Explicación y banalidad

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Sigo con la idea de la
banalización, esa necesidad de explicarlo todo y de que nos lo
expliquen todo que parece tan necesaria para ir hoy por el mundo. Leo
con unos días de retraso la conversación
entre Umberto Eco y Javier Marías
en el
especial número 1000 de Babelia. No sé usted -le dice Marías
a Eco-, pero yo a veces al escribir una novela me encuentro con
que tengo una idea vaga sobre qué es esta novela, aparte de la
historia misma, y algunos aspectos que no son claros para mí. Pero
una vez terminada la entiendo un poco mejor. Entonces llega la
promoción, las entrevistas, donde se espera que el autor diga: «Lo
que he querido decir es esto». Y uno se ve obligado a afirmar
algo o defender una idea que luego es tergiversada. Si no hubiera
entrevistas y cierta necesidad de banalizar, de encontrar un
eslogan…

 

Se nos explica qué vamos
a comer, cada ingrediente, su origen, qué tenemos que sentir, se nos
explica el vino, a qué huele en nariz, qué sabor nos va a dejar en
boca, qué retrogusto, todas esas cosas que dicen los enólogos y los
sommeliers en su insoportable lenguaje pretencioso, se nos segura que
un concierto nos va a deleitar, aunque sea el Cuarteto para el
fin del tiempo, de Messiaen, que vamos a disfrutar una
película aunque sean Shoah o Buried

 

Voy al estreno de un
documental y al terminar hay un coloquio para que los espectadores
puedan preguntar a la autora qué quiso decir, voy a una lectura
poética (es un decir, hace tiempo que me aburrí de las lecturas
poéticas) y cuando el autor termina el último verso se abre un
turno para que alguien le pregunte cuándo se inspira, dónde, cómo
escribe, qué quiere decir.

 

¿Es que no nos basta la
obra y necesitamos que nos la expliquen, porque estamos perdiendo tal
vez, nosotros, el público, la capacidad de representación y la
comprensión metafórica? ¿O es más bien a los artistas a quienes
ya no basta con su medio de expresión, el pincel, la cámara, la
piedra, el barro, el gesto, el movimiento, y necesitan del texto para
decir lo que quieren? ¿Qué es primero, el huevo o la gallina?

 

Vamos a una exposición y
lo primero es leer el folleto que explica, la hoja a máquina colgada
junto a la pieza, el texto sin el que no se puede entender lo que se
ve. ¿Cómo entender esa pedazo de una cómoda montada sobre una
silla y una butaca en que consiste la -casi- única pieza de Ángela
de la Cruz en su exposición en la galería de Helga de Alvear? Hemos
leído lo importante que es esa artista compatriota nuestra que vive
en Londres y de quien hasta que hace poco la nominaron al Turner
pocos habíamos oído hablar, hemos leído sobre su obra y sabemos
ahora en qué consiste, cuáles son su evolución y sus obsesiones,
podemos leer en la galería retazos de prensa y una nota que nos
explica lo que vamos a ver y con todo eso ya entender y darnos tal
vez cuenta de la importancia de lo que vemos. Pero no sé si todo eso
basta para que la experiencia de ver lo que estamos viendo sea una
experiencia en el terreno del arte. Todo es más bien texto.

 

The painted word,
la palabra hablada llamaba ya hace años Tom Wolfe al arte
contemporáneo en un libro que no gustó nada, es lógico, en el
mundo del arte. Palabra hablada sigue siendo hoy, más que nunca, eso
a que llamamos arte contemporáneo y que ya les decía
hace unos meses
no sé muy bien, qué es
y qué no es exactamente.

 

Los artistas crean y las
galerías exponen sabiendo que al lado va a estar el texto que
explica, el del propio artista, el del galerista, el del curador (me
parece que “comisario” están dejando de ser la simple traducción
del curator inglés y que nuestro “comisario” y el
“curador” latinoamericano ya no son lo mismo), el del crítico,
palabras y más palabras sine qua non, texto imprescindible no
ya para entender la obra, para comprenderla mejor, sino para que
exista, parte por tanto de la obra, algo intrínseco a ella y no una
simple explicación o complemento a posteriori.

 

(continuará…)

 

José Antonio de Ory es escritor, entre otros oficios que lo han llevado a vivir de un lado a otro del mundo: Colombia (en tres ocasiones), la India y Nueva York. Ahora en Madrid, continúa escribiendo cuando le da el tiempo sobre cultura y otras cosas de la vida en este blog, donde se permite contar, y opinar, cómo ve las cosas. Es autor de Ángeles Clandestinos. Una memoria oral del poeta Raúl Gómez Jattin (Ed. Norma, Bogotá, 2004).