Déjenme recordárselo: EUtopía fomenta que el sueño de Europa (y del mundo) como un lugar próspero vuelva al centro del debate público. En el espíritu de EUtopia merece la pena no solo soñar con un futuro mejor, sino también alimentar la esperanza de que los sueños pueden cumplirse y buscar ideas concretas sobre cómo hacerlo.
EUtopía es también una forma de comunicación que ayuda a establecer lazos. Al buscar lo que tenemos en común en lugar de lo que nos separa recuperamos el empoderamiento cívico. En el hogar donde vivimos o con nuestros vecinos, localmente pero también a nivel de un país o incluso de un continente, estaría entonces más fácil crear conjuntamente buenas políticas.
Entre la justicia y las nececidades
La filósofa húngara Ágnes Heller (1929-2019) distingue entre dos tipos de utopías sociopolíticas, la utopía de la justicia y la utopía de las necesidades. La idea de Heller me dio mucho que pensar.
Según esta distinción, los ciudadanos de un Estado justo sienten que su vida es justa tal como es. ¿Qué significa esto en términos concretos? Puedo sentirme satisfecho o no, feliz o triste, ser pobre o rico… no importa, porque lo que importa es la convicción de que las cosas son justas como son. En este tipo de sociedad, el fundamento de las relaciones humanas es la buena ley.
La utopía de las necesidades es un mundo en el que las deseos humanos están satisfechos. Todo el mundo se siente bien con lo que hace, con sus relaciones con los demás, con las condiciones de vida creadas por el Estado y las demás comunidades de las que forma parte. La justicia, o el derecho en general, permanece en un segundo plano.
Contrariamente a las apariencias, la utopía de necesidades no es una anarquía. En su marco, la justicia es simplemente un concepto superfluo, porque la base de las relaciones humanas es la empatía hacia los deseos propios y ajenos.
Territorios polacos recuperados
La filosofía de Ágnes Heller está profundamente influida por las experiencias de Europa Central durante el siglo XX. Así, los conceptos que propone giran en torno a fenómenos políticos muy concretos, incluso específicos de esta región. Por ejemplo, las fronteras de posguerra en el oeste de la actual Polonia.
Permítanse recordar: alrededor del 30 % del territorio de la Polonia contemporánea pertenecía a Alemania antes de 1939. La última vez que estas tierras formaron parte de Polonia fue a principios del siglo… XII.
Entretanto, por decisión de las potencias vencedoras de la Secunda Guerra Mundial, las fronteras de Polonia se modificaron en 1945. Se suprimieron los territorios del este y se añadieron los del norte y el oeste.
Y, aunque el término “territorios recuperados” procede de la propaganda comunista y desde entonces está algo anticuado, su mensaje acompaña a muchos polacos hasta el día de hoy. Se supone que se ha reivindicado la idea del Estado-nación y se ha hecho justicia: los territorios que una vez pertenecieron a Polonia han “vuelto a la madre patria”.
¿Dónde está la justicia aquí?
Sin embargo, lo que para algunos fue justicia histórica, para otros significó una profunda injusticia: exilio, desposesión y, a veces, incluso muerte. Al igual que de Polonia o Alemania, millones de personas también fueron expulsadas entonces de Checoslovaquia, Hungría, etcétera. Nadie se interesó por las necesidades de los habitantes de estas zonas.
Precisamente por esta misma circunstancia (entre otras razones), como parte de un continente unitario, hemos dejado de plantearnos la cuestión de quién tenía derecho a un territorio y sobre qué base. Tras décadas de cortinas de hierro y barreras en Europa, tratamos de responder a las necesidades de las personas que querían circular libremente. En la Unión Europea hemos avanzado suavizando la (in)justicia de las fronteras malhechas y, siguiendo a Heller, hacia una utopía de las necesidades.
Hoy todo el mundo puede construirse una vida asumiendo que, dentro de la UE, las fronteras son más una línea en un mapa que un obstáculo a superar. Y mientras esto siga así, por ejemplo, ningún partido en Alemania, ya sea de izquierdas o de derechas, alentará la toma de tierras de Polonia y la restauración de las fronteras anteriores a 1939.
Fronteras malhechas, mundo distópico
Edward Said también reconoció las complicaciones de las fronteras contemporáneas. Al estudiar el mundo árabe, era muy consciente de que la maldición de países como Irak, Siria o Líbano son sus fronteras. A menudo trazadas deliberadamente por potencias extranjeras para dificultar al máximo la coexistencia pacífica y el bienestar de sus habitantes, a quienes se les dejó prácticamente sin oportunidad de llegar a un Estado-nación estable y próspero.
Además, a diferencia de la UE, las fronteras de esta región distan mucho de seguir los principios de una utopía de las necesidades. Al contrario, a día de hoy siguen siendo verdaderos obstáculos tanto para los individuos como para las economías o la buena política.
Desde este punto de vista, resulta cínico tratar la exigencia de inviolabilidad de las fronteras como un pilar de las relaciones internacionales y de la justicia mundial. Los acontecimientos actuales en Oriente Medio ilustran trágicamente la espiral de violencia inherente a un mundo marcado por esta “justicia” tan distorsionada.
La filosofía de tras de las fronteras
La obra de Said y la cuestión de las fronteras pueden considerarse más ampliamente en el contexto del pensamiento de Michel Foucault. Al examinar la influencia del poder en el conocimiento, Foucault demuestra que es el poder el que delimita en gran medida el campo de lo que los ciudadanos reconocen como verdad y bien universal, y lo que pasa por falsedad, injusticia o es objeto de exclusión del discurso. En el contexto de Foucault, cabe preguntarse: ¿a quién sirve realmente la exigencia de inviolabilidad de las fronteras, a los habitantes de los territorios afectados o al poder?
Las fronteras también definen el marco de comunicación entre las personas de ambos lados. Cuanto más estrecha es la frontera, más difícil es comunicarse. Las fronteras estrechas hacen que resulte más fácil creer que nuestros valores y nuestra política son superiores. En consecuencia, es fácil pensar que solo nosotros disponemos de todas las razones y que podemos mirar por encima del hombro a quienes viven fuera de nuestras fronteras.
Hablando de razón, merece la pena recurrir al otro gran pensador, Hans-Georg Gadamer. Este destacado hermeneuta afirma que una persona que se ve a sí misma como un cartesiano “pienso, luego existo” es un lisiado social. Porque cree que con el poder de su propia razón conocerá el mundo. Se trata de un error fatal.
Según Gadamer, las opiniones de cada persona se forman en relación con el cuerpo, el lenguaje, en la conversación con otras personas y según el momento histórico en que vivimos. Esto se aplica tanto a los individuos como a los colectivos. La sensibilidad hermenéutica se forma en las interacciones con otras personas. Ayuda a reinterpretar constantemente el comportamiento del otro con la convicción de que tiene tanto derecho a sus razones como nosotros a las nuestras.
Conclusiones en el marco de la EUtopía
Cabe recordar que los Estados-nación nacieron en el siglo XIX. Desde entonces hemos sido testigos de innumerables atrocidades provocadas por estos mismos estados, incluso por sus nacionalismow, las hecatombes de las dos guerras mundiales y una serie de sangrientos conflictos regionales. Entonces, ¿los Estados-nación, es decir, estados territorialmente coherentes, cuyo ideal es una sociedad monolingüe y monocultural (una nación entendida como una etnia y no como una comunidad voluntaria de ciudadanos) sirven al bien del pueblo?
Yo creo que no. Tanto más cuanto que los procesos de delimitación de sus fronteras, que aún hoy existen, estuvieron acompañados de mucha mala fe. Si observamos Europa Central y el Mediterráneo contemporáneos desde la perspectiva de Heller y Said, está claro que por allí la “justicia” era más bien un cuento propagandístico acompañado por una plena ignorancia de las necesidades humanas.
Entonces, ¿cuál es la conclusión utópica para hoy? Sin suavizar la idea del Estado-nación (y sin tener la perspectiva de abandonarlo) y sin abrir las fronteras lo más posible, es difícil imaginar el mundo como un buen lugar. Concretamente, por ejemplo, la paz en Ucrania y, por supuesto, en Oriente Medio.
La buena frontera de Ucrania
El propio presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, anunció que cualquier cambio territorial debe ser aceptado por la mayoría de la población. Este es un paso cercano al pensamiento eutópico: aumentar el empoderamiento cívico.
Ya merece la pena prepararse para los resultados de este referéndum. Y habrá que pensar qué hacer a continuación. Porque lo que para algunos será un resultado justo, para otros supondrá un profundo sentimiento de injusticia, sacrificios hechos en vano y pesadas decepciones.
Por tanto, vale la pena no atrincherarse en el campo de la utopía de la justicia. En lugar de alimentar el dolor y la envidia de las generaciones venideras, intentemos aprovechar los recursos de la utopía de las necesidades:
Sea cual sea el contenido del futuro tratado de paz entre Ucrania y Rusia, y sea cual sea el resultado del referéndum, merece la pena trabajar en la creación de una buena frontera. Una buena frontera, es decir, que no sea un obstáculo para las personas que viven en sus proximidades, que ya están sufriendo años de guerra y constantes cambios de frente. Merece la pena intentar que esta frontera cree las mejores condiciones de vida posibles, como, por ejemplo, la frontera occidental de Polonia con Alemania en la actualidad.
¿Qué pensáis de todo esto?
En mi ciclo mensual #EUtopía: Europa como un lugar próspero, animo a volver a las buenas prácticas políticas. En lugar de aceptar fatalistamente las injusticias, construyamos una EUtopía, que en griego significa “buen lugar”. ¿Qué se puede hacer para que la frontera entre Ucrania y Rusia, sea cual sea, no se convierta en un hervidero de ira, envidia y revanchismo durante los próximos años? ¿Para que, por el contrario, cree un marco flexible para un futuro mejor para las generaciones? Escríbenos en Twitter [@fronterad] o comenta en Facebook [FronteraD en Facebook ].
Versión española del ensayo de Stanislaw (Stan) Strasburger
El primer texto de la serie se titulaba Europa como un lugar próspero: La esperanza en un futuro mejor
El segundo, Eutopía, Europa como un lugar próspero, II: El Fondo Eutopía para la Paz en la Unión Europea
El tercero, Eutopía, Europa como un lugar próspero, III: Sí a la paz