El salvaje mundo digital

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“El primer hombre al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir ‘Esto es mío’ y encontró a gentes lo bastante simples como para hacerle caso, fue el verdadero fundador de la Sociedad Civil” («Discursos sobre el origen y la desigualdad entre los hombres», Rousseau) .

Los enriquecimientos súbitos más llamativos de las últimas décadas no han venido de las guerras, las grandes exploraciones, el comercio habilidoso o el genio industrial. Vienen del software. No hace falta poner ejemplos. Este mito contemporáneo se ve reforzado por los mimos a los desarrolladores: Las instalaciones de Google y otras empresas de Internet, con masajistas, peluqueros, restauración selecta y hasta perros disponibles para pasear rivalizan con cualquier resort de lujo.

 

Otro campo de éxito es el de las aplicaciones. Este año se espera que los ingresos totales por aplicaciones se tripliquen respecto a 2010. El número de “smartphones” crece y las apps ya han dado el salto a otras pantallas como televisión, tablets o PCs. Hace unas semanas, en el Mobile World Congress de Barcelona, pude ver como más de 10.000 entusiasmados desarrolladores se agolpaban en los simpáticos stands de Android, madrugando y empujándose para conseguir la colección completa de pins del robot.

 

Las empresas que controlan las plataformas permiten que los desarrolladores de aplicaciones o “apps” se embolsen el 70% de los ingresos producidos por la aplicación. Como tantos estándares, este arreglo lo diseñó Apple, y posteriormente Nokia, Google, Facebook y otros sitios 2.0, operadores de telecomunicación, etc. Esta situación mejora la situación de los desarrolladores de videojuegos para Nintendo en los 80, que se llevaban menos del 40%. El futuro es prometedor para los desarrolladores

 

Al menos en apariencia. Sorprendentemente,  hay desarrolladores de la plataforma Android han decidido crear un sindicato. Inexplicable anacronismo. ¿De qué se queja esa gente? De desatención, de poca transparencia, de arbitrariedad, de contratos abusivos, de exigencia en participar en otros negocios, de malas herramientas para el desarrollo, de mala gestión, de favoritismos… Vamos, se quejan de que las plataformas son una especie de cortijo digital.

 

Los mundos digitales son novedosos y crean entornos de colaboración poco regulados. Eso, desde que el hombre es hombre, ha dado lugar a abusos. Los muchos y sustituibles son débiles ante quien tiene el poder de decisión y los recursos escasos.

 

En mi opinión, es sólo una de las consecuencias de algo que se puede llamar “sistema operativo del negocio digital”, que acaba embebiendo todos los negocios alrededor de Internet, del software o de las telecomunicaciones. Lo digital es global, fluido, interconectado, abierto, fácilmente replicable… atributos que conforman un terreno de juego novedoso y agresivo. Sobre todo cuando se enfrentan las empresas con aspiraciones de monopolio mundial.

Se me ocurren algunas ideas sueltas y poco meditadas para explicar la dureza del juego este nuevo mundo que se está formando, y que aún no hemos comprendido plenamente. Yo por lo menos, no:

 

Efecto salvaje oeste: No hay usos, la regulación no está desarrollada o no aplica en entornos internacionales. El que puede poner las reglas, las explota en un régimen feudal. El entorno es “abierto” pero no siempre «justo», como ilustra este post de Andreas Constantinou, a quien conocí recientemente.

Economía en red y ley de Metcalf. El valor de una red se incrementa en proporción al cuadrado de sus conexiones, eso hace que los nodos más poderosos tiendan a serlo cada vez más. Los negocios en Internet tienden al monopolio. Todos lo saben y la lucha entre los mayores es salvaje. Como en Los Inmortales, «sólo puede quedar uno».

Internet, hoy por hoy, evita los intermediarios (o tiende a dejar sólo uno para cada modelo de negocio). Aunque las cadenas de intermediarios no tienen buena prensa, lo cierto es que pueden funcionar de buffer o de negociadores, dulcificando las relaciones.

“Long tail economics”. En la Appstore de Apple hay cientos de miles de aplicaciones. Hay un gran premio para los líderes, pero la mayoría reciben escasas descargas. En ese sentido el mercado de desarrollo de Apps es similar al de los que se presentan a Operación Triunfo o al de los traficantes de crack. En Facebook, solo una empresa, Zynga, supone el 28% de toda la actividad, las tres siguientes, juntas, no alcanzan el 13%. El retorno medio de una aplicación es mucho menor que el coste de producirla. Hay mucho esfuerzo inútil, que, como decía Ortega y Gasset, conduce a la melancolía.

No empatía. Se dice que la guerra moderna ha aumentado en brutalidad gracias a la tecnología, que ha puesto distancia psicológica con la humanidad del enemigo. El operador de un misil no confraterniza con el enemigo. De igual modo, en el mundo digital no se ven los efectos directos de las acciones. Los afectados pueden ser competidores directos o indirectos, por ejemplo, los publicistas que se pusieron en huelga de hambre contra Google en China.

Allanar el terreno alrededor de uno mismo. Si hay que resumir la Historia del mundo en cuatro palabras, éstas serían “lucha por el control”. Internet no va a ser una excepción. Cuando es tan fácil que el negocio se deslice de un punto a otro de la red, los sitios tratan de aumentar su “pegajosidad”, lo que en sí no es malo, pero también intentan “destruir el posible control del enemigo”, haciendo su oferta menos atractiva (por ejemplo, regalando lo mismo). Mucho de lo “gratis” de Internet se debe precisamente al intento de hacer monopolio lo propio y “comoditizar” el resto. Google no es un “benefactor”, sino un desvalorizador de todo lo que pueda hacer sombra a su monopolio de búsqueda, sea un navegador, un sistema operativo móvil o cualquier servicio que compita con la atención de sus usuarios. La guerra es total y de tierra quemada.Y como dice el proverbio africano: «Cuando los elefantes luchan, es la hierba la que sufre»: los pequeños también sufren.

 

Este es el entorno de la competencia digital, y hoy por hoy, no tiene indicios de ir a menos sino a más. Puede incluso pensarse que es: inevitable, creciente en intensidad y proclive a extenderse a otros sectores de actividad. Cada negocio no digital tiene una bala digital con su nombre grabado. Al fin y al cabo, la innovación del software supera a la innovación tradicional de muchas industrias, y las expone a Internet: la información se embebe, el modelo se expande.