Siempre tiene que haber una primera vez para todo y a mí me llegó el turno. El hombre que reparte octavillas de una sala de striptease cerca de mi casa se dignó por fin a entregarme uno de sus panfletos bicolor. No sé en qué había cambiado yo, pero para mí fue como volver a cumplir 18 años. Ahora sí soy mayor de edad.
Así que para celebrarlo me dirigí con unos amigos a este local de guarra americana.
Entramos en «La papaya glotona» y casi se desmaya alguno solo de repetir mentalmente el nombre. Acto seguido nuestras expectativas aumentaron en un 400% nada más entrar por la puerta y leer «Coma todo lo que quiera por solo 5’95 euros». Y en este punto sí que escuché un par de desmayos entre nuestras filas. Mientras abanicaba a uno de ellos con la manoseada octavilla caí en la cuenta de que nos habíamos metido, sin querer, en el bufet libre vegetariano de al lado.
Aún no me explico cómo nos equivocamos de establecimiento si el destino estaba marcado con una X bien grande en la puerta.
Sin tiempo que perder entramos por fin en el local de baile exótico. Nos sentimos igualitos que Cristóbal Colón cuando llegó al paraíso y sólo vio gente desnuda con taparrabos y pensó: «A ver qué coño cuento cuando llegue a casa». Ahora sí estábamos en la época del ‘destripper’ y no las películas de Pajares y Esteso.
El siguiente paso era tomar algo. Le pregunté al camarero, bueno, al ‘barraman’, que es como se les conoce en estos locales, por el precio de las copas. Carísimas todas, aunque no me extrañó, ya que ninguna bajaba de la 120.
Derechitos al espectáculo, primera fila. Ni gafas de 3D ni palomitas. Allí estábamos en un lugar de gente sórdida porque había que hablar a grito pelao con la música tan alta.
«You Can Leave Your Hat On», sonaba mientras la chica se quitaba la falda, la blusa, el sujetador y… las gafas. En lugar de agarrarse a la barra lo hizo al palo de la fregona que había quedado junto al escenario de aquel garito y cayó oportunamente de espaldas y con la boca muy abierta.
‘La hinchable’, como ahora la conocen, puso esa noche algo más que la carne en el asador. Concretamente dos dientes, una costilla, y una pierna.
Esto iba de meterle dinero a las muchachas ¿de aquí vendrían los apelativos de ‘la hucha’ o ‘la pesetilla’?
Saltó al escenario la segunda de la noche, «La guarra del Golfo». Brava y empitonada, con un par de pendones por bandera ¡y yo sin un billete! Ni siquiera del Monopoly. Lo peor de todo es que mis amigos estaban igual, así que lo mejor que pudimos hacer fue juntar unas monedas y echárselas a la stripper como si estuviéramos dando de comer a los patos.
En ese momento nos echaron por hacer el ganso. Y por si alguno se lo está preguntando, tampoco admitían tarjeta.