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Mientras tantoExpediente Merinero (2)

Expediente Merinero (2)

 

Así pues, me llevé Días de Guardar embutido en el bolsillo trasero de mis vaqueros y aquella misma tarde me hice merinerista. Si Bob Dylan ha dicho hace poco que recibir el Nobel de Literatura era algo que no podía ni soñar (y ya de paso ejerzo mi derecho a la pataleta: puestos a premiar a cantantes autores de sus canciones, si el Nobel no se lo dieron a Brassens, a Leo Ferré, o a The Smiths: ¿por qué sí al desabrido y genial compositor de Minnesota? ), lo mismo podría haber dicho yo entonces si me hubieran sugerido que, al cabo de algunos años, iba yo a compartir whisky (Johnnie Walker, para los amantes de los detalles) más de una tarde frente al mismísimo maestro, en su mismísima morada. (Y digo “maestro” porque así le llamaba yo: y él a mí también me trataba de “maestro”, aunque no me correspondía ni por edad ni por trayectoria: “Monosabio -protestaba yo- ¡Y voy que ardo!”. (Con el tiempo me di cuenta de que el sentido que Merinero le daba a esa palabra era más de confraternización torera que de prurito literario, así que nos tratábamos alegremente de “maestro” figurándonos en plaza llena hasta la bandera y tremolante de pañuelos blancos).

 

 

Carlos Pérez Merinero y yo en el salón de su casa


 

Pero volvamos un par de décadas (más o menos) atrás, cuando la lectura de primera de Días de Guardar: ¿Qué era aquello? ¿Qué suerte de burlón misil literario me había estallado entre los ojos? ¿De qué madre y de qué padre había sido engendrado aquel descabellado, divertidísimo, subversivo y señero relato negro-policial magníficamente escrito? Volví pronto a casa de mi amigo Carlos Duart, otrora profesor mío de Historia en 3º del antiguo BUP, que me prestó el libro, para devolvérselo y agradecerle el descubrimiento y preguntarle si tenía más: “Más de Merinero, por el amor de Dios”. Y creo que entonces me cayó encima El ángel triste (en la misma editorial Bruguera, y en el mismo formato).  

 

Comenzó la búsqueda inmediata y sistemática de las obras firmadas por Pérez Merinero. Poseedor de mi carnet de bibliotecas públicas y municipales, y, sobre todo, del de la Facultad de Filología de la UCM, la caza fue fructífera, pero la lectura de todas las novelas halladas (y un libro de poemas, Sol de atardecer que por el río te vas, del año 1972, en Amazon, segunda mano, con buena conservación, 36 pavos más gasto de envío) en poco espacio de tiempo, ha desordenado trama y títulos en mi memoria, de manera que, a veces, los confundo.

 

Pero no confundo la esencia del escritor (palabra mayor esta de “escritor”, de la que se abusa) que junto a la ventana del salón me leía con voz pausada el inicio de su último relato, que habría de ser póstumo (felizmente editado, como mucha de su obra póstuma, por su hermano David), titulado  Otro cuento de Navidad: “La noche en que todo empezó, yo miraba por la ventana”: dos rítmicos versos eneasílabos en una prosa que contiene, en “noche” y “ventana”, todas las inquietudes y expectativas del ser humano.  

 

 Mis mejores deseos de buenas lecturas para el año que entra.

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