Mis queridos lectores y amigos. A estas alturas de la película ya todos sabéis que el Zar es un tío. ¡Faltaría más! Pero hoy no escribe el Zar, no. Hoy escribe estas maravillosas líneas una chica inteligente, ávida lectora de historias profundas, enamorada de la vida y del amor, y una apasionada del sexo. Y lo más importante: está buenísima. He estado varios meses persiguiéndola y animándola para que se lanzara a contarnos una de las experiencias más tórridas y morbosas que ha vivido en su corta y un tanto nómada vida. Tengo que reconocerlo, la admiro, la deseo y, después de leerlo, me han entrado unas ganas horrorosas de partirle las piernas al sujeto este gordo y calvo. Pero qué le vamos a hacer, así es la vida. Ahí va eso, sin cortar ni añadir una coma, para que la disfrutéis todos y todas.
Tenía casi 30 años más que yo. Él estaba trabajando, yo también. De otra forma nunca nos hubiésemos encontrado. Antes que con su flamante polla, primero me atacó con su desafiante mirada. Invadía mi espacio de una forma evidente y agresiva por mucho que yo respondiera a sus sonrisas con un gesto de inequívoco asco. Pero me sorprendía a mí misma comprobando, una y otra vez, que aquel extraño continuaba allí. Cada vez lo observaba un poco más: alto, de porte aristocrático, una buena barriga cuidada a base de whiskies. Lo más atractivo era su cara, unos surcos como ríos la cruzaban desde la poderosa calva hasta el cuello. Los ojos verdes eran duros y directos. No había nada tierno en aquel rostro, no tenía la menor intención de agradar.
Antes de que pudiera darme cuenta se plantó ante mí. Levanté los ojos del café sin saber aún muy bien cómo reaccionar. Me dijo que le gustaba, sin más, antes incluso de presentarse. Tendió su tarjeta y un número de teléfono. Él me conocía mejor de lo que yo me conocía a mí misma. Noté las bragas humedecidas y me di por follada.
Horas después llamaba a la puerta de su habitación. Me sentó sobre sus rodillas, me dio a beber de su cognac para relajarme, quizá porque yo solo era una nerviosa jovencita con cara de no ser tan puta. Agarró mi cintura y me llevó contra su boca caliente. Los besos no duraron mucho, quería lamerme las tetas cuanto antes. Bajó los tirantes del vestido negro, desabrochó un par de botones, se deshizo del sujetador y dejó mis pezones al aire. Me recosté sobre sus rodillas y su cabeza se hundió en mis pequeños senos. Lamió ávidamente el derecho mientras pellizcaba con su gran mano el pezón izquierdo. Luego pasó al izquierdo, chupándolo hasta que el coño se me mojó por completo.
Vi su sonrisa al sumergir su mano entre mis piernas. Quería que me hiciera sufrir un poco más. Se levantó, me quitó el vestido, me bajó las bragas, y me acomodó en el amplio sofá, abriendo mis piernas y situándose entre ellas. Empezó besándome los pies, las rodillas, subiendo poco a poco, sin que pareciera que iba a alcanzar nunca el coño. Me tumbé un poco más, quería sentir su lengua ígnea en las profundidades de mi raja. Besaba las ingles, se aproximaba, un lengüetazo rápido en los labios rosados y enardecidos, se alejaba. Se detuvo nuevamente mordisqueando mis muslos, otro fugaz lametón en el clítoris. Estaba muy cachonda, necesitaba un poco de polla, pero aún me hizo esperar.
Al fin mimó mi coñito encharcado. Lo lamió dulcemente, de arriba abajo, de abajo a arriba, se metió el clítoris en la boca y jugó con él. Le supliqué que introdujera un par de dedos dentro de mí mientras me devoraba el coño. Metió y sacó los dedos, me lo dio a probar, me folló con su lengua, chupando el clítoris con avidez. Me bajó del sofá y me puso a cuatro patas. Vinieron los azotes hasta que las nalgas enrojecieron, luego exploró, con lengua conquistadora, ese agujero fruncido y oscuro del poeta… Se tumbó sobre el suelo, me senté en cuclillas sobre su cara y aterricé con todo el coño sobre su boca.
El viejo sí sabía lo que le gustaba a una chica… Me excitaba enormemente ver su cara mojada con todo el flujo vaginal. Me agarraba por el culo con las dos manos mientras no dejaba de mover su maravillosa lengua. Cuando iba a correrme inyectó su dedo lascivo en mi culo y lo movió en círculos. La lengua seguía trabajando con el clítoris. Tenía el coño a punto de incendiarse. Retorcía las caderas de placer, me acariciaba los pezones duros, la sacudida bestial estaba a punto de llegar. Me corrí jadeando como una perra, él no soltó mi culo, continuó dándome golpecitos con la lengua en el clítoris. El coño me seguía vibrando, me corrí una segunda vez de forma intensa y me separé bruscamente retorciéndome como una serpiente. Todo mi cuerpo temblaba.
Llevé un dedo al coño empapado y lo chupé. La prueba tangible de la felicidad en tierras húmedas, tan lejos del cielo. Me condujo a la cama y me tendió sobre las sábanas. Separé las piernas deseando que me jodiese con su polla y sus huevos peludos bien adentro. Pero él me dio la vuelta, me agarró por el pelo y empujó su rabo bien duro contra el culo. Mi coño, poco afecto a la soledad, se abrió de inmediato recibiendo con honores aquella magnífica verga. Gruñía a mis espaldas, follándome como un animal salvaje se folla a su presa. Cuando ya imaginaba el licor de su amor fluyendo río adentro, me incorporó y colocó la erecta polla junto a mi boca. Saqué la lengua y no tardó en derramar un buen chorro de leche espesa. Me lo tragué todo. Como una niña buena.