
Llevo años preguntándome el por qué del chándal de Castro. Yo he imaginado que la razón debe de ser parecida a la que tiene ese hombre para acudir en modo deportivo los domingos al cine, a quien acompaña su mujer o su novia con tacones. La novia de Fidel debe de ser su hermano Raúl, siempre con los suyos puestos. Un día Fidel cambió el verde de la Sierra Maestra por el chándal y aquel gesto lo copió el difunto Chávez y su sucesor Maduro. No imagino a ese hombre de domingo en el cine adoptando la indumentaria por influjo del chandail de boxeador que decía ponerse Hemingway debajo de la ropa para no pasar frío en el invierno de París. A Fidel, en cambio, sí. Contó García Márquez que una vez entró en su coche y vio en el asiento un pequeño libro empastado en cuero rojo. «Es el maestro Hemingway», dijo el dictador. Quizá como no podía ponerse el chándal por debajo de la ropa, debido a las altas temperaturas cubanas, un día decidió llevarlo por fuera, a la vista, en su honor. Fidel con su chándal y su barba de chivo y su rostro anguloso de senectud se da un aire a la imagen que yo tengo de Fagin, el jefe de la banda de los niños carteristas de Oliver Twist. Aquí en España yo imagino a los podemitas, sus empleados, alumnos y admiradores, con el chándal por dentro para sentirse caribeños, calientes. Llevan el chándal por dentro y muchos cuerpos por fuera, muy juntos, para darse calor. Son la Gente, mucha Gente joven en chándal (¿serán ellos los niños carteristas?) aunque no se les vea. Lo que se les ve es hablar con esa entonación y esa postura tan características. Los podemitas hablan, como Castro y como Chávez y como Maduro, durante horas. Repiten una y otra vez las mismas cosas, en la misma jerga y con las mismas palabras y con el mismo azúcar. Ahora ya incluso ponen cruces en los nombres de los periodistas incómodos (mientras los afines, muy de Escuela todo, le restan importancia al hecho) como Porfirio Díaz marcaba el de Emiliano Zapata en la película de Kazan. «Esto es la Universidad», dijo Pablo, «…y aquí mando yo», le faltó decir, aunque lo dijo. España convertida en «Universidad» y Pablo en chándal, con añoranza de cuando la vida era un escrache, provocando el miedo en los ojos de los periodistas. Yo no sé el por qué del chándal de Castro, probablemente sea una absurda pregunta sin respuesta o puede que tenga una muy sencilla, pero me sirve para fantasear caprichosamente con que todos esos hombres con chándal en el cine (de los que juego a cuidarme) en realidad son como del KGB o de la Stasi, podemitas que libran los fines de semana (como libra Fidel desde hace un lustro) y salen a la calle los domingos (o los miércoles a la Universidad, donde les aplauden el totalitarismo) liberados y orgullosos de mostrarse por un día sin el disfraz.