– Hijo, ¿tomas el sol en tanga?
– Por supuesto que no, madre, ya sabe que lo único que tomo es un sol y sombra de buena mañana.
No se me ocurrió nada mejor, pero cómo explicar unas fotos en las que llevo puesto un bañador tres tallas más pequeño.
Y es que estamos acostumbrados a que nos pierdan las maletas y tirar unos días de vacaciones con lo puesto, sin embargo, este no fue mi caso.
Empezaba las vacaciones agotado después de 14 horas de vuelo y pensé que lo mejor para estirar las piernas era hacer un poco de cinta, es decir, esperar como un pasmarote a que apareciera mi maleta. Lo cierto es que la gente espera a que salgan sus bultos con la misma emoción y felicidad con la que recogen a sus hijos a la salida del cole: «¡Esa es la mía! La de los lazos amarillos», o «Hay que ver lo que pesas» y el clásico «Voy a llamar a papá y que nos venga a buscar».
A la tercera vuelta identifiqué mi maleta, así que después de hacerme un hueco en primera línea, tiré con fuerza del asa y me fui a por un taxi. Y al darle la vuelta para meterla en el maletero vi una pegatina de Bob Esponja en todo el centro.
Estaba cargando con un equipaje que no era el mío, pero no pensé en devolverlo, había que probar suerte. Como las bolsas de cotillón, que nunca sabes lo que hay dentro, pero malo será que no te toque una chuminada para entretenerte.
Directos al hotel, o eso creía yo, pero el taxista había creado una nueva fórmula para el espacio-tiempo-dinero: el movimiento reptilíneo y uniformemente desacelerado. La verdad es que no me importó la demora pensando en los tesoros que contendría la maleta con el sonriente Bob Esponja: colonia no, perfume; ropa de marca; un Ipad,… Porque la pegatina era el toque definitivo, sólo una persona inteligente y simpática haría un guiño así en su maleta al gamberro que lleva dentro.
Clamp, clamp. Arriba la tapa.
Lo primero que pensé es que el dueño tenía que ser un traficante y la mandanga iba escondida dentro del Kung Fu Panda, el Transformer y el Mr. Potato que saltaron a presión de la maleta.
Pero no, la realidad era que le había pegado el cambiazo a un niño de 6 años. Joder, más que un mal sueño, parecía una mala colada. Toda la ropa era de colorines estridentes y 3 tallas más pequeña.
Intenté tranquilizarme, respirar hondo y pensar en algunos mandalas… ¡mandala todo a tomar por culo!
Después de vaciar la maleta entera puedo decir que le hice una favor al chaval evitándole el cuadernillo de vacaciones Santillana, la música melodiosa de Cantajuegos y un protector solar con el que se podrían modelar figuritas de escayola.
Yo pensaba que lo peor sería la vuelta y pasar por el control de rayos x con el equipaje de un niño y una camiseta estilo «Estuve en Punta Cana y me acordé de ti», pero más me intrigaba qué cara habían puesto los padres del crío al entrar en la habitación y ver al chaval embadurnado en Brummel 125 ml. y 40 condones flotando por toda la estancia.