El último dibujo de Mafalda

2139

 

Creo recordar que fue Manuel Summers quien llamó al periódico. Estaba Quino en Madrid y había manifestado su indignación, charlando con algunos amigos, por la utilización de sus personajes con emblemas franquistas. Me encargaron ir a verle, a casa de un amigo suyo. Yo era entonces –abril de 1985– redactor de la sección de Cultura de El País. “No entiendo”, me dijo, “por qué han elegido a mis personajes, ya que está claro que Mafalda y sus amigos son demócratas y antifascistas”. Le encontré visiblemente molesto y con ganas de denunciarlo.

 

“Mi familia siempre ha sido republicana”, explicó: “Aunque no vivieron la guerra, mis padres llegaron a Argentina en 1919 y toda mi niñez está marcada por el recuerdo de lo español, siempre del lado republicano. En mi casa, los cajones estaban llenos de escarapelas de la República y la guerra civil se seguía al día. Cada ciudad que caía en manos franquistas durante la guerra era una llorera para todos”. Los padres de Joaquín Salvador Lavado Quino, que nació en Guaymallén (Mendoza) en 1932, eran originarios de Fuengirola (Málaga).

 

Aunque estaba acostumbrado, me contó, le sentaba mal la piratería de todo tipo, desde cualquier lado, “pero este es el peor por el que podía haber venido”. Recordó que había dibujado un poster en el que se veía a un policía argentino y a Mafalda mirándole; señalando la porra al lector, decía: “Ven, este es el palito de abollar ideologías”. Un servicio paralelo introdujo a Manolito, que añadía: “Ves, Mafalda, gracias a este palito podemos ir tranquilos a la escuela”.

 

Quino tuvo que salir de su país por la dictadura militar argentina y se trasladó a Italia. “Muchos amigos desaparecieron y la vida se hizo imposible”. En 1985 había regresado a medias, vivía seis meses en Milán y otros seis en Argentina. No pensaba quedarse quieto con este caso: “Tengo una persona que se ocupa de mis cosas y quiero que vaya a un abogado, aunque sé que es muy difícil pescar a esa gente”.

 

Salí de allí pitando a Argüelles, donde comprobé que en varios comercios callejeros vendían el dibujo de Guille con la bandera preconstitucional y de otros personajes con símbolos franquistas; no sólo de Quino, también estaba Snoopy. En la calle Goya esquina a Núñez de Balboa se instalaba un puesto permanente de parafernalia ultraderechista, donde encontré las mismas pegatinas. Según el dibujante, hasta el Ministerio de Cultura las vendías. En efecto, logré colarme en el edificio de las Siete Chimeneas y allí estaban, en un mostrador en el que se despachaba tabaco y algún material de oficina.  Era jefa de prensa Juby Bustamante –una gran profesional, fallecida hace unos meses (creo que nunca me lo perdonó)– y ministro de Cultura Javier Solana, muy aficionado a llamar a los redactores por teléfono a cualquier hora y dirigirse a ellos por su nombre propio.

 

Llamé al periódico: “Tengo la historia, está realmente indignado, y tengo las pegatinas, hasta la del Ministerio de Cultura”. No estaba el jefe de la sección aquel día, Juan Cruz, y me contestó el subjefe, Ángel Fernández-Santos, crítico, guionista, poeta y uno de los mejores periodistas que he conocido nunca: “Muy bien, pero que quien proteste sea Mafalda”. Quino me dijo que era imposible, que hacía más de diez años que no dibujaba a esos personajes y que no sabría casi cómo hacerlo. Argumenté lo que pude y al final me dijo que lo pensaría.

 

Ya en el periódico, escribí la historia. No faltaba mucho para la hora de cierre –una barrera infranqueable para la sección de Cultura, no tanto para otras– y Ángel me dijo: “Vuelve a la casa e insístele. Yo aguanto la bronca”. Cuando me vio llegar, Quino me miró sorprendido. “Esto tiene que ser cosa de Mafalda”, le dije, “y ella siempre se ha defendido sola”. Sacó unos folios e hizo tres dibujos: Mafalda con la pancarta, Libertad contestando a la “pegatina pirata” y Guille haciendo un guiño a Manuel Summers (este último no llegó a publicarse).

 

Con su pancarta de “No pasarán” Mafalda apareció en la portada de El País el 10 de abril de 1985. Ilustrando el reportaje, Libertad contesta a la “pegatina pirata”: “¿Es que a la derecha no le caen simpáticos ni sus propios personajes?” Estos dibujos, enmarcados, me han acompañado siempre en mi estudio y he querido rescatarlos ahora, que Quino acaba de recibir el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. No se cumplió el deseo que expresó a Leila Guerriero en una entrevista: que se lo entregara Leonor, “la princesita de Asturias”.

 

Aunque soy incondicional de Mafalda –pero no un coleccionista furibundo de datos y anécdotas–, desconozco si Quino volvió a dibujar alguna aventura más de la pandilla. Si en efecto este grito antifascista es la última expresión de Mafalda, es un final a la altura de tan gran personaje.