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Mientras tantoEl segundo momento populista del PSOE

El segundo momento populista del PSOE


El PSOE ha engrasado su maquinaria con vistas al cargado calendario electoral del próximo año, cuando se celebrarán comicios locales, autonómicos y generales. Y la estrategia escogida es la reproducción de la campaña que llevó a Pedro Sánchez a la secretaría general del partido por segunda y definitiva ocasión y, de ahí, a la presidencia del Gobierno.

Uno de los hitos del renacer cual Ave Fénix de Sánchez fue la entrevista que concedió a Jordi Évole en el programa Salvados en 2016 y de la que perviven entrecomillados que ahora regresan, como los que apuntan a la existencia de «poderes» empresariales, financieros y mediáticos contrarios a la génesis de un Gobierno de progreso entonces y tan opuestos ahora a las medidas que está adoptando el Ejecutivo de coalición que desearían que éste se desintegrara.

En su primer momento populista, el ahora presidente del Gobierno fue un candidato a la secretaría general del PSOE contra los poderes, contra el ‘establishment’, incluso contra el de su propio partido. En su segundo momento populista, tenemos no sólo a un Pedro Sánchez contra los poderes, sino también a un PSOE contra los poderosos, porque ahora Pedro Sánchez es secretario general y líder sin discusión del partido.

Se trata de un PSOE cuyo liderazgo renovado insiste en que no se va a equivocar de bando en su gestión y en que frente a los intereses del 5% de la población, los ricos, los empresarios y los consejos de administración de los grandes conglomerados bancarios y energéticos, va a estar con «la mayoría social» compuesta por «las clases medias y trabajadoras». Es un clásico «el pueblo contra las élites»; o la contraposición entre los defensores del pueblo (que es en lo que se erigen los socialistas en su estrategia) frente a quienes protegen los intereses y los privilegios de las élites (las derechas). Dentro de este pueblo socialista se hace un hincapié especial en ese constructo que es la imagen de una aseada clase media, de urbanización, nuevo barrio residencial, estudios superiores, o la aspiracional para sí misma o para sus hijos.

El discurso de Pedro Sánchez ante Jordi Évole, toda su campaña hacia las primarias socialistas de mediados de la década pasada, pero también sus acciones previas en su primera etapa en la secretaría general del PSOE y que fueron las que le llevaron a su defenestración –no sólo el «no es no» a Mariano Rajoy, sino el avanzadísmo programa económico que elaboró Manuel Escudero o la recuperación de figuras del guerrismo o de Izquierda Socialista– representaron una reacción a la emergencia de Podemos, que conectó muy potentemente con bases socialistas haciendo uso de la estrategia populista (el pueblo contra las élites, de las que también el PSOE era parte) de sus inicios.

Hacer las cosas como las hacía Sánchez en ese momento, que se rebelaba con su actuación incluso contra su mentora, Susana Díaz, parecía la única manera de que el PSOE pudiera evitar su pasokización y bloquear la vía de agua que se le había abierto y que estaba engordando las aspiraciones de Podemos de convertirse en la fuerza mayoritaria de la izquierda, como ocurrió (y sigue pasando) con Syriza en Grecia.

En el PSOE de entonces existía ese resquemor, incluso el enfado: ¿Cómo era posible el nacimiento del 15-M y una canalización política con tanta fuerza, con tanta potencia hacia el nuevo partido? ¿Cómo tuvo lugar ese error de cálculo del riesgo que suponía ese movimiento social, surgido en el caldo de cultivo de la gestión socialista de la crisis financiera y de la crisis de deuda? ¿No era posible contraatacar construyendo un liderazgo, un relato (acordémonos del uso de este término) de líder rebelde, contra las élites y los poderes (a los que por otra parte pocas veces el PSOE había contestado) y también contra la propia nomenklatura del partido? Pedro Sánchez y su círculo apostaron por esta estrategia. Y ganaron.

Lo que ocurrió en 2016 fue una reacción del PSOE (o de una facción del partido) a una fuerza desafiante. La diferencia es que ahora los socialistas han querido adelantarse. Ante la amenaza de una crisis económica, ante el riesgo de que su socio de coalición le saque los colores explicando que las medidas más ambiciosas, más populares y más exitosas que ha aprobado el Gobierno no habrían sido posibles sin su participación y sin su empuje, los socialistas han tomado la delantera, inclinando su mensaje a la izquierda, reproduciendo al Pedro Sánchez más contestatario, más ‘podemizado’ y más populista. La imitación no sólo al Sánchez de 2016, sino también al primer Podemos es tal que el rosario de actos públicos que ha diseñado el PSOE de aquí a fin de año tiene como hilo conductor el lema «El Gobierno de la gente».

Si en Yolanda Díaz y en su proyecto Sumar se empezaban a escuchar los ecos del partido-movimiento que surgió a partir del 15-M; si Díaz parecía conectar más con Íñigo Errejón (alma del primer Podemos y más partidario de la estrategia basada en la apelación transversal a «la gente» que en el eje izquierda-derecha) que con Pablo Iglesias (que pronto enmendó el rumbo del partido hacia una izquierda más convencional), el PSOE se ha anticipado y por la vía de los hechos trata de sabotear su discurso y su táctica.

La ventaja que tiene Pedro Sánchez es que esta estrategia ya funcionó en una ocasión, lo que le confiere autoridad para imponerla otra vez a sus cuadros. Pero la agenda que se ha autoimpuesto el líder socialista de aquí a final de año, si quiere tener verdadero éxito, no puede contradecirse con sus hechos al frente del Gobierno. Ahora no es aspirante a secretario general, es líder del partido y, además, presidente del Gobierno.

Si bien el PSOE cuenta con el viento de cola que le supone la división y el enfrentamiento que se respira en el espacio de Unidas Podemos, este último tiene ante sí la oportunidad de cosechar más éxitos a partir de sus exigencias. Unidas Podemos tiene que aprovechar el relato que el Partido Socialista está construyendo sobre sí mismo para que no se quede en un mero cambio discursivo y que se convierta en hechos, políticas. Otra cosa será ver quién sea capaz de sacar rendimiento electoral de la batería de medidas aprobadas durante toda la legislatura. Pero ahora no es momento de realizar ese tipo de cálculos, sino de velar por que la crisis que ha desatado la invasión rusa de Ucrania no desbarate la cohesión social.

La veta de la contradicción ya se está abriendo en el PSOE. Así de tempranamente. Frente a su lema del «Gobierno de la gente» y contra los poderosos, ya lo hemos visto estos días en defensa de la CEOE, frente a las críticas vertidas por Yolanda Díaz contra la patronal.

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