Un juntpelsí, en cambio, es pulcro, inmaculado como Romeva (a pesar de que yo en esa cabeza higiénica echo en falta unas antenas cósmicas), y trasciende de esta naturaleza para llegar más allá de la atmósfera...
Estaré aquí mismo
El término “desconexión” es un hallazgo por el que habría incluso que felicitar al juntpelsí. Al final el mundo sigue funcionando después del 9N, como a partir de las cero horas del año dos mil; lo cual nos puede hacer pensar que cualquier resolución de ese parlament desequilibrado es mera representación, sin consecuencias reales. Esto le vendría muy bien a don Mariano para reafirmarse. No hay mejor reafirmación que la que se produce de chiripa pues le da a uno un aire socrático. Lo de Rajoy, en realidad, es pura mayéutica (fundamentada en silencios en lugar de preguntas) por la que nosotros, el pueblo, extraemos de nosotros mismos el conocimiento.
Llegará un día en que sepamos de todo esto por los Diálogos del Platón correspondiente (que bien podría ser Soraya, su más brillante discípula), los cuales en este caso, por volumen, serían un breve librito encantador como ‘En defensa de los ociosos’, de Robert Louis Stevenson, en el que la desconexión se despacharía con un galleguismo. El catalanismo derrotado por un galleguismo, en vez de por el artículo ciento cincuenta y cinco, sería una cosa muy española, y da la impresión de que Rajoy confía más en esta mayéutica suya que en la Constitución. España no está del todo perdida a pesar de ese estatismo seco, porque éste es al menos terrenal.
La desconexión no suena a efecto de este mundo. Una desconexión es algo extraterrestre. Lo más terrícola que uno encuentra en el separatismo es la CUP con todos esos abertzales de la tierra que parecen brotados de la misma y que aún no se han deshecho, ni parecen estar por la labor, de los brotes de su cuerpo. Yo miro a David Fernández y le veo los brotes como a una patata olvidada en la despensa. Brotes de cebolla tardía, de calçot.
Un juntpelsí, en cambio, es pulcro, inmaculado como Romeva (a pesar de que yo en esa cabeza higiénica echo en falta unas antenas cósmicas), y trasciende de esta naturaleza para llegar al espacio, que es desde donde han iniciado su República. No podemos comprenderles, nosotros, pobres terrícolas. ¿Cómo podrían ser desobedientes si sus leyes son las del Universo? ¿Cómo acudir desde este planeta primitivo al ordenamiento marciano? Yo cada vez lo voy teniendo más claro. Lo que no del todo es si, una vez producida la desconexión, ¡qué hallazgo de palabra!, seguiríamos escuchando la cantilena de «Houston, Houston…», ni si podría soportar la emoción con Artur diciéndome, antes de embarcar en su nave: «Seee bueeeno».