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Mientras tantoExtranjerías (I): Suplicantes

Extranjerías (I): Suplicantes

Estelas, cual cometas   el blog de Ricardo Tejada

Qué duda cabe que la problemática en torno al estatuto de extranjero y a la condición misma de extranjero se encuentra cada vez más en el centro de los debates éticos, políticos y filosóficos actuales. Ya en la Grecia antigua se daba una de las ambigüedades que encierra el término: desconfianza hacia el extranjero, hacia el “bárbaro”, y, al mismo tiempo, sentido profundo de la hospitalidad, lo que se llamaba la xenía. Sea dicho de paso, la xenofobia, como palabra y como realidad aberrante vino mucho después, en el siglo XIX. Los griegos tenían redes de solidaridad que permitían acoger a griegos de otras ciudades pues había siempre el peligro, en territorios alejados, extraños, de ser secuestrado y esclavizado por comerciantes sin escrúpulos. En el periodo clásico era frecuente la figura del proxène que se ocupaba en dar albergue al extranjero necesitado de un techo y que era frecuentemente un extranjero afincado en otra ciudad. La cultura y la filosofía griega no es comprensible sin el papel de los “extranjeros”, de los refugiados en polis diferentes a las de su tierra natal, esos proxenetas, esos intermediarios de las ideas, de la belleza, si se me permite la atrevida y provocadora comparación, sin los cuales la cultura europea no tendría sentido.

Tal vez una de las razones de la atracción que generó el asedio de Troya en el imaginario griego fuese el hecho de que los troyanos eran también en el fondo griegos, probablemente una de las primeras colonias griegas, tal vez unos proto-jónicos llegados ya en torno al 2500 a.j., pero algo diferentes, algo extraños, y sobre todo enemigos por el “secuestro” de Helena, no contra su voluntad, al parecer. Paradojas de la vida, tal vez los troyanos eran más griegos que los propios aqueos instalados en la península griega. Invocaban a los mismos dioses aunque establecían complicidades distintas con cada uno de ellos, en función de cómo se iba desarrollando la guerra contra sus enemigos, tal y como nos cuenta Homero en su imborrable Ilíada. El troyano era el otro y el mismo. Seguimos en el fondo en esta dualidad. Hoy en día, vemos considerar a extranjeros a personas muy semejantes, en términos culturales, y no digamos religiosos o « arreligiosos ». Seguimos constatando que algunos colectivos humanos « combaten » ferozmente contra unos « troyanos », que son como «nosotros», y que solo unas mínimas diferencias los distinguen de un « nosotros » que erigimos en tótem irrisorio e intocable. Combates absurdos pues a ese « nosotros » actual nadie le ha raptado una Helena y se la han llevado a Troya. Más bien, ese nosotros « aqueo » ha raptado a muchas Helenas a lo largo de la historia…

En Las suplicantes de Esquilo, obra dramática de una gran modernidad y actualidad, las danaides, obligadas a exiliarse de Egipto, por una guerra habida entre ellas y su padre, por un lado, y sus primos y su tío, por otro, tienen que refugiarse en Argos (en el Peloponeso griego) de donde habían tenido que huir antaño su ancestro Io, hostigado por un tábano, habiendo tenido que instalarse en la Libia. Para pedir su hospitalidad, ellas le hablan de este ancestro suyo al rey de Argos, pero éste ve algo raro, que se sale del aspecto de las argólidas. Se da cuenta, intuitivamente y no le falta parte de razón, que pueden ser libias o chipriotas o amazonas, griegas con un toque semítico, algo africanas o tal vez asiático. Nota que son, por mucho que lo nieguen, extranjeras, en cierto sentido. No le vale que tengan unos presuntos orígenes griegos. Lo que cuenta para el rey es su aspecto, sus maneras, sus vestimentas, su manera de hablar. « ¿De dónde llega el corro ataviado —les pregunta Pelasgo, el rey—tan poco al modo griego, y fastuoso con sus ropas de bárbaro y cintas ? ». Cuando se inquiere por lo que les indujo a abandonar su morada, las danaides le responden, tal y como todos los exiliados a lo largo de la historia de la humanidad se han visto obligados a responder, cuando llegan a tierras extrañas : « Es muy vario el humano infortunio ». Pero el rey quiere saber más. ¿Qué pedís ?, las interpela. No ser esclavizadas por los egipcios, dicen ellas. En realidad no quieren ser casadas con sus primos (libio-egipcios), y dominadas por ellos, lo que entreñarían que se apoderasen de sus tierras. Abominan la violencia que eso conlleva pues sería contra su voluntad y la de su padre. No es el horror del incesto lo que rechazan, en sentido estricto, pues entre los griegos y otros pueblos de la Antigüedad no estaba fuera de las leyes el casarse entre primos. Lo que ellas rechazan, y su padre también, es que a cada una de ellas se les atribuya arbitrariamente un esposo. ¡Y eran, metafóricamente, cincuenta primas y cincuenta primos!

Como ha demostrado Bernard Vernier la tragedia no trata de incesto, como pensaba Françoise Héritier, sino del exilio y de la disimetría de poder entre una familia cognaticia, que tiene hijas, y otra que solo tiene hijos, agnaticia. El conflicto interior del rey reside en acogerlas, como mandan las leyes de la hospitalidad, aunque con riesgo de que los primos egipcios le declaren la guerra, o rechazar su instalación y asegurarse así que su pueblo siga en paz. El heraldo que ha llegado a la corte del rey en nombre de los primos siembra la duda en el monarca. Tiene aquel un tono amenazante y quiere secuestrar a las danaides delante de sus narices, lo que viola las leyes no escritas de la hospitalidad e irrita considerablemente al rey, que lo evita. Aunque ellas tienen aspecto extraño, Pelasgos no es insensible al hecho de que las danaides hayan depositado unos ramos en el altar del templo, en signo de súplica y de protección. « Sólo en eso podrá la tierra griega comprenderos », dice el rey. Este es el lenguaje que entiende, el de las leyes sagradas, no el de su aspecto físico, que le parece propio de gentes nómadas, extrañas; leyes, que como buen rey “demócrata”, al menos para los griegos contemporáneos de Esquilo, se apresta a consultar al pueblo sobre la decisión a tomar. Este delibera y refrenda la tendencia del rey a acogerlas. Otras versiones, no incluidas en la tragedia de Esquilo, hablan de que al final tuvieron que casarse con los primos y, luego, terminaron matándolos a todos…

Insisto, qué modernidad la de Esquilo y cuánto nos llega al alma, no solo por los temas en juego (prepotencia agnática, diferencias “étnicas” y culturales, exilio, hospitalidad, poder, etc), sino por la fuerza del conflicto y de los sentimientos en juego. La escritora austriaca, Elfriede Jelinek, escribió una magnífica obra de teatro en las que las “danaides” actuales, que se habían refugiado en una iglesia de Viena, no eran escuchadas en Europa, ni acogidas, tal y como el pueblo argólico y su rey Pelasgos lo habían decidido, en la Grecia antigua. El título alemán pasó a ser de Die Schutzflehenden (tal y como se traduce allá Las suplicantes de Esquilo, “las que suplican protección”, literalmente) a  Die Schutzbefohlenen (“las personas protegidas”, como las personas con discapacidad y los niños, y traducido al inglés como Charge. The Supplicants). Más tarde, la polémica que hubo en Francia entre los “racialistas” blancos y los “racialistas” negros no tenía apenas sentido alguno y aún menos la autocensura a la que se vio obligado el dramaturgo Philippe Brunet con su adaptación de Las suplicantes, obligado a estar en un fuego cruzado entre extremistas de derecha y comunotaristas anticolonialistas, y a tener que cambiar las máscaras negras de las danaides por unas máscaras doradas.

En realidad, las danaides no eran negras ni blancas. A Esquilo eso le tenía sin cuidado. Las danaides somos todos nosotros, unos más que otros, eso sí, todas nosotras (los que no somos “nosotros” y que nos obligan a serlo contra nuestra voluntad), los exiliados y migrantes, los hijos, nietos y tataranietos de migrantes y exiliados, los que somos diferentes pero casi semejantes a unos cuantos argólidas del siglo XXI, que han tirado la hospitalidad y el sentido de la ciudadanía al cubo de la basura.

Hablaremos en el segundo texto, muy pronto, de otras extranjerías…

Le Mans, a 31 de mayo de 2021.

 

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