
Recuerdo que cuando leí (realmente hojeé) Las Flores del Mal, lo que salio de mí fue un deseo estético. Quise dejarme crecer el pelo y también un bigotito decimonónico, llevar largos fulares y hasta sombrero. Todo, naturalmente, figurado. Por aquel entonces había leído Las Ninfas, de Umbral, y entonces aquello ejercía una presión aún mayor sobre mi voluble y esponjoso carácter. Cómo podría yo ser Baudelaire acudiendo cada día a la Universidad para estudiar Derecho era un misterio imposible de resolver. Yo no estaba dispuesto, en realidad, a saltarme ninguna convención. Sólo lo hacía en la intimidad porque el miedo al ridículo era más fuerte en mí que el simbolismo. Yo era epatante en el cuerpo de un joven burgués, o algo parecido a él. Un romántico en la sombra. Yo defendía en público al ministerial y en la soledad de mi cuarto le recitaba las Flores incluso con una peluca imaginaria. Esa fiebre pop se me pasó como tantas otras. Ya casi era un burgués, o algo parecido, no sólo en las formas sino también en el pensamiento, una suerte de Juan Valera (entiéndase la vergonzante comparación) que comprendía al poeta francés pero no lo compartía, cuando la nueva política nos ha traído a Colau, por ejemplo, que pasa de los cuarenta y cree ser una romántica por fuera como yo creía serlo por dentro a los veinte. Lo mejor es que quien se queda patidifusa (épater le bourgeois: despatarrar al burgués) es ella cuando va Azúa y la pone a servir pescado. ¿Quiénes son esos románticos que se escandalizan, que se asombran? No imagino a Baudelaire gestionando un ayuntamiento, pero de hacerlo menos aún se le hubiese visto escandalizarse cuando un romántico simbolista, uno de verdad, le hubiese echado unas flores. Claro que, ¿quién le podría regalar flores a Ada, entre otras razones más particulares, sin arriesgarse con ello a ser tachado de machista? Creo que he encontrado la forma de volver a ser romántico frente al progre epatante que es el nuevo burgués. Yo pienso que no se han dado cuenta, porque, ¿quién se vería a sí mismo como un hortera, como llamaba Unamuno al burgués? Vuelvo a ser un romántico, pero ya no quiero ser Baudelaire sino Azúa para jugar, aunque sea en la intimidad, a despatarrar al progre.