Escribir es convertirse en otro

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En su novela El mal de Montano, Vila-Matas dice: “Hay coincidencias y casualidades con las que te mueres de risa y hay coincidencias y casualidades con las que te mueres”. Vila-Matas la extrajo la cita de un prólogo de Justo Navarro, quien la escribió para El cuaderno rojo, un libro de Paul Auster.

Cuenta Enrique Vila-Matas que muchas veces a hecho pasar por suya la cita de Justo Navarro. Es una constumbre del señor Enrique, tomar frases prestadas para sus novelas y ensayos. Las presta, las modifica, o simplemente las toma y las firma a modo personal, es decir las roba con descaro. Dice que sus «préstamos» no le preocupan porque así está hecha su literatura, leyendo a los demás «hasta volverlos otros». La conferencia se llama Intertexualidad y metaliteratura, una alocución en Monterrey, donde además dice que la suya es una «literatura de investigación» y no metaliteratura, además porque según dice «la metaliteratura no existe» y en cambio es un invento de los académicos.

El prólogo de Justo Navarro se llama El cazador de coincidencias, y aparte de la cita que Vila-Matas extrajo tiene otra que dice: «Al escribir de ti mismo, empiezas a verte como si fueras otro, te tratas como si fueras otro: te alejas de ti mismo conforme te acercas a ti mismo».

Lo que describe Justo Navarro matiza mi Diario de Barcelona cuando comencé a ser otro y empecé a vivir en una novela, cuando tuve un doble: yo estaba sentado en un palco de teatro y en las tablas actuaba otro: yo mismo. Algo similar sucedió cuando vi en unas fotos de Envigado, el tranquilo pueblo antioqueño, al escritor MartínLimón.

Justo Navarro lo expresa así: «Y, cuanto más te acercas a las cosas para escribirlas mejor, para traducirlas mejor a tu propia lengua, para entenderlas mejor, cuanto más te acercas a las cosas, parece que te alejas más de las cosas, más se te escapan las cosas. Entonces te agarras a lo que tienes más cerca: hablas de ti mismo… Ser escritor es convertirse en otro. Ser escritor es convertirse en un extraño, en un extranjero: tienes que empezar a traducirte a ti mismo. Escribir es un caso de impersonation, de suplantación de personalidad: escribir es hacerse pasar por otro».

Hilando esta idea con el ensayo de Pessoa sobre el provincianismo, hay una parte que dice lo siguiente: “Es en la incapacidad de ironía que reside el trazo más profundo del provincianismo mental.” Y entonces Pessoa recuerda que la ironía no es “decir chistes, como se cree en los cafés y en las redacciones, sino el decir una cosa para decir lo contrario”. Pero lo importante, para lo que veníamos comentando sobre “escribir es hacerse pasar por otro», está en lo que viene.

Dice Pessoa que para la realización de la ironía se necesita “eso que los ingleses llaman detachment (el poder de alejarse de uno mismo, de dividirse en dos, producto de ese “desarrollo de la amplitud de consciencia”, en que, según el historiador alemán Lamprecht ―continúa Pessoa―, reside la esencia de la civilización). Su realización exige, en otras palabras, no ser provinciano.”

“El poder de alejarse de uno mismo” dice Pessoa y “convertirse en un extraño”, dice Justo Navarro.

Ahora, un escenario se recrea cuando el escritor se convierte en otro, o en otros, como Pessoa y sus heterónimos. Otra recreación sucede cuando es uno de los personajes ficcionales quien se vuelve otro, cuando no es el escritor quien se desdobla sino el personaje de ficción. Por ejemplo cuando el personaje ficticio construye al escritor.

Recordé ese pasaje en el que Bernardo Soares, en El libro del desasosiego, recuerda que tuvo pesadillas con Fernando Pessoa. El personaje de ficción construyendo al autor real.

En este escenario, ya no es el autor idealizando una ficción, es la ficción idealizando al escritor.

Algo simular le sucedió a Pia Nicoletta cuando le escribió a su autor, es decir cuando me escribió lo siguiente: «…me gustas más cuando te sueño. Entonces hago de ti lo que quiero.” Y yo me quedé pensando de dónde habría sacado semejante cursilada, que además se notaba había extraído de alguna parte. Pia Nocoletta me acordaba a Vila-Matas, robando frases y apropiándoselas.

Era un clásico ese tema: un personaje de ficción que le escribe a su creador.

Y volví a leer otra dedicación de Pia que alguna vez me dejó una servilleta. En el apunte me dijo: “Sueño que en realidad te vuelves y te traigo al despertar a mi mundo real”.

Pia Nicoletta diciéndome esas cosas. Yo estaba muy extrañado. Ella era mi creación, mi personaje de ficción y me estaba diciendo en una servilleta, escrita por ella misma con esa letra suya, que quería dejar de soñar y llevarme a su mundo real.

Una noche Pia Nicoletta me pidió que la acompañara a las mansiones cercanas de El parque Güell. Le pregunté por qué quería ir por allá y no me contestó. Noté que su bolso estaba más grande, como si llevara algo pesado que además yo nunca le había visto porque ella siempre andaba por bolsitos pequeños y livianos.

Dejamos el carro a un lado de la Carrer de Larrad, agarró su bolso pesado.

Así caminamos tres cuadras. Luego, por una calle solitaria y oscura con casas enormes a lado y lado de la acera, sacó de su bolso una piedra. Carajo, piedras. Las había cargado todo el trayecto.

-Estoy mirando mi abismo -dijo.

Lanzó una contra una ventana. El vidrio estalló y pensé que sonaría una alarma pero luego del sonido de vidrios la calle quedó muerta. Yo la miraba espantado, con ganas de largarnos de allí corriendo.

-¿Ves el horizonte? -me preguntó y yo mirando para un lado y otro tratando de ver el horizonte del que hablaba ella.

-No, nada, no lo veo -dije tratando de cogerle el bolso.

-¿No ves el mar? -dijo al dejar en añicos otra ventana del primer piso.

Esta pobre mujer está loca.

Tiró dos piedras más que reventaron las ventanas de la segunda planta, con una puntería callejera infalible. Luego nos volamos a toda carrera de regreso adonde habíamos dejado el carro.

Con el pulso agilado nos sentamos y yo quería preguntarle un par de cosas.

―Cállate― gruñó.

Nunca supe por qué había cometido ese vandalismo. Por el odio que se filtró en sus ojos, supuse que era una venganza. Si hubiera acopiado el valor para hacer algo peor, y apagar su odio, sin duda lo hubiera hecho.

Nicoletta alguna vez me escribió en la libreta la siguiente frase: «…me gustas más cuando te sueño. Entonces hago de ti lo que quiero. No como ahora que, como tú ves, no hemos podido hacer nada». Más tarde supe que era de Juan Rulfo.

Ahora, después del viaje, pienso en Nicoletta y escribo en la Moleskine el verso de una canción española: “Sueño que en realidad te vuelves y te traigo al despertar a mi mundo real”.

***

Por acá la historia con Pia Nicoletta: El corazón es un animal extraño.

***

 

Las terribles consecuencias de la influencia

Devolvámonos al principio. Luego de leer a Zafón en aquellas calurosas vacaciones de 2015, luego de ese viaje de yagé, ese bebedizo amazónico que significó la prosa de Zafón, me sumergí en otras novelas: No hay bestia tan feroz, de Edwar Bunker y El corazón es un animal extraño, de MartínLimón. En esta novela, el envidioso y detestable MartínLimón escribió que sus personajes Pia Nicoletta y Julián Gómez leían en el Parque de la Ciudadela la novela El infierno está vacío, el día que se conocieron.

MartínLimón contó en varias entregas la historia de su personaje principal: Julián Gómez, más conocido en los bajos fondos como La Perra, JuliánLaPerraGómez.  LaPerra era un delincuente, un experto y fino estafador y su autor, MartínLimón, es un seudointelectual con una cultura acumulada a partir del robo de la usurpación de temas e ideas, como cualquier otro estafador, o mejor, como cualquier Perra, mejor, como cualquier tramposo y simulador, como cualquier otro escritor.

Alguna vez al escritor MartínLimón le descubrí el robo cuando leí que: «El sueño acaba con la vida del que no sabe soñar», una frase de Manuel Mejía Vallejo que MartínLimón no tuvo la cortesía de citar y la puso en boca de su personaje JuliánGómez, como si LaPerra, fuera un poeta cuando en realidad era un delincuente.

Más adelante encontré otro de sus robos, uno que me hizo a mí, un robo que dice lo siguiente: “Jugando a los policías y ladrones con los amigos del barrio ninguno quería ser policía y, en cambio, todos queríamos ser ladrones. Desde niños supimos que es preferible ser perseguido que perseguidor”.

Me sorprendí leyendo un viejo tweet que yo mismo había escrito en mi cuenta de Twitter hace años y que JuliánLaPerraGómez decía en alguna parte de la novela de MartínLimón.

Más adelante leí lo siguiente: “Usted puede saber finanzas, política, bailar, tocar piano, guitarra… Pero, si no sabe hacerse el pendejo, aún no está preparado para la vida”. Cuando por puro azar encontré estas y otras citas me dio mucha risa porque era evidente que MartínLimón había estado stalkeando mi cuenta de Twitter y ahora dejaba en boca de su personaje ideas que habían sido mías.

El caso es que MartínLimón escribió en un serial la historia de Pia Nicoletta y Julián Gómez. Una noche en el hotel de Travesera de Gracia recordé las citas que LaPerraGómez había dicho.

Durante la pasantía en la que escribí el Diario de Barcelona, donde anoté la búsqueda de Zafón, el jet lag no me dejaba dormir y para aliviarlo me iba a caminar por las calles cercanas al hotel.

Caminando, recordaba que Pia bailaba en una compañía de flamenco en Madrid. Y había que verla bailar para enamorarse. Su baile y su figura parecían inalcanzables.

Intentando cansarme en las caminatas nocturnas y para tener algo en qué pensar volvía a contarme yo mismo la historia de Pia Nicoletta. Recordé que todo lo suyo tenía que arder con un fuego rampante y voraz. Además, evitaba mostrar en público que estaba relacionada con un tipo como yo, como JuliánLaPerraGómez, un estafador, y por eso yo me sentía un héroe andando con la princesa del flamenco por Madrid, cuando fuimos a Madrid, y fuimos al Museo del Prado, a la calle de Alcalá, tomando café en alguna terraza sobre la Gran Vía, caminando por la plaza de la Cibeles, o paseando por los corredores de los jardines de Sabatini.

Ella le pasaba revista a los lugares ilustres de la ciudad, sintiéndose orgullosa de su cultura, haciendo alarde de lecturas, viajes, amistades, y Julián Gómez conociendo Madrid, acariciándole el ego, diciéndole: “¡Todo lo que sabes!”.

Nicoletta era una excelente anfitriona, no se quedaba callada nunca y para todo tenía un chiste. A Julián le encantaba cuando, en pleno ensayo con la compañía de baile, se fugaban y dejaban a los demás plantados y rabiosos. A los días volvían a los ensayos cogidos de gancho y los tipos del grupo miraban con recelo a Julián.

El comienzo de una relación siempre es lo más fácil. Después comienza a caerse la máscara, un proceso que ya no para nunca.

Julián no entendía la atracción que le generaba a Nicoletta. Creo que se enamoró de la capacidad que tenía para devolverle el asombro, para revivir la magia de su libertad y la conciencia de su clase. Pia Nicoletta necesitaba mostrarle a alguien su astucia porque gozaba enseñándome su doble vida.

Pia Nicoletta también tenía un doble, una simulación, una personalidad para sus amigos del glamur y otra para la calle y el abismo. Yo representaba para ella ese vértigo de la caída, ese horizonte, ese mar.

Además nunca censuré el fingimiento que desplegaba tanto con sus pobretones amigos como con los señoritos de etiqueta, pues, los unos como los otros, ignoraban su camaleónica manera de asumir la vida. Y a mí me encantaba su hipocresía.

La curiosidad por su cuerpo había quedado saciada y luego quedé enganchado porque le ardían las tripas del cerebro, lenguas de fuego le chispeaban a través del brillo de sus ojos, Julián hablaba así, con esas frases hechas de fuego o de miel. Supongo que a la hora de escribir la historia yo tendría que editarle a Julián esa cantidad de melcocha que destilaba su lenguaje.

 

El Diario de Barcelona continúa en La eficacia del culebrón.

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