Llega el buen tiempo y no nos acordamos de que hace un frío de narices cuando baja la temperatura, aunque si hace mucho, mucho frío, decimos que hace un frío de pelotas.
Nariz no hay más que una, incluso cuando hay que echarle un par a la vida, pero hoy prefiero hablar de esos olores evocadores o embaucadores ¿o es que ya nadie recuerda a qué huelen las nubes? O esos pantalones de cintura baja en los que aflora el olor a fri-tanga.
Pobre Yorick, que al igual que Hamlet, no se olía la tostada a pesar de que algo estaba podrido en el estado de Dinamarca. Todo un clásico que mi madre habría resumido con un lacónico sin grelos «aquí huele a pergañeta».
Cuántas veces pegando el morro al escaparate de una pastelería he pensado: «Mmmmmm, huele que alimenta». El olfato, en este sentido, nos engaña porque me da en la nariz que, aunque no solo de flan vive el hombre, sin comer no se llega ni a final de mes.
Tampoco es fácil subir las cuestas que se reparten por el calendario con una gran nariz, porque sus grandes aspiraciones nos endeudan y pueden llevarnos de fosa en fosa, por taponadas que estén.
Fue así, tras estos quebraderos, cuando descubrí que, después de todo, lo mejor para el olor de cabeza sigue siendo una aspirina.
Querido amigo:
Bien es cierto
Querido amigo:
Bien es cierto que hay olores que matan, en este caso de risa merced a su blog. Pero me gustaría recordarle que el olor más oloroso, el olor más inhumano, es aquel triste y taimado que se muestra silencioso (o, como diría mi tía que en paz descanse, pedos de monja).
Que la dislexia guarde a usted por muchos anos (¡sigo sin acostumbrarme a estos teclados en los que falta esa n tan espanola que lleva un sombrerito, pero a buen encendedor, buena llama le cobija, usted me entiende).
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