el poco tiempo que ha transcurrido desde su defunción, parece (por el efecto de la iluminación solar, tan contraria a la muerte) que el cuadro va palideciendo, hasta ser posible que llegue un día en el cual una imagen vacía, entre los listones verticales del marco, contemple así a sus fieles entusiastas.

“Los muertos llaman a los vivos”, escribe Joseph Roth, el autor de la Galitzia austrohúngara. Los muertos vivieron. Se comportaron como elementos objetivos entre los innumerables individuos. Ya muertos no son objetivos, y menos en un retrato de cuando vivían. En ese momento, el apreciado fallecido ya forma parte de la realidad, existente por un anhelo subjetivo, aunque objetivo por la empecinada, persistente, casi material, intención del deseo. Quizá la memoria siga formando parte más de un viejo mundo que de una renovada realidad.

Sin energía, como el retrato del poeta, se diluye el mundo, o el mundo ni siquiera tiene ocasión de existir, proclama uno de los comensales. Es más, esta compleja vida que alberga la Tierra, replica otro de los literatos, es un auténtico milagro que no se da en ningún otro planeta. Y eso sucede gracias a una atmósfera adecuada que da ocasión al agua, a la vegetación, al movimiento animal y otras evoluciones complejas, insiste el escritor, recalcando que en Marte, verbi gratia , solamente pervive alguna que otra bacteria únicamente en el líquido que discurre subterráneamente bajo el suelo marciano.

La literatura reproduce, con su personalísima realidad, adecuadamente las esencias del mundo. Así, en el mundo de la poesía las leyes para su constitución son inequívocas, moldeadas como leyes, pero su desarrollo es altamente imaginativo, favorable, flexible. Así, no puede discutirse que el discurso de la poesía queda acotado en unidades rítmicas, respiratorias, a modo de compases, quedando sus segmentos unificados por un tono acentual, es decir, musical; y creando toda esta conjunción un muy notorio dinamismo.

Pues bien, estas estables instrucciones pueden originar infinidad de poemas, muy diferentes entre sí de una manera radical; como, por ejemplo, estos versos inmejorables que ostentan el título de Deseo: “El deseo / es un dolor / transparente / que se desliza / por las cornisas / de los cuerpos / para dormir / bien arropado / por la sábana / fantasmal / del amor”.

Sus innumerables sombras y sus innumerables claridades constituyen en exclusiva el mundo. El mundo se conforma inalterable. Su imperio, en su pureza primigenia, si pensamos en su existencia previa a la existencia del hombre, emana de la naturaleza, que es plural y transcurre en un silencio que trasciende los ruidos naturales. Así, sin la presencia humana, el mundo es un conjunto no dicharachero de elementos armónicos, quizá una manifestación divina que reúne colores y formas para que el mundo crezca en un homogéneo desarrollo sin perturbar su esencialidad básica.

Luego fueron los hombres los que quebraron esa originaria perfección del mundo. Pasando a existir el trabajo, los compromisos, las presencias institucionalizadas, el comercio pornográfico y, posteriormente, la avalancha de claxons, el botellón, las redes sociales, etc. Es cierto que el progreso agrede sumamente a la eterna naturaleza.

Pero también es verdad que el pensamiento del hombre, ennoblecido, acrecentó la perfección del mundo. Se creó la familia, la religión, la amistad, el arte, la posesión de la alegría, la satisfacción; inconmensurables sensaciones. Y toda esa vicisitud artificiosa que hizo muy manejable el transitar por el mundo, empezando por la gran y sumamente beneficiosa invención de la rueda. El pensamiento humano alumbró la filosofía, la literatura.

El generoso y poderoso establecimiento del amor superó la prístina objetividad mundana. Por supuesto que van en contra de esa nobleza la guerra, el duelo, la maldad, tan frecuentes, por desgracia, en el dudoso comportamiento racional. Pero el mundo es lo que se nos ha dado, y quien vaya contra el lado bueno del mundo atentará contra la vida misma. Y será suicida aunque no incurra en un fin drástico. La vida, como afirmaba el gran escritor Thomas Merton, místico, monje cisterciense, dotado de una aguda personalidad contemplativa; la vida, anotaba Merton, “implica apertura, crecimiento, desarrollo”.

Hay que tener en cuenta asimismo que el mundo muchas veces se manifiesta como alboroto incómodo. Entonces, ¿qué hacer para compatibilizar idóneamente el tantas veces ruidoso carácter del mundo con una plena y serena contemplación, el silencio interior o un callado y constante entorno? El gozar de este mundo, contemplándolo y, sin embargo, participando de él, no es «drogarse» con vanas vivencias sino aunar acción en la distancia; lejanos a este mundo pero sin traicionarlo.

Alejarse del mundo, de la ganga del mundo, es, a la vez, fortalecerlo. Y la acción es el aprovechamiento de lo que ofrece el mundo. Pero no sólo de lo que ofrece por sus dones, por sus supuestos dones jocosos, jaraneros, sino de lo que ofrecen los más cotizados sentimientos, por ejemplo el dolor. El mundo, el contradictorio mundo, tiene la gran capacidad de generar hermosamente el silencio y la soledad, donde el hombre, verdadera y solícitamente, se halla.

Debemos retener, finalmente, que el mundo, mero ente convencional, ha de ofrecer un ideal amable para resultar una práctica honesta imbuida de un suficiente, e incluso humilde, contento. Y los sueños, si no son pesadillas, consuelan grandemente. Algunos corrigen las dobleces del mundo, originando, como la poesía, otros diversos y atrayentes mundos.