El póker de Antonio Calvo

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El suicidio tras abrupta suspensión laboral o despido del doctor Antonio Calvo, director del programa de lengua española del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Princeton, no ha dejado de causar consternación entre los miembros de un campo profesional al que no conviene llamar comunidad.

El suicidio tras abrupta suspensión laboral o despido hace mes y medio del doctor Antonio Calvo, director del programa de lengua española del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Princeton, no ha cejado de levantar preguntas y causar consternación entre los miembros de un campo profesional al que sin embargo no conviene llamar comunidad. Produce cierta perplejidad, pero también esperanza, observar tal reacción, que se da contra una débil insistencia institucional en la procedencia de sus acciones. La preocupación por el silencio oficial sobre sus causas es patente y afecta al departamento de Calvo, del que se dice que apoyaba al profesor, pero sobre el que siguen pesando cuestiones que deberían aclararse con prontitud.  En su lado positivo, el movimiento es saludable. Si alguna vez hubo una comunidad real de enseñantes de culturas hispánicas en el inmenso mundo universitario norteamericano, la apelación entró en desuso hace ya tiempo.   La indignación actual, basada en rumores de acoso contra Calvo que no aceptan la versión oficial, no responde a ninguna preexistente solidaridad efectiva. Quizá la cree.

         Ignoro hasta qué punto la relativa ausencia de comunidad —la inamistad colegial, la falta de interés, la rivalidad generalizada, el desdén por el apoyo mutuo, la caída del compromiso primario con el saber y la competencia a favor de la toma de posición ideológica, la cesión a intereses espurios de poder interno— caracterice también a otros campos de saber universitario. Una de las consecuencias de la evolución corporativa del mundo académico norteamericano es precisamente la tendencia a un aislamiento personal que ninguna “interdisciplinariedad” desbanca—no es imposible pasarse media vida en el departamento de algún sitio sin tener idea alguna de lo que pasa en el departamento vecino, y a veces sin conocer siquiera al personal. En los departamentos de estudios hispánicos lo lamentable es que, en la mayor parte de los casos, tal ignorancia no está causada por lo bien que uno lo está pasando en casa. Responde a otras causas que no son tampoco derivables de la felicidad teórica—la felicidad por la teoría—que Aristóteles recomendaba. Algo huele a podrido en espacios de saber y enseñanza donde ni la excelencia profesional ni la calidad humana se han mantenido como objetivos dominantes. Y a veces ya ni se cree en ellas. No es una situación sana, y produce tensiones a veces extremas e insoportables. Los celos, la envidia, el resentimiento, el abuso, aun sin razón aparente, se hacen visibles y densos. El impacto de todo eso en la vida diaria del departamento puede imaginarse sin dificultad. No ocurre en todas partes: las excepciones saben que lo son. Es la generación presente —los mismos cuya temprana experiencia profesional ha quedado ya marcada por la historia de Calvo— la que puede y debe cambiar el estado de cosas que prevalece.  

          Es raro aunque no imposible el caso del departamento en el que hay genuino afecto y respeto entre sus miembros. La norma no es esa. Este fenómeno de alienación profesional generalizada, siempre cercano al miedo, y a la vida en el miedo, no tiene nada que ver con la estructura de evaluación mutua y sostenida que impone la administración en muchas universidades. Yo pienso que entra en el terreno de la opción personal, del mero hábito colectivo, y pertenece a esas prácticas de auto-esclavizamiento que el marrano Benito Spinoza, buen conocedor del acoso personal, diagnosticaba como pasiones tristes. La buena nueva, por lo tanto, es que es posible cambiarlo; que una decisión general en ese sentido no es descartable. El departamento de Princeton puede iniciar esa reforma de costumbres que pasa en primer lugar por la transparencia efectiva, pero que está lejos de terminar en ella. Restituir decencia profesional y legítima ambición académica en nuestro campo es ya inexcusable.

         El trágico ejemplo de Calvo (más acá de lo que permanece insondable y así nunca ejemplar en todo suicidio) debe ser usado para ayudarnos a entender que no hay por qué arruinarle la vida al otro, y que es estúpido hacerlo, porque uno siempre acaba arruinando la propia. Su muerte seguirá siendo inasimilable, pero por lo menos tendrá buenos efectos, será espuela, y no quedará ignorada por aquellos más cercanos a él después de su familia y amigos directos: sus colegas de campo en otras universidades (los de la suya, sea lo que sea que haya pasado, perdieron el derecho a invocar cercanía alguna). Entre ellos somos muchos los que elegimos un destino de expatriación similar al que Calvo buscó, y quiso desesperadamente mantener, y no pudo porque no le dejaron (hasta que logró la expatriación definitiva). Princeton pretende inocencia, pero elige no demostrarla. Nuestra solidaridad de principio, si hubo acoso y cualquier acontecimiento posterior puede ser explicado como reacción al acoso, es una obligación ética y política.

         Si las semejanzas estructurales que por ahora son solo aparentes se confirman, mi experiencia personal es relevante para entender qué le pasó a Calvo. Mi mujer, Teresa Vilarós, y yo nos fuimos voluntariamente de una prestigiosa universidad privada como Princeton, después de casi quince años de considerarla nuestra casa y de mantener en ella una trayectoria profesional digna y activa, porque algunos de nuestros colegas trataron de hacernos la vida imposible y llegaron a conseguir el apoyo de una administración inepta. El problema más terrible no suele ser ese: uno, por viejo y no por diablo, acaba sabiendo qué esperar de los insólitos enemigos que van apareciendo, y que en cada caso fueron amigos o podían haberlo sido. Lo que hacen esos apenas duele porque a partir de cierto punto todo es ya esperable. Pero la dinámica institucional y sus juegos de poder acaban imponiendo la traición efectiva de aquellos con quienes uno contaba. Es entonces cuando las cosas cambian. Cuando el abandono y la dura soledad aprietan —hay que tener en cuenta que para el expatriado el trabajo lo es casi todo: uno no se va sin más a Kentucky o a Alabama o a Nueva Jersey desde Madrid o Barcelona o Benavides de Órbigo si no es porque apuesta muy fuerte a la vida profesional y cree en ella— el mundo se nubla, y la vida pierde sentido a menos que se tenga el privilegio de una estructura familiar y afectiva intensa con gente que no pertenece al colectivo destructor o es cómplice de él. Solo eso puede salvar.   

      E incluso en este último caso los efectos del mobbing son muy similares a los del síndrome de estrés postraumático: ansiedad, insomnio, obsesión, dificultades en el trabajo, y una pena profunda que se hace indescriptible e injustificable pero que dura mucho tiempo.    Calvo, sin duda, anticipó esos efectos, que en su nota publicada póstumamente llama la “tortura más fuerte,” y decidió hurtarse a ellos. Nadie —y por cierto ninguno de los cómplices activos o pasivos de lo que pasó, de aquello que llevó a Antonio Calvo a la muerte— tiene derecho a cuestionar tal decisión. Pero todos debemos pensar en ella. Quién sabe —pero Princeton ya sabe, y otros saben— por qué una persona de trayectoria intachable como Antonio Calvo, según múltiples testimonios, y entre ellos el de su colega Ricardo Piglia, puede llegar a ser puesta contra las cuerdas de forma que su escarnio final sea retrospectivamente justificable como procedente. El silencio de la administración de Princeton es el silencio del poder. Creer ciegamente en su verdad o en su justicia es un riesgo demasiado grande. Pedirlo es otro abuso.

       Pero no sabemos todavía qué pasó en Princeton y no es bueno llegar a conclusiones infundadas y mucho menos acusar a nadie injustamente. La estructura de la historia, a falta de que Princeton hable, apunta desde luego a un fallo de la administración, a quien competía en última instancia la ayuda y defensa de Calvo antes de que las cosas llegaran a la cercanía de su desenlace. Ahora nadie quiere hacerse responsable, y nadie se hará. Eso es más de lo mismo. Eso es lo de siempre, lo que siempre viene pasando, pero ojalá no haya pasado en Princeton: abuso por parte de algunos, protección del que abusa, complicidad institucional, traición y placer inconfesable en la destrucción del otro, quizá reacción desesperada del acosado, refugio en la hipocresía administrativa, e impunidad final para los responsables de la destrucción. Si Calvo hubiera sobrevivido, su carrera posterior habría sido una perpetua lucha desigual contra la sombra. Nadie se repone nunca del todo. La vida profesional nunca es ya lo que fue.

      Hasta que colectivamente decidamos que no debe pasar más. Princeton puede empezar ese camino, u otros pueden. No hay nada más importante en la vida académica hoy que la protección efectiva de ese que Michel Foucault o Giorgio Agamben, entre otros, llamaban “cualquiera que sea”, es decir, el individuo despojado de todo poder y de todo derecho por la acción de sus acosadores y que así se hace vida desnuda, susceptible de ser consignada a la muerte social, sin asesinato ni sacrificio. Yo he estado ahí, y me fui, pero no fue simple. Calvo les leyó el farol, y lo literalizó. Quizá ese gesto impresionante de las cuchilladas, al que saludo con emoción y respeto, acabe por cambiar nuestro mundo.

 

 

 

Alberto Moreiras es catedrático y jefe del departamento de Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, en Estados Unidos

 

 


Autor: Alberto Moreiras

18 COMENTARIOS

  1. Ojalá que, en efecto, no pase
    Ojalá que, en efecto, no pase más y que todas las universidades tengan procesos más abiertos y más transparentes de evaluación; y que se consideren las particularidades (acaso imposibilidades) de los puestos de coordinadores de lengua –como el que cargaba Antonio–, verdaderas bisagras en una estructura no muy saludable en nuestros departamentos. Y finalmente, como bien dice Ricardo Piglia, que lo que hacemos dentro de nuestras clases, que la reflexión sobre los testimonios y las relaciones de poder consiga, de algún modo, corroer la lógica legalista de los administradores; y que el humanismo de Agamben que invocas en tus últimos líneas aparezca no sólo en los sílabos sino en nuestras relaciones laborales y humanas en pasadizos y oficinas. Gracias por tu texto, Alberto.
    Va un abrazo,
    Paul

  2. Querido Alberto, comparto tu
    Querido Alberto, comparto tu indignación, pero no tu análisis, y sospecho que al leer mi respuesta (publicada en facebook y abajo) estarás más de acuerdo conmigo que con tu propio artículo, que es más un testimonio que un análisis responsable del «póker de antonio calvo».
    un abrazo
    luis othoniel

    Ya que he recibido muchísimos mensajes críticos por mis posiciones con respecto a a la situación de Antonio Calvo, sobre todo al postear el artículo de Alberto Moreiras sobre el asunto, reitero mi posición, una vez más. Moreiras, definitivamente no sabe de lo que habla (él lo admite), Antonio no era un mártir, sino una persona, de hecho, bastante problemática, que probablemente no hubiera sobrevivido este mismo proceso de evaluación en ninguna otra universidad. Ahora bien, un problema está en la forma absolutamente inhumana en que procedió la administración (no el departamento) al echarlo, suspendiéndole en medio del semestre y tratándolo como un criminal. Ese problema, es delicado, pero también me importa muy poco. El problema que realmente me importa de toda esta situación con Antonio es que debería levantar una discusión sobre la falta de instituciones (uniones, sindicatos) que protejan a los profesores sin tenure (y los lecturers, y los estudiantes graduados, y los adjuncts, y los postdocs) de la administración académica que se traga la mitad de la nómina de las universidades americanas y ejerce un poder absoluto sobre sus empleados. Princeton, por ejemplo, le prohíbe a sus empleados tener uniones. Republiqué el artículo de Moreiras, porque si bien, como dije cuando lo publiqué, está mal escrito y disparando a todas partes, es el primer profesor (junto al excelente artículo de Piglia) en nuestros departamentos que ve lo que hay de político detrás de lo particular de la situación de Antonio Calvo (todo lo demás que hay en la prensa son estupideces). Ahora, hace falta reflexiones más coherentes y más precisas, sobre la terrible precariedad de la situación laboral en la academia americana. Un comienzo es el artículo que salió hace poco en The Nation y que incluyo aquí (http://www.thenation.com/article/160410/faulty-towers-crisis-higher-education?page=full)

    Politicemos lo de Antonio. No digamos (como Moreiras) que fue un mártir, porque no lo fue (él mismo no podía entender lo profundamente política que era su situación). Era un tipo problemático y no era una lumbrera académica, pero también fue una víctima como lo somos todos los que no tenemos ninguna seguridad de empleo y no estamos sindicalizados, y permanecemos a la merced de una administración académica que nada sabe de lo que es la búsqueda del conocimiento (los decanos fueron los estudiantes graduados que no sabían ni enseñar ni investigar). En ese sentido, podemos decir, que esta inseguridad laboral (que la estamos viviendo todos en la academia) produce ansiedades (somos todos testigos) y afecta nuestro desempeño profesional, y tal vez también fue esta situación laboral injusta la que llevó a Antonio a desempeñarse de una manera poco apropiada con varios (no uno ni dos) de sus «subordinados» que legítimamente se quejaron. En fin, que el problema no es tan fácil como Moreiras lo pinta y no es un problema individual, de un caso singular, sino un problema sistémico que requiere que nosotros, como buenos académicos, lo pensemos en la magnitud de sus diferentes y hasta contradictorias causalidades. Politicemos el problema y no lo individualicemos, pensando que Antonio era un santo y que todos lo que se opusieron a él unos demonios. Seamos académicos responsables y consideremos los problemas en su complejidad. Veamos que hay una máquina laboral que reproduce injusticias. Reformemos la máquina y dejemos de acusarnos entre nosotros con personalismos. Después de todo, Antonio murió, pero todavía somos muchos los que estamos en una situación laboral muy precaria. Y estamos vivos y nos podemos unir, y nos podemos defender.

    • Luis, te agradezco esto.  Yo

      Luis, te agradezco esto.  Yo efectivamente no sé lo que pasó en Princeton, como digo en el artículo.  Ojalá lo sepamos pronto, porque este asunto está en verdad más allá del problema de precariedad laboral que tú señalas como el que te importa a ti, o el único que te importa. Es ahora un problema del que puede pensarse con razonabilidad que ha afectado terminalmente la vida de una persona.  Es posible que no haya culpa real por parte de nadie en particular–pienso por supuesto en la administración, no en los presuntos acusadores anónimos, pues es la administración la que toma la decisión y por ello asume la responsabilidad.  Pero es posible también que no haya responsabilidad real de la administración, y ojalá eso quede establecido pronto.  Será entonces cuando, al entender que este fue un asunto de mero procedimiento, podamos efectivamente atender a las causas «políticas» o normativas que lo determinaron, y cambiar un procedimiento que, espero que estés de acuerdo, ha pasado ya a la historia de la infamia. Parece esencial ocuparse de eso, y esa es una ocupación que va mucho más allá de Princeton y nos afecta a todos–a mí, por cierto, como jefe de un departamento donde cosas como estas pueden también ocurrir si no nos preparamos para evitarlas. Yo no conocía a Antonio, más allá de un apretón de manos una vez en la cafetería de Princeton, pero quiero decir que, aunque tu testimonio sea menos generoso y más crítico que el de muchos otros que han hablado por él y de él, la cuestión de fondo no tiene nada que ver con su excelencia profesional en Princeton, sino con el procedimiento de destitución y suspensión que se usó, y los sostenidos rumores de acoso levantados por personal de Princeton, y no sólo por una o dos personas.  Eso es lo que hay que aclarar antes que nada.  Todos somos personas problemáticas, de una forma o de otra. nadie es perfecto.  Pero nuestra problematicidad no excusa el desprecio y el maltrato de otros, y menos el de nuestros compañeros.  Quien siembra vientos recoge tempestades, Luis.  Espero que eso al menos no te parezca tan mal escrito, porque es un viejo refrán bíblico.  Saludos, Alberto

      • Gracias, Alberto, por tu
        Gracias, Alberto, por tu respuesta. Claro que todos somos problemáticos. Yo me enorgullesco de serlo, aunque espero que sea obvio los puntos en los que estoy de acuerdo contigo, que son en la mayoría, aunque diferimos en saludar el suicidio del compañero. Ahora bien, hay formas individualizantes de ver los problemas (esto es un problema único, esto es un problema de princeton, esto es/fue un problema de un único ser humano) que son simplemente burguesas (muy del individuo de Locke). Claro que hay que joder a la administración, si estoy diciendo eso y poniendo mi nombre desde el primer día. Claro que hay que hacerlos responsables a los que tomaron la decisión (el c3, los decanos, etc..). Pero dejar el problema ahí, como si no hubiera un problema y una crisis terrible con la condición laboral en la academia (que precismente legaliza atrocidades), en donde tanta gente hoy sufre inseguridad laboral ante la falta de aparatos de organización que contrarresten el poder de la administración, me parece que es algo que tú no dejarias afuera de esta ecuación, porque sería dejar el gesto a medias, dejarlo en el terreno del chisme, y el personalismo y la venganza y el resentimiento y no ver que esta pendejada llama a contestar con proyectos, más complejos que el simple «hace falta una investigación». Y en cuanto a mi posición «crítica» sobre Antonio, pues yo que lo conocí muy bien y que tuve una amistad con él en los últimos años, simplemente le estoy haciendo el honor de verlo como humano, con sus desaciertos, algo que se nos suele olvidar, curiosamente, cuando la gente muere, no como un santo sin rostro. Eso dicho, que mi estilo un poco burdo y confrontativo no obnubile primero las cosas en las que estamos de acuerdo, y más importante, el hecho de que tu siempre has sido un modelo ético para mí en el desierto de la academia…
        un abrazo
        LO

        • Luis Othoniel muestra la
          Luis Othoniel muestra la arrogancia típica de los estudiantes de postgrado de Princeton de la que tanto se ha hablado en las últimas semanas. Su lenguaje es básico y burdo; sus argumentos son pobres e infundados.

          Entendemos a Antonio Calvo si los demás estudiantes con los que le tocaba lidiar eran como Luis Othoniel.

          Ahora que Othoniel va a estar haciendo un postdoc en Duke (plaza que probablemente le consiguió Nouzeilles (aka Nutella) ya que él, como se puede leer en sus mensajes, no es ninguna lumbrera académica) esperemos que logren educarlo mejor.

          Ojalá se le quite esa arrogancia de negrito fino recién llegado de Bayamón, municipalidad de la costa norte de Puerto Rico donde nació un 26 de marzo de 1985 (sí amigas y amigos, nuestro arrogante negrito fino tiene tan solo 27 años).

          Bueno, nos despedimos con una canción folklórica de la tierra de su querida Nutella:

          YO SOY EL NEGRITO FINO
          QUE SIEMPRE PASO POR ACÁ
          VENDIENDO ESCOBA Y PLUMERO
          Y NADIE ME QUIERE COMPRAR.
          LARA, LA, LA, LARA, LA, LA.

          SERÁ PORQUE SOY TAN NEGRO
          QUE A NADIE LE HE DE GUSTAR,
          SERÁ PORQUE SOY FINITO
          QUE ME PONGO COLORA’O.
          LARA, LA, LA, LARA, LA, LA.

          SEÑOR DE LA CONCURRENCIA,
          LA FIESTA YA SE ACABÓ
          MANDE LOS CHICOS A CASA
          Y EL NEGRITO SALUDÓ.
          LARA, LA, LA, LARA, LA, LA.

          • Me parece horrible que en
            Me parece horrible que en medio de un complicado debate (muy necesario por cierto, gracias a Luis y a Antonio) acerca de un problema aún más complicado y serio, esta persona insista en repetir un comentario tan lleno de racismo, celos y prejuicio, que no aporta nada y lo que busca es hacer daño.

          • YO SOY EL NEGRITO FINO
            QUE

            YO SOY EL NEGRITO FINO
            QUE SIEMPRE PASO POR ACÁ
            VENDIENDO ESCOBA Y PLUMERO
            Y NADIE ME QUIERE COMPRAR.
            LARA, LA, LA, LARA, LA, LA.
            SERÁ PORQUE SOY TAN NEGRO
            QUE A NADIE LE HE DE GUSTAR,
            SERÁ PORQUE SOY FINITO
            QUE ME PONGO COLORA’O.
            LARA, LA, LA, LARA, LA, LA.
            SEÑOR DE LA CONCURRENCIA,
            LA FIESTA YA SE ACABÓ
            MANDE LOS CHICOS A CASA
            Y EL NEGRITO SALUDÓ.
            LARA, LA, LA, LARA, LA, LA.

        • Creo que es un disparate
          Creo que es un disparate tener como coordinador de un programa de lenguas a una persona sin tenure. Estos coordinadores tienen que lidiar con muchas personalidades, manejar debates muchas veces feroces sobre metodologias, etc., y por eso son casi siempre controvertidas. Por eso: respetar su campo de investigacion y dar la posibilidad del tenure – etc.

        • «…tu siempre has sido un
          «…tu siempre has sido un modelo ético para mí en el desierto de la academia». ¿No te da vergüenza ser tan hipócrita, Luis? Aprovechas la tragedia de Antonio (y el dolor de mucha gente, que a ti no te importa) para hacerte publicidad (nada nuevo por cierto). Hablas de unidad desde el egoísmo menos pudoroso, con la arrogancia más impresionante. Llamas a la politización desde los argumentos más ingenuos. ¿Acaso no tienes otra forma de entrar en diálogo con Moreiras? ¿No te das cuenta de que hay gente que no es tan ingenua entre el «desierto de la academia» y los «buenos académicos»? Tu superioridad (gratuita) te lleva a subestimar a todos. ¿Lo crees tan ingenuo a Moreiras para ignorar tu superficialidad intelectual y humana? ¿Crees que decirle que él es un modelo ético para ti, después de lo que has escrito -y seguro seguirás escribiendo-, es un elogio? Corren rumores en los pasillos de East Pyne de que te han recomendado (ya sabemos quién) que corrijas tu enfrentamiento con Moreiras, que metiste la pata, que no te conviene… En fin… Para los que alguna vez hemos tenido la desgracia de compartir espacios intelectuales contigo, no hay nada nuevo en todo esto. Ahora que te has hecho conocido y escribes «querido Alberto», sería bueno que empieces a leerlo.

          • Hola Lucía. Qué pena que te
            Hola Lucía. Qué pena que te escondes en el anonimato para insultarme. Por qué no pones tu nombre completo? Qué pena que piensas así. Sólo te puedo decir que todo lo que has dicho demuestra que, efectivamente, no sabes nada de mí. (no hay nadie en los pasillos de East Pyne porque es verano)

  3. Luis Othoniel muestra la
    Luis Othoniel muestra la arrogancia típica de los estudiantes de postgrado de Princeton de la que tanto se ha hablado en las últimas semanas. Su lenguaje es básico y burdo; sus argumentos son pobres e infundados.

    Entendemos a Antonio Calvo si los demás estudiantes con los que le tocaba lidiar eran como Luis Othoniel.

    Ahora que Othoniel va a estar haciendo un postdoc en Duke (plaza que probablemente le consiguió Nouzeilles (aka Nutella) ya que él, como se puede leer en sus mensajes, no es ninguna lumbrera académica) esperemos que logren educarlo mejor.

    Ojalá se le quite esa arrogancia de negrito fino recién llegado de Bayamón, municipalidad de la costa norte de Puerto Rico donde nació un 26 de marzo de 1985 (sí amigas y amigos, nuestro arrogante negrito fino tiene tan solo 27 años).

    Bueno, nos despedimos con una canción folklórica de la tierra de su querida Nutella:

    YO SOY EL NEGRITO FINO
    QUE SIEMPRE PASO POR ACÁ
    VENDIENDO ESCOBA Y PLUMERO
    Y NADIE ME QUIERE COMPRAR.
    LARA, LA, LA, LARA, LA, LA.

    SERÁ PORQUE SOY TAN NEGRO
    QUE A NADIE LE HE DE GUSTAR,
    SERÁ PORQUE SOY FINITO
    QUE ME PONGO COLORA’O.
    LARA, LA, LA, LARA, LA, LA.

    SEÑOR DE LA CONCURRENCIA,
    LA FIESTA YA SE ACABÓ
    MANDE LOS CHICOS A CASA
    Y EL NEGRITO SALUDÓ.
    LARA, LA, LA, LARA, LA, LA.

    • tu entrada es racista y

      tu entrada es racista y altamente desagradable, y me gustaría que los responsables de FronteraD la eliminaran de esta cadena de comentarios.  ¿De qué color eres tú? ¿Te parece relevante para que pasemos juicio sobre tu mal gusto?  Alberto Moreiras

      • YO SOY EL NEGRITO FINO
        QUE

        YO SOY EL NEGRITO FINO
        QUE SIEMPRE PASO POR ACÁ
        VENDIENDO ESCOBA Y PLUMERO
        Y NADIE ME QUIERE COMPRAR.
        LARA, LA, LA, LARA, LA, LA.
        SERÁ PORQUE SOY TAN NEGRO
        QUE A NADIE LE HE DE GUSTAR,
        SERÁ PORQUE SOY FINITO
        QUE ME PONGO COLORA’O.
        LARA, LA, LA, LARA, LA, LA.
        SEÑOR DE LA CONCURRENCIA,
        LA FIESTA YA SE ACABÓ
        MANDE LOS CHICOS A CASA
        Y EL NEGRITO SALUDÓ.
        LARA, LA, LA, LARA, LA, LA.

  4. El catedrático Alberto
    El catedrático Alberto Moreiras ha escrito un artículo ejemplar y conmovedor donde prima una excelencia humana poco común. Puede hablar porque sabe de lo que habla. Más allá del entorno académico estamos ante una situación paradigmática que se repite en la acción humana como el eterno retorno: “el placer inconfesable en la destrucción del otro” por medio del abuso, la impunidad y la absoluta desprotección del abusado…”es lo de siempre, lo que siempre viene pasando” nos recuerda el catedrático con amargura.

    Con gran acierto trae a colación a Giorgio Agamben y su concepto de vida desnuda (nuda vida), es decir, como se llega a un estado de total de desprotección, como la vida puede ser aniquilada con impunidad, sin mayor remordimiento.

    Llamo la atención sobre aspectos fundamentales que el Sr. Moreiras explicita con el tino que sólo da la experiencia. El expatriado que apuesta todo a su vida profesional vive en una situación de vulnerabilidad que puede llegar a ser extrema, ya que su vida se reduce, malsanamente, al trabajo, perdiendo la urdimbre emocional (que dejó en casa) necesaria para todo ser humano. En este estado, los mecanismos de protección (física y emocional) se pueden ver desbordados en todos aquellos que no cuentan con el cinismo entre sus actitudes. El abandono y la soledad corroen como el ácido, de forma persistente y con una rapidez asombrosa. Uno entra en un mundo de nubes negras que no dejan ver más horizonte que el del abandono. La “pena profunda” lleva a la anulación del juicio de la persona que ante la desprotección y el abismo pierde el control de su vida conduciendo a derroteros insospechados. Con certeza absoluta sólo otros seres humanos que no pertenecen al entramado pueden ser la salvación, pero la distancia, la falta de apoyos y la más absoluta soledad suelen ser la regla. Todo el mundo ansía esa mano amiga que le saque del abismo.

    El doctor Antonio Calvo llegó a una situación de desamparo total donde las circunstancias (sean las que fueren) cerraron todas las salidas posibles. Las circunstancias que importan no son aquellas que podamos llamar “objetivas”, sino las “subjetivas”, las que vivió Antonio, que no fueron otras que las desencadenadas por la muerte social. Porque las anteriores y no otras son las importantes, son las que han llevado al desenlace fatal.

    Paulo Coelho nos recuerda que: “Nadie puede juzgar. Sólo uno sabe la dimensión de su propio sufrimiento, o de la ausencia total de sentido de su vida”. La decisión de Antonio sólo genera un enorme respeto y admiración por su persona de la que ya no cabe discernir sus aciertos y sus errores porque en ese acto final ha conseguido cerrar cualquier brecha para conseguir una anhelada plenitud de sentido.

    Mientras los demás miran para otro lado, como lo hicieron cuando pudieron ayudar a Antonio. Los que comprendemos a Antonio, aún sin conocerle, hubiéramos querido ser una mano amiga.

  5. Para Luis Othoniel: tus
    Para Luis Othoniel: tus afirmaciones sobre Calvo, de que era una persona problemática que no hubiera pasado el proceso en ninguna universidad, son cuando menos injuriosas y pura opinión, negadas no sólo por lo que me cuentan muchas personas que conocían bien a Calvo sino el hecho de que ya Princeton le había evaluado y aprobado una extensión de contrato anteriormente, y de que el departamento, tibiamente, lo «apoyó» y se trató de una decisión «desde arriba». Tu intento de hacer politiquería barata con algo tan serio me parece simplemente despreciable. No es lo mismo lo que propone Moreiras, al que además lees pésimamente, de esta tragedia como oportunidad para una reflexión general sobre las miserias que minan nuestros departamentos, que tu actitud «el muerto al hoyo y el vivo al pollo, y vamos a hacer «uniones»-sindicatos en castellano-y palante con los tambores. Moreiras no dice en ningún lado que Antonio fuera un santo, ni nadie que yo sepa lo ha dicho, y de todos modos ser santo no aparece como requisito para recibir extension de contrato en ninguna institución, ni siquiera en el Paraíso… Y por último, es patético que te atrevas en tu paupérrima prosa, que espero no represente el nivel medio de los estudiantes de Princeton, a hablar de que el artículo está «mal escrito». Mayor ejemplo de (in)docta ignorancia no había visto en mucho tiempo. El resto de los participantes en el debate excusen la violencia de mi respuesta, pero me ha hervido la sangre leyendo los comentarios de este académico de la Argamasilla.

  6. Yo también soy profesor, como
    Yo también soy profesor, como Antonio Calvo, aunque de la rama de Ciencias y doy clases de matemáticas y de informática. He registrado y dado contenido a un Portal de Internet con el nombre del profesor, http://www.AntonioCalvo.org, para darle un Homenaje, a posteriori, y su caso no desaparezca rápidamente y nadie se acuerde de él de aquí unos meses.
    Yo no lo conocí y mi punto de vista es totalmente sin pruebas e intentando reproducir qué es lo que verdaderamente pasó de una manera parecida a la reconstrucción de los accidentes de tráfico… que se quieran resolver… Aquí, en España, tenemos un caso parecido con el accidente del torero José Ortega Cano y de un desconocido que, desgraciadamente murió, su nombre era el de Carlos Parra Castillo.
    Bueno, voy a entrar en el fondo del asunto y lo que quiero trasmitir: ahí va:
    Si Antonio Calvo no se hubiese suicidado desoúes de ese injusto despido… nada se hubiera sabido sobre ese despido aunque Antonio Calvo se hubiese pasado el resto de la vida contando su despido improcedente…
    ¿Por qué se habla hoy día de Antonio Calvo? Pues porque Antonio Calvo está muerto… y a los muertos es a los únicos que le da el Sistema la oportunidad (aunque de nada les sirva) de contar su injusticia…
    El SISTEMA es malvado y por su propia supervivencia actúa así, impidiendo, proporcionar justicia a los vivos y permitiendo solo el recuerdo de los muertos…
    Antonio Calvo intentó buscar, en su soledad, y durante 4 días, alguna solución… y no la encontró. NO LA HABÍA.
    Con el Código legal en mano no podemos culpabilizar a nadie… aunque todos sabemos los que le llevaron a esa posición desesperada…
    El culpable es el Sistema basado en la hipocresía y la Mentira en el que vivimos, aquí, en España y más todavía en un país tan falso y mojigato como EE.UU en el cual es mucho peor llamarle negro a un negro que matar a un negro con una pistola y decir luego que no ha tenido más remedio de matar al hombre de color y que ha sido en defensa propia…
    A mi me gustaría que se aprovechase esta ocasión, y en memoria del profesor Antonio Calvo, en PLANTAR CARA al Sistema y desmontarlo.
    Con Internet es posible. Digamos lo que pensamos y no solo lo que nos deja… SOBREVIVIR…
    Un saludo y…. JUSTICIA POR ANTONIO CALVO.
    Luis Toribio

    • hola¡ a todos los que lean
      hola¡ a todos los que lean esto, no soy persona de grandes frases entusiastas ni palabras bien sonantes, pero si soy intrepido y comprometido con lo que moralmente es justo, todo lo escrito por Luis Toribio tiene SENTIDO COMUN Y MORALMENTE JUSTO.
      Mi mas sincero pesame a la familia y atodos los que querian a Antonio Calvo.

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