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ArpaExport Assistant Manager, Berlín 2008

Export Assistant Manager, Berlín 2008

Te cuento lo que me pasó a mí. Acabé Administración y Dirección de Empresas (ADE). No quería hacerme bocadillos de números. Pero la terminé. Mis padres me obligaron, más o menos. Me decían que tenía que acabar algo. Luego haría lo que quisiera con mi vida. Decían que los pájaros de mi cabeza me iban a llevar por mal camino. Todos me hacían sentir niño. Acabé ADE y me puse a trabajar en el pueblo. Ahorré mucho y casi me caso. Trabajé cinco años y casi me caso. Pero mi novia, bueno, mi ex novia, me engañó. Me enteré del engaño a los dos años. Se acostaba con dos amigos míos. Al principio no supe qué hacer. Luego me quedé encerrado en mi casa. Mi madre me preguntaba por qué no comía. Yo le respondía que no tenía estómago. Mi padre intentaba hacerme reír y me decía que sí tenía estómago, que lo estaba viendo, cada vez más grande (por mi barriga). Lo repetíamos. Mi madre me preguntaba por qué no comía. Yo respondía que no tenía estómago. Mi padre decía que sí, que estaba viendo mi barrigota y mi papada. Así durante un mes. Luego se agotó el chiste. Veía a mi ex novia por la calle y la saludaba. No saludaba a ninguno de mis dos amigos, ex amigos. Un día que vi a mi ex le pregunté por qué me había engañado. Ella me dijo que solo fue una vez y que estaba borracha. Le dije que si me había engañado con dos amigos me había engañado dos veces. Ella dijo que, visto así, sí. Callamos. Esa tarde fui a casa de uno de los amigos con quien me engañó y metí piedras en su buzón. Luego fui a casa del otro amigo y metí más piedras, hasta llenarlo. Las piedras caían y hacían un montículo bajo el buzón. Luego me fui a casa. Ese fin de semana me emborraché y creo que besé a mi ex novia. Besé a alguien. En la discoteca del pueblo cogí mi vaso y se lo tiré a los pies a uno que me puso bajo la nariz las piedras del buzón. Como yo tenía razón, mis amigos se lo llevaron y le rompieron la camisa y se llevaron sus zapatos. Yo tenía que haberle partido el vaso entre los dientes. Esa noche me di cuenta de que el pueblo me apretaba el cuello. Me ahogaba como si tragara la arena roja de la cantera. Los ojos me palpitaban, se me salían de las órbitas. Les dije a mis padres que me iba. Ellos me dijeron que no podía dejar el trabajo: “Ya verás…”. No, ¡ya veréis vosotros! Yo les dije que podía cobrar el paro. Hablé con mi jefe y pactamos el despido, a él le daba lo mismo, era un putero, como todos los cocainómanos, y un cocainómano, como todos los puteros. ¡¡¡Puaj!!! Cobré el paro y pude irme a la ciudad. Pero la ciudad estaba muy cerca del pueblo. Pasaba por la estación de tren y me imaginaba a mi ex novia en la estación de tren del pueblo a punto de coger el tren para irse más lejos que yo. Eso me daba tanta rabia que veía borroso. Era como si en el tren se pudieran subir también lo que habíamos tenido y sus mentiras y mi daño. Fui a mi universidad y pedí información sobre becas al extranjero. Me preguntaron qué hacía allí y quién era yo, que allí no daban esa info y que por favor leyese bien. Encontré una beca en Berlín, pero de otro modo, meses después, cuando ya ni buscaba. No sabía nada de alemán, pero pedían inglés y de inglés sé algo por unos casettes de cuando era muy pequeño (creo que era un loro de felpa quien los anunciaba: Very good).

El Berlín de 2008 era tannn barato y había turcos y gente de otros países no turcos (creo). Españoles también, pero menos, y nadie de mi pueblo, aunque parezca mentira. Podías estar fuera de casa todo el día y toda la noche, no cerraban a las 8. Tenía un amigo danés (una amiga no tanto) o, en general, era un escandinavo, ni sé: sé que eso para un español es un cultivo de trabajo (no tengo esto muy claro, pero casi siempre que lo pienso lo veo así). Los fines de semana el transporte funcionaba 24 horas de 24 y nadie controlaba el billete (no es bondad, ¿eh? Es otra cosa, muy alemana, algo miedosa). Subir en el S-Bahn de Schönhauser Allee el sábado por la noche y que dentro hubiera música de un DJ profesional (tenía rastas). “Profesional y gratuito”, en Berlín junté por primera vez esas palabras en mi cerebro. Podías beber en cualquier sitio (a las puertas de una iglesia, dentro de un supermercado, mientras dejabas pasar el metro) y comer por 1 euro una pizza o por 1.20 una salchicha que un hombre que tiene los ingredientes en una mochila y la freidora colgando del cuello te vende por 1.20, eso digo. Era el Berlín de 2008 o 2009, ahora dicen que todo es peor (diez años después de 2009, en general, todo está peor para los de mi pueblo, para mí, digamos, del 0 al 10: Un 5,5 o va, casi 6, pero eso sin contar lo de la pandemia, entonces, si la cuento: 1,75).

Una noche pusieron Levantando las manos, de ‘El Símbolo’, en el Cake, en Oranienstrasse y bailando a piñón wow me di cuenta de que se podía ser feliz hostia pero que no podía quedarme en Berlín mucho tiempo, eran otros tiempos. Todos bailábamos como si no tuviéramos manos. Estábamos bailando, pero levantando los muñones, así me gusta siga. No me gustaba que los berlineses parecieran sacados de los años ochenta o de una revista de moda, Die flambierte Frau me ponía mi amiga danesa, qué voy a entender, son ellos así, no yo. Tampoco me gustaba conocer a gente y no volver a verlos nunca más, no saludaban. Tampoco que casi todo el mundo estuviera viviendo de subsidios o de ahorros. Tampoco que hablaran de Alemania como si fuera otro país, como si Berlín fuera un charco de sapos. Tampoco que los berlineses hablaran de Berlín como de un oasis.

Conocí a gente joven que venía a Berlín con la misma idea que yo. De lo único que me hice profesional fue de adivinar cuánto iban a durar allí, eso no cuenta para el CV. Yo las veía a todas esas personas llegar, quedarse e irse. Entre el paro y la beca, tenía dinero y podía quedarme en Berlín. Me quedé. Pero veía a gente que venía diciendo que querían aprender alemán en Berlín durante dos meses y luego encontrar un trabajo de lo suyo y luego estiraban esos dos meses hasta dos años y se gastaban todo el dinero o hacían una comida al día (los que tras diez años, y en esas condiciones, aún siguen allí, son “gloriosos y ruinosos”, esas dos palabras solo las junté en Berlín). Me acuerdo de ellos porque siempre decían lo mismo: “Vengo a Berlín a aprender alemán, luego a buscar trabajo de lo mío (ese de lo mío lo cambiaban a su lengua regional: si eran valencianos decían de lo meu, y así). Lo que significaba no aprender alemán, porque se juntaban con extranjeros, y trabajar en call centers. Eso era aún más triste porque todos contaban que eran artistas y que tenían muchas novelas y muchas pinturas escondidas. Esperaban mucho de ellos mismos. Acababan mirando de reojo y perdonando la vida a sus jefes, eso es universal.

Yo llamaba a mis padres desde el locutorio (era la época) y me preguntaban si trabajaba en algo. Yo respondía que “en algo” (se dice igual en valenciano que en español) sí, pero la verdad es que no había trabajo para mí, que el trabajo estaba en Alemania, pero, aunque yo, efectivamente, también estaba en Alemania, no nos encontrábamos. Hablábamos por teléfono, hasta que, por fin, encontré trabajo. Yo también me metí en un call center. Un amigo italiano me dijo que pagaban bien y que no se trabajaba mucho. Pagaban regular, pero al principio sí era verdad que no se trabajaba mucho. Veíamos películas con apellidos numerales (La banda 3, Carrera de coches VIII) o, cuando nos cansábamos, jugábamos al solitario. Estábamos todos los extranjeros en una sala. Era divertido, pero también daba pena la manera en que los jóvenes del mundo malgastábamos los días. Luego sí empezamos a trabajar mucho y ya no paramos nunca más. Yo siempre iba a comer al equivalente a un bar, pero comía tan rápido que ni decía hola ni adiós. Los otros se quedaban comiendo sus tuppers en sus mesas, para ganar tiempo para perder tiempo.

Un día estaba en un restaurante y me puse a fantasear con que ya llevaba casi dos años en la ciudad. Me había acostado con dos chicas. Con una de ellas más de una vez, pero ambas dejaron de llamarme pronto (o sea, tarde, tarde para ellas, digo). Mi alemán no mejoraba, jaja, me río porque yo nunca he hablado alemán. En eso, la camarera se acercó y me preguntó si quería la sopa de algo… No entendía a qué se refería. Me vino a la cabeza lo de trabajar en algo (intentar entender el alemán solo hacía que mis frases se pusieran al revés o anidasen en puntos ciegos)… Hasta que la camarera, harta, se puso a mover los brazos como alas y a cacarear. Pedí sopa de pollo. Cuando me terminé la sopa fui al call center y renuncié. Llamar a gente durante ocho horas, día y noche, hace que odies a cualquiera que no trabaje llamando a gente durante horas (o más bien a estos los odias solo un poco menos que a quienes nunca trabajarán en eso). No quería volver a mi pueblo, Berlín me parecía una ciudad mágica donde no dejaban entrar animales, pero los que lo lográbamos algo de su bonita música escuchábamos, y sí me sentía un animal (eso no es culpa de los alemanes actuales, aunque sí de los alemanes del pasado y, sobre todo, de la UNIÓN EUROPEA, se dice). También era viejo. Era un viejo. Un niño viejo como los de Akira. Veía a los ancianos berlineses y me preguntaba qué pensaría yo cuando tuviera su edad y me asustaba darme cuenta de que yo, si llegaba a eso, iba a tener que dormir hacinado, pobre y friolero como nos dicen que les pasa a los ancianitos de la antigua URSS (se acaba de morir Limonov). Nosotros, eso sí, vendiendo a los turistas figuritas de palmeras o lo que nos adjudiquen como representativo de Valencia.

Busqué otros trabajos. Aún tenía el paro español, pero busqué. Las ofertas de trabajo en el Berlín de esos años (no cuento a burócratas políglotas o a quienes hicieron carrera en la administración pública alemana, yo no entro ahí) se las repartían:

1) Nuestros call centers;

2) Empresas privadas unipersonales. Un ejemplo: “Guía turístico te ofrece el auténtico Berlín: Razón: Yo mismo, jeje” y ese guía contrata a sus amigos cuando se va de mochilero;

3) Trabajos hipercualificados, inalcanzables. Ejemplo: “Traductor bilingüe húngaro-chino”;

4) Trabajos absurdos. Una vez vi uno que ponía “Nase gesucht” (supongo que era para catar vinos, pero no especificaban). (Ahora que estoy repasando esto he visto que hay trabajos anunciados más o menos así en los que buscaban a alguien, a una “nariz” que oliese un perfume y aconsejara al emprendedor).

Una vez mandé un CV a una empresa de guías turísticos y como bajo la oferta ponía Bilder empecé el mail escribiendo: “Sehr geehrter Herr Bilder”. Luego me di cuenta de que Bilder es foto en alemán, pero ya había mandado el mail.

Mis padres me pedían que volviera. Compré un billete y me di un mes para irme de Berlín. Demasiado tiempo. Me salió un trabajo de tres semanas en una feria, bastante bien pagado (unos 400 euros más que el precio del billete; le quitas el alquiler y la comida, y salir cuando tienes amigos, y te quedan unos 20 euros para ahorrar al mes, lo bueno es que si no tienes amigos ahorras más, y si lo juntas con el paro wow). Me propusieron que fuera con ellos también el mes siguiente, y luego por otros tres meses (más ahorro). Se me pasó la fecha del vuelo de regreso. Mi vida era sacar dinero del paro y de trabajos esporádicos, beber en mi piso o salir a beber con amigos que volvían para volatilizarse. Conté que mi grupo de amigos cambió seis veces. O sea, mis amigos se iban yendo de Berlín o desapareciendo en la ciudad (uno se hizo teólogo). A veces escalonadamente. Una vez desaparecieron del tirón cuatro amigos (en realidad solo uno era lo que puede decirse un amigo de verdad, eterno, no era el teólogo).

Llegó el invierno y yo no tenía trabajo. El invierno sin trabajar en Berlín es difícil. Hace mucho frío. Pero no es lo peor. No te separa nada de ser un vagabundo. También la sensación de que tienes que esperar, para qué buscar, si tanta nieve… Tirar meses a la basura hasta que vuelva el calor. No pude más. En diciembre volví a la ciudad. No le conté nada a mis padres. Me quedé allí. El pueblo estaba cerca, pero ninguno nos movíamos. Yo hacía telequinesis para que todo se moviera, pero si nada se movía alrededor… Era eso. Un día perdí el miedo a lo que trajera el tren. Y al pueblo volví en Navidad. Mi ex novia se había casado con uno de mis amigos. Mis amigos esperaban a que sus padres murieran para heredar su piso y “vivir”.

Mis padres estaban igual que antes, igual que siempre. Se alegraron de verme y se enfadaron mucho. Cenamos los tres juntos. Les dije que a lo mejor me quedaba a vivir en la ciudad. Mi madre me pidió que no me volviera a ir al extranjero, decía que si me iba los demás me iban a ganar los puestos (la oposición) y que nunca haría carrera. Me entraron ganas de decirle que consideraba volver a Berlín. Nunca iba a moverme de la ciudad (del mismo modo que nunca jamás iba a volver al pueblo). Pero se lo dije, “¡me vuelvo!”. Mi madre y, un poco menos mi padre, empezaron a decir las cosas más horribles de los alemanes y del mundo. Yo me hice el convencido y les dije que estaba bien, que me quedaría a vivir en la ciudad, cerca del pueblo, cerca de ellos. Se alegraron de verdad. El catorce de febrero encontré un trabajo de Export Assistant Manager. En él sigo. Lo más importante en la vida es el orden. Y después, obvio, el derecho a decidir. Y ahora, parece que también combatir la pandemia es lo más importante. En realidad, todo cuenta y todo fluye. Pero primero lo primero y después, lo segundo, y lo demás, en último lugar, tras todo. Obvio. No mantengo contacto con nadie anterior a mi trabajo de Export Assistant Manager (no sé cómo se dice en español, no se requiere). Ni con mis amigos de la infancia, que son los del pueblo. No me sé sus apellidos.

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