En el camino

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En el Kilómetro 180, más o menos, de la A-6 dirección Madrid, hay un oasis en la estepa física y emocional de la vuelta de las vacaciones con gasolina, cesped, aparcamiento sombreado y dos o tres sitios agradables para comer por el camino.

 

 

Yo enseguida pensé en mi prima B, que tiene un compañero de vida y de viaje (valga la redundancia), que entiende el camino como destino. Esto que narrado es muy poético, en la práctica se traduce en dos días de vacaciones en algún lugar de paso. Este es el paraíso de P, me dije.

 

Me dispuse a engullir un bocadillo rápido de pie en la barra y, como siempre, dediqué unos segundos de forma casi automática a analizar si chicas y chicos estábamos cada uno en nuestro lugar o había alguna novedad esperanzadora.

 

Como ya tengo bastante experiencia en estas lides, me bastó una ojeada rápida para comprobar que todo estaba en su lugar: 90 % de los hombres pide en la barra, 80 % de los hombres conducía el coche familiar, 100 % de las mujeres miraba con curiosidad en la tienda anexa de «productos típicos», 100 % de los niños menores de 3 o 4 años eran acompañados por sus madres al lavabo y/o alimentados con desidia, juegos o desesperación por éstas. Todo en orden, pensé.

 

A esta actitud se la conoce en el mundillo del feminismo como «gafas de género», una se las pone y se corrige la miopía con la que naturalizamos el reparto de tareas por sexo y de paso ponemos a cada cual en su lugar y a cada persona en su sitio.

 

Pedí un pincho y un café. Detrás de la barra había tres chicas jóvenes, especialmente rápidas, o quizá mi verano en Lanzarote me ha hecho plantearme otros ritmos que el de las grandes ciudades. De repente, un hombre algo mayor que las camareras, se acercó a la barra, bastante concurrida por cierto, y en un tono desenvuelto que a mí me pareció inocente y confiado le dijo a la que parecía la jefa: «Por favor, rubia, dame un vaso de agua, que acabo de comer». Entonces, para mi sorpresa la rubia sacó una artillería que sólo aparece cuando se está muy convencida o muy harta de determinadas cosas:

 

– Esta rubia, se llama Yolanda, encantada.- le respondió correcta pero seca mientras le ponía de forma automática el agua.
– Gracias- titubeó nuestro protagonista unos segundos- No te habrá molestado lo de rubia, ¿verdad?-le faltó añadir algo así como «era en tono cariñoso, muñeca» o «era broma, nena». Pero la contundencia y seguridad de la respuesta de ella le dejó claramente fuera de juego.
-Soy de bote ¿sabes? Y me repatea.- Imposible ser mas directa.

 

Yo durante estos breves instantes dejé de masticar mi pincho de tortilla y se me quedó cara de ganas de aplaudir a mi heroína espontánea.

 

Salí sonriendo hacia el coche con ganas de quedarme un rato más en aquel lugar de paso. Quizá tiene razón P.: No hay que desdeñar el camino.

Pilar Pardo Rubio. Estudió Derecho en la Carlos III y continuó con la Sociología en la UCM, compaginando en la actualidad su trabajo de asesora jurídica en la Consejería de Educación y la investigación y formación en estudios de Género. Desde el 2006 colabora con el Máster Oficial de Igualdad de Género de la Universidad Complutense de Madrid que dirigen las profesoras Fátima Arranz y Cecilia Castaño. Ha participado en varias investigaciones de género, entre las que destacan la elaboración del Reglamento para la integración de la igualdad de género en el Poder Judicial de República Dominicana (2009), Políticas de Igualdad. Género y Ciencia. Un largo encuentro, publicada por el Instituto de la Mujer (2007), y La igualdad de género en las políticas audiovisuales, dentro del I+D: La Igualdad de Género en la ficción audiovisual: trayectorias y actividad de los/las profesionales de la televisión y el cine español, que ha publicado Cátedra, con el título "Cine y Género". (2009). La publicación ha recibido el Premio Ángeles Durán, por la Universidad Autónoma de Madrid y el Premio Muñoz Suay por la Academia de Cine.   La mirada cotidiana que dirigimos cada día al mundo en que vivimos es ciega a la las desigualdades que, sutiles o explícitas, perpetúan las relaciones entre hombres y mujeres; visibilizar los antiguos y nuevos mecanismos, que siguen haciendo del sexo una cuestión de jerarquía y no de diferencia, es el hilo conductor de "Entre Espejos". En sus líneas, a través del análisis de situaciones y vivencias cotidianas y extraordinarias, se ponen bajo sospecha los mandatos sociales que, directa o indirectamente, siguen subordinando a las mujeres e impidiendo que tomen decisiones, individuales y colectivas, críticas y libres, que siguen autorizando la violencia real y simbólica contra ellas, que siguen excluyendo sus intereses y necesidades de las agendas públicas, que siguen silenciando sus logros pasados y presentes, que, en definitiva, las siguen discriminando por razón de su sexo y hacen nuestra sociedad menos civilizada, a sus habitantes más pobres e infelices, y a nuestros sistemas políticos y sociales menos democráticos y justos.