Recién terminada la setenta edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci), podemos trazar unas breves huellas del paso de algunas firmas africanas por el festival, que han servido para visualizar los caminos que transitan autores de diferentes geografías y generaciones, poniendo en evidencia un mapa rico en matices y sensibilidades.
Damien Hauser es un director nacido al inicio de este siglo que con su Memory of Princess Mumbi nos traslada precisamente hacia el otro extremo, hasta su última decada. Ahí es donde sitúa una historia de príncipes y princesas, que como el mismo contó en el coloquio posterior a la proyección, realizó en un intenso momento de duelo personal tras la muerte de su hermano menor. Desde ahí pretendió divertirse con la creación de esta película, que inevitablemente refleja esas zonas oscuras, pero que se colorean con unas imágenes coloridas y vívidas, cargadas a su vez de la naturalidad y humor de sus protagonistas. Envuelve la historia un futuro distópico en el que la guerra se considera una manifestación inherente e inevitable de las sociedades humanas, y que también sirve de marco para reflexionar sobre el propio cine y el uso de la inteligencia artificial. Hauser explicó cómo la utilizó para construir el paisaje y la atmósfera del reino imaginario de Umata y en su intervención la defendió como herramienta propicia para la creación artística. Un director, por tanto, que mira sin complejos el futuro mientras bebe de la tradición para articular las preguntas del mundo que lo rodea.
Y si, utilizando términos deportivos, Damian Hauser podría ser una promesa consolidada, Ousmane Sembène vendría a ser el hombre recórd del cine africano. Así, Sembène tiene el privilegio de haber filmado la que ha sido considerada la primera película africana realizada en el continente por un director africano, el cortometraje Borom Sarret (1963); pero también el mediometraje La Noire de (1966), considerada en este caso la primera película africana de ficción. Con El giro (Mandabi), Sembène dirigió el primer largometraje producido en África Occidental, allá por el año 1968, que fue rodado íntegramente en una lengua africana (el wolof, uno de los idiomas nacionales de Senegal). En esta película, la llegada de un giro postal enviado desde París (Sembène vislumbra ya las causas y las consecuencias del fenómeno migratorio hacia Europa), que es entendido como una bendición en el barrio de Dakar donde se espera el dinero, se convierte en una pesadilla para el protagonista y los que le rodean. En el Senegal más inmediato a la independencia ya se pueden atisbar muchos de los problemas que un pensador como Fanon anticipó para el África post-colonial, entre otros, el carácter alienado y opresor de la burocracia y las clases pudientes, pero también los laberintos de la pobreza y los callejones sin salida a los que aboca. Todo ello aflora en El giro, una película divertida y dinámica, regada con un toque de humor e ironía que no enmascara la pátina de desesperación que reviste a esta historia y sus personajes.
Y son sus dos principales personajes, un niño y una abuela, los que hacen de Abuela (Yaaba) una película tan tierna y conmovedora. Si Hauser nos traslada a un reino africano futurista; Sembène nos lleva a los barrios de las grandes capitales del África de la post-independencia; Idrissa Ouédraogo, por su parte, nos sitúa ante la Burkina Faso rural de finales del siglo XX. Siendo una ficción, el director utiliza recursos que por momentos parecen más cercanos al ámbito documentalista, de modo que permite al espectador sumergirse a modo de voyeur en la vida de un pueblo y sus habitantes. De ese modo, la camára ejerce de lupa (por momentos fija, aséptica y sin voluntad de juicio) para observar al detalle las tensiones sociales que acarrea la enfermedad o el engaño, pero también, desde el otro lado, la compasión o la confianza. Y como decía, todo pivota en la relación de amistad que se va generando entre una vieja desahuciada por ser considerada una bruja, y un niño que, mientras crece bajo el peso de las costumbres, aprende a tomar decisiones desde la madurez de su propia conciencia. Entre ambos tejen un vínculo que hace que la tierra seca que habitan se convierta en un mundo más fértil y llevadero.





