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Enigma


 

Uno se pasa la vida tratando de mostrar pertinencia en todo caso. Yo soy algo y la pertinencia, a pesar de su sonoridad noble, en realidad es un engorro. Una tarea farragosa. Yo nunca sé, por más que me esfuerzo, qué es pertinente y qué no lo es. La pertinencia es una cualidad superior y yo un enfermo o un loco o un soberbio por pretender poseerla. Yo me creo Alan Turing intentando desentrañar el cifrado de Enigma, que es como llamo yo a la pertinencia. A veces me sorprendo dando lecciones de pertinencia en la intimidad, como quien sueña que ha ganado un Óscar y ensaya un discurso y unas lágrimas frente a la pared de su cuarto. Yo nunca he querido ganar un Óscar pero sí hubo una época en la que me hubiera gustado subirme a una grúa para cantar Sunday Bloody Sunday. Cuando me quedaba sólo en casa a principios de los noventa, solía ponerme el concierto, por ejemplo, de las Red Rocks a todo volumen, coger el mando del televisor a modo de micrófono y subirme al respaldo del sofá en pijama haciendo sinuosos movimientos pélvicos. Yo era el mismísimo Bono y nadie podrá jamás convencerme de lo contrario, pero ¡ay!, la pertinencia es otra cosa. La pertinencia es un talento que sólo pueden mostrar los grandes hombres (y las grandes mujeres) y yo no soy uno de ellos. Yo soy un esclavo de la pertinencia y creo que moriré como un expedicionario. Yo seré un centauro del desierto, un buscador, que nunca conseguirá rescatar a su sobrina de los comanches. Me iré haciendo cada vez más huraño y taciturno; sentiré odio por mis semejantes, un odio creciente e inacabable; abandonaré la cortesía y las formas y adoptaré el desaliño y la excentricidad como modo de vida y de defensa ante ella, que se levantará ante mí como un muro insalvable, una compañera de viaje a la que al final renunciaré a dirigirme, una carga que le va dejando a uno cada vez más encorvado, más pequeño, resistente pero claudicante poco a poco ante la esquiva pertinencia. Qué envidia de los políticos en los que todo siempre es pertinente. Ellos rezuman pertinencia. Bendita virtud por la que uno, sin duda un elegido, puede llamarle al miembro miembra. Qué pertinencia sublime la de Snchz: Pdr I, el Pertinente, en esta hora suya e histórica de la verdad, o la de la alcaldesa Carmena, censura la llaman algunos. Bárbaros, excéntricos, impertinentes esos periodistas que osan preguntar a Rita, joven musa (otro enigma) de la pertinencia.

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